LAS PRINCESAS GEMELAS

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LAS PRINCESAS GEMELAS

PERSONAJES:

ROSA DE GALLARD
BLANCA DE GALLARD
EL VIRREY Y LA VIRREINA DE LA NUEVA ESPAÑA
JUSTINO VIZCONDE DE MANSSUR
GENERAL GONZALO OTAÑEZ DE LA VEGA Y SU ESPOSA ESTHER
COMENDADOR PABLO ARRIZABA Y VICUÑA Y SU ESPOSA MARIA
RODRIGO QUINTO / REY DE ESPAÑA
DUQUE FELIPE RUIZ Y VIVAR

Las princesas tomaron la noticia de diferente manera:

– ¡que bueno!, nos vamos a México – dijo una
– ¡que horror! – dijo la otra
– ¡Por fin vamos a salir de esta cueva!
– ¿Qué me voy a poner? ¿Debo llevar mi bordado?
– ¡Podré conocer el mar!
– ¡Me voy a marear horrible!
– Comenzaré de inmediato con las valijas y las maletas
– Que flojera, todo lo tengo tan bien ordenado…
– Ya quiero partir!
– Y yo no quiero ir!

Cada una tenía su propia visión de la noticia que recién les había llegado en una extensa y hermosa carta enviada por su madre desde el otro continente.

Sus padres habían zarpado hacía varios meses y finalmente ellas recibieron noticias, en donde les participaban, además de las buenas nuevas de su llegada y bienvenida, el deseo de que los alcanzaran en pocas semanas.

Para una de las gemelas, la noticia era simplemente maravillosa. Harta como estaba de su vida rutinaria y aburrida, por muy lujosa que ésta fuera. Mientras que para la otra, la noticia era terrible, porque suponía alejarla de la seguridad y tranquilidad del hogar y lanzarla a un sinfín de desastres.

¿Cómo era posible que siendo ambas tan parecidas físicamente, fueran tan opuestas en su forma de pensar?, pero así era y las excelentes doncellas de compañía que cada una tenía, preferían guardarse con mucho cuidado sus comentarios. Ya sabían de que pié cojeaba cada una, así que lo mejor era apresurarse y hacer las cosas necesariamente bien y lo mejor posible.

El Vizconde de Manssur, primo y amigo de las lindas damitas, llegó un poco más tarde y al leer la carta solo pudo mirarlas sorprendido:

– Vamos primas, ¡que bien que se van a pasear!
– ¿pero como puedes decir eso, malvado Justino? ¿No ves que ya estoy temblando desde ahora?
– A mí me encanta!.. las aventuras que correremos, lo desconocido y fantástico. He oído que hasta hay nativos que pueden ser peligrosos!
– ¿Y eso te entusiasma primita? – preguntó Justino
– Claro que sí, es fantástico. Muero por ver los paisajes, por conocer el mar
– ¡Qué horror, Rosa!. ¿Cómo puede emocionarte esto tanto? Parece que vas a explotar de tanto grito y algarabía
– Reventaría de felicidad, Blanca, en verdad!, mis deseos se me han cumplido!
– Bueno, ya tranquilas las dos – respondió Justino – El que mis tíos les pidan que vayan ya es bastante emocionante, además, no irán solas seguramente. Mis padres harán lo posible por acompañarlas y hasta puede que vaya yo también –

Esto pareció tranquilizar a Blanca, que estaba casi lista para comenzar a llorar, mientras Rosa no podía estarse quieta y canturreaba suavemente llena de alegría, bailando por los pasillos.

Los días pasaron demasiado rápido para Blanca. Las valijas estaban casi listas y todo parecía girar a su alrededor a una velocidad inaudita. Se sentía terriblemente mal y así miraba a través de sus bellísimos ojos azules, llenos de angustia, como todo su mundo conocido se desmoronaba y se convertía en bolsas, maletas y valijas. Royendo como ratón todos los libros que podía encontrar, antes de que los encerraran en un baúl para no volverlos a ver en quien sabe cuanto tiempo.

Para Rosa en cambio, los días parecían pasar demasiado despacio. Ella ya quería subirse al barco y jaloneaba las cajas y los cartones. Quitaba y ponía listones, regalos, adornos. Levantaba y resguardaba cuanta tontería encontraba, pensando con eso hacer sumarios regalos a sus futuros amigos del nuevo continente. Repasaba mil veces todo lo que se quería llevar, para no olvidar nada y que con las prisas se fuera a dejar algo que después le sería imprescindible.

Justino no sabía que hacer para tranquilizar a ambas al mismo tiempo. No podía darle lugar a una sin quedar mal con la otra, así que prefirió escoger sus comentarios cuidadosamente:

– Primas, deben acostarse a descansar un momento, se ven agotadas –
– Si, la verdad es que ya no quepo en mi misma de tanta ansiedad, muero por subirme al barco. – comentó Rosa
– ¿Es muy grande el barco? – preguntó ansiosa Blanca
– No, bueno, no sé. La verdad es que no he ido al puerto a ver en que barco se van a subir.
– ¿Cómo? ¿Aún no sabes en que barco nos vamos? ¿Pero como es posible? – rebotó Rosa incrédula – Debemos ir de inmediato al puerto a ver “nuestro” barco – casi gritó
– ¿Estás loca Rosa?, no podemos hacer eso – replicó Blanca
– ¿Porqué no?, yo quiero ver “nuestro” barco y ahora mismo –
– No creo que sea buena idea Rosa – protestó Justino
– Estoy de acuerdo con él, debemos descansar un rato como dijo. Mañana ya veremos si vamos al puerto…
– Si no voy ahora mismo, me moriré de la desesperación – sentenció Rosa
– Está bien, está bien, vamos pues – dijo Justino tomando a Rosa de la mano y sonriéndole a Blanca trató de convencerla de acompañarlos.
– Yo no quiero ir, veré demasiado tiempo ese barco como para tener que ir ahora y perder los últimos momentos de tranquilidad en mi casa
– ¡Pues tú te lo pierdes Blanca! – contestó Rosa lanzándole una mirada llena de ira – eres de lo más aburrido que hay! – y jalando a Justino, lo sacó casi a rastras de la casa con rumbo al puerto.

El puerto no estaba demasiado lejos, solo unas calles empedradas y un largo pasillo adornado por majestuosos árboles, que con su magnífica sombra cubrían del inclemente sol del mediodía. De cualquier forma, Rosa y Justino llegaron bañados en sudor por la tremenda carrera que Rosa había inflingido al delgado pero atlético cuerpo de Justino.

Sudorosos y jadeantes alcanzaron el puerto y desde allí pudieron ver a lo lejos el enorme barco que los conduciría al nuevo e intrigante continente recién descubierto.

Subir al barco todo lo que se había resuelto que deberían llevar ambas princesas, fue una labor titánica. Los cargadores no se daban abasto con las idas y venidas del puerto a la casa y viceversa.

Rosa gritaba y daba brinquitos de emoción y Blanca, con un pequeño pañuelo azul, perfumado, se secaba las lagrimitas que se le escapaban de sus hermosos ojos.

La despedida de las hermosas hermanas fue muy emotiva para todos los que las acompañaron hasta el barco. Las amigas de Rosa brincaban con ella y coreaban su alegría y emoción:

– Descríbenos Rosa, todas tus aventuras – le decían ellas
– Si, les escribiré a diario con todo detalle – contestaba emocionada

Las amigas de Blanca, la rodeaban en suave silencio y llorosas le decían:

-. Escríbenos Blanca y cuéntanos todas tus desventuras – le decían ellas
– Si, les escribiré y les contaré todo lo que me pase – contestaba ella entre suspiros

También Justino las acompañaría y sus amigos lo palmoteaban en la espalda y le daban toda clase de recomendaciones:

– Trata de no tomarte todo el vino que encuentres, dicen que el vino de allá es muy virulento y cuídate de las nativas, que dicen que son muy agresivas – decían ellos entre grandes risotadas
– No, si por mi, voy de mil maravillas – contestaba él

Lindas doncellas lo miraban dolorosas. Sabían que pasaría mucho tiempo antes de volverlo a ver y quien sabe si seguiría soltero y tan codiciado y entre suspiros y risitas se consolaban con mirarlo irse, tan gallardo y tan guapo.

Una vez arriba en el barco y este zarpando a mar abierto, todo volvió a la calma y los navegantes fueron poco a poco tranquilizándose y buscando labores para mantenerse activos.

La mar permaneció en calma casi todo el viaje, salvo algunos pocos días nublados o con cortas lluvias. Las noches templadas y llenas de estrellas permitían a Rosa soñar en sus próximas aventuras y a Blanca suspirar sus amarguras y a Justino, adaptarse a ambas poco a poco y entenderlas no sin cierta dificultad.

Transcurriría un mes aproximadamente, antes de que pudiesen ver tierra nuevamente. El nuevo continente estaba cerca, primero deberían abastecerse de agua y víveres frescos en esta enorme isla y en pocos días más llegarían al puerto de Veracruz, donde desembarcarían para posteriormente ir a la ciudad más próxima. La ciudad de La Puebla de los Angeles, donde finalmente se reunirían con sus padres.

Un largo séquito de más de cincuenta carruajes cargados de maletas, valijas, cajas, cartones y mil cosas más, fue el largo tramo que tuvieron que recorrer los cargadores para poder levantar todo lo que habían traído en el barco y que ahora deberían llevar hasta la ciudad.

– Vaya con las señoritas – comentó un cargador gordinflón y colorado a otro flaco y ojeroso – pero si se trajeron buena parte de España con ellas
– Definitivamente son niñas mimadas y ricas – contestó – ¿Las has podido ver?
– No, todavía no he podido verlas, dicen que una de ellas está indispuesta y que no quiere bajar del barco
– ¿Cómo es eso? ¿no quiere bajar?
– Uno de los marineros me comentó que primero no quiso subir al barco cuando zarparon de España y ahora no quiere bajar
– Pero que risa con la niña esta
– Dicen que son princesas en España, hijas del Virrey de Córdoba que ahora radica en Puebla y que las mandó traer porque piensa quedarse en México por un largo tiempo
– ¿Princesas? Por eso es que traen tanta cosa… que interesante, quisiera poder verlas
– Ya las veremos de cualquier forma y deben apresurarse si es que quieren partir todavía hoy

Ambos cargadores miraron hacia el barco, hacia donde se supone que deberían estar bajando los pasajeros, pero no se veía movimiento alguno.

Arriba en el barco todavía, Rosa le suplicaba con todo a Blanca para que se resignara a bajar del navío. Justino la tomaba de las manos y le sobaba la espalda para darle ánimo. Las damas de compañía de Blanca, lloraban un mar de lágrimas y ella no quería moverse, se agarraba con toda fuerza de la baranda, para no soltarse y evitar que la bajaran del barco, lloraba y gritaba con fuerza, que no quería bajar.

Todo un drama el que estaba armando Blanca, hasta que se acercó el capitán del barco, un hombre enorme con largas y profusas barbas grises, grises también sus ojos que centelleaban y sus enormes y poderosos brazos cruzados.

– ¡Qué es lo que sucede aquí! –rugió con voz profunda, encolerizado
– Es que la niña Blanca no quiere soltarse
– ¿Cómo es eso señorita Blanca?, debe bajar ahora mismo y enseguida – dijo sin quitarle la mirada. Blanca se soltó de inmediato y mirando aterrorizada al Capitán, se abrazó a Rosa y bajó con ella casi corriendo.

Justino no paraba de reírse:

– Deberías ver la cara que pusiste cuando te regañó el Capitán, Blanca, hasta pálida te pusiste
– No debes reírte de ella Justino – le contestó Rosa, – ¿no ves como está temblando todavía? – y soltó una pequeña y discreta risita
– Que malvados son los dos – gritó Blanca indignada

El viaje del puerto de Veracruz a la ciudad de Puebla tomó más tiempo del previsto, porque era imposible ir a mayor velocidad con tanta valija y maletas. Los carruajes se atoraban constantemente en el lodo de tan cargados que iban y los cargadores, aunque se apresuraban a descargar el carruaje para destrabarlo y volverlo a cargar no lograban hacerlo a la velocidad que se requería para llegar en la fecha indicada.

Los maravillosos volcanes hicieron su aparición en el horizonte y se veían majestuosos, cubiertos de nieve y los grandes y extensos campos en los alrededores, invitaban a la vista a volar y dejarse llevar por la suave brisa primaveral. Justino disfrutaba enormemente del paisaje y Rosa no paraba de hablar con los cargadores y con la servidumbre, tratando de aprender las costumbres de este lugar, mientras la pequeña Blanca se escondía entre el equipaje y trataba de pasar lo más desapercibida posible, rumiando quien sabe que tantos peligros que la amenazaban.

El retraso involuntario hizo que la Virreina se fuera preocupando por la llegada de sus hijas y aunque el Virrey estaba muy ocupado con sus labores reales, también comenzó a sentir la angustia de su esposa. Ya estaba a punto de mandar emisarios para que le dieran noticias de sus hijas, cuando estas finalmente arribaron.

Grande fue la alegría y la recepción de la Virreina hacia sus hijas. Cuantos abrazos y cariños de la madre hacia sus hijas y viceversa. Rosa que no paraba de hablar excitada y Blanca que se dejaba mimar por su madre que la conocía muy bien y sabía por lo que estaba ella pasando.

El Virrey se sonreía satisfecho al ver a sus dos pequeñas sanas y salvas y agradeciendo a Justino por acompañarlas.

Esa misma noche fue de gran fiesta en el palacio real de la ciudad, adonde los Virreyes se aposentaban y donde ya se había preparado todo para la recepción de las princesas. Todos los grandes personajes de la ciudad se apresuraron a llegar para conocerlas y de allí en adelante, todo fue la alegría de la ciudad entera al saber que la familia real ya estaba completa.

Rosa se acopló casi de inmediato al nuevo ambiente. Feliz paseaba a caballo con Justino por todas las hermosas rancherías y haciendas que rodeaban la pacífica ciudad de la Puebla de los Angeles, que hacía honor a su nombre, por la angelical paz que la embargaba.

– ¿Habías visto tanta maravilla Justino? ¡Pero cuanto espacio y terrenos, cuantas hermosas haciendas y las magníficas rancherías! – Comentaba emocionada Rosa
– Si, verdaderamente los paisajes son muy hermosos, como para pintar miles de cuadros, si fuera yo pintor.
– Si, yo creo que si fueras pintor, no te faltarían temas para pintar tanta belleza
– Si, – asintió Justino al mismo tiempo que miraba con mucha atención a una hermosa mujer morena que iba por el camino cargando una vasija de leche y que le devolvió la mirada altanera, con sus profundos y expresivos ojos negros.

Justino acompañaba con gran alegría a Rosa por todos lados y dejando a un lado a la aburrida Blanca, que aunque ya había pasado más de un mes, seguía suspirando y llorando por los rincones sin poderse adaptar. La Virreina le consentía todo lo que la débil niña quería y trataba de consolarla como mejor podía diciéndole que todo esto era solo temporal y que eventualmente tendrían que regresar a España. Con esto Blanca se sentía más consolada y hasta se atrevió a esbozar una corta sonrisa de esperanza.

El Virrey entretanto, estaba demasiado ocupado en repartir las tierras. Se las daba como mejor consentía su conciencia. Que si era para el hijo del Regidor, pues ahí le van doscientas hectáreas, que si era el compadre del primo de un amigo del Comendador, bueno, a él le tocarían trescientas hectáreas junto al río que contemplaba también el pequeño puente mal hecho por los indios.

Quien sabe que era lo que el Virrey miraba en cada personaje y con ello y de acuerdo a su humor, le daba lo que el fulano le pedía y a veces hasta más. Finalmente y después de unos años, ya no hubo más tierra que repartir, como tampoco más indios que esclavizar y con ello tampoco el Virrey se sentía satisfecho. Había hecho muchos amigos de conveniencia y muchos enemigos también. El Obispo ya lo traía entre ojos, por no haberle consentido dar unas dos mil hectáreas que quería para su uso personal y solamente le había concedido cuatrocientas, lo que el Sr. Obispo consideró una gran ofensa a la Iglesia y mandó una recomendación al Rey de España, para que vigilara las acciones del Virrey.

Entre tanto, Rosa y Blanca, ajenas a todo lo que acontecía a su padre, vivieron como mejor quisieron en esta blanda y suave tierra, que las recibió con alegría.

Durante este tiempo que corrió, aproximadamente unos dos años, las dos princesas se convirtieron en bellísimas mujeres. La una con gran temperamento y carácter, la otra retraída y soñadora. Ambas llenas de vida y de salud.

La Virreina comenzó a ocuparse al verlas así, de buscarles un buen marido en estas tierras, a las que finalmente ella pensaba se quedarían para siempre y aunque añoraba su patria, también ya le había agarrado cariño a este sencilla gente que sin duda, era muy laboriosa y honesta y aunque el Virrey opinaba lo contrario, ella estimaba a las gentes sencillas y trabajadoras que la ayudaban a mantener el hermoso palacio en donde vivían.

Todo parecía estar tan tranquilo, sin embargo, sucedió de pronto, sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo. Un gran terremoto sacudió la tierra. Los árboles caían por doquier y las hermosas y grandes casas de piedra se tambaleaban como si fueran de gelatina. Todo retembló de manera monstruosa y muchas personas huyeron despavoridas hacia la calle. El gran palacio donde vivían el Virrey y la Virreina se hundió en un montón de tierra, polvo y piedras.

Las princesas se salvaron por encontrarse en una habitación alejada de la parte principal, la cual se desmoronó completamente cayendo encima de todos los que estaban habitando esa parte del palacio. El Virrey y la Virreina, junto con varios de sus lacayos y ayudantes fallecieron al instante.

Cuando terminó el terremoto, comenzó uno secundario y varios más. Las princesas, ahora aterrorizadas y llorando, se encontraban en el patio junto a los obreros, las cocineras y campesinos que impotentes, veían como todo se venía abajo sin poder hacer absolutamente nada. Miraban desesperados al ver que se había acabado, en tan solo un momento, todo por lo que habían trabajado tanto.

Justino no estaba en el palacio cuando el terremoto. Se encontraba muy lejos en una ranchería, en los brazos de la hermosa morena que había conocido hacía un tiempo atrás y que le atrajo irremediablemente por sus enormes y profundos ojos negros.

Tan pronto sintió el terremoto, supuso que nada importante habría pasado en palacio, pero algo le avisó que era mejor ponerse en camino y volverse a la ciudad. Así lo hizo temprano al día siguiente y cual no fue su sorpresa al ver todo destruido y derrumbado, particularmente el hermoso palacio donde vivían sus primas. Tardó un poco en localizarlas, pero cuando finalmente las encontró, ambas estaban destrozadas por el dolor:

 ¿Dónde estabas Justino? ¿Que estabas haciendo? ¿Por qué no estabas aquí ayudándonos? – fue Blanca la que lo recriminaba
 Justino!.. gracias a Dios que estás bien! – suspiró Rosa, – en verdad que estamos espantadas –
 ¿Pero como es que se cayó todo? ¿Mis tíos?
 Ambos quedaron sepultados – contestó Blanca – Ambos… – y desesperada se abrazó a Rosa y continuó llorando
 Y no solo ellos – comentó Rosa, – también se cayeron varias casas más en el pueblo, nos comentan que el Comendador y su esposa se salvaron pero no así su hermana y sus dos sobrinitos
 Fue terrible, la tierra completa se mecía como si estuviéramos en el mar, tuvimos tanto miedo!
 Me lo puedo imaginar, yo también sentí el temblor, pero no tan fuerte
 ¿dónde estabas? – preguntó esta vez Rosa
 En el pueblo, me quedé dormido en la casa de los Araujo, ves que fue el cumpleaños de Martín y lo celebramos más tarde de lo que pensé – Justino dijo esto porque sabía que sus amigos Martín, Miguel y Manuel lo taparían en su mentira, como el había hecho antes también por ellos.

Con esta respuesta, Rosa y Blanca se tranquilizaron y Justino tuvo un momento de calma para poder pensar que hacer ahora.

Con los Virreyes sepultados bajo toneladas de escombros, el Comendador sería el que los supliría hasta que el Rey de España enviara nuevas instrucciones, lo que inevitablemente podría tardar años. Pero el Comendador era conocido como muy voluble y traidor a la familia real. Con sus intrigas y con sus mentiras había logrado una gran fortuna manchada con sangre de los indios a los que explotaba inmisericorde y de los enemigos que había cosechado en muchos años viviendo en la Nueva España. Era un personaje mezquino y malvado.

Mala la hora en que habrían muerto los Virreyes y peor aún para las dos princesas que ahora quedaban desamparadas, bajo el arbitrio de un miserable que seguramente les haría la vida imposible. ¿Que podría hacer Justino para ayudarlas? Finalmente eran sus primas y él las quería bien.

Tenía que pensar cuidadosamente antes de tomar ninguna decisión. Pero lo más urgente ahora era tratar de calmar a las muchachas y buscarles algún alojamiento adecuado.

Recordó de pronto a Esther, la esposa del General de Infantería que también había sido buena amiga de la Virreina. Seguramente ella podría ayudar a las princesas de momento. Por gran suerte, su casa se mantenía en buen estado y con mucho cariño recibieron a las princesas y a Justino bajo su techo.

Esther era una mujer madura, pero hermosa. Llena de vitalidad y de gran carácter, incluso algunos decían que tenía más coraje y valor que su propio marido y que era ella la que comandaba el regimiento. Claro, esto lo decían de broma, pero los que conocían bien a Esther, sabían que era una extraordinaria amiga en buenas circunstancias y una peligrosa enemiga si le buscaban problemas. Justino la conocía, incluso algunos habrían pensado que ellos tenían alguna especie de romance, pero Esther tenía demasiado carácter como para dejarse burlar de los chismes de la gente y Justino era solamente un amigo para ella, quien en alguna oportunidad la había ayudado a resolver un pequeño dilema y por quien ella sentía solo una amable amistad. Ya se lo había dicho muchas veces, él era demasiado joven para ella y aunque se estimaban, ella lo miraba más bien como a su hijo adoptivo.

Pero igual él sabía que podría confiar momentáneamente en ella y en que ayudaría a sus primas en este terrible trance. Como quiera, ellas habían caído en desgracia y esto las volvía indefensas, lo que a Esther le gustaba enormemente y con mucho entusiasmo se dedicó a cuidarlas y a darles un buen recibimiento para que no se sintieran tan incómodas.

Se sucedieron todavía algunos temblores secundarios. Los muertos se comenzaron a descomponer, lo que obligó a todos a taparse las narices y respirar por pañuelos perfumados. Las enfermedades consecuentemente se apoderaron de los más débiles y de los más vulnerables o de los que se arriesgaban a continuar cerca de sus seres queridos difuntos o enfermos. La muerte se diseminó rápidamente por toda la ciudad y había cientos de difuntos por doquier. El enterrador de la ciudad no se daba abasto y aunque lo ayudaban varios de los obreros, no podían con tantos muertos.

El Comendador entonces, al saber que por ley era el que ahora llevaba el mando de la ciudad y de sus alrededores, levantó su voz y enérgicamente ordenó a todos los regidores y personajes de importancia que habían sobrevivido, a que de inmediato comenzaran a limpiar y a ordenar toda la ciudad, comenzando por enterrar a todos los difuntos en fosas comunes no importando rango o distinción alguna. Lo urgente era acabar con la pestilencia y las enfermedades.

Esto fue una buena decisión y todos la apoyaron de inmediato. Se comenzó con la reconstrucción de la ciudad y de las casas de los poderosos primero, luego se harían las casas de los secundarios y por último se recogerían las casas de los más pobres o de los desamparados, para reubicarlos en alguna parte donde no estorbaran.

Pasarían algunos meses antes de que la ciudad se recobrara un poco y que el Comendador se acordara de las princesas y de lo que éstas significaban en su camino hacia el poder, mismo que haría todo lo posible por mantener y con ello agrandar su ya imponente fortuna.

 ¿Podría alguien decirme adonde están las hijas del Virrey? Preguntó de pronto a uno de sus regidores
 Me parece – le contestó con voz muy baja y sumisa, uno de ellos en forma complaciente, – me parece que están en casa de Doña Esther, la esposa del General Gonzalo Otíñez de la Vega –
 Sé quien es Doña Esther ¿y que se supone que hacen allí?, para nada tienen que estar con ella, son de sangre real y ella es una simple plebeya
 Pues creo – volvió a decir titubeando el mismo regidor – creo que las llevó allí su primo Justino, el Vizconde Español que vino con ellas –
 Justino, ah… ya sé.. ese joven que se siente galán y que ya lleva varias conquistas – mencionó meditabundo y sus ojos se oscurecieron. – María! – gritó de pronto, espantando a los demás regidores – María! Ven inmediatamente!

Su esposa, una señora pequeña, pálida y despeinada, se acercó tímidamente a su esposo:

 ¿Que quieres Pablo?
 Necesito que vayas de inmediato a casa de Doña Esther y que averigües sobre las princesas. Me dicen que están con ella y quiero saberlo con certeza
 Está bien, voy enseguida – dijo
 Debo pensar como sacarlas de allí sin que se note que quiero desaparecerlas – pensó – debo averiguar como sacármelas del camino para que no me estorben.
 ¿Quién más sabe que están ellas allí? Averígualo María y también quiero saber donde vive ahora el tal Justino
 Voy ahora mismo Pablo
 Ten cuidado de como preguntas, usa tu inútil cerebro y trata de averiguar sin levantar ninguna sospecha ¿me entiendes?
 Si Pablo, preguntaré con cuidado – contestó suavemente y sin mirar a su marido, se alejó lo más rápidamente posible con rumbo a la gran mansión, propiedad del General.

Esta se encontraba del otro lado de la ciudad. Tardaría un buen rato en llegar hasta allá y aunque contrató una calandria con muelles muy altos, sabía que llegaría toda golpeada por las piedras del camino. Sabía por amargas experiencias, que su marido tramaba algo muy malo en contra de las muchachas. No las conocía, pero sabía que se interponían en el camino de su marido hacia el poder absoluto de toda la región. Ellas eran de sangre real y bastaba para que una de ellas se casara, para que el nuevo marido supliera al Comendador en sus funciones, con o sin las nuevas instrucciones del Rey de España, que también sabía, nunca llegarían porque su marido se las ingeniaría para desaparecerlas mucho antes de que siquiera alguien supiera que hubieran llegado.

 Debo pensar muy bien lo que voy a preguntarle a Esther, ella es muy suspicaz y seguramente no se la va a mascar tan fácil mi llegada tan sorpresiva y luego que ni siquiera somos amigas – pensó

Aprovechó el largo viaje para pensar con cuidado como abordar el tema de las princesas y como averiguar el destino del joven Justino, que para no contradecir a su marido, la verdad era un muchacho muy guapo. Lástima que ella solo podía soñar…

Rosa y Blanca entretanto hacían todo lo posible por adaptarse a su nuevo hogar y a resignarse de la lamentable pérdida de sus padres, que de manera tan terrible habían desparecido.

Rosa con su carácter alegre y vivaz, se recuperó un poco más rápido que su hermana, pero el cariño de Rosa también ayudó a Blanca a recuperase poco a poco y juntas pudieron irse levantando. Esther las consentía y las complacía como mejor podía. Sabía que eran unas niñas mimadas, pero le gustaba el carácter de Rosa y aunque no comprendía del todo la debilidad de Blanca, suponía que eventualmente las dos saldrían adelante más tarde o más temprano.

Justino las visitaba con frecuencia y hablaba con ellas por largos ratos. Seguían sin saber que hacer ahora y aunque esperaban instrucciones de España, también temían que nunca llegarían éstas y que el Comendador eventualmente podría volverse contra ellas.

Justino pensaba y pensaba que hacer para salvarlas y para sacarlas del apuro en el que se encontraban, pero no daba con ninguna alternativa oportuna. Se había ya enviado una misiva directamente a la mitra de la iglesia católica en la ciudad de México, con la esperanza que ellos hicieran llegar las malas noticias al Rey de España y que igualmente retornaran las instrucciones a través de la misma forma, pero Justino sabía que el Comendador tenía muchas influencias en la iglesia y aunque este era el camino normal para estos eventos, seguramente el Comendador había ya interrumpido la llegada de la misiva.

 Creo que debo ir personalmente a España y llevar las noticias yo mismo – decía
 Pero si te vas ¿quien nos va a defender del Comendador? ¿Has pensado en eso? Tú eres el único que puede ayudarnos ahora.
 Esther es una bellísima persona y nos está apoyando mucho, igual que su esposo, pero el Comendador puede hacerles mucho daño – comentó Rosa
 Debemos pensar en otra alternativa – dijo Blanca, – no queremos que les pase nada a nuestros bienhechores
 Definitivamente estoy de acuerdo contigo Blanca – comentó Justino, pero tampoco puedo quedarme a esperar que el Comendador de el primer paso
 ¿porque no vamos contigo a España? – comentó Rosa
 Es difícil eso, tu seguramente podrías aguantar el viaje, pero tu hermana no – replicó Justino – Blanca está delicada de salud y un viaje así sería muy peligroso para ella
 No piensen en mi – contestó Blanca con voz desfallecida y mirándolos a ambos con sus bellos ojos, de manera dramática continuó – no se sacrifiquen por mi –
 Ni lo pienses hermanita – contestó Rosa, – no trates de hacerte la mártir ahora, sabemos que estás un poco enferma, pero seguramente…
 No, no puede hacer este viaje que piensan – Esther llegó repentinamente y autoritaria reforzó su comentario – el doctor que la revisó ayer me ha comentado que Blanca tiene Tifoidea y que esta enfermedad, aunque la va a tratar con medicamentos, seguramente la dejará muy débil en los próximos meses –
 ¿Tifoidea? Pero que barbaridad! – contestó Rosa
 Si, Tifoidea, la misma que ha matado a tantas personas últimamente en la ciudad y que se está propagando a gran velocidad.
 Eso es grave – contestó Justino, – debes cuidarte Blanca, debes ahora mismo recostarte y quedarte en cama de inmediato!
 Pero, ¿que vamos a hacer entonces? – preguntó Blanca en un susurro y los miró interrogante
 Creo que debemos primero cuidarte a ti – contestó Rosa – ya veremos que hacer luego que te recuperes

Justino las miró a las dos, tan iguales y tan diferentes. Una tan fuerte y valiente y la otra tan débil. Nada, debía hacer algo y ya se estaba acortando el tiempo.

Justo en ese momento llegó María, la esposa del Comendador y desde que la anunció el lacayo, Esther y Justino sabían exactamente a qué había venido.

María entró con seguridad a la hermosa mansión y la miró con envidia. ¿Cómo era posible que esta simple plebeya, sin ningún título ni nada, tuviera una casa así? Despectivamente despidió al lacayo y se acercó con una mirada torva y alguna mueca que decía ser sonrisa a la dueña de la casa.

 Muy buenas tardes Doña Esther – dijo con un dejo de desprecio que no le pasó desapercibido a Justino
 Muy buenas tardes Señora María, ¿como está usted? – preguntó Esther
 Estoy muy bien, muchas gracias, iba en camino a ver a mi hermana Gloria, pero ya sabe usted, con esto del terremoto…
 Si, terrible en verdad – contestó Esther cuidadosamente
 Bueno, le decía – se dirigía a Esther, pero no quitaba la vista de Blanca y Rosa, – ah, sí, le decía, iba en camino a ver a mi hermana y como pasé por aquí, pensé pasar a saludarla
 Pues muchas gracias Señora, le agradezco la atención, ¿conoce usted al Vizconde de Manssur, el Señor Justino?
 No, no tenía el placer – dijo extendiendo su mano flácida hacia Justino quien la tomó como si fuera un trapo mojado y Rosa tuvo que ahogar su risa
 Le presento también a las Señoritas Blanca y Rosa de Gallard hijas del finado Virrey de Córdoba

Ambas se inclinaron levemente para saludarla y María se quedó mirándolas embobada.

 Son tan parecidas – comentó
 Pues sí, son hermanas gemelas y por eso se parecen tanto – dijo Esther con un pequeño ahogo de tos, tapando discretamente su risa
 Es fantástico – volvió a decir María – ¿quiero entender que están aquí de visita? Es lamentable lo que sucedió en el palacio, en verdad lo lamento
 Ciertamente, le agradecemos su atención Señora – le contestó Rosa
 Ellas están provisionalmente viviendo aquí conmigo, hasta que encuentren un mejor acomodo – contestó Esther
 Ah, entiendo, este, bueno, lamento habla molestado Doña Esther, pero usted comprenderá que debo continuar mi camino
 ¿No quiere quedarse un rato más? Vamos a comer enseguida y con gusto la invitamos
 No, muchísimas gracias, debo necesariamente ir a ver a mi hermana – contestó apresurada
 Es una lástima – contestó Justino, – debería quedarse a comer Señora María
 Será en otra oportunidad, pero les agradezco – y salió a toda prisa

Blanca y Rosa no salían de su asombro. Justino y Esther se desternillaban de risa

 ¿Viste la cara que puso? Parecía que había visto al mismísimo demonio y al doble… ja, ja. –
 Si, no puedo creerlo, ¿como pudo el Comendador mandarla a averiguar? Finalmente es una señora muy estúpida – comentó Justino
 Lo malo es que ahora ya sabe donde están las princesas, debemos esconderlas en otra parte y de inmediato – comentó Esther – sabemos que el Comendador puede hacer lo que quiera, tiene todo el poder de su lado y seguramente intentará algo malo en contra de mis niñas –
 Es cierto, debemos movernos de inmediato – comentó Justino – ¿a quien conocemos de confianza que pueda apoyarnos?
 Déjame hablar con mi marido, creo que se me está ocurriendo algo

Esther se alejó de los jóvenes y regresó a la casa.

 Gonzalo ¿en donde estás?
 Acá linda, estoy en la biblioteca – le contestó el General
 Gonzalo, tenemos un problema – le comentó Esther
 ¿Tenemos? – preguntó con una sonrisa en sus ojos verdes
 Gonzalo!, no seas así –
 Te dije que tuvieras cuidado en aceptar a las princesas en nuestra casa, mmm .. ya sabías que esto podría suceder, ¿que quieres que haga ahora, linda?
 Debes ayudarnos cariño, en serio, las princesas corren peligro aquí, el Comendador ha mandado a su esposa a averiguar y bueno, aparte de que nos mató de risa, seguro irá con todo el cuento a su marido y no podemos esperar que él nos traiga flores ¿verdad?
 No, supongo que no, las princesas son un terrible riesgo para él, déjame pensar un momento
 Es que yo creo que ya sé que podemos hacer, mira, el cuartel del norte está relativamente cerca de aquí ¿no? Me has dicho que es un viaje de unas pocas horas a caballo
 Bueno, si, un par de horas, pero las princesas…
 Rosa sabe muy bien montar a caballo y a Blanca la podemos poner en un pequeño carromato, para que vaya más cómoda, ¿que opinas?
 Pues me parece una muy buena idea, ¿cuando salimos?
 Yo opino que ahora mismo, con solo lo indispensable, gracias amor, en verdad que eres un gran marido – Esther miró a su esposo con adoración y salió de inmediato a darles las noticias a los muchachos

Rosa se sintió enormemente emocionada y agradecida con Esther y el gran esfuerzo que estaba haciendo por ayudarlas. Justino también se unió al agradecimiento de Rosa y con mucha efusividad abrazó a Esther muy contento de por fin haber encontrado una oportunidad para sus primas.

Solo Blanca se quedó callada y mirando a Esther ladeando su cabeza, negó suavemente y dijo:

 Esther, en verdad que estamos agradecidos, pero ¿no olvidas que somos princesas? No podemos irnos a esconder como ladronas a un miserable cuartel lleno de soldados
 Blanca! – reprendió Rosa, – ¿como puedes decir eso?. Nos están ayudando a salvar nuestras vidas ¿no lo entiendes?
 Yo creo que el Comendador no será capaz de hacernos ningún daño. El Rey de España no lo permitiría
 Blanca, entiende, el Rey de España está demasiado lejos para ayudarnos y seguramente ni siquiera sabe que nuestros padres han muerto
 La que creo que no entiende eres tu Rosa, debes madurar, siempre tomas las decisiones más alocadas y yo debo de seguirte porque no tengo la fuerza para oponerme, pero en esta oportunidad no lo permitiré
 Por favor Blanca – se entremetió Justino en la discusión, – por favor no te opongas ahora, es importante sacarlas a las dos de aquí de inmediato
 Yo no me iré de aquí – respondió Blanca secamente
 Déjame hablar con ella – contestó Esther – Esta bien Blanca, si te quieres quedar y arriesgarte a que el Comendador atente contra ti, pero ¿debo por eso aceptarte en mi casa? Creo que olvidas que esta es mi casa y que yo mando aquí y ahora quiero que te marches! – dijo esto con la voz autoritaria que usaba cuando se enojaba y sus profundos ojos grises se oscurecieron aún más
 ¿Perdón? Yo, bueno… no quise que te enojes – contestó Blanca sumisa
 Debes irte ahora y con tu hermana al cuartel como yo lo he decidido! Te guste o no, debes marcharte ahora! – dijo determinante

Justino y Rosa la miraban sorprendidos, no la conocían así, enojada en serio. Pero lo bueno era que parecía haber sorprendido también a Blanca y ella ahora mucho más obediente, aceptó la idea y se reacomodó en el sillón que habían adaptado para ella para el viaje.

Se movieron muy rápido y pronto estaban listos para irse. El General y Esther irían con ellos y los acompañarían hasta el cuartel para dejar claras instrucciones allí y poder así defender la vida de las muchachas. Era una enorme responsabilidad y lo sabía. También comprendía que con esto arriesgaba toda su carrera y que el Comendador seguramente lo atacaría directamente, pero él contaba con sus hombres y con la fuerza que esto representaba.

Dejó todo perfectamente organizado y encomendó el resguardo de sus bienes a su mejor amigo, a quien le recomendó ser muy cuidadoso y vigilar con atención a todo aquel que se acercara al a mansión, particularmente si eran conocidos amigos del Comendador o incluso si se acercaba el Comendador en persona, debía de inmediato apertrecharse en las minas y defenderse hasta donde cabalmente fuera posible.

Cuando llegaron al cuartel del norte, el General había mandado de manera anticipada ciertas instrucciones con un mensajero, por lo que ya estaban preparados para recibirlos.

Por supuesto el cuartel no era un hogar para nada y mucho menos para personitas tan finas como las dos princesas, pero era impensable regresar a la ciudad y aunque todos se esforzaron enormemente para acomodar a las damitas lo mejor posible, Rosa y Blanca se sintieron terriblemente deprimidas.

El lugar olía a caballos, a mugre por doquier, no había ni siquiera un par de florecillas que adornaran el espantoso y frío cuarto en donde ahora las tenían resguardadas y Blanca enfermó aún más, debilitándose.

Rosa comenzó a preocuparse por su hermana

 Esther, ¿sabes? Creo que Blanca está peor, no quiere comer y la verdad me está espantando
 Si, yo también lo noté, Gonzalo me ha dicho que buscará al Médico para que venga mañana a revisarla, pero ya sabes que es complicado traerlo
 Creo que tenemos que hacer algo para curarla
 Tengo una idea, pero no sé si ella acepte
 ¿Que idea tienes?
 Está aquí en el cuartel un indio Triqui que sabe de medicina local, son personas muy extrañas y tienen unos métodos para curar a las personas, que la verdad, a mi me espantan, pero sinceramente logran resultados magníficos y he visto como han curado a su gente de enfermedades terribles
 No sé, conoces a Blanca y lo renuente que es – contestó Rosa
 Pero creo que debemos intentarlo
 Está bien, ¿quien es el indio?
 Iré por él enseguida

Esther salió a toda prisa al patio principal y aunque tardó poco, volvió con el extraño personaje.

Mientras Rosa sostenía a Blanca con suavidad y le repetía cariñosamente palabras de consuelo.

Cuando Blanca miró al médico que según Esther la iba a curar, se espantó terriblemente. El hombre se había cubierto con su vestimenta tradicional y la verdad estaba de espanto. Una enorme piel de venado, con todo y sus astas le cubrían buena parte de la espalda y la cabeza a guisa de capa, su rostro pintarrajeado de cal, tierra y barro rojo hacían resaltar sus espantosos ojos rojos y brillantes. La boca feamente torcida a un lado, sostenía una pipa de la que salía un humo pestilente. Traía consigo ramas y polvos, así como una vasija de barro con alguna infusión que inmediatamente se la aplicó a Blanca en el vientre.

La pobre gemía espantada y miraba a su hermana y a Esther aterrorizada, pero el ritual terminó más pronto de lo esperado y una vez acabado, el médico brujo se retiró de inmediato sin mediar ni una sola palabra.

– ¿Cómo te sientes hermanita? – preguntó enseguida Rosa
– Me siento muy rara – contestó temblorosa todavía
– Seguro que te curas – aseguró Esther – yo he visto a otras personas a las que ha curado y en verdad es un personaje muy extraño, pero efectivo –
– Me dio mucho miedo, en verdad, creí que me iba a comer –
– Ja, ja.. pues la verdad parecía un espantajo con tanta cosa que se puso encima
– Creo que más bien te cura de puro susto – comentó Rosa con una risita
– Ojala y pronto te compongas Blanca, la verdad es que debes sobreponerte y dar un poco más de ti para curarte – sugirió Esther
– ¿Quieres un poco de sopa? Está calientita todavía
– Si, me gustaría probarla, de pronto siento hambre, que extraño, también me siento un poco mejor
– Te dije…

Blanca se compuso bastante después de la visita del médico brujo y aunque no estaban demasiado felices encerradas en el cuartel, tampoco era tan terrible después de todo y como había mucho que limpiar y arreglar, ambas hermanas y Esther se mantenían felizmente ocupadas en las labores de limpieza.

A los pocos días de haber llegado al cuartel, llegó un mensajero de la ciudad con novedades. El Comendador estaba buscando frenéticamente a las princesas por todos lados. Había ido a la casa del General y no habiendo encontrado a nadie, salvo al amigo firmemente apertrechado en las minas como le habían ordenado, tampoco pudo sacarle ninguna información del paradero de las fugitivas.

Por supuesto que también había girado instrucciones para encontrar al General y a su esposa y ponerlos a resguardo en cuanto los encontraran, pero el General perfectamente enterado de las artimañas del Comendador, se había adelantado y había asegurado a su superior las causas de su proceder, junto con una larga misiva explicando la situación por la que estaban pasando las princesas.

Todos estaban a la expectativa, sabían que el Comendador y sus seguidores no tardarían en dar con el cuartel y atacar. Se estaban preparando para ello.

– ¿Cuándo consideras Gonzalo que seremos atacados? – preguntó Justino preocupado
– No debes anticiparte, primero lo primero – le contestó el General
– Yo sigo pensando en que debería adelantarme a España y conseguir las instrucciones del Rey cuanto antes –
– Me parece bien, pero ahora es peligroso salir a descampado y más aún con el Comendador y sus traidores persiguiéndonos, seguramente también a ti te estarán buscando y en cuanto te encuentren, no quiero ni pensarlo –
– Si, entiendo que ahora es peligroso, pero ¿no lo será más aún mañana, o después de mañana? ¿Cuánto tiempo tendremos que estar escondiéndonos?
– En eso también tienes razón, pero no lo sé amigo, sinceramente no puedo responderte a esto, pero te sugiero que lo pienses muy bien
– Debo intentarlo, eso es lo que creo

Y se alejó meditando seriamente. La oportunidad se irse a España se le escapaba de las manos y seguro no era por miedo por lo que se mantenía en el cuartel. Al mirar a Rosa sudando, con sus cabellos revueltos por la carrera y cargando trapos de limpieza, los ojos brillantes, la sonrisa plena, las mejillas encendidas y la satisfacción de la labor que estaba realizando, sintió una punzada al lado del corazón, supo entonces porqué no se había ido todavía.

Rosa se escabulló un momento de Esther, que la tenía azorada con mil quehaceres y logró encontrar un momento para descansar y sentándose o más bien arrojándose sobre un sillón, con gran satisfacción levantó sus cansadas piernas y reposó un momento. Justino estaba en la habitación y se acercó a ella.

– ¿Cansada?
– Si, ya, un poco, te diré. No sabía que divertido es todo esto, nunca lo había hecho, pero en verdad que me entretiene y me gusta –
– Serás una buena ama de casa
– ¿Tú crees?, siempre me han hecho todo y yo solo he tenido que dar órdenes. No sabes lo divertido que es hacer las cosas uno mismo
– Me lo imagino – contestó con un dejo de melancolía
– ¿Qué te pasa Justino? Te noto algo raro hoy
– Nada, lo que sucede es que … y se interrumpió un momento, no quería desbaratar el buen humor que tenía Rosa con su pesadumbre, pero Rosa insistió.
– En verdad que estás raro, quiero saber que te pasa ¿es algo que haya yo dicho o hecho?
– No, no.. para nada, lo que sucede es que estoy preocupado por ustedes
– ¿Por qué? Aquí estamos bien y parece que nada sucederá próximamente y yo estoy tranquila por Blanca ahora que ya está mucho mejor de salud.
– Eso es cierto, pero.. .bueno, sigo pensando en que debo ir a España a conseguir la autorización del Rey y sobre todo para detener al Comendador
– Pero, ¿por qué tienes que ir tú personalmente? ¿No puede ir otra persona?
– No, definitivamente, no cualquiera puede acercarse al Rey en persona y menos todavía solicitar su autorización. Como quiera yo tengo título nobiliario y el ser Vizconde de Manssur me da ese privilegio. Tú lo debes saber mejor que nadie.
– Si, eso es cierto Justino, pero si te marchas ¿Quién nos defenderá? Yo me moriría de tristeza si te vas
– ¿En verdad Rosa, es verdad esto que dices?
– Si Justino, es la verdad – y se ruborizó agachando la cabeza

Justino le levantó la cabeza tomándola de la barbilla, los ojos de Rosa lo decían todo y sin dudarlo, Justino se agachó besándola en la boca.

Pasaron algunas semanas. Justino y Rosa se veían a escondidas cada vez que podían alejarse de Blanca o de Esther y en su caso del General que también andaba por todos lados dando instrucciones.

Nadie habría notado nada especial en esta pareja, salvo Blanca que miraba con suspicacia a su hermana.

– ¿Qué tanto haces Rosa?, te estuve buscando y … ah, estás acá con Justino, otra vez, ¿se puede saber que tanto hacen los dos? – preguntó algo molesta
– Nada hermanita, nada – contestó Rosa riéndose
– ¿Cómo te sientes Blanca? – preguntó Justino poniéndose un poco nervioso, lo que no pasó desapercibido para Blanca
– Este, ya me siento mejor, gracias, Rosa te busca Esther, quiere que le lleves un balde con agua
– Esta bien, ya voy – contestó Rosa y mirando a Justino de una manera especial, se fue rápidamente
– ¿Se puede saber Justino que tanto platican ustedes dos? – preguntó Blanca mirándolo directamente
– Que te puedo decir, estamos platicando solamente – contestó Justino y trató de zafarse como mejor pudo de la mirada directa de Blanca
– Tengo que ir donde el General – contestó rápidamente – me dijo que fuera enseguida –
– Esta bien, pero no creas que no voy a vigilarlos – contestó Blanca fríamente

Dos días después Justino anunciaba su partida a España. Ya lo había decidido. El Comendador estaba cerca y el ataque era inminente, si se quedaba más tiempo el riesgo de que ya no pudiera partir sería definitivo y por donde lo vieran, era lo más adecuado para resolver el problema de una vez por todas.

Blanca aplaudió inmediatamente la decisión, pero Rosa palideció profundamente.

El General y Esther se quedaron mudos ante la determinación severa con la que Justino dio la noticia y no tuvieron remedio más que asentir.

Los preparativos para el viaje se arreglaron muy rápido, Justino solo llevaría lo indispensable y se iría acompañado por dos mensajeros y un escolta que lo apoyarían en caso necesario, para defenderlo hasta con su vida.

Justino se despidió de todos y apartando a Rosa, que estaba anegada en llanto, le pidió perdón por su partida y le prometió regresar lo más pronto posible con las noticias de España y seguramente con la resolución positiva a su petición. Los ojos de Rosa, siempre tan expresivos, no tuvieron reflejo en la mirada de Justino, quien ya determinado por su partida y con el carácter fuerte y firme que siempre lo había caracterizado, prefirió no mirarlos para no debilitarse ante su súplica silente.

Partió a toda prisa con rumbo al puerto de Veracruz. Las esperanzas de todos estaban puestas en él y sabía que debía apresurase cuanto antes.

El ataque del Comendador ya no se hizo esperar más. Este había llegado hasta el cuartel con más de doscientos hombres aliados y rodearon completamente el área. Las balas de las carabinas zumbaban por doquier, los hombres del General se defendían valientemente, repeliendo el ataque con todas sus fuerzas.

Cada que rebotaba una bala en el blando suelo del patio, se levantaba un polvillo de arena y el ruido era ensordecedor. Blanca y Rosa, acompañadas por Esther, ya estaban bien a resguardo en una de las habitaciones internas del almacén, en donde ya se había preparado un refugio infranqueable para la protección de las damas.

Los soldados del General se repartían las labores y en una primera instancia, el ataque del Comendador fue repelido completamente. El General se sintió satisfecho de sus hombres y así lo comentó cuando hubo un momento de respiro. Pero sabía que esto no se acabaría así, el Comendador seguramente atacaría de nuevo y con más fuerza.

En el segundo ataque, el Comendador iba ganando terreno. Los soldados del General ya agotados, iban cayendo los unos heridos, los otros muertos y muchos tratando de tapar los huecos que dejaban los caídos, desocupaban los espacios vitales que habían organizado para repeler la posible entrada de los enemigos.

El General viendo lo que pasaba ya no lo pensó más. Corrió hasta el almacén y abriendo las puertas pidió a las damas que se prepararan para una posible intromisión de los combatientes, en eso, una bala atravesó al General por la espalda y le salió por el pecho. Esther corrió a su lado gritando, era tarde, el General había muerto. Esther tomó la carabina que él traía consigo y presa de locura y del dolor, se lanzó al patio disparando también, pero fue abatida por uno de los soldados del Comendador y cayendo quedó junto a su marido.

Rosa y Blanca no podían creer lo que estaban viendo. Todo sucedió demasiado rápido. El Comendador entró casi enseguida después de la caída del General y aunque los pocos soldados que quedaban en pié hicieron lo posible por detener a los invasores, nada pudieron hacer ya.

El Comendador había ganado la batalla y ahora era dueño de la situación y de las dos princesas, que abrazadas miraban aterradas los destrozos y la muerte que en tan solo unos instantes, había terminado con todo lo que ellas habían tenido como seguro y peor aún, la muerte de sus benefactores que con tanto cariño las habían protegido durante tanto tiempo.

Ni siquiera el llanto podía consolarlas ahora. El Comendador las subió por la fuerza a un carruaje que ya estaba esperando y las condujo nuevamente a la ciudad de Puebla en donde la Señora María ya las estaba esperando.

– ¿Dónde está el joven Vizconde? – preguntó el Comendador
– No sabemos – contestó Rosa valientemente
– ¿Pero como es eso? ¿No estuvo con ustedes en el cuartel?
– No, señor, nunca lo vimos después de … –
– Después de qué! – rugió
– Después de salir de la casa del General, el se fue con rumbo desconocido – sostuvo Rosa
– Eso es mentira – gritó la Señora María, – estoy segura que él se fue con ellas, lo vieron los vecinos y eso fue lo que me dijeron –
– Pero como puede decirnos mentirosas – replicó Rosa, con el mentón levantado y los ojos brillando de furia
– Pablo, debes creerme a mí – gritó María fuera de sí

El Comendador miraba divertido a las dos mujeres. Para el no había nada más cómico que dos mujeres peleando, las dejó discutir a gritos un rato más y sabiendo que nada lograría de Rosa, agarró a su esposa por los hombros y sacándola a empellones, dejó a las dos hermanas solas en la habitación.

Por fin pudieron las dos hermanas sentir un poco de alivio, se abrazaron llorando y con mucho sentimiento ambas trataron de consolarse como mejor pudieron.

Nada podía ser más terrible ahora para ellas. Se habían quedado completamente solas a manos de su peor enemigo, que con toda seguridad acabaría con ellas en cualquier momento.

Rosa meditando le comentó a Blanca de pronto:

– Creo que ya sé porqué no nos han desaparecido hasta ahora, el Comendador necesita saber de Justino y mientras nosotras no le digamos nada y él no pueda averiguarlo por sus propios medios, tenemos una pequeña esperanza de conservar la vida
– ¿Tu crees?¿porqué necesita el Comendador saber de Justino?
– Es que mientras no sepa con seguridad donde está, su mayor temor es que Justino regrese a España y traiga la Fuerza Armada Española consigo y con eso él termine en el calabozo, ¿entiendes?
– Tengo tanto miedo Rosa –
– No temas hermanita, yo estoy todavía aquí contigo y mientras no nos separen, estaremos bien las dos –

Trataron de dormir un poco, pero las pesadillas aparecían continuamente. La batalla, los muertos, los gritos. Todo había sido demasiado espantoso y ninguna de las dos pudo conciliar el sueño.

A la mañana siguiente, el Comendador mandó a María a levantar a las muchachas y traerlas a la biblioteca, en donde pensó sería el lugar más adecuado para conseguir que cualquiera de ellas confesara donde estaba el Vizconde. Rosa tenía razón, el Comendador estaba intranquilo y se veía muy nervioso cuando entraron las muchachas al salón.

– Buenos días señoritas princesas – dijo con un tono de burla

Ninguna de las dos le contestó.

– Bueno, entiendo que no estén muy contentas por la forma en que las invité a mi casa, seguramente no hubieran aceptado si hubiera sido de otra forma ¿verdad?
– Por supuesto que no – contestó Blanca y Rosa le dio un ligero empellón para que se mantuviera callada
– Señoritas, necesito que me digan ahora mismo donde está el joven Vizconde, quiero saberlo ahora! –
– No lo sabrá por nosotras señor Comendador, lo que le dijimos es la verdad, no tenemos idea adonde está, ni con quien, ni que esté haciendo – contestó Rosa con fuerza y determinación
– Pues lo siento por ustedes – repelió el Comendador agresivamente – si no me quieren decir por la buena, tendrá que ser por la mala entonces, mientras se quedarán sin alimentos hasta que decida otra cosa

Y las despidió sumariamente con un gesto de grosería y altanería que ninguna de las dos princesas pudo soportar.

Acompañadas por la mísera María, retornaron a sus habitaciones sin alimento alguno, pero eso no les preocupó por ahora.

– ¿Qué podemos hacer Rosa? – gimió Blanca temblorosa
– Nada por ahora, más que rezar y pedir que Justino llegue pronto, si es que logró zarpar a España

Las dos se abrazaron y llorando juntas, se pusieron a orar.

Entretanto, Justino con gran pericia logró llegar al puerto de Veracruz, aunque tuvo que viajar a una velocidad inaudita y casi reventando sus caballos, llegaron al amanecer del día siguiente y sin ningún percance que lamentar.

El próximo barco partiría esa misma tarde con rumbo a España. Justino no podía creer su buena suerte, pero se alegró demasiado pronto. Un alto y desgarbado personaje se le acercó preguntando por sus datos y por sus documentos para el viaje. Era el contramaestre del barco y requería estos datos para poder admitirlo como pasajero a bordo.

Justino dudó antes de informar y de entregar sus documentos una corazonada le advirtió. Temía que esta persona estuviera coludida con el Comendador y si daba sus datos, podría estar en serio peligro.

Nada, tendría que arriesgarse si quería tomar este barco, particularmente porque el siguiente barco demoraría más de un mes en zarpar y sabía que debía apresurarse para volver y rescatar a las princesas. No dudaba de la valentía del General y de sus hombres, pero si de su capacidad para repeler una batalla contra el Comendador y sus hombres.

La suerte seguía de su lado, el hombre tomó los datos y revisó los documentos parsimoniosamente y con cuidado, pero sin mostrar ningún síntoma alarmante. Cuando finalmente se retiró dejando a Justino el billete en mano, este pudo respirar más tranquilo y con alegría se tomó el vaso de vino que tenía delante.

El viaje fue turbulento, con muchas y muy violentas tormentas. Grandes olas amenazaban con volcar el barco que se mecía temiblemente de un lado a otro. Los marineros se gritaban entre ellos cualquier clase de instrucciones y estas apenas se podían oír por el grave retumbar de las olas y el rugido interminable del viento, que azotaba toda la cubierta de lado a lado y de proa a popa.

Justino, quien siempre se había enorgullecido por su bravía, ahora estaba mareado, mojado y tembloroso y el sufrimiento lo acompañó durante las cuatro semanas que duró el viaje.

También pensaba mucho en las princesas, en Doña Esther y en el General, de cómo los había dejado y que estarían haciendo ahora y particularmente pensaba mucho en Rosa y sus maravillosos ojos mirándolo suplicante que no se marchara. No es que estuviera arrepentido de la decisión, él suponía que esto era lo mejor para ayudarlas, pero ahora ya no se sentía tan valiente.

Rosa se sentía mal y se veía pálida y ojerosa. Blanca lo atribuía a la falta de alimento y al forzoso encierro en que las tenían y a las pequeñas maldades que María les hacía cada vez que podía, molestándolas en todo momento, pero cuando Rosa se desvaneció de repente en la salita de estar, Blanca gritó asustada que la ayudaran.

El Comendador, temeroso de perder a una persona importante y que probablemente podría salvarlo si algo salía mal, mandó llamar al Médico de Cabecera enseguida.

El facultativo, después de revisar minuciosamente a Blanca dio su veredicto a Blanca, al Comendador y a María, que se encontraban con ella en ese momento.

– La Srita. Rosa está en estado interesante – sentenció muy serio
– ¿Qué? – preguntó el Comendador sin comprender la expresión
– ¿Está en estado de buena esperanza? – repitió mirando al Comendador dubitativo
– No entiendo – volvió a contestar el Comendador ya más molesto
– ¡Que está embarazada! – gritó María poniéndose colorada
– ¿Pero como? Si ella no… – comentó Blanca – Ah, ya entiendo…esos paseos con Justino!.. pensó en silencio y turbada por la sorpresa se dejó caer en una silla

Rosa se sorprendió también, aunque ya lo sospechaba y con una pequeña sonrisa se recostó en la cama.

– Deben cuidarla y alimentarla bien y de cuando en cuando debe dar paseos al aire libre para ventilarse – recomendó el Médico
– ¡Que terrible! – dijo María aún turbada por la noticia
– No nos conviene – replicó el Comendador – ¿o si?, puede ser un buen pasaporte en caso de peligro, para un canje, igual tenemos que esperar noticias del emisario que envié a Veracruz.

Blanca palideció. El Comendador seguía buscando a Justino hasta por debajo de las piedras y seguramente ya había sospechado de él y se su probable viaje a España.

– En fin – respondió finalmente el Comendador, – dejemos a estas damas – dijo con sarcasmo – dejemos que descansen y ya veremos que ser hará después, María, súbele un platón de frutas –

Cuando quedaron solas las hermanas, Blanca enseguida recriminó a Rosa:

– ¿Cómo pudiste? ¿Cómo pudieron? ¡Es espantoso! – gritó encolerizada
– Tranquila Blanca, tranquilízate por favor – respondió Rosa suavemente
– ¿Cómo quieres que me tranquilice? Estás viendo la terrible situación en la que estamos y me sales con un Domingo Siete –
– ¿No lo entiendes Blanca? Amo a Justino desde hace mucho tiempo y él me corresponde –
– Pero si es una gran irresponsabilidad de parte de ustedes –
– Me prometió casarse conmigo Blanca –
– Si sobrevivimos – respondió roncamente

Algunos de los tripulantes y de los pasajeros en el barco, comenzaron a dar síntomas de alguna enfermedad. Sufrían altas temperaturas y vómitos y el médico de abordo no se daba abasto con las sulfas y las infusiones.

Justino tampoco se salvó de enfermar y cuando llegaron finalmente al puerto Español, ni siquiera se dio cuenta de que lo bajaron en camilla. Estaba delirando. El contramaestre lo llevó enseguida con el Médico del puerto y este ya estaba preparándose para recibir a todos los enfermos.

Después de una exhaustiva revisión, determinó que Justino y los demás sufrían de un cuadro de pulmonía severa, causada seguramente por los fríos y la lluvia durante las tormentas en el viaje y decidió que todos debían permanecer en cuarentena hasta recuperarse.

Justino no quería quedarse ni un minuto más en la pequeña clínica y trató de zafarse para ir de inmediato a la capital y al palacio real, pero el médico no lo permitió y prácticamente lo amarró a la cama para que no se pudiera ir.

Aunque Justino estaba desesperado, no tuvo más remedio que quedarse y esperar tranquilamente. Transcurrirían diez días más antes de que el médico le permitiera salir al pequeño jardín a asolearse un poco y aún se sentía muy débil por la enfermedad y por el forzoso reposo, pero se las ingenió y logró, con mucho esfuerzo, escapar de la clínica y casi a rastras llegó a la capital.

Ya se estaba acercando la noche cuando arribó a las puertas de palacio y anunciándose, mostrando sus documentos pidió una audiencia urgente con el Rey de inmediato.

El joven Rey de España conocía bien a Justino y hasta eventualmente habían jugado juntos de niños en los parques que circundaban el palacio, por lo que le sorprendió pero a la vez le agradó volver a ver a su amigo y le permitió entrar a esas horas.

– Justino, amigo mío, que agradable volver a verte! – y abriendo los brazos con una amplia sonrisa, el Rey recibió a Justino, quien al ver la amable bienvenida, literalmente se abalanzó a los brazos de su amigo
– Rodrigo, querido amigo! – respondió agradecido
– Me alegra verte, pero estás hecho un espantajo, flaco y pálido, ¿Qué te pasó?
– Quisiera contarte, si me lo permites, pero no será una historia corta –
– Tenemos todo el tiempo que quieras mi amigo, mi esposa la Reina, ya está descansando en sus habitaciones y bueno, acá estamos solos en esta salita y seremos todo lo discreto requerido – contestó el Rey
– Si, necesitamos ser muy discretos amigo, mi aventura es terrible y puede ser peligrosa hasta para ti, amigo –
– Así parece, pues comienza a contarme que ya estoy muy interesado –

Justino no reparó en detalles y le comentó a su amigo todo lo referente a México, el terremoto, la conspiración y agresión del Comendador, en fin, le contó todo y aumentó con sus temores, su amor por Rosa y el riesgo que corría ella en este país.

El Rey lo escuchó interesado al principio, frunciendo el ceño después.

– Que terrible lo sucedido con los Virreyes, lo lamento de verdad, pero ¿Cómo es que no me han llegado noticias de este terrible acontecimiento? Alguien debió avisarme enseguida.
– El Comendador tiene todo controlado allá, se ha vuelto un hombre muy poderoso e influyente y muchos personajes importantes le tienen pavor
– Que mal está esto, debemos detenerlo y encerrarlo en el calabozo! – respondió furioso
– Rodrigo, yo lo único que te pido es que permitas que la Fuerza Armada de España me acompañe y cuanto antes podamos partir hacia México, mejor
– Claro que si Justino, en cuanto amanezca daré todas las instrucciones precisas y emitiré las cartas de autorización para ti y a los que designe para todos los cambios que se requieren –
– Eso es más que suficiente amigo –
– Es una pena que no pueda acompañarte personalmente, pero conoces mis obligaciones y no me es posible ir, pero ¿Por qué no preguntamos al Duque de Ruiz y Vivar si no puede él ir en mi lugar? Sabes que es un hombre muy valiente y además muy leal
– Si, conozco a Felipe y sé lo fuerte y valiente que es él, es una estupenda idea Rodrigo, le preguntaré hoy mismo
– ¿Cuándo quieres partir?
– Si fuera posible mañana mismo, me iría así de rápido, pero sé que no es posible organizar toda la Fuerza Armada tan rápido
– Ordenaré que se apresuren hasta lo más posible. Te acompañarán 200 buques de guerra con todos sus hombres y si se requieren más tu dime
– No, yo creo que incluso son demasiados, pero te lo agradezco infinitamente. Sé que el Comendador hará hasta lo imposible por defender su posición y seguramente ya se estará preparando para una guerra. Temo mucho por las princesas, pero si llegamos pronto tal vez tengamos una oportunidad de salvarlas
– Debes cuidarte Justino y también tratar de salvar a tu amada princesa, desde acá ya les estoy dando mis bendiciones para un feliz matrimonio.
– Muchas gracias Rodrigo, amigo mío, regresaré con las buenas nuevas en cuanto me sea posible
– No te preocupes amigo, sé que con el Duque Felipe y con tu ánimo saldrás victorioso de este trance y es suficiente que Felipe retorne con las novedades, tú debes quedarte en México y ocupar el honroso lugar que ya te he concedido en mis autorizaciones. El de Virrey de la Nueva España, tan pronto te cases con Rosa y espero que sepas conducir la nueva Patria de manera correcta
– Si Rodrigo, se hará como tu digas y cumpliré con mi nueva posición cuanto antes.

Justino salió satisfecho de la larga y provechosa entrevista con el Rey. De inmediato salió en busca del Duque de Ruiz y Vivar, para solicitar su ayuda, quien en cuanto supo de la aventura se alegró muchísimo y se aprestó de inmediato a apoyar a Justino en todo.

La Fuerza Armada de España, grandes y poderosos buques de guerra, perfectamente apertrechados con toda clase de armamento, desde cañones y bayonetas, lanzabalas y víveres, quedaron listos en dos semanas y tanto Justino como el Duque ya estaban más que dispuestos a partir con todo preparado para el viaje.

El Rey en persona revisó que todo estuviera en orden y despidió cariñosamente a sus amigos:

– No lo duden, si requieren más apoyo, manden de inmediato la goleta pequeña que es muy veloz y que podrá traer cuanto antes sus peticiones –
– Gracias Su Majestad – contestó el Duque, que no contaba con tanta confianza del Rey como Justino
– Gracias Rodrigo, te estoy eternamente agradecido por tu apoyo
– Felipe, retorne usted tan pronto haya terminado la gestión con sus novedades, quiero saber cuanto antes que pasó y le pido traigan al Comendador con vida para poder juzgarlo aquí
– Si Su Majestad, se hará como usted lo pide

Entretanto, el Comendador en México, ya había logrado averiguar por medio de sus indagaciones, que Justino había partido para España hacía un mes y medio o dos aproximadamente y por supuesto supo de inmediato a qué había ido.

– Seguramente ya le fue con sus historias al Rey – pensó – debo prepararme para una gran batalla, yo soy acá mucho más fuerte que el Rey de España, tengo más hombres y además tengo todo el dinero y el poder y no podrán doblegarme tan fácilmente, lucharé con todo –

Comenzó por reunir a toda su gente y a deliberar como organizarlos para una batalla fuerte y eficaz. La parte medular de la misma sería en la Ciudad de Puebla, en donde el se apostaría con la mayor parte de sus hombres y aprovechando las circunstancias de conocer el terreno mejor que nadie, cerraría el paso completamente a la Fuerza Armada y acabaría con sus enemigos.

El escenario se estaba completando, La Fuerza Armada de España estaba en camino a México, el Comendador ya había organizado a sus hombres y distribuido las instrucciones precisas de cómo complicarles el paso hasta la ciudad de Puebla y si lograban llegar, como atacar para derrotarlos.

Blanca y Rosa se enteraron de todo esto, gracias a los comentarios de su sirvienta, una pequeña india Otomí, curiosa y graciosa que pese a su juventud era vivaz e inteligente y con los oídos muy atentos a los rumores y gracias también a su locuacidad, logró averiguar mucho más de los chismes que cualquier otro medio.

Las hermanas se alegraron tremendamente al saber que Justino había logrado llegar a España y más aún cuando se enteraron que la Fuerza Armada de España estaba en camino y agarradas de las manos gritaban emocionadas:

– Qué alegría, que bueno! Blanca ¿ves? Te dije
– Si Rosa, si.. es una estupenda noticia y me alegro muchísimo, por fin algo bueno en todo esto
– ¿Cuándo crees que llegue? Estoy tan feliz
– No lo sé, calculo que en unas semanas más, pero no tengo idea
– Debemos ser discretas y que no se enteren ni María ni el Comendador que ya sabemos esto – dijo Rosa
– Si, tienes razón, si se enteran que ya sabemos puede ser peligroso, ¿qué crees que haga el Comendador ahora con nosotras? – preguntó Blanca
– Supongo que nos tendrá como As bajo la manga
– ¿Cómo es eso?
– Si, en caso de que todo le salga mal, seguramente nos canjeará a cambio de su libertad

La Fuerza Armada de España llegó al puerto de Veracruz y enseguida comenzó la batalla. Desde tierra, los hombres del Comendador ya lanzaban balas de cañón hacia los buques, pero éstos estando aún lejos a mar abierto, no los alcanzaban las balas. Repelieron con presteza usando los cañones de los buques frontales, mismos que eran por mucho, más poderosos de los que tenía el Comendador en tierra y alcanzaron con su violencia a acabar con las tropas en tierra.

Bajaron rápidamente todo el armamento y cuanto habían traído consigo. Justino y el Duque dirigirían una parte de la maniobra y los Generales y Comandantes con su experiencia, prepararían la estrategia a seguir.

Terminando de tomar el puerto y apresando a todos los hombres que el Comendador había apostado allí, se prepararon para partir hacia la ciudad de Puebla, en donde, gracias a la información obtenida de uno de los prisioneros, conocieron todo el plan del Comendador.

No sería fácil la toma de la ciudad, de acuerdo a los comentarios vertidos por el Comandante en Jefe, pero tampoco sería imposible. Lo peligroso era tratar de llegar a la gran mansión del Comendador sin arriesgar la vida de las princesas, porque seguramente ellas continuaban presas allí. A menos de que el Comendador las hubiera cambiado de sitio.

Justino no quería ni pensarlo, sería fatal si el Comendador las hubiera movido de la mansión. El tratar de localizarlas en medio de una gran batalla sería imposible y el peligro inminente de que las asesinaran era mayor si no se encontraban en la mansión.

El plan fraguado entre el Duque y Justino, era que mientras la Fuerza Armada mantenía a las tropas del Comendador ocupadas en defenderse, ellos irían con un grupo armado por aparte y tratarían de entrar discretamente a la mansión para rescatar a las princesas.

En esto estaban, cuando se les acercó un indio, quien humildemente pidió hablar con Justino, traía un mensaje, según dijo:

– Quiero hablar con el joven Vizconde Justino – dijo a uno de los vigilantes
titubeando, porque no sabía bien hablar español
– ¿Quién te manda?
– Una de las señoritas encerradas, la más pálida de ellas – comentó
– Pero ¿Cómo es que te manda?
– Necesito decirle al joven de este nombre un recado que me han dado por medio de mi hermanita que les sirve –
– Mira, no te creo amigo, mejor márchate
– No puedo irme sin dejar el mensaje – protestó terminantemente
– ¿Qué sucede? – preguntó un Sargento a su soldado
– Este hombre que quiere entrevistar al Vizconde, ¿puede usted creerlo? Dice que le trae un mensaje de una de las señoritas
– Puedes darme el mensaje a mi – contestó el Sargento
– No señor, – dijo el indio, si no es al joven de ese nombre, no diré nada, me lo pidió así la señorita
– ¡pero que terco eres! – gritó el soldado y estaba a punto de soltarle un empellón al pobre indio, pero el sargento lo detuvo.
– Puede ser cierto lo que dice, debemos comentárselo al Vizconde, a ver si quiere verlo

Justino, al enterarse de esto y conociendo a este gente tan maravillosa, se acercó de inmediato al indio y lo escuchó atentamente. El mensaje era corto pero claro. Las princesas estaban bien, se encontraban en la mansión, al cuidado de la Sra. María, quien las vigilaba constantemente. Estaban en la parte más alejada de las habitaciones superiores de la mansión.

Con esta información, Justino y el Duque pudieron determinar su estrategia y confirmaron inmediatamente sus acciones.

Llegaron a la ciudad de Puebla. La Fuerza estaba amartillando a los soldados del Comendador desde todos lados, afuera y dentro de la misma. Lograron sin mucho esfuerzo, abrir un boquete del lado norte de la barda que rodeaba la mansión, por donde Justino y el Duque se deslizaron fácilmente.

El Comendador no podía creerlo, sus hombres caían por todos lados y la Fuerza Armada les estaba dando una tremenda paliza. Mandó, como mejor pudo, a varios emisarios para que de los otros pueblos lo apoyaran, pero los caciques de estos pueblos, conociendo al malvado Comendador, no quisieron apoyarlo a pesar de las poderosas amenazas que el había incluido en sus misivas.

Sabiéndose perdido, corrió hacia la habitación en donde tenía presas a las princesas, pero antes de llegar se topó de frente con Justino, quien de inmediato sacó su espada y lo sorprendió con una feroz estocada.

El Duque, conociendo que Justino era un poderoso espadachín, dejó a los combatientes en lo que él se enfrentaba a varios vigilantes para poder llegar a la habitación de las princesas.

Mientras tanto, la terrible lucha entre Justino y el Comendador estaba en su punto más candente. Sin mediar palabras inútiles y con solo la fuerza que cada uno tenía, la lucha era cuerpo a cuerpo. Las espadas brillaban siniestramente a la luz que tenuemente se colaba por los ventanales cubiertos de grandes cortinas de terciopelo y que por las prisas, no habían podido cerrar completamente. A cada choque de las hojas, las chispas que se desprendían hacían arder la mirada de ambos combatientes. Sin embargo, la furia de Justino era por mucho mayor al pavor del Comendador por salvar su vida, y en un descuido involuntario, Justino alcanzó con gran precisión el brazo derecho, a la altura del hombro del Comendador quien lanzó un terrible rugido y cayó al suelo. Justino estaba listo a rematarlo, pero se contuvo recordando la voz de su Rey pidiéndole que lo devolvieran vivo a España, para que allá fuera juzgado. Le costó mucho trabajo contenerse, pero lo hizo. Levantó al Comendador y apretándole con un fuerte nudo el brazo, lo dejó sentado lívido y tembloroso sobre una de sus propias sillas.

El Duque ya había llegado a las habitaciones superiores y se enfrentó con mucha valentía a los hombres allí apostados para defender la entrada. Logró con mucho esfuerzo vencerlos a todos y al abrir la puerta de la última habitación, en donde esperaba encontrar a las princesas, vio una terrible escena. María tenía a Rosa fuertemente agarrada del cabello y de rodillas, un cuchillo brillaba en su mano y lo tenía recargado en el cuello de su víctima y Blanca, aterrada, gimoteando en el otro rincón de la habitación detrás de una silla.

María gritó con furia:

– Aléjese o la mato! –
– Tranquila señora, por favor, no haga nada – le contestó el Duque
– Debe alejarse ahora mismo y cerrar la puerta, la mato, en serio! – repitió y abriendo mucho los ojos, amenazó acercando aún más el cuchillo al cuello de Rosa
– Si señora, me voy ya, usted espere – y el Duque dio unos cortos pasos hacia atrás, fingiendo que se le atoraba el pie en la alfombra, cayó al suelo estrepitosamente

Blanca, aprovechando que María estaba distraída mirando al Duque caer al suelo y no volteaba a verla, tomó la silla que la estaba protegiendo y con un grito espantoso se aventó sobre María dándole con la silla en la espalda y la cabeza.

La silla se rompió en mil astillas y María quedó suspendida un momento mirando a lo lejos, soltó el cuchillo que amenazaba a Rosa y se derrumbó en un montón de trapos.

– ¡Rosa! ¿estás bien? – gritó aterrada Blanca
– Si, Blanca estoy bien, que valiente acción la tuya hermanita, ¿Quién lo hubiera pensado?

El Duque miraba a Blanca con admiración y asintiendo, comentó:

– Y si Señorita Blanca, un acto muy valeroso el de usted, si no hubiera usted atacado a esta señora con la silla, seguramente hubiera lastimado a su hermana
– ¿Y usted quien es? Preguntó Blanca sorprendida
– ¿No lo recuerdas Blanca? Es el Duque, Don Felipe Ruiz y Vivar, yo lo recuerdo muy bien – contestó Rosa con una linda sonrisa
– Que bien que usted me recuerde Señorita Rosa, yo las recuerdo a ambas, claro, mucho más jóvenes que ahora, pero definitivamente no tan bellas – dijo mirando a Blanca nuevamente

En ese instante entró Justino, despeinado, jadeante y sudoroso y Rosa la verlo, se lanzó de inmediato a sus brazos llorando.

Justino la abrazó tiernamente y después de unos cortos instantes notó la pancita de Rosa, se sorprendió enormemente y con grandes carcajadas los dos volvieron a abrazarse efusivamente.

Todo había terminado bien. El Comendador, fuertemente atado y con un amplio vendaje cubriéndole la herida que Justino le había hecho, estaba listo para ser transportado en carroza al puerto.

El Duque, por instrucciones precisas del Rey, reunió a todos los personajes de mayor relevancia en la Nueva España y les anunció el Virreinato de Justino y de la nueva Virreina Rosa de Gallard, a quienes ya había casado el Obispo de la ciudad capital.

Cuando estaba a punto de partir, Blanca le anunció a Rosa su decisión de regresar a España. No quería dejar a su hermana en México, pero el deseo de ver a sus antiguas amigas y de retornar a lo que ella prefería, a la seguridad del antiguo hogar de sus padres, pudo más que el cariño a su hermana y con mil lágrimas en los ojos, le pidió perdón y le rogó la dejara ir.

Rosa, feliz en su nuevo matrimonio, no tenía ningún inconveniente de que su hermana retornara a la gran casona en España. El Duque se ofreció inmediatamente a escoltarla y Rosa y Justino solo atinaron a reírse en complicidad. Era imposible dejar de notar que el Duque estaba seriamente interesado en Blanca y que ella lo miraba con curiosidad y cortesía, pero también con incierto interés y Rosa, conociendo bien a su hermana, sabía que podría existir algún enlace interesante en esta pareja.

Las fiestas se sucedieron una tras otra, con el nacimiento de la pequeña princesita Mexicana, la alegría retornó a todos los hogares en la ciudad de Puebla de Los Angeles. El Comendador había sido juzgado en España y condenado al calabozo perdiendo todos sus bienes y heredades y en donde murió algunos años después. María, regresó también a España y debido a su complicidad con su marido, debió en castigo preparar y servir los alimentos a todos los mendigos de la ciudad, de por vida.

El Duque Felipe Ruiz y Vivar se casó con la Señorita Blanca y juntos habitaron la gran casona, pero de cuando en cuando iban a México a visitar a los Virreyes, quienes vivieron felices por muchos, muchos años.

FIN