LA LOCA

bora bora

Es materia vida
Seré moral e inmoral
Así la muerte será
Sólo un juego de niños
Algo ha pasado pero
Nada has hecho
Es una fuerza poderosa
Sólo vive por un modelo
Modelo de paraíso
Y todo se ve distinto
Si no entiendes nada
Y cuán sutil es la vida
Si preparas todo tu destino
Te irás arrinconando en una esquina
Yo voy a recorrer la vida
Y hasta mañana seré oscura
Al despertar seré favorecida
Trasferencia a la transparencia
Intrincado laberinto de risas
De la libertad en proyecto

LA LOCA

CAPITULO 1. CECI

Cuando regresaron del hospital con Ceci desfallecida en brazos, todo era llanto y desolación, la mamá desesperada, casi gritando de dolor y el papá sumido en una terrible angustia que se asomaba a sus ojos claros ya anegados en llanto, Carla, la hermana adolescente, dando patadas y gruñendo enfurecida, tirando todo lo que estuviera a su paso y entre más ruido hiciera, mejor.

Tal era la angustia que todo el ambiente se derrumbó enseguida y la casa se enfrió lóbregamente, entristecida también por la tragedia familiar.

Ceci yacía muy débil y más pálida que las sábanas que la cubrían en su enorme cama. Los médicos habían dado su sentencia, estaba desahuciada, leucemia en fase terminal y es por ello que la habían mandado a casa, con algunos medicamentos una gran maraña de cables y aparatos, tubos y tambos, pero nada más, ningún consuelo o frase de esperanza.

La familia vivía en lo alto en un pequeño pueblito donde todos se conocían. El padre era el dueño de la única tienda de abarrotes y la madre era costurera y de cuando en cuando cocía trajes y vestidos a los vecinos. No eran precisamente acaudalados, pero vivían cómodamente en su pequeña pero bien cuidada casita. No había bardas, como sucede en todos los pueblos, por lo que su jardín se extendía hasta más allá del bosquecillo cercano. Tenían dos perros y algunos gatos, pajaritos en sus jaulas y muchas, muchas plantas de ornato. La casita, al igual que varias más, estaba pintada de blanco con cal y resplandecía en las mañanas por el rocío.

Tenían solo a sus dos hijas que eran su adoración, Ceci, la más pequeña de 11 años y Carla, la mayor de 16 años, ambas inteligentes y muy bellas.

Pero ahora, después de recibir la fatídica noticia, los vecinos que de alguna forma se enteraron (ya que en estos lugares no hace falta el teléfono) se dejaron caer poco a poco, para ver de qué manera podían ayudar o por lo menos enterarse de más noticias. Algunos hasta traían víveres y cobijas, para apoyar con materiales a la familia y las mujeres abrazaban a la mamá y los hombres apoyaban al papá con frases de aliento.

Pero nada parecía poder consolarlos, Ceci, el ángel de la casa, se iba irremediablemente y no se podía hacer nada ya por ella.

CAPITULO 2. LA LOCA

Es conocido que en todos los pueblos existe una persona diferente, extraña, rara. A veces es un ermitaño, a veces un vagabundo, en otras un brujo. Pues en este pueblito existía una mujer ya anciana, que era todo eso, ermitaña, vagabunda y bruja, de acuerdo a la opinión de los habitantes, siempre vestida de harapos desgarrados y sucios y su larga cabellera blanca por las canas, perpetuamente enredada, pero de ojos vivos y atentos, que miraban a su alrededor, nerviosos, brincaban a cualquier movimiento, claros pero distraídos, mirando a lo lejos, como miran las personas que han perdido la cordura.

Vivía en una cueva arriba en la montaña y hasta donde sabían, su única compañía era un grupo de gatos, muchos, que la acompañaban. Solía gesticular y mover los brazos todo el tiempo. Era muy hábil en enredar y desenredar nudos. Las mejores redes las había hecho ella con sus manos y eran prácticamente perfectas, recias y poderosas. Los pescadores de varios de los pueblitos aledaños las compraban con mucha confianza. También le daba por tejer hermosos suéteres y bufandas de alegres colores y cuando bajaba al pueblo, vendía con creces el producto de su trabajo, compraba más materiales y se regresaba a su cueva por largos periodos y hablaba muy poco, casi con nadie, ni saludaba a nadie tampoco, salvo para realizar sus negocios y sus ventas y cuando hablaba, lo hacía despacio con un acento extraño, como si le costara trabajo hablar.

La gente a veces murmuraba algunas barbaridades de la mujer, que si era una prófuga que se estaba escondiendo de la ley, que si era una bruja que con maleficios mantenía y alimentaba a los demonios, pero la mayoría la conocían como La Loca sin más, por su costumbre de gesticular y de mover los brazos y las manos como si estuviera perpetuamente amarrando o desamarrando un hilo interminable.

Nadie conocía su verdadero nombre y llevaba muchísimos años viviendo así. Llegó un tiempo en que ni siquiera le hacían caso, se habían acostumbrado a verla de cuando en cuando deambulado por el pueblo y la dejaban tranquila, hacer sus negocios en paz.

CAPITULO 3. DESATANDO NUDOS

En cuanto ya estaba la familia poco a poco estableciéndose en su casa y tratando de recuperar un poco de paz, Ceci durmiendo en su cama, la mamá a su lado tomándole la mano llorando suavemente con una de sus amigas a su lado reconfortándola, Carla en su cuarto pateando todo y el papá, rodeado de amigos que trataban de darle aliento, se escuchó de pronto un ruidito extraño, como de un gatito ronroneando. Voltearon a su vez y vieron al espantajo más feo que se pudiera uno imaginar, era la loca que estaba arañando suavemente la puerta como pidiendo permiso para entrar.

– ¿Puedo ver a la niña? – preguntó ella tímidamente
– Señora, nosotros, bueno.. no sé – contestó el papá sin saber que decir – pase – contestó desfallecido
– Pase pues – contestó una de las amigas y acercándose a ella, la tomó con firmeza del brazo y casi la arrastró a donde se encontraba la niña
– Pero si es una princesita – dijo la loca, mirándola atentamente. De inmediato se puso a gesticular, como era su costumbre y encima de la niña, sin tocar nada, se puso como a desenredar y a jalar hilos imaginarios, con fuerza y con mucho entusiasmo.
– La mamá solo la miraba y los hombres sonreían de lado, discretamente. Pero la loca no dejaba de gesticular y de moverse. Cuando de pronto, Ceci abrió sus ojitos y la miró con sorpresa.
– ¿Qué haces? – le preguntó suavemente,
– Te estoy desenredando todo lo que tienes encima, ¿no sientes que te aprieta?, ¿dónde sientes que te aprieta más? –
– Ceci señaló con timidez cerca de su vientre y sus piernas, allí, la loca se puso a trabajar, por así decirlo, con más ahínco.
– ¿Sientes cómo te voy desatando? – preguntó y Ceci afirmó con la cabeza, – a ver, ¿ya puedes mover tus piernitas? – preguntó y Ceci, haciendo un poco de esfuerzo, logró mover sus piernas, ¿qué tal los brazos? ¿ya los puedes mover libremente? – volvió a preguntar y Ceci, sacando sus bracitos de las cobijas, los movió como alitas
– Qué bueno, ya veo que si te estoy desamarrando niña, sigamos, donde más sientes que te aprieta – aquí – contestó la pequeña y la loca siguió y siguió moviéndose alrededor de la cama, sin tocarla, pero desatándola de alguna forma. La niña poco a poco se fue levantando hasta quedar sentada en su cama. La loca le pidió que ella continuara desamarrando los nudos imaginarios, y acercándose a la mamá le pidió hablar un momento con ella y con el papá a solas.

Los tres salieron del cuarto de Ceci y se fueron a una salita, donde la loca, mirándolos fijamente a los ojos les preguntó:

– ¿Quieren conservar a Ceci, quieren que la niña regrese y se quede con ustedes un tiempo más? – se los preguntó de tal forma y tan directa que los papás la miraron espantados. – Claro que sí señora, claro que queremos recuperar a Ceci, que no muera, pero los médicos…- contestó la mamá.
– Los médicos saben de medicina, pero no saben nada de vivir y de la vida de los demás, salvo de la propia – contestó la loca, – si pueden confiar un poco en mí, puede ser que yo ayude más que los médicos, aunque también puede ser que solo sea una idea imaginaria mía y no sirva de nada lo que yo haga – les contestó.

El papá enseguida y tomándola de las manos le rogó, – haga lo que pueda señora, por nuestra pequeña, lo que sea – desesperado.
– Si en verdad desean un poco de mi ayuda, basta con que tengan fe , considerando que la fe mueve montañas, pero es la imaginación la madre creadora de esta poderosa capacidad humana y que me dejen estar con Ceci, ustedes pueden estar con nosotras también y ver todo el tiempo lo que yo hago, no interferiré con los medicamentos que le han recetado, ni con nada que a ustedes les parezca lo correcto y si en algo puedo parecer peligrosa, basta con que me lo digan y me retiro de inmediato, pero verán que soy inofensiva – les aseguró

La mamá enseguida la abrazó con cariño y le rogó igual que el padre, que hiciera lo que pudiera.

– Solo les pediría un favor muy grande e importante, no voy a cobrarles ningún dinero por esto, solo quiero que guarden silencio y que no murmuren, aunque les parezca raro lo que hago, es algo sano y limpio, sin sutilezas ni escondrijos de ninguna clase. Pero es muy importante que cuando esté con Ceci, ustedes no digan ninguna sola palabra, ningún ruido, nada que nos interrumpa, porque yo no puedo ayudar a Ceci si ustedes interrumpen. ¿Podrán hacer eso, podrán entender que no se debe interrumpir cuando estoy hablando con Ceci? Ustedes escucharán, nos acompañarán en todo momento a todas partes a dónde iremos, pero les vuelvo a pedir que no interfieran, ni me interrumpan – sentenció esto con mucha vehemencia y mirándolos directamente a los ojos, los dejó helados y sin saber que decir, salvo asentir con la cabeza.
– Bueno, entonces regreso con Ceci ahora y estaré con ella por largos periodos, no teman, todo estará muy bien –

Cuando la loca regresó con Ceci, estaba ya estaba bien sentada en la cama y con los ojitos bien abiertos. – Me quité todos los nudos – dijo sonriendo.
– Así parece mi niña, así parece, pero acá veo otros más, son pequeños pero si no los quitamos, crecen hasta hacerse enormes
– Sí, es cierto – contestó Ceci, eso lo he visto con mi cabello, cualquier nudito pequeño, si no los deshago, luego se hace más grande.
– Exactamente, exactamente! – contestó la loca

– A ver, quiero que en lo que quito estos nuditos vayamos cantando una cancioncita, tú la conoces, seguramente – y juntas se pusieron a cantar y a seguir desenredando los nudos que solo ellas veían y así pasaron buena parte de la tarde.

Cuando Ceci finalmente se durmió, se le veía más tranquila y una pequeña sonrisa acompañaba a su lívido rostro. La mamá estaba sorprendida.

– Ceci tenía muchos dolores que no le permitían dormir bien – confirmó
– Hace mucho tiempo que no la veía tan tranquila – reafirmó el papá. – ¿Qué fue lo que hizo?
– Como dije, contestó la loca, me puse a quitarle una larga serie de feos nudos que tenía y que la estaban ahogando. Ahora ya está libre de estos y puede moverse más tranquila y ahora dormirá bien. Vengo mañana temprano.

La loca salió rápidamente de la casa y se dirigió al bosque, con rumbo desconocido. Los papás y los vecinos que se habían quedado, comenzaron a comentar lo que habían visto y alguno mencionó de pronto que no era buena idea que la loca estuviera tan cerca de la niña, nadie sabía de lo que esta vieja era capaz, pero la mamá y el papá simultáneamente recordaron la promesa de no murmurar y le contestaron, que no habiendo más esperanzas, ella había traído de alguna forma un poco de paz y de tranquilidad a Ceci y eso era mucho más que lo que los médicos les habían dado hasta ese momento.

Los vecinos se retiraron y la mamá se acomodó cerca de la cabecera de Ceci, el papá sacó un rato a los perros a pasear y todo parecía de alguna forma regresar a la normalidad.

CAPITULO 4. EL PRIMER PASO – LOS ANGELES

La mamá ya estaba preparando el desayuno y el papá se preparaba para ir a la tienda a trabajar, Carla también ya se había levantado y estaba con Ceci, cuando se escuchó el extraño rasguño con el que la loca se hacía notar, para pedir permiso para entrar. La mamá sonrió enseguida y la invitó a pasar ofreciéndole algo para desayunar, cosa que la loca denegó enseguida y se apresuró a ver a Ceci.

Ceci le sonrió enseguida y la saludó con cariño, la loca luego, luego se puso a desenredar otra vez.

– Veo que ya hay bastantes menos nudos, ¿cómo te sientes? –
– Un poquito mejor, pero me duele la cabeza –
– A ver, a ver, – se acercó la loca y sin tocarla, solo anteponiendo la palma de la mano sobre la cabeza de Ceci, frotó como si la estuviera sobando y la niña sonriendo, le contestó,
– Sí, esto se siente rico, ya no me duele – confesó y la loca dejó escapar una risa cascada –

– ¿Crees que puedes levantarte un poco? – le preguntó, – mira, allá afuera tengo un transporte para ti – le dijo señalando hacia afuera de la casa, en donde se podía ver una silla de ruedas normal, pero preciosamente adornada con muchas flores y moños de listones multicolores.
– Qué bonito – dijo Ceci, – está muy linda esa silla, ¿es para mí?
– Sí, es para ti y para que podamos salir un ratito a pasear por aquí cerca, si nos permite tu mamá – dijo mirando a la mamá que sorprendida por el brillo en los ojitos de Ceci, no pudo negarse y le pidió a Carla que las acompañara.
– Yo no voy – contestó Carla empecinada y poniendo cara avinagrada, – no quiero salir ahora, quiero quedarme en mi cuarto y hacer alguna tarea antes de que se me acaben las vacaciones – dijo con un áspero gruñido.
– La tarea – dijo la loca, – invento endemoniado de los maestros, para fastidiar los buenos ratos que puede uno pasar y como si fuera poco, la tarea me suena como para tarados – Carla no pudo evitarlo y soltó una carcajada, la sinceridad de la loca le gustó y mirándola con un poco más de atención, notó en sus extraños ojos, una sabiduría especial que le llamó la atención. –
– Bueno, las acompaño un rato, a ver que hacen – dijo

Con Ceci cómodamente instalada en la silla de ruedas y oliendo las florecillas perfumadas, fueron avanzando despacio y platicando mis curiosidades, que si el sol brillaba mucho, que hacía un clima espléndido, que si no se sentía el calor tan recio del verano, etc. De pronto, la loca se detuvo de golpe, con un grito señaló hacia el bosquecillo
– Miren, miren hacia allá, ¿lo vieron, lo alcanzaron a ver?
– Qué, qué fue, que viste – dijo Ceci espantada, Carla también miró hacia allá y no pudo ver nada.
– Era un ángel, un ángel enorme, ¿no lo vieron?, pero si casi choca con el árbol – contestó la loca
– No, yo no vi nada – confirmó Carla
– Vamos para allá, seguro dejó alguna huella – dijo la loca

Se acercaron a un enorme árbol y la loca se puso a dar de vueltas alrededor del mismo, como buscando algo.
– Mira, acá, ¿puedes ver? Ceci trató de incorporarse para ver donde señalaba la loca, Carla entre tanto se acercó lo más que pudo,
– No veo nada, – contestó
– Es una huella de una mano, ¿te das cuenta? – dijo la loca quitando un pedazo de la corteza del árbol y acercándosela a Ceci,
– Mira, acá se ven claramente los dedos – dijo señalando unas líneas y Ceci extasiada lo confirmó – Sí, son dedos, estoy segura
– Y huele, acércate la corteza a la nariz y olerás un perfume diferente
– Sí, es verdad, huele a perfume, Carla, mira, huele – dijo Ceci acercando la corteza a Carla y aunque ella estaba más bien dudosa, olió la corteza y tuvo que confirmar que tenía un aroma raro y hermoso.
– Así huelen los ángeles – confirmó la loca
– Vamos más para allá, a lo mejor podemos ver alguno – confirmó la loca.
– Los ángeles no existen – repelió Carla
– Si tienes el corazón de piedra, no los podrás ver jamás – sentenció la loca,
– Pero creo que tu solo crees lo que te dicen y si te dijeron que los ángeles no existen, bueno, entonces no existirán para ti, pero creo que no debes creer solamente lo que te dicen otros, también tú puedes tener tu propia versión – le dijo la loca

Carla continuó caminando cabizbaja, – es cierto, pensó – siempre me han dicho que los ángeles no existen, pero no puedo estar tan segura de eso y si ella dice que si … – en fin, –
Caminaron otro rato y de pronto fue Ceci la que pegó un gritito

– Miren, si, allá se movió estoy segura, algo se movió allá – señalando hacia otro gran árbol.
– Vamos y veamos si dejó otra huella – y se encaminaron despacio
– Debemos movernos con suavidad, no queremos espantarlo ¿verdad? Dijo la loca mirando con una leve sonrisa a Ceci y luego a Carla, quien ya estaba empezando a ver las cosas de otra forma

Cerca del árbol se vio una ramita rota y algo como una pisada o por lo menos una ligera hondonada que podría pasar por una huella y algo olía diferente, como a rosas silvestres o algo así, estaba pasando algo extraño y Carla se empezó a agitar.

– Carla – dijo la loca – debes tranquilizarte porque si no los espantas y no los podrás ver, ahora ya están llegando más y pronto los podremos mirar si nos fijamos con atención.

Se sentaron un rato en silencio, la extraña neblina marina comenzó a cubrir el bosquecillo y ahora se podían ver los ángeles con mucha claridad, había varios y de todos los tamaños, gorditos, flacos, altos, chaparros, todos caminando hacia diferentes lados y ninguno las veía a ellas.
– ¿Por qué no nos miran? – preguntó Ceci
– Porque para ellos este mundo no existe, como para nosotros ellos no existen, solo las personas especiales los podemos ver y saber que si están allí, hasta podemos sentirlos. Contestó la loca
– Siente ésta brisa de este lado – dijo acercando su mano a la mejilla del lado derecho, ¿sientes que está algo fría? Y ¿qué tal la sientes de este otro lado? Dijo acercando su mano a la mejilla del lado izquierdo, de este lado está un poco más tibia, ¿verdad? .- a ver Carla, haz lo mismo.
– ¿Entonces se pueden sentir? – comentó Carla, que encantada del lugar y del tema
– Si, miren esa nubecita, es verdad que allí está un ángel y más allá, ¿vieron cómo se movió ese arbusto? –
– Ambas asintieron encantadas, estaban rodeadas de ángeles y los podían ver, sentir y oler. Nunca ninguna de las dos había tenido una experiencia así y lo disfrutaron muchísimo y platicaron un buen rato sobre ello.
– Creo que no es buena idea que le comentemos a mamá sobre los ángeles, ella no nos va a creer. Comentó Carla, – creo que es mejor que nos guardemos este secreto – dijo con un guiño
– ¿Cuál es tu conclusión ahora Carla? – preguntó la loca
– Que los ángeles si existen, pero hay que aprender a ver y no solo creer lo que dicen los demás – – Sí, – reconfirmó Ceci, – yo también los vi y ahora creo que existen.

La loca y las niñas regresaron a casa mirando las cosas desde otra perspectiva muy diferente, iban oliendo todo, escuchando con más atención y mirando a su alrededor con más concentración.

– Este, mis niñas, es el primer paso – confirmó la Loca.

CAPITULO 5. – POSEIDON Y LA ESPUMA

– Hoy tenemos que ir a la playa, debo vender unas redes – dijo la loca al día siguiente, -¿puedo llevarme a Ceci?
– Yo también voy mamá – dijo Carla apresurándose a tomar su desayuno.
– Iremos en mi carcachita, está viejita como yo, pero es muy segura
– Esteee… no sé, yo.. Ceci está muy delicada todavía y…
– Por favor mami – rogó Ceci,
– Creo que el aire del mar le sentará muy bien a Ceci, después de tanto encierro, ¿no cree?, ¿por qué no viene usted con nosotras también? – sugirió la loca

– Bueno, – contestó la mamá – yo no puedo ir, tengo mucho trabajo que hacer, un vestido y otras cosas, pero si va Carla con ustedes …
– Si mamá yo voy, – confirmó Carla de nuevo,
– Está bien entonces, ¿a qué hora regresan? –
– Carla ya estaba ayudando a Ceci a subir a la vieja carcachita traqueteada, pero también divinamente adornada con muchos ramos de bellísimas flores y más moños multicolores, igual que la silla de ruedas
– Regresaremos antes de la hora de la comida señora – confirmó la loca y se hicieron al camino.

No estaba demasiado lejos, tal vez una hora cuando mucho en un camino de polvo, pero llano y parejo y como iban despacio, la carcachita solo se removía de cuando en cuando con algún bache.

– Anoche vino Poseidón en persona a verme – comentó la loca de pronto.
– ¿Poseidón? Creo que es el Dios del Océano, si no mal recuerdo – confirmó Carla.
– Exactamente! quiso venir a verme y a hablar conmigo sobre Ceci
– ¿sobre mí? – así es, quiere hablar contigo también y por eso vamos a visitarlo
– ¿en serio? – dijo Ceci abriendo mucho sus bellos ojos
– En serio – reconfirmó la loca. Carla solo asintió, no muy convencida y alzando la mirada, quiso adentrarse en la mirada de la loca, pero no pudo.
– Poseidón es el amo y señor de todos los mares, los océanos y los ríos, de cualquier cosa que tenga agua – confirmó la loca
– Oye – preguntó Carla de pronto – ¿cuál es tu nombre?, creo que ya nos tenemos más confianza y me gustaría saber cómo te llamas
– Lo siento Carla, pero no tengo nombre hasta donde yo sepa, me dicen la loca y me parece muy completo ese nombre, antes me llamaban María Eugenia, pero no sé desde cuando no uso ese nombre, tiene demasiados años, pero prefiero ser la loca ahora para no contradecir a los que no me conocen y los que me conocen, también me llaman así, pero lo mencionan de manera muy diferente, ya lo comprenderás después.
– Carla y Ceci se quedaron calladas y la loca comenzó una pequeña y dulce cancioncita que ninguna de las niñas conocía.

El mar estaba al frente y como siempre, la loca se imponía cuando miraba directamente.
– Este es el impresionante rostro de Poseidón. Muchos creen que tiene cuerpo y cara y manos, pero no, Poseidón está exactamente frente a nosotras y no se esconde, nos muestra todo su esplendor y su fuerza. Es verdaderamente imponente.

En cuanto llegaron y bajaron de la camionetita, se les acercaron unos lancheros.
– Loca, doña santa hermosa – dijo uno de ellos acercándose tímidamente y tomándole la mano se la besó con mucha ternura y respeto.
La loca solo se rio un poco y lo apartó con calma,
– Debemos ir a la poza, querido Marco, ¿nos puedes llevar? –
Otro de los lancheros se acercó de inmediato y extendiendo sus brazos, tomó las redes que llevaba la loca consigo
– Claro que las llevo ahora mismo doña a donde usted me diga – y corrió a su lancha para prepararla para el viaje.
Enseguida que estuvo lista, las llamó. Carla había observado que todos los lancheros trataban a la loca con muchísimo respeto y la miraban con una cierta adoración en los ojos, que no pudo comprender. Se acercó al que la loca había llamado Marco y le preguntó

– ¿Desde cuándo conocen a la loca?
– Desde siempre niña, ha sido nuestra madre y protectora y nunca nos ha fallado, ha estado con nosotros en las buenas y en las malas y nos ha apoyado y levantado con su gran sabiduría y su gran corazón.

Carla se apartó un poco para dejar que el lanchero terminara de aparejar la lancha y pudieran salir. Se subieron todos al pequeño bote y Marco se aprestó a remar hacia la bahía.

– ¿Hacia dónde vamos querida madre?
– Vamos al centro del pozo, quiero que esta pequeña conozca y escuche la voz de Poseidón.
– Si madre mía, iremos si tu así lo deseas –

En realidad, ninguno de los lancheros se atrevía a ir al pozo y menos en estas fechas cuando estaba más embravecido por el mar de fondo, pero si la loca lo pedía, ninguno se animaba a negarse.

El mar jalaba y empujaba a la pobre lanchita para todos lados, miles de gotas saladas ya se escurrían por sus rostros y la pequeña Ceci miraba embelesada la enormidad del océano y su fuerza.

– Ceci, – quiero que escuches ahora con mucha atención, como lo hicimos en el bosque para escuchar a los ángeles. – ya estamos sobre el pozo más profundo y acá está una garganta del poderoso Poseidón, estoy segura que podrás oírlo rugir –

– Carla afirmó enseguida, yo si lo escucho, casi gritó, es tremendo su rugido

– Si, confirmó Ceci, yo también oigo el rugido pero no le entiendo nada.

– Escucha con más cuidado y podrás oír lo que te quiere decir – confirmó la loca.

Todos se quedaron callados un buen rato y de pronto Ceci exaltada confirmó,

– Lo oigo, lo oigo, claro y sereno
– ¿qué te dice? Preguntó Carla enseguida.
– que me voy a salvar, que me voy a salvar, que pronto encontraré mi camino y que pronto seré Ceci, la bella – así dice, eso es lo que dice, ¿verdad? – preguntó volviendo la mirada hacia la loca.
– Si Ceci, eso es lo que te dice a ti y a mí me dice cuál es el camino, ¿a ti Carla? ¿a ti que te dice Poseidón? – preguntó Ceci,
– A mí me gruñe y me ruge, no puedo oír lo que me quiere decir.
– Creo, – contestó la loca, que debemos venir con Carla en otra oportunidad, cuando Poseidón quiera decirle algo, por el momento solo quiso hablar con Ceci – contestó con una gran carcajada. Marco también se rio y poco a poco giraron la lancha para regresar a tierra firme.

Las olas rompientes casi ni se veían desde la lanchita mar adentro, pero una vez que se fueron acercando a la playa, las mismas iban tomando tamaño y forma y se veían muy amenazadoras. La pequeña lanchita se bamboleaba con fuerza y Ceci estuvo varias veces a punto de caer al mar, si no la agarraba Carla con fuerza y ella misma se sostenía como mejor podía de las barandas. Mientras la loca estaba de pie en la lancha y no parecía inmutarse del incesante movimiento de las olas, Marco se concentraba únicamente en conducir la misma de la manera más efectiva para alcanzar la orilla.
La loca, de pronto, alzando los brazos comenzó a gritar

– Poseidón, Poseidón, regálame algo de tu sal para mis redes, para regresar a mi refugio y después en tu horizonte plano, ese girar incesante de tus manos. Poseidón, regálame tus manos.

Marco, soltando los remos se puso de rodillas y oró junto con la loca desde el alma. Carla y Ceci se miraron un poco espantadas, pero viendo que la orilla ya estaba más cerca, se tranquilizaron cuando Marco y la loca se sentaron y riendo comentaron un poco sobre el extraño viaje.

En cuanto llegaron a la orilla bajaron a Ceci en brazos y la loca les pidió que se quitaran las sandalias y le permitieran a las olas acariciar sus pies y así lo hicieron. La loca se reía a mandíbula batiente y contagió con sus carcajadas a todos los lancheros y a sus dos invitadas y pronto todos estuvieron riéndose.

– Es que la espuma me hace cosquillas en los dedos de los pies – confesó la loca y Ceci estuvo de acuerdo.
– La espuma Ceci – comenzó a decir la loca – es como las oraciones que se dicen sin pensar, son espuma las palabras que no tienen pies ni manos, ni una boca que las mencione, pero como la espuma, yacen, se embarran y retornan por más espuma y hacen cosquillas en los dedos.

Marco asintió admirado de la frase y se quedó en silencio, pensando en la profundidad y en lo que esto habría de significar para él.

Después de un corto rato de negociaciones, la loca vendió las tres redes que traía consigo, fue por un poco más de material y subiendo todo y todas a la camionetita, tomaron rumbo a casa de regreso. Aún no había pasado del mediodía y Carla sentía que había corrido medio mundo de tiempo y de experiencias. Ceci se quedó dormida en sus brazos, cansada pero con un suave rubor en sus mejillas.

CAPITULO 6. SANGRE DE UNICORNIO

La mamá estaba sorprendida de ver lo bien que se estaba recuperando Ceci. Tenía mucho más apetito y se comía todo lo que le ponían en el plato. También el color había regresado a sus mejillas y se le veía mucho más animada. El papá también había notado un cambio importante en el comportamiento, antes tan errático y agresivo de Carla, se había modificado a una jovencita alegre y jovial, llena de pláticas y risas. En tan solo dos días, la loca había cambiado completamente la animación de las muchachas y parecía estar componiendo de manera impresionantemente efectiva, la salud de Ceci.

Cuando llegó y arañó la puerta como su costumbre, Carla y Ceci brincaron al mismo tiempo y corrieron a abrir la puerta y dejarla pasar.

La loca estaba sonriendo con su mirada desviada y perdida de siempre, pero se le veía algo sospechosa. Escondía detrás en su espalda algo y no lo quería mostrar a las niñas, jugueteando un poco permitió que Ceci tomara el frasco, elegantemente revestido con hilos de plata y oro, finamente perfumado.

– Ceci, este es un regalo especial para ti, me lo dio un inmejorable y fiel amigo mío, un unicornio y es un poco de su sangre –

Ceci miró el frasco con temor y con respeto y Carla se asomó curiosa. Efectivamente, el frasco contenía un líquido rojo profundo y brillante que parecía sangre. La mamá miró a la loca con suspicacia, sabía que los unicornios no existen y por lo tanto …
– ¿Me lo tengo que tomar? – preguntó Ceci con su hermosa inocencia
– Pues sí, es la idea, supongo – contestó Carla,
– No sé Ceci, solo si quieres, pero será después de que te cuente una historia – contestó la loca.
– No será sangre de verdad – repelió la mamá asustada – mi niña no se va a tomar eso – dijo tratando de quitarle el frasco a Ceci, quien con un movimiento más rápido de lo que la mamá hubiera imaginado, se lo pasó a Carla quien lo regresó de inmediato a las manos de la loca.
– Señora y mamá, entiendo que tenga algún temor, pero no, no es sangre de verdad, es jugo de arándanos simplemente – confesó la loca, – si quiere, puede usted probar antes de que le dé esto a Ceci, dijo.
Ceci miró a su mamá y luego a la loca y Carla de repente brincó
– Mamá, ¿no entiendes nada? Ella está tratando de ayudarnos y tú solo lo echas a perder con tus dudas y con tus conflictos
– No me hables así Carla, debes respetarme – le espetó enseguida y ya se estaba preparando una gran batalla, la cual fue detenida de inmediato por la loca.
– Si se calman les explico el impresionante poder de este frasco y del maravilloso líquido que contiene, si no, entonces me lo llevo y me voy –

Ceci comenzó a llorar y pidió calma y tranquilidad a su mamá y a su hermana.
– No te vayas, por favor – suplicó, – ¿quieres por favor? – no podría, no quiero que te vayas – rogó Ceci.
– Muy bien, muy bien – contestó la loca al ver que la mamá y la hermana, aunque un poco enojadas todavía, se tranquilizaban.
– Como podrán ver, el frasco contiene algo rojo y brillante, está finamente enfundado y elegantemente resguardado, porque aunque sea jugo de arándanos simplemente, es para mí y para quien quiera creerlo, la invaluable sangre de un ser mítico, mágico – dijo, mirando a la mamá directamente a los ojos hasta que ella se vio obligada a bajar su mirada ruborizándose un poco.
– Carla, tienes un poco de razón en lo que dices, pero tampoco es del todo correcto, esto no contiene imaginación solamente, es algo muchísimo más profundo y Ceci ha encontrado de inmediato, el camino correcto a seguir. La imaginación. Significa que sin saber, sin conocer y sin comprender, damos por hecho que si es sangre debe ser algo asqueroso – dijo mirando a la mamá
– Sin saber y sin comprender, entendemos que no existen los unicornios, por lo que es imposible que sea sangre de unicornio por lo tanto es solo imaginación y creación de una loca – dijo ahora mirando a Carla –
– Ceci, tú que dices, ¿qué es? –

Ceci, sin dudarlo ni un solo segundo contestó

– Es mi medicina, para que me cure de mi enfermedad
– Exactamente mi niña. Ahora te explico.
– Allá en mi cueva, tengo un hermoso cuadro con un bellísimo unicornio pintado. ¿Si sabes que es un unicornio?
– Si, es un caballito con un cuernito en la frente – contestó Ceci,
– Así es, bueno, este cuadro fue pintado por un excelentísimo pintor muy famoso él en su época y cuando alguien le preguntó cómo había logrado pintarlo con tanta naturalidad, les contestó simplemente porque lo había visto y lo había resguardado. Claro, nadie le quiso creer, pero un día, el unicornio del cuadro se salió a pasear y los visitantes, al ver el cuadro vacío solo con los árboles y los matorrales, pero sin unicornio, huyeron despavoridos y a gritos lo comentaron por todos lados, varios más fueron a ver el cuadro vacío y por más que le preguntaron al pintor porqué había borrado al bellísimo unicornio, el sólo les contestó que no lo había borrado que andaba por ahí, de parranda con sus amigos.

Todas se rieron de este comentario tan sencillo y la loca prosiguió,

– Bueno, pues los vecinos seguían sin creerle y al día siguiente, cuando fueron a visitar al pintor, el unicornio nuevamente estaba en el cuadro, tan tranquilo como si nada –
– Pero… ¿el unicornio se puede salir del cuadro? Preguntó Carla suspicaz
– Así es amiguita, así es si tienes imaginación – contestó la loca, – solo si tienes imaginación, porque hay muchísimas copias de este cuadro y en ninguno más que en el mío, se escapa el unicornio, pero en el mío sí y hasta nos hemos hecho buenos amigos y él, al conocer la historia de Ceci y su enfermedad, me regaló un poco de su sangre. Miren, traje el cuadro también conmigo, sabiendo que no me iban a creer. ¿Puedes ver la pequeña herida que tiene en su anca derecha?

Ceci se asomó con cuidado al cuadro y efectivamente, el unicornio pintado tenía una pequeña rasgadura en el anca.

– Allí es donde con su cuernito se hizo una pequeña herida para darte su sangre, Ceci, ahora, ¿crees que puede ayudarte un poco este sacrificio que hizo mi amiguito por ti?
– Si, – contestó Ceci con vehemencia y tomando el frasco de las manos de la loca, con mucho cuidado lo abrió y sin titubear, bebió el rojo líquido hasta el fondo.

Solo Ceci y la loca, pudieron ver como se sonreía el unicornio en el cuadro.

CAPITULO 7. CARLA

El día había transcurrido sin mayor novedad, Ceci, Carla y la loca salieron al jardín y era hermoso verlas riendo y cantando, sacudían las manos como si estuvieran quitando nudos, amarraban y desamarraban nudos y más nudos de hilos invisibles y reían a carcajadas. La mamá y el papá estaban profundamente sorprendidos y agradecidos al ver como la loca había empatado a las hermanas y lo bien que se veía Ceci.

La sangre del unicornio estaba haciendo un efecto verdaderamente mágico en la pequeña. Llegó el médico para revisar el estado de la niña y también se sorprendió muchísimo al verla. El suponía que la niña ya estaría a estas alturas próxima a expirar y cuando la vio corriendo y jugueteando con su hermana en el jardín, con sus rosadas mejillas y los ojos grandes y brillantes, nadie podría decir que estaba desahuciada por la leucemia. El médico pidió hacerle unos análisis a Ceci al día siguiente y prometió volver con los resultados lo más pronto posible.

Carla ya un poco agotada de tanto ajetreo, decidió descansar un poco e irse a su cuarto, por lo que la loca y Ceci, continuaron jugando en el jardín.

Ya llegando Carla a su cuarto, le sorprendió mucho ver a la loca sentada en su cama.

– Oye.. ¿cómo llegaste aquí antes que yo? – le preguntó. La loca solo se sonrió y con unas palmaditas sobre el colchón le pidió que se recostase a su lado.

Carla se recostó y enseguida sintió un gran consuelo. Era como si la loca, sin tocarla, la estuviera abrazando con ternura y fue tan suave el sentimiento, que de inmediato se le escaparon las lágrimas y llorando a lágrima viva, terminó abrazada con fuerza a la extraña mujer que tenía al lado.

– Si mi linda amiguita, vieras que hermoso es el poder llorar y permitirle a nuestro amigo Poseidón que se refiera a todas tus penas, vertiéndolas en un pequeño mar salado y dulce al mismo tiempo, porque debes saber, que si las lágrimas son saladas, endulzan el alma – confirmó la loca.

Carla lloró un buen rato y cuando finalmente pudo desahogar sus penas se animó a expresarlas.

– Tenía tanto miedo de perder a mi hermanita, tenía tanto miedo de que mi mamá sufriera, de ver a mi papá desmoronándose, de sentir que yo solo era un estorbo, de mi impotencia de mi …

– Ajá – confirmó la loca, – sí, yo también sentí todo ese miedo, porque no es tan solo tuyo Carla, es de tu mamá, de tu papá y hasta de Ceci, lo que no hiciste amiga, fue compartirlo, lo querías para ti solita y eso resultó inaguantable ¿verdad?
– Ayyy, sii.. me sentía tan mal y tan miserable –
– Más bien, creo yo, – contestó la loca, – creo que te sentías indefensa ante algo que es inexplicable, como son las enfermedades y la muerte, que siempre llega irremediablemente.
– ¿Irremediablemente? – preguntó Carla – ¿no se está salvando mi hermanita de la muerte?
– No, Carla, no se está salvando de la muerte, solo la está postergando – le confirmó la loca.
– Peroo… no, no entiendo
– Bueno, te explico, todos morimos algún día, absolutamente todos, porque la muerte es solo un proceso más de la vida y hasta ahora, por incomprensible que sea nos acompaña todo el tiempo y cuando resulta que debemos morir, simplemente morimos yo, y tú y tu hermana y todos, nadie escapa a la muerte.

– Mi hermanita está mucho mejor – escupió Carla escudándose en su espanto – El doctor lo confirmó y vendrá con los resultados de laboratorio, que ni son necesarios porque ya se nota desde lejos lo bien que ya se encuentra Ceci, no me trates de engañar o de confundir – dijo levantándose y empujando a la loca llena de una furia incomprensible.
– Yo no la estoy salvando Carla y tampoco la estoy matando – le respondió la loca,
– Solo estoy intentando que Ceci, que tú y que tu familia, vean una vida mucho mejor que como hasta ahora la han visto, porque la vida entra por los ojos y se recrea en el sentimiento, solo los que sentimos podemos vivir y así aprendemos a morir.
– No te entiendo – respondió Carla con vehemencia y los ojos echando chispas – no te entiendo –
– Está bien Carla, todo está bien, ahora – le dijo la anciana mirándola con ternura y con confianza, – Creo que ahora he abierto bien la puerta y cuando sea el tiempo, entrarás y podrás ver y sentir tu vida y la de los demás y quien sabe, tal vez hasta puedas mostrarles el camino a los que como tú, ahora, no entienden –

La loca se levantó lentamente y se retiró con suavidad, dejando a Carla consternada, pero con un extraño sentimiento en su corazón de que algo muy importante en ella, había cambiado.

CAPITULO 8. EL VIAJE MARAVILLOSO

Los resultados de laboratorio confirmaron lo que todos ya sabían. Ceci había mejorado sustancialmente, incluso ahora era buena candidata a recibir un trasplante de médula, lo que podría eventualmente eliminar todo rastro de leucemia de su sangre.

Ceci le preguntó a la loca si sería buena idea y ella le respondió que definitivamente si, si esto era lo que ella quería. Ceci aceptó, la mamá y el papá la acompañaron durante la trasfusión que resultó positiva y unos años después Ceci ya estaba perfectamente normal y curada. Tanto médicos como enfermeras estaban no solo sorprendidos, sino felices de ver lo bien que se había desarrollado Ceci y aunque preguntaban cómo había sido el milagro de su curación, no podían explicarles en toda la extensión, lo que la maravillosa loca les había enseñado en tan poco tiempo.

Carla entre tanto, también iba madurando la idea de ser alguna vez doctora y continuando sus estudios, ahora enfrentando las situaciones de su vida tanto las buenas como las malas, con más claridad.

La loca ya no iba tan frecuentemente a visitarlos, de cuando en cuando incluso desaparecía por periodos cada vez más largos, pero regresaba a visitarlos y cuando arañaba la puerta en su manera tan peculiar, nunca faltaba el brinco y los gritos de alegría de las dos muchachas para recibirla con todo su cariño.

Cada vez que llegaba, les traía regalos tan extraños como espléndidos. Una vez les trajo una cantidad enorme de ranas y sapos y les pidió que se los cuidaran en el estanque, para que con ellos pudiera alimentar a su dragón. No debían preguntar en donde estaba escondido el dragón, pero que lo escucharían todas las noches y así era. Las dos muchachas escuchaban con atención en la noche y ambas confirmaban los suspiros y ronquidos del dragón durmiendo.

Carla había terminado la facultad de medicina y estaba estudiando Psicología Clínica entre otras especialidades de enfermedades de la mente, para eventualmente entender, como ella suponía, las cosas que alguna vez le había hablado la loca en el cuarto y que habían dejado una profunda huella en su interior. Poco a poco iba comprendiendo lo que la loca quiso decir y ahora, al aplicar sus conocimientos y sus sentimientos hacia sus enfermos, podía no solo entenderlos sino hasta aliviarlos de muchas de sus terribles penas.

Ceci entre tanto, se había casado y tenía dos pequeñuelos risueños y graciosos. La loca los conoció una tarde soleada de verano y los pequeñines al verla, de inmediato y sin aviso alguno la asaltaron con abrazos y cariños al mayoreo, haciéndola trastabillar y reír siendo ahora una frágil anciana después de tantos años.

– Vengo a despedirme – suspiró de pronto bajando lentamente la cabeza, como un pajarillo cansado. Ceci y Carla se tomaron de las manos y la miraron con gran tristeza,
– ¿Te vas amada amiga? ¿ya nos dejas?
– Debo irme y bueno, ya las acompañé un largo tramo de este maravilloso viaje, ¿no creen? –
– ¿Viaje? – preguntó Carla
– Sí, este viaje maravilloso llamado vida, en el cual he compartido el renacimiento de Ceci y ahora sus bellísimos retoños, te he visto Carla, en tus múltiples transformaciones y creme, no me he sentado solo a mirar, he estado viajando con ustedes paso a paso en todo el tiempo que hemos podido recorrer juntas.
– Yo si te entiendo – confirmó Ceci, – te refieres al tiempo que hemos compartido y todas las experiencias y las grandes enseñanzas que nos has dejado, para ti son un viaje –
– Exactamente queridísima Ceci –
– ¿Pero adónde te vas a ir? – preguntó Carla con su sencillez característica y Ceci mirándola le pidió que guardara silencio. Las lágrimas le bañaban el rostro y sus bellos ojos, ahora anegados miraban con amor y con todo su respeto a la loca, a la increíble loca, que le había salvado en un tiempo la vida y que ahora, la despedía igualmente maravillosa.

La tarde se apagaba al igual que los tiempos, una maraña de nudos la acompañaba y sus manos, ahora quietas, parecían querer continuar desamarrando y amarrando todos esos hilos inconclusos, invisibles para los que no querían ver y muy firmes para los que esta increíble loca, había amarrado en los corazones y en los sentimientos de todos, a los que ella había escogido para amarlos.

Su cuerpo físico ahora se había convertido en piedra, manteniendo todos los detalles de su preciosa figura y cuando se acercaron a verla temerosos, pudieron notar que en su rostro se dibujaba esa leve sonrisa latente, permanente, descansando para siempre frente a su cueva, de donde nadie la movería nunca más y adonde acudirían por cientos, en largas peregrinaciones para pedirle continuara ayudándolos, aconsejándolos, amándolos como siempre y para siempre.

Una lápida hecha por manos desconocidas y colocada a sus pies decía: Aquí está La Loca, a la que Poseidón amaba y la magia la reverenciaba.

CAPITULO 9. EL RETORNO DE LOS ANGELES

– ¿Ya vieron?, miren hacia allá, se movió algo, ¿lo pueden sentir? ¿lo pueden oler? ¿lo pueden oír?

FIN