LA REPRESA
– ¿Y cuando las recoges todas, todas, todas, se acaban y ya no hay más?
– No, siempre habrá más.
-¿Qué sucedería si se acabaran?
– No se van a acabar, creé en eso y ten confianza
– Yo no quiero que se acaben
– No se acabarán…
Esta linda tarde y un hermoso paseo por el campo les habían abierto el apetito. Ya no era tan temprano, así que mejor se acomodaron bajo un hermoso árbol y se dispusieron a comer unas pocas fresas de las muchas que recolectaron.
Un rato más tarde, la suave brisa les recordó que ya era hora de volver a casa. Una tormenta amenazaba allá a lo lejos y los pájaros ya estaban volviendo a sus nidos y con sus trinos y cantos les informaban de la llegada del crepúsculo.
Apresuraron los pasos y antes de darse cuenta, pudieron ver la cabañita con sus pequeñas luces encendidas. Los farolitos de aceite afuera en el pórtico, ya estaban llenos de palomillas y de mosquitos que buscaban la luz y el calor. La madre estaba poniendo la mesa para la cena y el rico olor del hogar los invitó a entrar en cuanto abrieron la puerta.
Le entregaron las canastitas a la madre y corrieron más que caminaron a lavarse las manos y prepararse para la cena. Todavía faltaba el padre y uno de los hermanos mayores, pero los demás estaban sentados a la mesa haciendo mucho ruido con sus pláticas y risas.
La madre no dejaba de darles instrucciones:
-Siéntate bien, no apoyes los codos en la mesa, no hagas tanto ruido con la cuchara, deja de golpear los platos, no hables cuando tomas agua te vas a ahogar, mira, ya tiraste la sal…
Cuando finalmente llegó el padre, con el ceño fruncido y sus oscuros ojos llenos de preocupación, se quedaron todos callados. El hermano mayor se sentó silenciosamente y bajó la cabeza. La madre salió apresurada de la cocina y se les quedó mirando.
– La tormenta viene muy aprisa. Lloverá a cántaros y no es eso solamente lo que me preocupa. Es la presa.
– ¿Sigue creciendo el agua?
– Si, seguramente romperá la grieta y todo el valle se inundará. Yo ya lo había dicho, pero nadie me hace caso.
– ¿Crees que el agua nos alcance hasta acá?
– No lo sé
La mirada de la madre se transformó también y en su rostro la misma preocupación del padre se marcó. Ambos se sentaron a la mesa y pensando profundamente, se dispusieron a cenar. Nadie hacía ni el más pequeño ruido.
Esa noche durmieron todos juntos en la gran cama, el padre los ató a todos con un largo lazo entretejido que había preparado hacía mucho tiempo atrás. Les había dicho que así era mejor. Si se salvaba uno, se salvaban todos.
Comenzó a llover cerca de la medianoche y era una estupenda tormenta. Los rayos no paraban y el viento aullaba por momentos. De cuando en cuando la luz de la luna asomaba entre una nube negra y el relámpago mostraba toda su fuerza. El ruido era ensordecedor y a todos se les pusieron los pelos de punta.
El padre decidió de pronto, que tenía que ir a ver que pasaba en la presa. La lluvia no paraba y cada vez caía con más fuerza.
La madre condujo a todos al cuarto pequeño donde estaba la cocina. Allí les dijo que lo mejor era permanecer en la casa hasta que volviera el padre y rezar por que todo estuviera bien.
El padre salió a toda prisa y prometió volver lo más pronto posible. Se llevó consigo al hermano mayor y al segundo, también lo acompañaría la hermana en su caballo. La idea era revisar la presa y en caso de peligro, correr cada uno en diferentes direcciones dando la alarma, avisando y tratando de salvar lo más posible. Todo el valle estaba en riesgo y el lo sabía.
– ¿Cuándo llueve tanto, se moja también el mar?
– El mar ya está mojado
-¿Pero, se llena con más agua?
– El mar ya está lleno
– Pero ¿adónde se va toda el agua de la lluvia?
La madre miraba preocupada hacia la puerta. Ya hacía un buen rato que se había ido el padre y no regresaba con noticias. La lluvia seguía cayendo y hasta el estanque de los patos ya había rebasado los límites. Seguramente habría problemas en la presa.
Poco rato después apareció la hermana. Efectivamente, había muchos problemas. El padre al ver la gravedad corrió hacia el pueblo y los dos hermanos siguieron tras él a toda velocidad. La hermana regresó a la casa para apresurar a la madre y a todos los hermanos a salir de la casa y subir a lo más alto posible de la montaña. La presa no tardaría en romperse y el agua destrozaría no solo al pueblo enclavado en el valle sino a todo lo que estuviera a su paso.
En pocos instantes la hermana puso a la madre al tanto de la situación. Los vistieron a todos a gran velocidad y los mayores cargaron con los más pequeños y tanto la madre como la hermana juntaron todo lo que pudieron en unas sábanas y salieron a toda prisa montaña arriba.
No habían avanzado demasiado cuando un enorme escándalo proveniente del otro lado de la montaña, les confirmó sus temores. La presa se había quebrado y el agua estaba bajando en forma de ríos caudalosos.
La madre ya había previsto esto y los enfiló a todos por el lado contrario a la presa. Subieron aprisa hasta una pequeña cueva que ella conocía y allí se instalaron. Se sentían seguros y la madre arrullando al bebé con suaves canciones, los tranquilizó a todos y no tardaron en quedarse dormidos.
La hermana no estaba en la cueva a la mañana siguiente y todavía estaba lloviendo aunque ya con tanta fuerza como la noche anterior. La madre preparó con lo poco que pudo traer consigo un desayuno para todos. La fogata que encendieron desde la noche anterior ya quería un par de ramas más para continuar ardiendo, así que la madre levantó a los gemelos y los instruyó para ir por los troncos y las ramas que requería, también preparó un poco de café y suavemente los fue levantando a todos.
-¿Cuándo sale el sol, es un sol nuevo, o es el mismo de ayer?
– Claro que es el mismo de ayer.
– ¿Entonces porqué se muere todos los días y aparece otra vez en las mañanas?
– Porque así es como Dios hizo el día y la noche
La hermana llegó poco antes del mediodía y junto con ella estaban los dos hermanos mayores. Todos buscaron con la mirada al padre, pero el no venía con ellos. La madre los apartó un poco y habló con ellos. Las lágrimas de la hermana y la preocupación en los rostros de los dos hermanos, dijeron más que mil palabras. Algo terrible había sucedido la noche anterior.
La madre enseguida instruyó a la hermana mayor con todo lo requerido para cuidar a sus hermanos y solicitó a los mayores que descansaran y se recuperaran, porque los iba a necesitar después seguramente. Salió sola montaña abajo a buscar a su marido y a ver en que podía ella socorrer a los necesitados.
Fue terrible ver el drama. Todo el pueblo estaba sumido en la desesperación. El lodo, el agua, las grandes vías de troncos y piedras enormes habían destrozado todo. Las madres lloraban por sus hijos perdidos, los esposos a sus esposas, los hermanos a sus padres. No había quedado prácticamente nada en pie. A la madre se le partió el corazón de ver a sus queridos amigos y vecinos en tal desolación.
Cuando finalmente la madre encontró al padre, lo vio cansadísimo, rendido bajo un árbol sosteniendo al buen párroco anciano que junto a él lloraba silenciosamente. La madre no dijo nada, solo sostuvo su mano y lo miró con todo el amor que se sentían.
Ambos acercaron a todos los vecinos sobrevivientes y los instaron a serenarse. Escucharon sus historias y sus tragedias calmadamente y los consolaron como mejor pudieron.
-¿Cuando se rompe un corazón, se puede componer con un emplasto?
– No, solo con mucho amor
– ¿Y cuando no conoces a esa persona, le puedes dar tanto amor?
– Si tiene su corazón roto, si
En la terrible noche de la presa, como la llamaron todos, solo se salvaron aquellos que confiaron en el padre y en su sabiduría.
El Ingeniero que había revisado la presa unas pocas semanas antes y que dijo que estaba en perfectas condiciones, ni siquiera se apareció. Los dueños de la hidráulica, perecieron bajo los escombros de su casa, justo al paso de uno de los brazos de agua que hizo la presa. El tesorero y el alguacil también desaparecieron bajo las aguas junto con sus familias.
Cuando los muchachos bajaron corriendo, avisando a todos del peligro y alertando a los vecinos, solo los más humildes les hicieron caso y de inmediato se salieron de sus casas y corrieron al monte. Los más se rieron de ellos y no podían creerles, era impensable que la presa se pudiera romper y menos aún cuando un Ingeniero ya les había dicho que todo estaba bien. ¿Quién iba a confiar en lo que decían los ignorantes montañeses?
Pero el padre lo supo mucho antes y ya les había alertado. El en sus diferentes viajes al monte, pasaba seguido por la presa y ya había visto las grietas y como el agua comenzaba a filtrarse por ellas. El había hablado también con el Ingeniero y este le dijo que eso era normal. Pero el padre no le creyó y veía que las grietas se iban abriendo día a día y como el agua se filtraba cada vez más, se fue alarmando y cuando habló frente al pueblo en la plática del domingo en la plaza, todos se rieron de él y lo tacharon de ignorante y de nervioso.
Ahora las cosas eran difíciles y dolorosas. Con mucha pena y dolor reconocían la verdad del padre y de sus muchas advertencias. Finalmente tuvieron que reconstruir sus vidas sobre las ruinas de su propia soberbia.
Cuando el padre y la madre volvieron a la cueva con sus hijos, los abrazaron y la más pequeña dijo para sorpresa de todos:
– Esta vez no voy a preguntar nada, yo digo que Dios protege a los humildes de corazón y los renueva cada día.
FIN