Los ladrillos se iban desmoronando, poco a poco. La hiedra, humedecida por el rocío, exhalaba ese aroma a humedad y a viejo, la madera apolillada ya no sostenía los ventanales que antaño portaban bellísimos vitrales multicolores y ahora se habían roto todos y habían desaparecido con el tiempo. La construcción se estaba derrumbando completamente y con ella, también los secretos más guardados. Los techos, antes tan firmes y gallardos, sobre bardas muy gruesas y sólidas ahora eran solo polvillo blanco en el suelo. Las hierbas y los árboles silvestres estaban ganando terreno y habían invadido completamente todas las habitaciones y era irreconocible cual habitación era la sala, o el comedor, o tal vez una recámara. Solo lo que antes era la cocina, tenía algunos pocos hermosos azulejos labrados a mano de Talavera y lo que antes era la tarja, ahora era un pequeño estanque en donde se reproducían alegremente sapos, ranas y mosquitos.
Unos niños jugaban por ahí, seriamente advertidos por sus madres de no acercarse al edificio, que amenazaba con caer en cualquier momento. Osvaldo, de ocho años apenas, también jugaba con ellos, aunque un poco separado del grupo debido a la cortedad de su vista. Tenía tan severa miopía que cargaba con unos lentes gruesísimos y apenas con ellos podía ver algo, muy borroso y difuso. Su madre no se atrevía a dejarlo solo por mucho rato:
– Mamá, ¿ya viste que hermosa dama se asoma por la puerta de esa casa tan grande? – preguntó de pronto
La madre volteó hacia donde señalaba su pequeño hijo.
– No hay nadie allí Osva, ¿qué es lo que ves? –
– Una linda señora, vestida toda de ropas color claro con un gran sombrero sobre su cabeza y tiene flores en su mano.. ¿no la ves tú?
– No mi niño, no la veo
– Y que bonita y grande es esa casa mamá ¿porqué no podemos acercarnos? Yo quiero verla un poco más de cerca
– Pero hijo… no hay nada más que ruinas
– No mamá, no es cierto.. ¿no ves a la señora? ¿no ves la casa tan bonita que tiene?
La madre trató de distraer al pequeño, para disuadirlo y que no siguiera con la insistencia de acercarse a ese lugar, que personalmente le daba terror y asco, tan inseguro y sucio todo, – deberían terminar de derrumbar esos paredones – pensó, – deberían tirarlo todo y limpiar el terreno, allí quedaría muy bien un parque con juegos para los niños –
Pasaría algún tiempo antes de que Osvaldo volviera a ese lugar. Ya adolescente de 16 años, el joven seguía con su cortedad de vista y se apoyaba con un bastón para poder caminar con más seguridad. Su mundo de tinieblas y perfiles borrosos era ya una costumbre para él y aunque lamentaba su miopía también tenía un carácter lo suficientemente fuerte y seguro de si mismo, como para que no le afectara demasiado. Su madre siempre lo apoyó y le dio gran seguridad y su hermanita Paola, tan traviesa, tampoco lo tomaba tan en serio y así jugando ambos, él se sintió seguro y feliz en su medio ambiente.
Al pasar por ese lugar, Osvaldo sintió la necesidad de mirar hacia fuera del auto que iba circulando a buena velocidad y forzando lo más posible su vista, alcanzó a ver a lo lejos la magnífica casa que recordaba de pequeño. Lo extraño es que podía ver el edificio con toda claridad, sin borrosidad y sin perfiles difusos como solía ver todo lo demás y aunque estuviera lejos.
– Mamá.. allí está la casa, la puedo ver bien, muy bien – gritó entusiasmado
– ¿Cuál casa? – preguntó Paola, – acá no hay más que el estadio de béisbol Osva. y el feo casco viejo de siempre
– Detén el auto un momento, mamá, por favor – suplicó el muchacho
En ese momento sonó el celular de Paola, con esa musiquilla tan molesta – es la tía Irene, mamá, pregunta que a que hora estamos llegando –
– dile que vamos enseguida – contestó y no se detuvo, a pesar de la súplica del muchacho, continuando a buena velocidad.
Cuando llegaron a la casa de la Abuela, Paola salió corriendo del auto feliz de ver a sus dos primos y la madre un poco cansada por el largo viaje, bajó más despacio y ayudó a Osvaldo a salir del auto.
– ¿Cómo están todos? – preguntó amablemente la tía Irene, la abuelita venía detrás de ella caminando despacito por la dificultad de sus rodillas que le dolían mucho, pero a pesar del dolor nunca dejaba de sonreír.
– Todos estamos bien y ¿tú mamá?, ¿Cómo sigues de tus piernas? –
– Ahí voy, despacio, como siempre, mi niño Osvaldito ¿Cómo está mi pequeñito?
– Abuelita, pero si te rebaso por dos cabezas, ¿Cómo me sigues diciendo “pequeñito”? – contestó riendo el muchacho
– Siempre serás mi pequeñito, aunque midas cuatro metros.. – contestó también riendo la abuelita y haciendo reír a todos
Entraron todos a la casa de la abuela y después de platicarse todas las novedades, se sentaron a comer, la siempre deliciosa receta de la abuelita para los chiles rellenos y sazonados con una espléndida salsa de tomate.
Junto con la buena comida, aderezada con muchas risas y más plática, Osvaldo se sentía extraño y estaba sentado, meditabundo en silencio y su rostro, normalmente muy expresivo, parecía ausente.
– ¿Qué te pasa Osva? – preguntó la madre – te noto raro hijo –
– Es que sigo pensando en esa magnífica casa que ví en la carretera mamá, la que está cerca del campo de béisbol. – le contestó
– Es que allí no hay ninguna casa – replicó Paola, – es solo tu imaginación hermanito –
– Es que la veo con tanta claridad, tan bella, tan grande – y dejó el suspenso
Todos se miraron extrañados. Nadie recordaba haber visto jamás una casa por ahí y menos con los datos que daba Osvaldo. Solo la abuelita sonrió por lo bajo y ruborizándose un poco se acercó al muchacho y le susurró – cuando termines de comer, acompáñame a mi cuarto hijo, tengo que hablar contigo –
Osvaldo se entretuvo un rato con sus primos después de comer, pero finalmente se acercó al cuarto donde dormía la abuelita.
Este cuarto en particular siempre le había fascinado, tantos olores que hasta mareaban, todo lo que tocaba se sentía frágil y quebradizo, como la abuelita misma. Debido a su mala visión, su olfato, su tacto y su oído se habían agudizado más de lo normal y con esto su percepción era diferente, pero muy eficaz y a pesar de que siempre tropezaba con algo, nunca le dio miedo ni tampoco se lastimó allí, como le sucedía en otras habitaciones.
Abuelita lo llamó suavemente
ven hijito, acércate a la cama – le dijo con su vocecita de anciana, débil y cascada.
si abue, ya estoy aquí –
siente, toca con tus manos esto – y acercándole un cofrecito se lo puso en las piernas
que interesante es esto abue, ¿que es? Parece un baúl pequeño, pero huele muy rico
así es, es un cajoncito muy antiguo, de por lo menos cien años o más… no sé la verdad, era de mi abuelo y a él se lo dio una amable señora, ¿como ves?
¿tan viejo es? Y ¿que contiene?
Lamentablemente ahora ya no contiene nada, se perdió todo lo que guardaba, yo ya lo recibí así, vacío –
que curioso! Pero por lo resistente que parece, supongo que guardaba algo importante, además tiene una chapa como de cerradura de hierro ¿verdad? – dijo Osvaldo tocando la caja por todos lados
así es, guardaba joyas y algunos documentos, pero ya no los tiene
pero ¿porqué lo conservaste?
Es que es un recuerdo de mi abuelo y el me pidió guardarlo muy bien. La señora que se lo dio le dijo que deberíamos conservarlo en la familia, porque algún día sería muy importante para alguno de nosotros.
¿eso te dijo tu abuelo?
Ahá, y cuando tu comentaste lo de la casa que puedes ver, me llamó la atención mucho lo que dijiste.
Es que nadie me cree abuelita, yo puedo verla y si digo verla es que aunque mis ojos no ven nada bien, esta casa la veo clarísima y no creo que sea mi imaginación.
Eso no lo sé Osvaldito, no lo sé y no lo entiendo tampoco, pero el cofre que tienes ahora en tus manos, estuvo en esa casa que tu dices y pertenecía a alguien que vivió allí, mucho, mucho tiempo.
¿en verdad abuelita? Platícame por favor.
Claro que si, además de todos mis nietos, eres el único que tiene paciencia para escucharme, todos los demás tienen demasiadas cosas que hacer, ya sabes, jugar nintendo, platicar con sus amigos por eso que llaman “Chat” o algo así, como para estar conmigo y a mi me alegra poder platicar mis historias y sé que me escucharás con paciencia
Claro que si abue, con mucha alegría…
Bueno, comienza la historia de esta forma:
Una elegante dama de alcurnia y gran finura, llegó de Europa en barco a estas tierras. Ya se veía que era adinerada, por la forma en la que se desenvolvía y por la elegancia de su porte. Sus ropas eran de lo más elegantes de esa época y toda ella despedía un perfume finísimo. Llamaba mucho la atención por donde quiera que se movía y más de una la miraba con gran envidia. Los hombres no podían apartar la mirada de ella y cuando hablaba… dicen que sonaba como campanas de cristal, su voz era dulce y melodiosa, pero también firme y autoritaria. Hablaba muy bien español, pero con un acento raro y a veces equivocaba algunos vocablos, pero en general, hablaba muy bien.
De inmediato cuando llegó, enseguida quiso contratar personas para que la ayudaran, consiguió y compró un gran solar y allí mandó a construir una magnífica mansión, llena de habitaciones muy lujosas y con cientos de artículos que fue trayendo de su tierra, fue llenando todos los espacios.
Lo raro es que esta dama estaba completamente sola. Nadie le acompañaba en sus requerimientos y tampoco nadie habitaba la casa, solo ella. De cuando en cuando ella, cuando necesitaba de los servicios de alguien, solía apoyarse en un mayordomo gentil y honorable al que había contratado casi enseguida que había llegado. Pero este hombre solo hacía los mandados de su patrona y luego la dejaba sola en la enorme mansión.
No tardaron las coteras del vecindario a hacer elucubraciones, que si era una bruja, que si era una solterona amargada, que si había salido huyendo de su patria, que si era una mala persona. Como no hacía amistad con nadie y solo hablaba con los vecinos lo estrictamente necesario, comenzó a surgir el rumor de que era una persona peligrosa y rara.
En fin, para no hacerte la historia más larga, la dama en cuestión terminó de construir la magnífica mansión y dejando encargada la casa a su mayordomo, que estaba casado y tenía ya cuatro hijos en ese entonces, le dejó encargado todo y de pronto, simplemente se fue, sin decirle nada a nadie a donde iba o cuando iba a volver. Dejó claras instrucciones de que mantuvieran la casa a punto y lista para ser habitada todo el tiempo y dejó también bastante dinero para la administración de la misma, por lo que el mayordomo y su familia tuvieron que mudarse a la mansión y vivir en ella hasta que su patrona volviera del viaje.
Pasarían varios meses, tal vez hasta uno o dos años antes de que la dama volviera y cuando regresó, traía consigo un pequeñísimo bultito chillón. Era una niña, sonrosada y blanca como su madre y con los mismos ojos verdes y expresivos. La bebé era muy pequeña, tal vez de unos días de nacida y la madre, debilitada por el viaje y enferma de gravedad murió en la mansión poco después de haber llegado.
Osvaldo se tuvo que cambiar de posición un poco, pero había mucho interés en su rostro.
Abue, esta es una historia muy interesante, sígueme contando por favor…
Claro hijito, ¿no quieres descansar un poco?
No abuelita, por favor sigue
está bien
Acá es donde entra en la historia, el cofrecito que tienes en tus piernas. Este mismo cofrecito se lo entregó la dama a su mayordomo, conteniendo algunos papeles y joyas que la señora le estaba entregando, a cambio de cuidar a su pequeña hija. Lamentablemente los documentos estaban en un idioma extraño y el mayordomo no pudo comprender que es lo que decía en ellos, pero la dama le suplicó que vendiera poco a poco las joyas, que eran muy finas y caras y que hiciera lo posible por cuidar de la mansión y de su hija. De los documentos, uno escrito en un papel muy delgado y fino, era una carta, por lo que le dijo al mayordomo y tendría que enviarla a Europa tan pronto como pudiera.
Cuando la señora murió, tanto el mayordomo como su esposa se juraron mutuamente tratar de cumplir hasta donde fuera posible, el encargo de su patrona. El mayordomo mandó la carta como mejor pudo, a la dirección que allí mismo estaba mencionada y aunque no entendía ni una palabra del mensaje escrito, supuso que era para algun familiar de la señora, pero no sabiendo ni pudiendo descifrar nada, se abstuvo de preguntar y mandó la misiva por el correo normal de ese entonces y calculando que llegaría algunos meses después a su destino y eventualmente vendría alguien a reclamar la mansión y a la niña se dedicaron a cumplir los deseos de la señora. Mantuvieron limpia la mansión todo el tiempo y cuidaron a la pequeña lo mejor que pudieron.
Extrañamente nadie vino a reclamar la mansión ni a la niña. La esposa del mayordomo, temiendo que la pequeña fuera a salir de la casa y se le perdiera y con la esperanza de que algún día alguien le quitaría la impresionante responsabilidad, comenzó a llenar a la pequeña de ideas raras en su cabecita, que no fuera a salir, pero ni a la puerta ni mucho menos a la calle, que alguien podría robarla y lastimarla, que la gente en la calle era muy peligrosa y bueno.. ya te imaginarás. La pobre niña, no sabiendo ni que pensar, se aterrorizó enormemente y cada vez que alguien abría la puerta principal de la mansión, la pequeña corría a esconderse.
El tiempo pasó y la niña se convirtió en una hermosa jovencita. Tanto el mayordomo como su esposa, aunque ya habían envejecido, seguían cumpliendo firmemente con los deseos de su patrona. Limpiaban y limpiaban la enorme mansión, sacudiendo todo y manteniendo un orden perfecto en todas las habitaciones. La esposa del mayordomo enseñó a la pequeña a cocinar, a bordar y a tejer, el mayordomo le enseñó a leer y aunque no sabía mucho, le enseñó un poco de historia y de matemáticas, tratando de mantenerla entretenida.
La jovencita ahora, seguía aterrorizada cada vez que abrían la puerta y nunca salió de la mansión y aunque a veces se asomaba a una de las ventanas que daban a la calle, luego, luego se escondía detrás de las cortinas.
Solo en una oportunidad y eso por culpa del jardinero que dejó la puerta abierta, la jovencita tuvo la ocurrencia de salir un momento al jardín a recoger unas rosas del hermoso redondel que había al centro del jardín y que rodeaba una bellísima fuente de mármol blanco. Pobrecilla, tan pronto estuvo cerca de las flores, una abeja comenzó a molestarla y cuando la picó y ella comenzó a gritar aterrada, fue cuando el mayordomo y su esposa salieron apresurados a socorrerla. Casi se le muere del soponcio y del susto.
Pobrecilla – comentó Osvaldo, – pero, ¿en verdad nunca salió de su casa?
Nunca, hijo, nunca.. incluso cuando llegó a la edad adulta, cuando intentaba acercarse a la puerta principal, le daban mareos y vómitos y se desmayaba del puro terror.
Que bárbaro…
A ver, sigo con la historia. Aparentemente las joyas que la dama había dejado en herencia al mayordomo, pudieron mantener a la niña hasta llegar a una edad madura, pero finalmente el dinero y las joyas se acabaron. El mayordomo ya muy anciano falleció y su esposa, ya también muy viejita, tampoco pudo apoyar más a la señorita y ella se comenzó a ver muy apurada tanto de dinero como de compromisos con la casa, que también después de tanto tiempo, comenzó a deteriorarse de manera normal.
El miedo a salir a la calle le impedía pedir ayuda y mucho menos obtener de gente extraña, el apoyo que tanto necesitaba y cuando enfermó de algo leve, pero delicado y no habiendo quien pudiera ayudarla, se vio forzada a salir y buscar ayuda. Por gran suerte para ella, cuando con muchísimo esfuerzo pudo abrir la puerta principal, iba pasando justo delante de la mansión un apuesto caballero, quien de inmediato se puso a su disposición y mandó traer a un médico para que la atendiera. Se curó rápidamente y el caballero siguió visitándola con cierta frecuencia.
Aunque ya no era una jovencita, sino más bien una dama madura y de firmes carnes, su belleza no podía pasar inadvertida. Esa belleza la había heredado de su madre y la gallardía y elegancia también, así que no es de extrañar que finalmente el fino caballero y la bella señorita, terminaron enamorándose y casándose.
Ah, pero debo aclararte que la señorita tampoco salió de su mansión ni para casarse, te diré… tuvo que venir el sacerdote a casarlos a la casa.
que gracioso! – comentó Osvaldo
y si, extraño también ¿verdad?,
sigue abuelita, que es está poniendo interesante, ¿que pasó después?
Bueno, la señorita y el caballero se casaron y fueron felices por algún tiempo. El caballero tenía dinero y con eso se pudieron hacer las reparaciones necesarias en la casa y también se pudo recuperar la despensa, que era tan necesaria para la nueva señora y su terror a salir a la calle, por lo que la despensa era la única forma para que ella tuviera alimentos. Extrañamente, el caballero enfermó de gravedad pocos años después y murió, dejándole a su esposa una cuantiosa herencia, misma que la mantuvo bien hasta que falleció muchos, muchos años después.
Ah… pero antes de eso, debo contarte que la señora, ya casada con el fino caballero y haciendo las reparaciones a la mansión, le pusieron muchísimo estuco en forma de barras y torciones impresionantes, tanto por fuera como por dentro de la casa y lo pintaron de suaves colores pastel, verde, rosa, azul, amarillo y finalmente toda la casa parecía estar hecha de dulce y la gente del vecindario comenzó a llamarla la casa de azúcar, como se conoció por mucho tiempo.
La señora se hizo de algunas amistades que eran conocidos del caballero y que al visitarlo a él, pues también conocieron a la señora y cuando ella finalmente tuvo la confianza suficiente, se acercó a una de las amigas y logró hacer con ella una hermosa y larga amistad, que duraría por mucho tiempo y cuando la señora llegó a la vejez, logró que esta amiga le prometiera que al morir, no saldría su cuerpo de la casa, que debería ser enterrada en el centro de la habitación principal, debajo de las grandes lajas que cubrían el piso y así se hizo.
Cuando la señora falleció a los 106 años de edad, fue enterrada en su casa, de la que nunca salió, ni siquiera muerta.
que historia tan interesante abuelita, me gustó mucho, pero ¿que tiene que ver todo esto con el cofrecito que tengo aquí? Salvo que contenía los documentos y las joyas de la dama que llegó de Europa, no sé .. y ¿que tiene que ver con la casa que yo veo?
Ahora verás, ya te sigo platicando, pero mientras pásame mi cobijita que tengo algo de frío ¿quieres?
Buena idea, también voy por un vaso de agua, ¿quieres algo de la cocina?
Cuando Osvaldo salió del cuarto, la abuelita se recostó en la cama. Un ligero temblor en las manos delataba su nerviosismo.
Osvaldo volvió enseguida y se sentó nuevamente en la cama, pero sintió que algo pasaba.
– ¿Qué te pasa abuelita? ¿te sientes mal?
– No hijo, es que bueno, ahora debo decirte algo muy importante…
– Si abuelita – dijo Osvaldo poniéndose serio
– Quiero que conserves tú el cofre que tienes en tus piernas ahora. Estoy convencida que tú eres el elegido y que debes tenerlo. Así me lo dio mi abuelo y me imagino que ya debes saber quién fue mi abuelo ¿verdad?
– No abuelita, ¿Quién fue tu abuelo?
– Era el mayordomo de la señora, hijo, era el mayordomo y él me dio el cofre con alguna información adicional, pero no puedo decirte nada más, salvo que tu eres… tu debes continuar conservando el cofre y cuando llegue el momento…
– No entiendo abuelita.. pero lo conservaré como tu dices y gracias por el regalo
– Debes cuidarlo mucho y cuando sea el momento… – se detuvo un instante pero continuó con más énfasis, – cuando llegue el momento, tú sabrás que hacer
– ¿a que te refieres abue?, no entiendo, ¿Qué se supone que va a suceder?
– Tu lo verás hijito, tu lo sabrás, ahora debo descansar
– Pues, está bien abuelita, descansa porque seguro ya estás muy cansadita después de esta larga e interesante historia y gracias de nuevo por el regalo
– Ay hijo, no es un regalo, es un encargo y así debes respetarlo
– Si abuelita, así lo haré
Y salió de la habitación, cargando consigo el cofre.
– ¿Qué llevas allí? – preguntó Paola con curiosidad, viendo el bulto envuelto en una bolsa de plástico, que Osvaldo llevaba en sus brazos con mucho cuidado
– Es un regalo que me dio la abuelita – contestó
– Es el estúpido cofre de madera ¿verdad? – apuntó la mamá – No sé que le ve mi mamá a esa simple caja, siempre le dio muchísima importancia y nunca nos dejó ni tocarla –
– Si mamá, es un cajoncito de madera muy bonito que me regaló abuelita
– ¿Porqué te regala cosas la abuelita y a mi no me da nada? .- preguntó Paola molesta
– Deja a tu hermano Paola y tu cuida ese cofrecito –
Pasarían algunos años más antes de que Osvaldo recordara la historia que le platicó su abuelita. Entre tanto, la abuelita había fallecido y toda la familia rodeada de dolor y pésame se reunió en la casita de la abuela, para apoyarse y consolarse mutuamente. Con la pena por la irreparable pérdida, nadie se acordó del baúl, ni siquiera Osvaldo, pero cuando regresaron a su casa, él escuchó un ruidito proveniente del ropero, en donde tenía guardado el baúl, toda su habitación olía a la madera del cofrecito y se sintió intrigado, como si lo estuvieran llamando desde dentro del cofre.
Se acercó al ropero y tomó el cofrecito y justo cuando lo tocó, notó que estaba muy caliente la superficie, como si lo hubieran encendido con algo y además estaba vibrando fuertemente, tanto que con dificultad lo podía sostener, se abrió solo de pronto y el lo soltó en el acto. Una fuerte voz que no podía identificar si era masculina o femenina, salió de dentro:
– Osvaldo, Osvaldo – repitió con insistencia
– ¿si? – contestó el joven tímidamente
– Osvaldo – repitió nuevamente
– Si, si – contestó con más fuerza
– Debes llevarme a mi casa, a donde pertenezco –
– Esteee.. yo…
– Debes llevarme a mi casa – repitió la extraña voz
Osvaldo cerró el cofre violentamente, aterrorizado. ¿Qué estaba sucediendo?. Le dolía la cabeza tremendamente y de pronto se sintió mal, mareado. Se acostó en su cama, dejando el cofre en el suelo.
Ya recostado, comenzó a recuperarse. Supuso que era solo su imaginación lo que había escuchado y que afectado por la muerte de la abuelita, se sentía débil y susceptible y así convencido, guardó el cofre nuevamente en el ropero.
Cuando regresó a su habitación, después de la cena, volvió a escuchar los ruiditos de antes y trató de no hacer caso, hasta que debido a una fuerte vibración, todo el ropero se vino abajo, haciendo un gran escándalo.
Paola, que estaba en el cuarto adjunto, de inmediato corrió a la habitación de Osvaldo.
Hermanito, ¿que te pasó? ¿te caíste?
No hermanita, no pasó nada
Se oyó muy fuerte, como si te hubieras caído, ¿puedo pasar?
Si, pasa
Que relajo te traes! Mira nada más, todo está tirado en el suelo…
deja, yo lo levanto
¿pero que pasó? ¿como es que se cayó el ropero?
Mira, bueno.. yo… no sé, la verdad..
dime, ¿te recargaste en el? ¿lo quisiste cambiar de lugar? ¿o qué?
Tranquila, no pasó nada ¿ves? Solo tengo que levantar todo de nuevo
en ese momento, el cofre comenzó a vibrar de nuevo fuertemente y haciendo un sonoro zumbido, como si se le hubieran metido abejas.
¿que le pasa a tu cofre? Está haciendo raro
no sé Pau, no entiendo, toda la tarde ha estado haciendo ese ruido
me quieres jugar una broma ¿verdad? Le metiste un zumbador o algo – y lo abrió enseguida para descubrir el juego. Pero en cuanto lo abrió, salió la tenebrosa y extraña voz:
Osvaldo, llévame a mi casa… Osvaldo…
Paola, espantada, arrojó el cofre contra la pared.
Es buena tu broma Osva, la verdad es que me espantaste, pero ¿como lo haces? No se le ven cables o algo … que raro
Yo no hice nada Pau, de veras… es el cofre… no entiendo
Y está caliente por fuera…
si, también noté eso…
¿adónde quiere que lo lleves?
A su casa, dice…
¿a su casa? Pero..¿donde?
Osvaldo, haciendo un esfuerzo, trató de recordar la historia que le platicó su abuelita varios años atrás y Paola lo escuchó atentamente.
que cofre tan chistoso, entonces perteneció a la señora que contrató al bisabuelo y ahora quiere que lo regreses… pero la casa ya no existe, o por lo menos ya no es como era antes, ahora solo son ruinas y bien feas la verdad…
Pao… creo que debes llevarme allá – dijo Osvaldo titubeando un poco. Su hermanita recién estaba aprendiendo a manejar el auto de su mamá y no sabía ni lo que le estaba pidiendo
Pero.. yo apenas estoy aprendiendo y ese lugar está bastante lejos por carretera y además mamá me castigó por no haber pasado el exámen de matemáticas y no puedo salir
¿Crees que debamos comentarle a mamá sobre esto? – preguntó Osvaldo
No, no creo que deba saberlo. Ella no es tan “abierta” a cosas raras. Se pondría histérica y tal vez hasta nos llevaría al médico creyendo que ya nos dió alguna infección o algo, ya la conoces… je, je… – contestó Paola razonablemente
Entonces, no sé que hacer Pao, el cofre sigue vibrando endemoniadamente y cada vez hace más ruido, mamá seguramente lo oirá y querrá saber que pasa y esto se está poniendo feo…
No te preocupes hermanito, ya veremos mañana que hacer, por hoy, trata de tapar el cofre con muchas cobijas, a ver si lo calmamos un poco…
Al día siguiente Paola y Osvaldo bajaron a desayunar como siempre, tratando de que la mamá no se enterara, pero como todas las madres, sospechó algo al ver a los dos hermanos tan “unidos” y contentos, en vez de estar discutiendo como siempre lo hacían.
¿qué les pasa a ustedes dos? Ahora tan amigos y tan confidentes,
No mamá, son figuraciones tuyas – contestó Paola ligeramente
Así es mami, la verdad.. je, je…, solo imaginas – apuntó Osvaldo
Bueno, tengo que salir un rato al centro, Paola, haz tus tareas por favor y concéntrate en la lección de matemáticas. Al rato te voy a preguntar para ver si estudiaste ¿de acuerdo? Y tu Osvaldo, ahora que ya tienes tu máquina de escribir y estás aprendiendo, apúrate con la carta al doctor, se la revisas Paola y le ayudas por si se equivoca.
Si mamá – contestaron los dos al mismo tiempo
Bueno chicos, cuídense, regreso al rato.
Adiós mamá – contestó Osvaldo – cuídate tu también
Al salir la mamá Osvaldo y Paola corrieron al cuarto arriba, para ver como iba el cofre. Este estaba armando un escándalo mayúsculo y en lugar de vibrar como lo hacía antes, ahora parecía estar brincando por todos lados. Por suerte, gracias a la cantidad de cobijas que Osvaldo le había echado encima, no había roto nada, porque de lo contrario ya hubiera chocado con algo.
Trataron de contenerlo sentándose encima de él, pero era muy difícil. Finalmente Paola lo abrió de nuevo y se escuchó la voz… Osvaldo, Osvaldo, llévame …
Osvaldo le contestó suavemente – si, te llevaremos a tu casa ¿de acuerdo? –
Y para gran sorpresa de ambos, el cofre pareció “tranquilizarse” con esta confirmación, dejando de brincar y de vibrar.
Paola quiso saber como lo harían, porque la mamá se había llevado el auto.
Podría preguntarle a Pablo, ves que él tiene auto, pero entre más personas estén involucradas en este tema, será más difícil dar explicaciones después – comentó Osvaldo
Pablo es buena persona, pero no es nada discreto Osva. Lo más seguro es que irá con el chisme enseguida – contestó Paola
Si, es cierto, ¿quien más tiene carro?
El novio de mi amiga Brenda, Pedro, ya lo conoces, vino el otro día a hacer la tarea con nosotras –
¿Tu crees que nos ayude?, pero eso significa involucrar a Brenda también y eso ya son dos personas más… mmm…no me gusta
Pues si tienes una idea mejor…
No, francamente, no… no conozco a demasiadas personas… está bien, háblale a tu amiga Brenda, pero sé discreta por favor.. no le platiques nada por teléfono, mejor hasta que llegue aquí.
Está bien, ahora mismo voy por mi celular y le marco ¿está bien?
Así lo hizo Paola y cuando llegó Brenda con su novio, de inmediato y muy curiosa quiso ver el cofre y que le contaran toda la historia.
El novio Pedro, parecía sensato y cuidadoso. Osvaldo se tranquilizó al escucharlo:
Es una historia de locos – contestó – pero si podemos ayudarles en algo, con gusto lo haremos, ¿verdad Bren?
Claro! – contestó de inmediato la muchacha
Pues entonces, vámonos, ¿estas listo Osva? – preguntó Paola
Si, solo voy por mi bastón.. y ¿ya tienen el cofre?
Si, acá lo tengo yo – contestó Brenda, – yo lo llevo –
Se subieron todos al destartalado carrito de Pedro. El pobre carrito era muy viejo y le sonaba todo, menos el claxon, pero como sea, era un medio para transportarse hasta donde querían ir.
Paola, cuidadosa, le dejó un recado a su madre comentándole que había salido con Brenda y con Osvaldo a ver una tarea importante en la biblioteca, que le había dejado su maestro y que no había querido dejar a Osvaldo solo. Le marcaría más tarde a su celular, para confirmarle y tranquilizarla.
Eso fue buena idea Pao – le confirmó Brenda – mi mamá tampoco sabe donde ando, mejor le hablo a su cel y le cuento lo mismo que le pusiste tu a tu mamá –
Perfecto! – contesto Paola
El cofre, mientras tanto, parecía inofensivo y estaba muy quieto. Solo se esparció un delicioso aroma a maderas por todo el carro.
Durante el trayecto, Brenda y Paola iban platicando miles de cosas de jovencitas, entre modas, las amigas y otros temas ligeros. Pedro y Osvaldo se mantenían en silencio. Osvaldo iba pensando con cuidado que hacer cuando llegaran, no tenía ni idea de lo que iba a suceder y Pedro iba concentrado en la carretera, sabía más o menos como llegar, pero nunca había ido tan lejos con su carrito. Esperaba que el pobrecillo aguantara hasta allá sin sobre calentarse.
Todo iba bien, hasta que un par de kilómetros antes de llegar, el carrito comenzó a toser y a apagarse, hasta que finalmente dió de sí y ya no quiso seguir avanzando más.
Creo que hasta aquí llegamos – comentó Pedro
Ayyy.. que mala onda, y yo con mis sandalias, me hubiera traído mis tenis mejor – comentó Brenda
Pues a caminar – contestó Paola con alegría
¿Faltará mucho? – Preguntó Osvaldo
No creo, yo medio me acuerdo que esta carretera nos lleva directo y después de ese letrero que se vé hasta allá, falta poco para llegar al estadio de beisbol, me parece – contestó Paola
¿Al estadio de beisbol?, ¿no íbamos a una casa?
La casa ya no existe, ves que te dije Bren – comentó Osvaldo
Lo que pasa es que antes, hace mucho, allí había una casa pero ahora son solo ruinas y está bastante cerca del estadio de beisbol – puntualizó Paola
ahh.. está bien, bueno, ni modo, a caminar –
Se pusieron en camino y cuando llegaron al letrero que había señalado Paola, el cofre comenzó a calentarse de nuevo y a vibrar. Brenda se espantó al sentirlo y Paola soltó una carcajada.
¿ves? Te decíamos que estaba “vivo” – apuntó
Que horror, que feo hace.. pero… ¿como? – tuvo que soltarlo de pronto, porque comenzó a brincar con mucha fuerza. Osvaldo lo abrió enseguida y la voz se hizo escuchar de nuevo.
Osvaldo, Osvaldo.. – dijo – llévame a mi casa –
En eso estamos cofre, ya casi llegamos – le contestó Osvaldo
Debes llevarme a mi casa – le repitió
Si, ya te dijimos que sí – contestó Paola irritada
En mi casa te diré que debes hacer – apuntó ahora el cofre
ya vamos a llegar – le confirmó Osvaldo – espera solo un poco más ¿de acuerdo?
El cofre nuevamente se cerró y pareció tranquilizarse. Pedro estaba muy asombrado de lo que había visto.
Que bárbaro!!.. – puntualizó – esto si es interesante, jamás había visto algo así, deberíamos mejor llevarlo a la universidad, para que lo revisen…
¿estás loco? – comentó Brenda ¿no ves como se pone si no le hacemos caso? Es capáz de pegarnos, supongo.. je. je.. me siento muy rara al decir esto, pero .. definitivamente debemos hacer lo que nos pide
si, definitivamente – confirmó Paola
Sigamos mejor caminando ¿de acuerdo? Ya casi llegamos, lo siento – confirmó Osvaldo
Continuaron caminando y al dar la vuelta a una curva, de pronto apareció el gran estadio de beisbol. Los muchachos quisieron sentarse un momento a descansar, pero el cofre comenzó a inquietarse de nuevo, así que continuaron avanzando hasta llegar a las ruinas.
Qué feo está todo por aquí – comentó Brenda cuando finalmente llegaron – huela a rata muerta –
Seguro hay más de una por ahí – contestó Pedro
Osva. mejor quédate tu aquí, no te vayas a lastimar con las piedras sueltas – sugirió Paola
No, Pao, no.. no entiendes, puedo ver la casa, la puedo ver!!.. – gritó entusiasmado – la veo con toda claridad
Eso es imposible Osva.. – contestó Paola, palideciendo. Jamás había visto a su hermano así…
La casa está completa y es bellísima, muy grande, llena de tiestos con flores, el portón, los ventanales con vitrales .. .todo, es bellísima –
Osvaldo, tranquilízate – se acercó Pedro y lo tomó del brazo, pero Osvaldo se soltó de pronto,
Suéltame, ¿no entienden?, puedo ver la casa – Estaba muy excitado
Osva. quédate aquí – ordenó Paola – mi mamá me mata si te pasa algo
Un poco molesto, Osvaldo se sentó sobre una piedra y aunque murmurando enojado, obedeció a su hermana
– Bren, mejor quédate aquí con él, nosotros mientras vamos a dar una vuelta, cuida también el cofre, por favor – Pidió Pedro
– Bueno, no me gusta mucho la idea, pero lo haré – Contestó Brenda
Pedro y Paola se fueron a revisar los alrededores y mientras Brenda se puso sus audífonos para escuchar música de su celular y Osvaldo enfurruñado seguía sentado en la piedra. En ese momento apareció un gatito blanco de alguna parte y Brenda, quitándose los audífonos exclamó:
– Mira Osva, que lindo gatito! ay, perdón Osva. se me olvidó que no puedes ver –
– Pero si lo puedo ver Bren, es lo que no están entendiendo ustedes, aquí en este lugar, puedo ver bien – contestó
Brenda lo miró extrañada, pero no le hizo mayormente caso pensando que estaba loco y acariciando al gatito escuchó de pronto, la voz de Pedro llamándola.
– Voy a ver que quiere Pedro, Osva. tu no te muevas de aquí, ¿o.k.? –
Osvaldo no hizo ningún movimiento, pero la voz que se escuchó, aunque parecida a la de Pedro, salió del cofre.
Brenda corrió a alcanzar a Pedro y cuando llegó con él le preguntó si la había llamado.
– No, Bren, yo no te llamé – contestó
– ¡que raro!, clarísimo escuché tu voz que me decías que viniera, oye… esto se está cayendo a pedazos.. ¿ya viste esta tarja? Cuanta suciedad.. –
Ambos continuaron caminado y alcanzaron a Paola.
– ¿Qué has encontrado Pao? – preguntó Brenda
– Oye, se supone que debías quedarte con Osvaldo y desde aquí no podemos ver que hace, a ver si no se le ocurrió levantarse y caminar, no se vaya a lastimar – exclamó Paola angustiada
– Vamos ya, igual no hay nada que ver aquí, todo está derrumbado por todos lados y sucio – contestó Pedro
Caminaron con cuidado entre las piedras y cuando llegaron a donde se supone que estaba Osvaldo, este ya no estaba allí y tampoco el cofre.
– Osvaldo, Osvaldo! – gritó Paola – ¿adonde estás? – Brenda y Pedro se unieron a Paola y al mismo tiempo que voceaban a Osvaldo, corrieron de un lado a otro buscándolo. No había señales del muchacho, ni del cofre.
Al poco rato, Paola se derrumbó llorando desesperada – no puedo creerlo Bren, ¿Cómo pudiste dejarlo solo?, te pedí que lo cuidaras –
– Lo siento Pao, pero te digo que escuché a Pedro llamándome, de verdad lo siento – contestó Brenda
– Es que yo no te llamé Bren – contestó Pedro – esto es demasiado raro y además, ¿adonde pudo ir Osvaldo?, no hay tantos lugares aquí para esconderse y ya lo buscamos por todos lados, además, no estuvimos tanto tiempo lejos, como para que se pudiera ir más lejos y luego que está ciego … –
– No está ciego Pedro – refutó Paola – solo es débil visual, pero si puede ver algo, creo, aunque muy difuso, tengo tanto miedo!!.. mi mamá me va a matar, tenemos que encontrarlo! –
Entretanto Osvaldo, cuando Brenda se levantó para alcanzar a Pedro, él se quedó con el gatito blanco y acariciándolo suavemente en la cabeza, notó que el cofre iba cambiando de tamaño y el aroma a maderas se hacía mucho más intenso. El gatito ronroneaba en sus piernas y parecía muy tranquilo, mientras que su alrededor se iba difuminando y cambiando de colores, en un movimiento rotativo, lento y suave como si estuviera girando. El cofre ya de un tamaño grande se abrió lentamente y el gatito saltando del regazo de Osvaldo entró en él y desde dentro maullaba suavemente, como llamándolo. Osvaldo se levantó y se asomó dentro del cofre y vio un espacio grande y cómodo, las paredes cubiertas de terciopelo vino y acolchonado y el piso de madera oscura, el delicioso aroma a maderas era tranquilizante y viendo que el gatito se acomodaba en un rincón del cofre, con el calor que estaba haciendo afuera y sin pensarlo, decidió entrar también y sentarse dentro.
El delicioso aroma a maderas era ligeramente embriagador, el ronroneo del gatito lo relajó y sintió que le daba sueño, se acomodó dentro del baúl y cerró los ojos un momento.
El cofre se fue abriendo poco a poco, lentamente. Afuera escuchó el canto de los pájaros y el viento refrescante lo despabiló. Aún traía puestos los lentes gruesos pero se los quitó de inmediato. ¡Podía ver! podía ver claramente todo, los árboles, las nubes, el rocío en las flores. Era increíble. Se encontraba en el centro de un hermoso jardín. Una bella fuente a su espalda lo roció suavemente con agua fresca y cristalina. Al frente del cofre una enorme y magnífica mansión, exactamente como se la había descrito su abuelita, apareció ante sus ojos. Se pellizcó con fuerza un brazo, seguramente estaba soñando, no podía ser real.
Salió del cofre lentamente y asombrado miraba todo a su alrededor, con tanta alegría como nunca la había sentido. El pasto crujía suavemente bajo sus pies y sentía estar en el paraíso.
Con un poco de timidez, caminó hacia la casa y notó que había gente dentro. Reconoció casi enseguida a su abuelita, pero muchísimo más joven y tenía el cabello de otro color, sin más, se acercó a ella.
– ¿Abuelita? – preguntó de pronto, la muchacha se lo quedó mirando ligeramente asombrada y de pronto soltó la carcajada.
– Discúlpeme joven, pero no puedo ser su “abuelita” – le contestó riendo
– No, perdón, discúlpeme – contestó Osvaldo ruborizándose
– No se preocupe, pero ¿Quién es usted? – le preguntó
– Me llamo Osvaldo Ramos, señorita –
– Mucho gusto Señor Ramos, yo me llamo Mónica –
– Disculpe la pregunta, pero ¿Dónde estoy? –
– Está usted en la casa de azúcar –
– ¿La casa de azúcar?, no entiendo, ahhh.. ya recuerdo, así era como la llamaban.. – contestó pensativo
– ¿La llamaban?, bueno, así es como la llaman desde que l a Señora así le puso cuando terminaron de repararla
Osvaldo no contestó enseguida, pero mirando a su alrededor notó que había mucho movimiento y la gente iba y venía con cubetas, trapos, bandejas y un sin fin de cosas.
– ¿van a tener fiesta? – preguntó de pronto
– Si, hoy en la noche viene el sacerdote del pueblo y muchos personajes importantes, por lo que me comentó mi mamá y debemos dejar todo limpio y arreglado –
– ¿puedo ayudar en algo? –
– Claro, si usted así lo desea, podría traerme un poco de agua de la fuente con esa cubeta que está allá – contestó la muchacha riéndose de nuevo
Osvaldo estaba encantado, tomó la cubeta y fue casi corriendo a la fuente por el agua. No quería pensar en nada, solo quería sentir, ver, vivir lo que estaba viviendo y aunque no sabía lo que estaba pasando y aunque fuera solo un sueño, era demasiado hermoso y no quería despertar.
Terminaron de limpiar la enorme habitación, que según la señorita Mónica, era la sala de baile y ella, tomando a Osvaldo de la mano, lo condujo a la cocina, en donde se encontraba su madre.
– Mamá, te presento al joven Osvaldo ¿Cómo me dijo su apellido? –
– Ramos – contestó pronto y con una amplia sonrisa. La mamá de Mónica se parecía a su abuelita aún más, pero no hizo ningún comentario
– Mucho gusto joven – y apartando un poco a Mónica le recriminó – ¿no te he dicho que no hables con extraños? –
– Perdón mamá, pero el se acercó y me preguntó si podía ayudar y la verdad, necesitamos toda la ayuda posible, tu misma lo dijiste – contestó
– Está bien, se ve un joven amable y bueno, ahora necesito que pelen todas esas papas – dijo señalando un gran montón de papas que estaban en un rincón de la cocina y dándoles unos cuchillos pequeños, ambos se sentaron en unos banquitos a trabajar y siguieron platicando.
– ¿De donde viene joven? – preguntó la muchacha
– Esteee.. bueno, no sé.. yo – dijo Osvaldo distraído, no quería espantar a la muchacha con alguna historia incomprensible incluso para él
– Está bien, no se apure si no puede contestar, acá sucede a menudo que la gente viene del pueblo, pero no quiere que lo sepamos, para que no los discriminemos, como dice mi papá, el también vino del pueblo, pero no quiere reconocerlo – dijo riendo suavemente
– Gracias señorita Mónica – contestó Osvaldo
El tiempo pasó muy de prisa, Osvaldo seguía encantado platicando con la señorita Mónica y ella, al terminar los quehaceres que le encomendó su mamá, invitó a Osvaldo a conocer parte de la casa, en donde ellos podían entrar, porque según ella, había algunas habitaciones que les tenían prohibidas a la servidumbre. Solo el mayordomo y la ama de llaves podían entrar a todas las habitaciones y la Señora, por supuesto.
Osvaldo no cabía en sí de gozo, su vista perfecta ahora, le permitía ver todas las bellezas que escondía esta enorme mansión, no solo su estructura y extraordinario tamaño, sino también todos los detalles dentro y fuera de la misma. Se habían esmerado tanto en arreglarla, que verdaderamente parecía estar hecha de caramelo y betún de pastel.
Más tarde, cuando comenzó la fiesta, la mamá llamó a Mónica y le instruyó adonde podía dejar a Osvaldo para que durmiera y le pidió que ella también se fuera a sus habitaciones a descansar. Ya habían trabajado mucho todo el día y era hora de reposar.
Mónica condujo a Osvaldo a una parte separada de la casa principal, en donde había varias habitaciones pequeñas, pero cómodas y se veía, por la limpieza en todas partes, que aunque eran habitaciones para el servicio de la casa, estas eran mantenidas igual que todo, con sumo cuidado y atención en todos los detalles.
Hasta ese momento, Osvaldo había olvidado por completo su cofre y cual fue su sorpresa, al encontrarse solo en la habitación, listo para acostarse a descansar, que se encontró con el cofre de frente sobre la cama. Cuando quiso quitarlo para hacerse espacio, el cofre se abrió lentamente y la extraña voz surgió de nuevo:
– Osvaldo, Osvaldo – dijo
– ¿si? – peguntó tímidamente
– Gracias por traerme a mi casa – dijo
– Esteee… yo – contestó titubeando
– Ahora debes llevarme al salón de la entrada, donde están las escaleras y colocarme debajo del candil –
– ¿en este momento?, pero hay muchísima gente allí ahora y no sé si pueda entrar, es solo para personajes importantes y yo … –
– Debes llevarme – dijo y se cerró de golpe
Osvaldo sorprendido, no sabía que hacer. Se visitó de nuevo y cargando con el cofre se encaminó a la casa principal, trató de dejar el cofre cerca de la entrada, pero cuando lo soltó, el cofre comenzó ha vibrar y a saltar, como antes y haciendo tremendo escándalo, por lo que Osvaldo se vio obligado a cargarlo de nuevo.
– Vaya que eres latoso – le dijo al cofre
Cuando llegó a la puerta principal, el mayordomo en persona le atajó el paso.
– ¿Qué desea joven? – le preguntó frunciendo el ceño
– Estee.. yo, tengo que dejar este cofre en… – comenzó diciendo pero el mayordomo lo interrumpió
– Esta es una fiesta privada joven, debe retirarse por favor – le contestó con firmeza
– Pero, disculpe yo… – quiso decir Osvaldo con un susurro de voz
– De retirarse ahora – le repitió
– Yo quisiera .. – insistió el muchacho
– Retírese – le gruñó con fuerza el mayordomo amenazándolo con su bastón
Se quitó de inmediato asustado. El cofre estaba quieto y Osvaldo caminó hasta el brocal de la fuente y se sentó un momento a pensar. ¿Qué podía hacer para entrar? Y bueno, que necesidad.. pensó, pero el cofre comenzó a ponerse caliente.
– Está bien, está bien – dijo en voz alta, – ni siquiera me dejas pensar, si por lo menos me dijeras que podemos hacer – y se sintió un poco ridículo discutiendo con su cofre.
Una pareja que iba pasando por ahí, se le quedó mirando con rareza, el solo se ruborizó y cargando el cofre, se retiró de allí lo más rápido posible.
Caminó un rato cargando con el cofre, por el hermoso jardín que con la oscuridad de la noche se veía bellísimo. La luna se reflejaba suavemente entre las nubes grises claro y unos pequeños luceros se asomaban tímidamente entre los jirones. El aroma de las flores y de las hierbas, aunado con la fresca y dulce brisa nocturna, le dieron la fuerza y el ánimo necesarios para pensar y tratar de resolver como entrar a la casa y dejar el cofre bajo el candil.
Se alejó a un rincón del jardín en donde unos árboles tapaban su presencia, pero le permitían ver hacia la casa. Se sentó recargándose en uno de ellos y poco a poco se quedó dormido.
Un tiempo después, sintió que el cofre vibraba un poco y se despertó, justo para ver cómo los últimos invitados se despedían de la anfitriona y se retiraban. Aprovechó para despabilarse y cuando ya se sintió seguro, se acercó a la casa, ahora en profundo silencio, pues ya todos se habían retirado a dormir. El mayordomo sacó a los perros de sus jaulas para la vigilancia, pero por algún extraño motivo, no molestaron a Osvaldo para nada, al contrario, se acercaban amistosos a olerlo y le movían la cola de bienvenida, así que con mucha calma pudo acercarse a la puerta principal, que claro, estaba bien atrancada. No sabiendo que hacer, apareció el simpático gatito blanco y ronroneando lo fue conduciendo hasta un ventanal lateral, que estaba ligeramente entreabierto, con un poco de esfuerzo, pero pudo abrirlo del todo y pasó dentro de la casa, justo al salón pequeño, lleno de espejos que tanto le gustó la primera vez que lo vio.
Una vez dentro de la casa y en total silencio, caminó con mucho cuidado hasta la entrada, en donde se encontraba el gran salón de recepción.
Este contaba con dos gigantescas escaleras que en forma de semicírculo compartían unos enormes pilares para sostenerse y de allí se subía a las habitaciones de las visitas y también en una de ellas descansaba la señora. Nadie subía allí salvo el mayordomo y su esposa.
Al centro de este magnífico salón colgado del techo, se encontraba un gigantesco candil de cristal cortado en forma de araña con varias ramificaciones. Al iluminarse con velas, este despedía un sin fin de destellos multicolores que alumbraban hasta el último rincón del enorme espacio.
Osvaldo se acercó con cuidado y cuando dejó el cofre, justo debajo del candil, como se lo había indicado, tanto el cofre como el candil comenzaron a iluminarse suavemente al principio y poco a poco aumentaron la iluminación. El cofre también parecía elevarse por sí mismo y cuando alcanzó al candil, unas como gotas de luz cayeron dentro del cofre y este suavemente se posó en el suelo nuevamente. Ambos, tanto el candil como el cofre se apagaron lentamente y Osvaldo se acercó al cofre curioso.
La tapa estaba abierta y pudo ver dentro. Allí se encontraban unas bellísimas joyas y abajo de ellas, envueltos en un paño de suave terciopelo color azul oscuro, se encontraban unos documentos. Nada de esto había estado allí antes de que Osvaldo dejara el cofre bajo el candil, por lo que supuso que estos habían “entrado” de alguna forma al cofre, gracias al candil.
Se escuchó un ruidito en el salón de al lado y Osvaldo se aterrorizó. Si lo encontraban allí, seguramente creerían que era un ladrón y se metería en tremendos problemas. Con todo cuidado tomó el cofre y moviéndose con suavidad y en el máximo silencio posible, salió por donde había entrado.
Corrió a toda prisa hacia las habitaciones de los trabajadores y entró en su pequeño cuarto. Aparentemente nadie se había dado cuenta de lo tarde que había llegado y suspiró aliviado. Dejó el cofre como siempre, bajo su camastro y se durmió enseguida.
A la mañana siguiente, Mónica vino a despertarlo temprano. Era sábado y lo más importante era ayudar a limpiar toda la casa y dejarla a punto de nuevo, después de la gran fiesta de la noche anterior.
El día se le pasó a Osvaldo muy rápido, con tanto que hacer y todos ocupados. El, junto con Mónica, no pararon de traer cubetas con agua, trapos, limpiar aquí, limpiar allá. Se entretuvo tanto, que olvidó por completo el cofre y su extraño contenido.
A la tarde, cuando ya todos muy cansados se empezaron a retirar a sus habitaciones, Mónica y Osvaldo tuvieron un rato para platicar. La misma Mónica decidió acompañar a Osvaldo a su cuartito y una vez allí, Osvaldo miró el cofre.
Mónica curiosa, le pidió que se lo mostrara y el, un poco temeroso se lo puso a ella en el regazo, no sabía cómo se “comportaría” el cofre en manos ajenas, pero éste se mantuvo quieto. Solo el hermoso aroma de siempre, a maderas, inundó toda la pequeña habitación. Mónica quiso abrirlo, pero el cofre se mantuvo cerrado herméticamente y no se podía abrir. Ni siquiera Osvaldo logró abrirlo en esta oportunidad y extrañado solo comentó:
Seguramente lo tiré y ahora se estropeó la chapa, supongo
Que mala suerte! Y yo que quería verlo por dentro. me parece muy bonito y si por fuera tiene tantos adornos y dibujos, por dentro debe ser muy lindo también.
No, la verdad, es solo un cofre común y dentro solo está cubierto como de terciopelo oscuro, nada más.
Pero parece que tiene algo, por que suena… – comentó Mónica con una risita, – lo que pasa es que no me quieres mostrar lo que tienes allí –
No, no… es que .. bueno, ves.. se descompuso la chapa y ahora yo tampoco puedo abrirlo – contestó Osvaldo
Se lo podemos llevar a mi papá, él lo puede arreglar, si quieres – comentó Mónica
Bueno, pero será después, ahora cuéntame, ¿desde cuando estás en esta casa? – preguntó Osvaldo para distraerla del cofre
Mónica le platicó su corta vida en un par de horas y cuando ya iba a oscurecer, Osvaldo la acompañó a sus habitaciones, en donde su madre y su hermana ya la estaban esperando.
Cuando dejó a Mónica con su familia y volvió a su cuarto, trató nuevamente de abrir el cofre y éste se dejó abrir con toda facilidad, volvió a ver las hermosas joyas y sacó los documentos del paño que los cubría. Estos documentos estaban en un idioma extraño, posiblemente germano o algo así y no entendió nada de lo que allí estaba escrito. Recordó a su Abuelita cuando le platicó de los documentos de la señora y que éstos estaban en un idioma extraño y que el Mayordomo los había usado para enviar una misiva cuando la madre de la señora falleció.
De pronto se estremeció. Estas joyas y los documentos pertenecían a la señora y debía devolvérselos. Con este pensamiento, tomó el cofre y se encaminó a la casa principal, para tratar de entrevistarse con la señora. El cofre estaba quieto y no hizo ningún movimiento.
Cuando Osvaldo llegó a la puerta principal, el mayordomo fue el que abrió la puerta.
Tú de nuevo! – gruñó encolerizado – ya ayer te dije que aquí no entra nadie extraño –
Lo siento señor, pero es que tengo que hablar con la señora – contestó
El mayordomo no quitaba la vista de encima del cofre.
Oye, este cofrecito yo lo conozco, lo he visto hace mucho tiempo, pero se perdió ¿cómo es que lo tienes tú? – le preguntó suspicazmente
Hasta donde yo sé, este cofre le pertenece a la dueña de esta casa y quiero devolvérselo
Mira muchacho, la señora no recibe extraños, si quieres yo le llevo el cofre y se lo doy
Por la forma en que el mayordomo miraba el cofre y por la forma de pronto precipitada que extendió las manos para tomarlo, Osvaldo sospechó de inmediato y se movió hacia atrás.
No señor, debo dárselo yo, no puedo dárselo a usted – contestó
dámelo – ordenó el mayordomo más enérgicamente
No – repelió Osvaldo y girando enseguida, corrió lo más rápido que pudo
El mayordomo lo seguía de cerca, – agarren a ese muchacho – gritó de pronto
agárrenlo, es un ladrón – gritó encolerizado y alarmando a los peones, los levantó y algunos de ellos corrieron detrás de Osvaldo. La carrera duró poco, Osvaldo extenuado alcanzó a llegar a un estrecho pasillo de plantas silvestres muy altas y muy tupidas y aunque sus perseguidores iban cerca, logró esconderse en un hueco entre las grandes piedras. El cofre parecía estar temblando.
No te preocupes, – le dijo Osvaldo al cofre – yo te estoy cuidando amigo y haré lo posible porque no te encuentre el mayordomo –
Recordó la mirada del mayordomo al ver el cofre. Se veía claramente la ambición y la maldad. Era un hombre malo, por lo que pudo ver y sentir.
Pensó, – no creo que este sea el mayordomo que me platicó mi abuelita, no puedo creer que este sea mi bisabuelo y además sea tan malvado. Entiendo que las joyas y los documentos los usó para su beneficio, esto es claro, pero no .. este no es el mayordomo que conoció mi abuelita, estoy seguro!!
Se quedó escondido allí un buen rato hasta que sintió que sus perseguidores se habían ido y cuidadosamente salió de su escondite. Miró a su alrededor y sintiéndose un poco más seguro, salió al camino. De repente, apareció el mayordomo armado con una pistola antigua y amenazándolo le exigió que se quedara dónde estaba y ya no se moviera. Así hizo el muchacho, presintiendo que si se movía, este le dispararía a matar.
Entrégame el cofre y no te haré nada, muchacho – le exigió
Señor, pero es que no le pertenece – le contestó Osvaldo titubeando
Pero a ti tampoco te pertenece y es más mío que tuyo – le gritó, sus ojos se habían puesto rojo vivo y la furia se apoderó de él. Le arrebató el cofre de un solo golpe y con la pistola le dio fuertemente en la cabeza a Osvaldo, tirándolo y dejándolo inconsciente.
¿Dónde estoy? – preguntó atontado y con gran sorpresa escuchó la voz de su hermana Paola
Osva. Hermanito.. que bueno que te encontramos!! – dijo ella llorando – que horrible susto nos diste – puntualizó
pero… – quiso decir
Tranquilo, tranquilo – escuchó decir a Pedro
Debemos llevarlo al médico – sugirió Brenda
Paola lo abrazaba tiernamente
¿Dónde está el cofre? – preguntó Osvaldo de pronto, – debo recuperarlo – gritó de pronto espantado
Acá está, hermanito – le contestó Paola poniéndoselo en las manos
Osvaldo con tristeza notó que su vista seguía igual de mala que siempre aquí y que ya no podía ver casi nada. Sintió con alegría el cofre y lo sacudió un poco, seguía teniendo algo dentro, por lo que pudo escuchar.
¿Qué metiste en el cofre ? – preguntó Brenda – se siente más pesado y hace ruido – Trató de abrirlo y no pudo. Pedro lo intentó también y pese a grandes esfuerzos, no pudieron.
Déjenlo – contestó Paola, – es de Osva., seguramente él ya le guardó algo allí, ¿verdad hermanito?
Ehhh.. sii… le metí unas piedritas que encontré y que sentí redondas y bonitas.. no se preocupen – contestó
Oigan, ya tenemos que irnos si no queremos meternos en más problemas – sugirió Pedro
Si, tienes razón, creo que mejor ya nos regresamos – apoyó Brenda
Se subieron al destartalado carrito de Pedro, que encendió enseguida y obedientemente permitió que lo aceleraran a buena velocidad y así pudieron regresar a la ciudad, en donde dejaron a Paola y a Osvaldo en su casa, justo unos minutos antes de que llegara la mamá y los sorprendiera fuera de casa.
Paola le pidió a Osvaldo que no le contara nada a su madre de la “escapada” y Osvaldo estuvo de acuerdo con ella. Sería muy difícil de explicar.
Osvaldo sintiéndose aún desorientado, subió a su cuarto con el cofre bajo el brazo, se sentó en su cama y pudo abrirlo con gran facilidad. Dentro se encontraban las joyas y los documentos intactos y podía verlos límpidamente, volvió a guardarlos en su lugar y escondió el cofrecito bajo su cama, suponiendo que había sido todo un sueño solamente, aunque las joyas y los documentos… bueno, ya no quería pensar más y estaba muy cansado.
Pasarían algunas semanas y aunque todo parecía normal, Paola yendo a la escuela con su alegría y ligereza como siempre, la madre yendo y viniendo con sus amigas y sus quehaceres rutinarios y Osvaldo, aprendiendo a usar su computadora parlante y tomando sus clases especiales, algo sin embargo había cambiado. Osvaldo se sentía triste. Extrañaba poder ver con esa magnífica claridad con la que había soñado y recordaba a Mónica, su risa, su voz cantarina, sus ojos…
Esto no pasó desapercibido a su madre y luego de preparar el desayuno, cuando estaban todos a la mesa, le preguntó de pronto:
– Osva. hijo, ¿Qué te pasa últimamente? Te noto distraído y extraño –
– Nada mamá, estoy bien –
– Pero no estás contento, yo te conozco y sé cuando estás tristón –
– Lo siento mami, en verdad no me pasa nada, solo que.. bueno, no he dormido muy bien últimamente
– ¿no has dormido bien? Eso es malo, tal vez una visita al médico y que te revise..
– Ayy mamá, es que le haces demasiado caso – repeló Paola – siempre te preocupas por nada –
– En verdad mamá, no me pasa nada, no te preocupes – apoyó Osvaldo
La madre no estaba convencida, pero mirando a su hijo con toda su ternura, le dijo
– Está bien Osva, yo sé que si necesitas algo me lo pedirás ¿verdad?, sabes que te ayudo en cualquier cosa que necesites –
– Si mamá, oye.. bueno, tengo una pregunta curiosa, ¿conociste o conoces a alguien en la familia que se llame Mónica?
La madre inclinó un poco su cabeza pensando – no estoy segura, pero creo que una tía mía se llamaba Mónica, era la hermana más pequeña de mi mamá – le contestó
– ¿Sabes que le pasó?, ¿tal vez sepas algo de su historia?
– No mucho, la verdad no recuerdo bien, casi nunca se habló de ella. Lo que pasa es que hasta donde yo sepa, murió ya ancianita, internada en un hospital psiquiátrico –
– ¡Qué horror! – comentó Paola, – ¿pero tú de donde sabes de esta tía abuela, Osva.?
– Me pareció haber escuchado algo de la Abuela – contestó Osvaldo – ¿y sabes por qué la internaron allí?
– Parece y te digo que no sé con seguridad, que estuvo enamorada de un joven que aparecía y desparecía constantemente y que ella terminó confirmando obstinada en que era un “viajero del tiempo” lo llamaba y claro, la gente en ese entonces creyó que estaba loca, bueno, hoy en día sería lo mismo si me llega alguien con esa idea, lo más raro es que varias personas conocieron a este señor y un día sin embargo, desapareció del todo y ya no lo vieron más y la tía Mónica entró en gran desesperación y casi a punto de suicidarse, la detuvieron a tiempo y la llevaron al sanatorio en donde ya no salió nunca más.
– ¡qué triste y romántica historia! – apuntó Paola – se parece a la letra de una canción que escuché en no sé dónde –
Osvaldo bajó la cabeza y se quedó pensando. Era terrible eso y peor aún sintiéndose culpable de lo que le había pasado a la tía Mónica, porque suponiendo que fuera él el joven del que se enamoró ella, sería monstruoso que terminara en el manicomio por culpa suya, pero.. ¿Cómo? No… pensándolo bien, era imposible que fuera él ese joven, todo había sido solo un sueño ¿no?, seguía sin comprender.
Esa misma noche ya acostado en su cama, Osvaldo escuchó una suave música, como de arpas saliendo del cofre y el siempre delicioso aroma a maderas, lo envolvió. Se sentó de inmediato sobresaltado y sacando el cofre de debajo de la cama, sintió como iba aumentando de tamaño y cuando ya no cupo más en la cama, con trabajos lo bajó al suelo y esperó. No tardo mucho el cofre en tomar su tamaño más grande y se abrió lentamente, saliendo de él, el ya conocido gatito blanco que ronroneando entre sus piernas, lo invitó a entrar. Osvaldo titubeó un poco, ya suponía lo que estaba por suceder… pero de pronto se decidió. Iría en lo que el suponía sería nuevamente un sueño, a la hermosa casa de azúcar y volvería a ver a Mónica.
Se acomodó dentro del cofre y se sumió en un profundo sueño. Cuando despertó, el cofre ya estaba abierto y pudo ver con toda claridad, las nubes, el hermoso cielo azul y todo el magnífico jardín que le era ya familiar.
Salió del cofre con el corazón aligerado y sintiéndose feliz, corrió hacia las habitaciones en donde suponía se encontraba Mónica.
– Mónica, Mónica! – gritó alegremente
– Osvaldo! – le contestó la muchacha y feliz se arrojó en sus brazos
El se sorprendió un poco con el intempestivo abrazo, pero se alegró mucho de ver que Mónica lo recibía con tanto cariño
– ¿Dónde estuviste tanto tiempo?, te extrañé muchísimo – le dijo Mónica
– Pero, no me fui tanto tiempo ¿o sí? – le dijo Osvaldo mirándola directamente a los hermosos ojos de la muchacha
– ¿Tanto tiempo? Pero si fueron casi 8 meses, los conté – contestó Mónica – y mi padre te estuvo buscando hasta por debajo de las piedras, dice que te robaste un cofre de la señora –
– ¿El cofre? ¿este? – dijo Osvaldo señalando bajo su brazo
– Pues supongo que si, pero yo ya le dije a mi padre que tu lo traías desde que llegaste, que yo vi que tú lo traías desde que te conocí, pero no me cree – le contestó
– Es que efectivamente, es de la señora, estoy seguro, pero él me lo quiere quitar y no creo que se lo entregue a la señora, lo quiere para él – le respondió Osvaldo – recuerda que tiene unas joyas bellísimas y unos documentos … – repuntó
– Si, me acuerdo que me los enseñaste y bien que conozco a mi papá y sí puede ser que él quiera “conservar” algo para sí mismo, creo que lo mejor es que no sepa que regresaste – le comentó
– Estoy de acuerdo contigo, pero ¿que voy a hacer? – preguntó preocupado
– No te angusties, tengo una idea – le dijo mirándolo con picardía
Mónica lo tomó de la mano y lo condujo hasta el otro lado del jardín, en donde Osvaldo nunca había estado. Allí existían unos acantilados y bajando por una corta cuesta, encontraron una grieta entre los grandes peñascos adonde entraron y pudo ver una cueva. No era demasiado grande, pero estaba seca y se veía espaciosa, por lo menos lo suficiente para eventualmente pasar la noche.
– Debo regresar a mis quehaceres – le comentó Mónica – pero quiero que te quedes aquí, regresaré en cuanto pueda y te traeré algo de comer –
– Ten mucho cuidado Mónica, tengo miedo que tu padre te vea y te castigue – le contestó
– No te preocupes, puedo ser muy discreta – le contestó alegremente –estoy feliz que hayas regresado – y dándole un beso en la mejilla se retiró riendo
Osvaldo la esperó toda la mañana, pensando que hacer. Era imposible que se quedara allí permanentemente, o por lo menos era lo que creía, tampoco quería regresar a su “época” entrando al cofre, sentía que se estaba enamorando de Mónica y que ella le correspondía. Recordó también lo que su madre le había contado y sintiendo un gran pesar en su corazón, sus ojos se llenaron de lágrimas, era la primera vez en mucho tiempo que lloraba y dejó salir las lágrimas completamente.
El suave canto de los pájaros y la fresca brisa lo fueron reanimando un poco. Ya más tranquilo, resolvió esperar a ver que sucedería. No podía adivinar y tampoco podía resolver este dilema, así que lo mejor era dejar al destino que él decidiera. Se sentó en una roca a mirar el horizonte, que desde allí se veía inmenso y maravilloso. Casi podía tocar las nubes con las manos y el sol, recargándose con ligereza en un soplo cálido, le acariciaba el rostro. Nada podía ser mejor que estar allí precisamente y el cofre, aunándose a su alegría, dejó escapar una hermosísima música muy suavemente y con esto, Osvaldo cerró los ojos unos instantes y cuando los abrió, Mónica corría desde arriba gritando:
– Osvaldo, Osvaldo, corre, que viene mi padre con los peones, ¡corre! –
Osvaldo se levantó a toda prisa, pero ¿adónde correr? Estaba dentro de la cueva y no había salida, por lo que cuando los alcanzó el mayordomo con los peones, ellos ya no pudieron escapar.
Lo sometieron rápidamente, eran muchos hombres y fuertemente atado de las manos miró impotente como el mayordomo, sacudiendo con fuerza a Mónica la reprendió con dureza:
– Muchacha estúpida – le gritó, – sabías que yo lo estaba buscando, lo sabías –
– Padre, por favor, déjalo, él no se robó el cofre – le contestó angustiada
– Y tú – dijo mirando a Osvaldo – miserable ladrón – le grito
– Yo no he robado nada – le contestó Osvaldo con firmeza, – estoy dispuesto a entregarle el cofre a la señora, pero solo a ella –
– Pues ya no le darás nada, muchacho, porque ahora es mío – dijo el mayordomo soltando una extraña risotada.
Mónica y Osvaldo se miraron espantados.
El mayordomo tomó el cofre del suelo y en ese momento el cofre comenzó a vibrar fuertemente y el mayordomo se vio forzado a soltarlo…
– ¿Qué le pasa a esta cosa? ¿Cómo es que se revuelve así? – preguntó sorprendido – ¿a ver? – trató de tomarlo de nuevo y vibró con más fuerza aún
Osvaldo no podía creerlo, el cofre se estaba “defendiendo” de alguna forma y sonrió para sí mismo.
– ¿de que te ríes? – le reprendió el mayordomo – a ver, tu muchacha inútil, agarra el cofre – le ordenó a Mónica
Ella se inclinó y tomó el cofre, que se dejó tomar con docilidad por Mónica.
– ¡que raro!, pero bueno, vamos todos a mi casa y tú llevas el cofre – sentenció el mayordomo y así, casi a rastras, se llevó a Osvaldo, a Mónica y a los demás peones a las habitaciones que fungían como la casa de los trabajadores. Una vez allí despidió a los peones y trató de abrir el cofre, pero no pudo a pesar de todos los esfuerzos. Intentó incluso con una larga y pesada varilla de acero, pero el cofre vibrando y brincando impedía que se le acercara.
– No puedo abrirlo – dijo finalmente agotado – tu, Mónica, ábrelo, parece que contigo se está quieto –
– No te voy a ayudar papá, lo siento, pero esto que quieres hacer es ruin y miserable – contestó Mónica con firmeza
– Lo vas a hacer hija – dijo el mayordomo – si no, vas a ver lo que le voy a hacer a tu novio – confirmó acercándose a Osvaldo con la varilla y amenazándolo con ella
– No, por favor, no lo lastimes – gritó asustada y corriendo al cofre lo abrió de inmediato
El mayordomo feliz de haber logrado su cometido, tomó del cofre las joyas y con la ambición brillándole en sus malvados ojos, azotó la tapa y dejando los documentos que no le importaban, se fue de la casa con rumbo al pueblo.
Mónica se acercó a Osvaldo y lo desató y ambos se abrazaron tiernamente.
– ¿Qué vamos a hacer ahora? Mi papá seguramente te va a buscar hasta matarte, no va a querer que seas testigo de su maldad – le dijo compungida
– Si y lo más probable es que a ti también te lastime o algo peor – pensó Osvaldo – tendremos que huir lo más lejos posible
– Pero ¿a dónde ir? Nunca he salido de aquí y no conozco nada fuera de esta casa y sus alrededores
El cofre comenzó a vibrar suavemente y el gatito blanco salió de pronto, se acercó a Osvaldo y a Mónica y mirándolos, los invitó a ambos a entrar al cofre.
Osvaldo tuvo el presentimiento de que el cofre lo llevaría de regreso a su época, con su madre y con su hermana Paola, pero ¿y Mónica? ¿iría ella también? ¿comprendería ella lo que sucedería? Sintió miedo, pero al escuchar que el mayordomo regresaba se armó de valor y le pidió a Mónica entrar en el cofre también.
Fue justo a tiempo, Osvaldo pudo ver al mayordomo entrar en la casa cuando estaba cerrando la tapa del cofre y sin más, después de una ligera sacudida, el cofre se abrió y ambos estaban en el cuarto de Osvaldo, en su casa y en su época.
– ¿Dónde estamos? – preguntó Mónica espantada
– No te espantes, estás en mi casa – le contestó Osvaldo suavemente tratando de tranquilizarla
– ¿en tu casa? Pero.. ¿Cómo? – preguntó ahora sorprendida
Osvaldo trató de explicarle con palabras sencillas y con confianza, que todo parecía un sueño, pero que de alguna forma era real y aunque el mismo no comprendía del todo lo que pasaba, le explicó como el cofre lo había llevado a la casa de azúcar, lo había devuelto a su época y nuevamente llevado a ella y para escapar del mayordomo, había decidido aceptar la invitación y entrando al cofre, habían regresado a su época, pero ahora ella estaba allí.
Mónica lo escuchó con atención y conforme iba hablando, ella iba abriendo cada vez más los ojos, sorprendida y espantada.
– ¿Estamos entonces en el siglo XXI?, espera, yo .. no entiendo – dijo incrédula – ¿Qué horrible ruido es ese? – gritó sobresaltada al escuchar un claxon de un auto
– Es un automóvil – le contestó y pensando se dijo a si mismo – esto va a ser mucho más difícil de lo que imaginé
– ¿Qué es un automóvil?, tengo mucho miedo … – dijo temblando
– Esto no va a funcionar – le dijo y abriendo el cofre le pidió volver a entrar en él
– No quiero, – contestó Mónica – mi padre nos va a matar allá y aunque no sé en donde estoy ahora, por lo menos sé que no está mi papá aquí – dijo firmemente
– Mónica, esto es muy extraño para ti y puede resultar hasta peor que enfrentarnos a tu papá – le dijo Osvaldo
Mónica soltó un largo suspiro y mirando fijamente a Osvaldo le contestó
– Si tú estás aquí yo trataré de no temer, sé que me vas a defender y bueno, me vas a ayudar… ¿pero, qué le pasa a tus ojos, se están nublando? –
– Es que en esta época y aquí, lamentablemente soy ciego – dijo con gran pesar en su voz – lo siento Mónica, no puedo ayudarte, si apenas y puedo ayudarme a mí bajo estas condiciones – y con lágrimas en los ojos abrazó a Mónica dulcemente
– Esto es terrible – dijo Mónica también llorando – ¿Qué vamos a hacer? –
En eso se abrió la puerta del cuarto de Osvaldo y entró Paola.
– ¿Qué pasa aquí? ¿Osva.? ¿Quién es esta niña? – preguntó sorprendida al ver a Mónica abrazando a su hermano
Mónica gritó espantada y se escondió detrás de Osvaldo.
– Tranquila Mónica, es mi hermana Paola, Paola, te presento a Mónica – les dijo presentándolas
– Que bonito vestido! – dijo Paola alegremente – Osva. tengo que hablar contigo – dijo un poco más bajo mirándolo con suspicacia, sin quitar la vista de encima de Mónica
– Mónica ¿me dejas hablar un momento con mi hermana? Le tengo que explicar, ¿me entiendes? – le pidió
– Estee.. si, pero ¿te vas? No me dejes sola por favor – suplicó
– No te espantes, estaré aquí mismo, solo que … – trató de calmarla
– Está bien Osva. – contestó Paola, – no la dejes, pobrecilla, está muy espantada, tu cuéntame de que se trata aquí mismo, no creo que sea tan complicado… – sugirió Paola
Osvaldo trató de explicarle a su hermana todo, desde la ida a las ruinas y el viaje en el cofre hacia el pasado, la casa de azúcar, en fin, todo lo que había pasado y como es que Mónica estaba allí ahora.
– Si es muy complicado – aseguró Paola – es definitivamente increíble y aunque estoy mirando a la niña aquí, no puedo creerlo – sentenció
– Para mi es ahora un poco más claro – aseguró Mónica, – aunque tampoco puedo creer ni la mitad de lo que dices –
– Bueno chicas, créanme o no, es exactamente como les he contado y yo tampoco puedo creerlo –
Todos se quedaron callados un momento, entonces el cofre comenzó una linda melodía suavemente y los envolvió a todos con su cálida música, tranquilizándolos.
– Eso, eso, amigo cofre, ahora ayúdame – repeló Osvaldo con acritud – ya me metiste en este tremendo lío –
– No lo regañes – le dijo Mónica – pobrecillo, míralo, está temblando – le dijo acariciando la tapa con suavidad
– Paola soltó una carcajada – pero si se trata solamente de una caja de madera y lo tratan como si fuera un perrito – dijo riendo
El cofre se abrió de pronto y con un ligero zumbido salió de él una delgada nubecita de color rosado, que expandiéndose rápidamente, le dio forma a una hermosísima mujer, que acercándose a Osvaldo, lo rozó suavemente en la mejilla con su mano.
– Estimado y muy querido Osvaldo – dijo con una voz extraña, pero hermosa, que sonaba como cascabeles y campanas
Paola y Mónica se miraron sorprendidas, Osvaldo no la pudo ver, pero sí sentir y estaba extasiado por la suavidad de la caricia.
– Se parece a la señora – comentó Mónica, bajando la voz – pero es mucho más bella –
– ¿Quién es la “señora”? – preguntó Paola extrañada
– Es la dueña de la casa de azúcar – le contestó Mónica susurrando
– ¿La casa de azúcar? – preguntó nuevamente Paola
– Si, – le confirmó Mónica – la casa que le dijo Osvaldo a usted, ahora que le explicó todo –
– Ah, es cierto, la casa ahora en ruinas, bueno, igual no entiendo nada, ¿Qué dice la señora? – preguntó cuando vio que la nube rosada se acercó a Osvaldo
– Querido Osvaldo, has sido un joven brillante y muy valiente, sin comprender has sabido por fe, continuar con tu trabajo y lo has hecho muy bien – le dijo
– ¿Quién es usted? – preguntó Osvaldo con un ligero temblor en la voz
– Soy la madre de la niña abandonada en la casa de azúcar, he lamentado por la eternidad mi terrible error y mi castigo ha sido estar encerrada en este cofre, con mis pertenencias terrenales – le contestó suavemente
Osvaldo, ahora notó que podía volver a ver con claridad a su alrededor y sorprendido observó a la hermosa dama que en forma de nube, le estaba hablando.
– Quiero agradecer el esfuerzo que has hecho por devolver este cofre a mi hija y espero que logres hacerlo, debes volver a mi casa y entregarle el cofre – le confirmó
– ¿pero cómo? está el malvado mayordomo buscándonos a Mónica y a mi y si volvemos seguramente tratará de matarnos, además de que se ha robado las joyas
– Las joyas no han desaparecido, las tomó el mayordomo, pero volverán puedes estar seguro – le contestó – y trataré de ayudarte para distraer al mayordomo y que no los lastime –
– Estimada señora – esta vez fue Mónica la que habló – entiendo que debemos volver a la casa de azúcar y que usted nos ayudará a devolver este cofre a su hija, pero Osvaldo … – y dejó la oración en suspenso
– Querida niña, no debes preocuparte, Osvaldo es un hombre valiente y sabrá defenderse y defenderte a ti, en caso dado – le contestó con una suave y tranquilizadora sonrisa en su bellísimo rostro – Osvaldo, deberás ir protegido con algunas piezas que dejé en el cofre, para que puedas enfrentar al Mayordomo cuando sea el momento – sentenció y acariciando nuevamente la mejilla de Osvaldo, mirando a Mónica y a Paola con dulzura, se fue desvaneciendo hasta convertirse nuevamente en nubecita y regresó al cofre.
– Qué situación tan interesante! – dijo Paola excitada, – nunca, pero nunca me van a creer mis amigas –
– No debes contarles Pao – corrigió Osvaldo – si alguien conoce esta historia nos tirarán de locos y nadie nos va a creer
– Osvaldo – pronunció Mónica – ¿Qué vamos a hacer? ¿harás los que te dice la señora?
– Por supuesto, no tengo mayores alternativas Mónica, debo volver contigo a la casa de azúcar y una vez allí, trataré de encontrar a la hija de la señora y le devolveré su cofre, como debe ser – dijo con gran apostura y firmeza
Paola lo miraba sorprendida, jamás había visto a su hermano con tanta seguridad en sí mismo y con tanta severidad también
– Osva. ¿que le voy a decir a mamá?, si te vas, no puedes estar allá y acá al mismo tiempo… –
– Eso es una muy buena pregunta Pao, pero aunque sé que le va a doler, deberás explicarle como mejor puedas, será complicado.. –
– ¿complicado? – confirmó Paola – complicadísimo, no me va a creer nada y puede que además me castigue por mentirosa y …
– Señorita Paola – interrumpió Mónica, – discúlpeme que le interrumpa, pero Osvaldo tiene razón, independientemente de que no conozco a su señora madre, creo que tendrá la fortaleza de Osvaldo también y sabrá comprender – trató de conciliar
– Me meten en un gran lío – contestó Paola, – pero entiendo que lo que debe hacer Osvaldo es de gran importancia, seguramente nada de esto hubiera sucedido si la abuelita no te hubiera dado el cofre… – puntualizó
– La abuela de alguna forma ya me lo había advertido entonces – confirmó Osvaldo, – cuando me lo dio me dijo que era de gran importancia conservarlo y que en su momento, yo sabría qué hacer y ahora lo sé, debo regresar y devolvérselo a su verdadera dueña
Se quedaron un momento callados todos y cada uno pensando ensimismado, hasta que el cofre se abrió nuevamente y el gatito blanco apareció-
– Debemos irnos Mónica – confirmó Osvaldo y ella asintió levemente
– ¿Volverás? – preguntó Paola
– No lo sé, ni siquiera sé si sobreviviré – dijo seriamente – pero debes prometerme Paola, que cuidarás de mamá –
Paola abrazó a su hermano y mirándolo con dulzura le confirmó
– Si hermano, cuidaré a nuestra madre con todo mi cariño y trataré de consolarla lo mejor posible, tu por favor cuídate y si es posible, trata de avisarme que estás bien –
– ¿Cómo haré eso Pao? Pero bueno, intentaré, créeme, lo intentaré, te quiero mucho hermanita – le dijo devolviéndole cariñosamente el abrazo
Mónica y Osvaldo se tomaron de las manos y entraron al cofre, que ya había aumentado a su tamaño máximo.
Tanto su hermano, Mónica y el cofre, desaparecieron ante los ojos de Paola que sorprendida los miró irse y abalanzándose sobre la cama, lloró desconsoladamente. La madre en ese momento escuchó el llanto de Paola y entró al cuarto de Osvaldo.
– ¿Qué pasa hija? ¿Dónde está Osvaldo? ¿Por qué lloras así? – le preguntó
Paola, entre hipos y suspiros, trató de explicarle a su madre toda la historia y para su sorpresa, la madre no pareció sorprendida, bueno, ni siquiera molesta.
– Mi madre, tu abuelita, ya me lo había advertido Pao, Osvaldo es un hijo especial, muy especial y ella en secreto me confió parte de lo que me estás contando, yo solo esperaba que fuera mucho después, mucho, mucho después… – dijo con tristeza
– ¿Entonces ya sabías lo de la casa de azúcar y todo eso? – preguntó abriendo los ojos expresivamente
– Pues no tan exacto como me lo has confirmado tú, pero si, ya sabía que esto podría pasar algún día – y abrazando a su hija, lloró un poco con ella y ambas se consolaron como mejor pudieron.
Entretanto, Mónica y Osvaldo regresaron a la casa de azúcar y se alegraron de ver que había oscurecido y amenazaba con lluvia. Los rayos y truenos todavía lejanos, hacían una noche espléndida para esconderse ya que las pesadas nubes cubrían casi por completo la luz mortecina de la luna, desvaneciendo y convirtiendo todo en sombras.
Tomaron el cofre con cuidado y regresaron a la gruta en donde Osvaldo se había escondido anteriormente. Allí pudieron encender una pequeña fogata y pudieron revisar el cofre, que dentro tenía diferentes objetos, cada uno más extraño que el otro. La tormenta arreció formalmente y apenas y podían oírse entre ellos a punta de gritos, el viento que soplaba con furia les impedía escucharse.
– ¿Qué será esta como cuchara? – preguntó Mónica, tomando uno de los objetos dentro del cofre
– No tengo idea, pero parece muy inofensivo, si con eso me voy a defender del mayordomo, pues ya estoy frito – aseguró con una pequeña risa
– No te rías Osvaldo – sentenció muy seria Mónica – la señora seguramente no te habrá puesto objetos de broma – pero no pudo evitar reír un poco también
Continuaron sacando los objetos, una espada corta muy filosa, un espejo bellamente labrado, dos ranas elaboradas en plata muy fina y brillante, un relicario de bronce y un brazalete que tenía incrustaciones de rubíes, todos objetos para damas por lo que pudo observar Osvaldo.
– Me voy a ver muy chistoso con todas estas cosas de mujer – dijo
– No te creas Osvaldo, seguro cada una de ellas debe tener alguna razón especial de ser, a ver… – dijo tomando el espejo, al mirar la imagen pudo ver al mayordomo y supo exactamente en donde se encontraba
– ¿ves? Este espejo nos dice dónde está mi padre ahora, puede servir para advertirnos –
– ¿a ver? – dijo Osvaldo tomando el espejo y mirándolo asintió, – tienes razón, pero yo no conozco el lugar en donde está ahora –
– Yo sí sé, es la cantina del pueblo, una vez me llevó allá cuando era muy pequeña, pero recuerdo lo feo que olía todo –
– Las ranitas, ¿para que servirán? – preguntó nuevamente Mónica y al tomarlas se sorprendió sentirlas tan frías, estaban heladas y era tan intenso el frío que expedían que hasta le ardieron las manos – ayyy – grito de pronto
– ¿Qué te pasó? – preguntó Osvaldo alarmado
– Es que me quemaron o algo así, están heladas… – Osvaldo las tomo también y sintió lo mismo que Mónica – es extraordinario! – confirmó sorprendido
– Dejemos las demás cosas ahí – dijo Mónica, señalando un rincón de la cueva, – por ahora debemos concentrarnos en que debemos hacer lo siguiente –
– Sí, estoy de acuerdo – y sentándose cerca de la fogata, ambos platicaron y organizaron una estrategia para distraer al mayordomo y que Osvaldo llegara a la casa con el cofre, antes de que el mayordomo pudiera detenerlo
A la mañana siguiente, poco antes de amanecer, Mónica despertó a Osvaldo.
– Mira, el espejo, está brillando – dijo
Osvaldo lo tomó y mirándolo observó que el mayordomo se disponía a salir. Por lo que pudo ver, se ponía botas largas y Mónica le confirmó que solo las usaba cuando iba a montar a caballo y esto solo lo hacía si se iba a ir lejos.
Ambos se alegraron, esto facilitaría enormemente su trabajo. Si el mayordomo salía de la casa de azúcar, todo sería coser y cantar.
Pero se equivocaron.
Salieron de la cueva contentos y cuando iban rumbo a la casa, Mónica, con un ligero presentimiento detuvo a Osvaldo.
– Creo que mejor me adelanto y busco a mi mamá y a mi hermana, seguramente estarán preocupadas por mi ¿no crees?, sería bueno verlas primero antes de ir a la casa grande – comentó
– Sí, es buena idea, además podrías ver que hay para desayunar, porque me muero de hambre – contestó con una risita
Así ella se adelantó, dejando a Osvaldo bajo un frondoso Sauce, descansando.
Cuando Mónica llegó a su casa, llamó a su madre y a su hermana.
– Marina, madre, ¿Dónde están? – preguntó alegremente
Cuál no sería su sorpresa, ver salir a su hermana del cuarto contiguo ataviada con las joyas del cofre y mirándola con furia y a la madre, salir de la cocina con un enorme cucharón de madera amenazándola
– ¿Qué haces aquí malcriada? ¿no te habías escapado con tu mozalbete? – gritó enfurecida la madre
– Mamá… – dijo sorprendida y antes de que pudiera reaccionar, su hermana la agarró fuertemente del cabello y la tiró al suelo. La madre ni tarda ni perezosa se abalanzó también sobre ella y la amarró con un largo pedazo de tela que usaban para atajar la puerta.
– Que tonta eres Mónica,- le gritó su hermana furiosa – ¿por qué no te quedaste con tu amante?
– Esto nos complica, Marina – contestó la madre mirando a su compungida hija – si la ve tu padre, la mata sin más –
– ¿Qué hay de su amante? – pregunto Marina – ¿Dónde dejaste al muchacho?
Mónica, aún atolondrada por el susto y el golpe no contestó de inmediato y cuando su madre le soltó una fuerte bofetada, ella reaccionó y entre llanto y coraje pudo responder con valentía
– ¿Qué les pasa? Yo supuse que me extrañarían, que estarían tristes por mi ausencia y ¿Qué me encuentro? Que me han traicionado – gritó furiosa
– Mejor te callas muchacha estúpida – contestó la madre
– Eres una tonta, – aumentó Marina – debiste haberte ido y nunca regresar –
– Pues estoy aquí y las he sorprendido con las manos en la masa, esas joyas no son de ustedes, son de la señora – gritó nuevamente y trató de zafarse de las ataduras
La madre le atizó otro buen golpe y le ordenó callar. Entre tanto Marina, se regresó a su cuarto a quitarse las joyas que se había puesto.
– Estas joyas hija, nos van a sacar de la pobreza ¿entiendes?, son más nuestras que de esa ingrata muchacha a la que hemos cuidado tantos y tantos años y que nunca nos lo agradeció – explicó la madre, tratando de calmarla
– Madre, eso es malísimo y tú lo sabes – le contestó Mónica, – jamás aceptaré esa excusa – dijo severamente – eso es robar con todas sus letras
– Te dije mamá – respondió Marina saliendo del cuarto – te dije que era demasiado necia, no va a entender y además está loca –
Osvaldo entre tanto, al ver que Mónica estaba tardando demasiado en volver, supuso que estaría feliz contándoles a su madre y a su hermana sobre sus aventuras con el, pero su intuición le advirtió que algo no estaba bien. Por cualquier cosa, del saquito en donde habían metido los objetos que les había dado la hermosa señora, sacó cuidadosamente las dos ranitas de plata.
Se acercó con cuidado a la puerta de la casa, la abrió suavemente y pudo escuchar la última parte de la conversación. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia la hermana mayor y pegándole una de las ranitas en la espalda, la congeló y antes de que la madre pudiera reaccionar, hizo lo mismo con ella.
Mónica miró con sorpresa lo que Osvaldo había hecho y le gritó con alegría
– Osvaldo, mi amor… me has salvado! –
– ¿mi amor? … – preguntó Osvaldo con una ligera sonrisa burlona
– Si,- gritó ella entusiasmada, – eres mi héroe ahora y te amo! – confirmó sonrojándose y lanzándose entusiasmada a sus brazos.
Ambos se abrazaron tiernamente y después de un momento se separaron para revisar la casa y recuperar las joyas.
– Bien dijo la señora, que las joyas no se habían perdido – confirmó Mónica
– Si, bien dijo – contestó Osvaldo
En cuanto encontraron las joyas y las metieron nuevamente dentro del cofre, este despidió su hermoso aroma a maderas como agradecimiento.
– Debemos apresurarnos Osvaldo, no vaya a ser que llegue mi padre y nos atrape aquí, ¿Qué les pasará a mi madre y a mi hermana?, no quisiera que les pase nada, con todo y todo son mi familia – preguntó con un poco de angustia, viendo que las dos estaban totalmente azules, congeladas.
– No creo que les pase mayormente nada – confirmó Osvaldo después de revisarlas – ambas respiran bien y ligero, solo están quietas y aunque no se mucho sobre el tema, espero que se descongelen en un rato más, les quitaré las ranitas de la espalda, para que comiencen a descongelarse – y así lo hizo
Sin dilatarse más, se encaminaron juntos hacia la casa grande, pero justo cuando ya iban a llegar, los atajó uno de los peones, leal al mayordomo.
– Deténganse, yo los conozco, eres la hija pequeña del mayordomo y su amante ladrón – gritó y los amenazó con una gran pala que traía en la mano y con la que estaba arando un tramo del camino.
– Espere, – gritó Mónica – usted no entiende – Pero el hombre sin más se abalanzó sobre Osvaldo quien, utilizando el cofre como protección, logró evitar que el peón lo golpeara con la pala y Mónica, sacando el brazalete que fue lo primero que encontró en el bolsito, alcanzó a tocarlo con él y este se convirtió en unas poderosas esposas que dejaron inutilizado al peón atándolo de ambas manos.
– ¿Cómo hiciste eso? – preguntó Osvaldo sorprendido
– No lo sé, pero tomé el brazalete y … , bueno, lo importante es que ya está amarrado y no puede hacernos daño – contestó
El peón quedó en el suelo gritando y los dos muchachos corrieron hacia la casa grande. Trataron de abrir la puerta principal, pero ésta estaba fuertemente cerrada y aunque golpearon para que les abrieran, nadie acudió a abrir, por lo que Osvaldo, recordando la primera vez que entró en la casa a dejar el cofre debajo del candil, se acercó al ventanal y para su suerte, estaba otra vez semi-abierto.
Entraron sigilosamente, no querían advertir a los sirvientes que estaban ya preparando el desayuno para la señora, cuando de pronto, Mónica advirtió
Osvaldo, el espejo, está brillando – dijo alarmada
Osvaldo lo tomó enseguida y pudo como el mayordomo estaba llegando a la casa y para su máximo terror, ya estaba en la puerta principal abriéndola.
Apenas tuvieron tiempo de esconderse detrás de unos largos cortinajes de tela muy pesada. El mayordomo estaba dentro de la casa y con mucha seguridad se encaminó hacia las escaleras, particularmente hacia la que estaba hacia el lado derecho, hacia las habitaciones de la señora y subió tranquilamente.
Ya iban a salir de su escondite Osvaldo y Mónica, cuando escucharon la voz de Marina.
Madre, ¿crees que ya haya llegado mi padre? – preguntó en voz baja
yo creo que sí, dijo que vendría un momento para avisarle a la señora que iría al monte por conejo, después de cepillar a su caballo y de eso hace ya más de dos horas, así que o ya vino y ya se fue, o está justo ahora con la señora – contestó
¿dónde estará Mónica y su novio? – preguntó de nuevo
No sé, niña, no sé, pero es horrible lo que nos hicieron, todavía tengo mucho frío – contestó – vamos a la cocina por algo caliente para beber, me hace mucha falta –
Ambas se encaminaron hacia la cocina y Mónica suspiró aliviada.
¿qué vamos a hacer ahora? Con mi padre en la casa y mi madre y mi hermana en la cocina, estamos prácticamente rodeados – comentó Mónica
No tengo idea, tal vez si…, no, no es buena idea – dijo Osvaldo
¿que? ¿qué estás pensando?
Es que no sé Mónica y no están saliendo las cosas como esperábamos – se sentó un momento en uno de los escalones y pensó profundamente
Debemos movernos rápido Osvaldo, mi padre puede salir en cualquier momento de la habitación y mi madre y hermana pueden aparecer de la cocina –
Si, si.. no me presiones por favor, estoy pensando –
En eso estaban cuando se escuchó un fuerte alarido saliendo de la habitación de la señora. Osvaldo y Mónica, sin pensarlo, subieron corriendo a ver que sucedía y se toparon de frente con el Mayordomo que tenía en la mano derecha un cuchillo ensangrentado. Pensaron lo peor y ambos de inmediato se dieron la vuelta listos para correr hacia abajo pero la madre y la hermana ya estaban subiendo también por lo que no tuvieron alternativa que enfrentar al mayordomo directamente. Osvaldo tomó la espada corta y Mónica la extraña cuchara, listos para atacar.
El mayordomo se abalanzó sobre Osvaldo dando un grito salvaje y Mónica se aterrorizó de inmediato, pero sacando fuerzas de donde sea, con la cuchara en la mano, acertó a moverla de un lado a otro y de la misma, comenzó a salir una gran cantidad de espuma, entre más la agitaba, más espuma blanca salía, así que no dejó de agitarla continuamente. Osvaldo aprovechó la sorpresa del mayordomo para asestarle un fuerte golpe con la espada directamente sobre el hombro izquierdo. Lamentablemente no fue lo suficientemente certero y el mayordomo con el cuchillo que tenía, alcanzó a cortar ligeramente el brazo de Osvaldo que comenzó a sangrar de inmediato. Mónica gritó espantada y su padre, inmediatamente corrió hacia ella para asesinarla, era un hecho por la forma en la que la miró y la furia que tenía en sus ojos. Marina, al ver así a su padre se gritó aterrada y trató de salvar a su hermana corriendo hacia ella. Osvaldo aunque ligeramente herido se mareó un poco, pero acertó a ver el movimiento de Marina.
De repente, recordó… Marina, Marina, ¡es el nombre de mi abuela! Gritó de pronto y se interpuso entre Marina y su padre, quien ya fuera de sí estaba listo para asestar el golpe fatal y alcanzó a Osvaldo por la espalda.
Mónica miró la espada corta en el suelo y sin pensarlo siquiera, la tomó y gritando con rabia brincó sobre su padre enterrándosela profundamente en la espalda.
El mayordomo cayó agonizante y Mónica corrió a socorrer a Osvaldo.
Mi amor, mi amor – gritó desesperada – Osvaldo ¿que hiciste? ¿porque salvaste a mi hermana? –
Dulce Mónica, perdóname – dijo en un hilo de voz, – tuve que hacerlo, en mi otra vida, ella es mi abuela y si muriera, yo no hubiera nacido, ¿me entiendes? – Mónica asintió levemente y el dolor se reflejó en sus ojos
Resiste por favor Osvaldo, no puedes dejarme – le susurró
Entre tanto, la madre embobada, en medio de una gran cantidad de espuma blanca, no acertaba a entender lo que había pasado, todo había sido tan rápido. De pronto reaccionó y corriendo, entró al cuarto de la señora, encontrándola recargada en la orilla de su cama, herida en un costado, pero viva.
Salió a toda prisa gritando por ayuda y varios de los sirvientes se unieron a la carrera. Dos de ellos se apresuraron a ir por el médico en lo que la madre, ayudada por Mónica asistían a Osvaldo y a Marina y cargándolos con mucho cuidado los acostaron en una de las habitaciones. También la madre se apresuró a apoyar a la señora y deteniendo el abundante sangrado con unas compresas fuertes la volvió a recostar en la cama.
Cuando llegó el médico, acompañado por el alguacil y otras personas, pudieron valorar la terrible escena.
El mayordomo yacía muerto frente a la recámara de la señora, con una espada corta enterrada por la espalda, la señora yacía gravemente herida por un costado y había otros dos heridos en la otra habitación.
Tengo mucho que hacer – comentó el médico, – necesitaré muchas vendas y agua hervida – ordenó
Todos los sirvientes se pusieron en movimiento y la casa entera rezumbaba de actividad. Los peones en el exterior solo veían como todos estaban corriendo de un lado para otro y se miraban sin comprender, como tampoco entendían como el peón en jefe estaba atado con esas esposas y no podían desatarlo.
Pasarían muchas horas, antes de que Osvaldo recuperara el conocimiento y Mónica, pálida recostada a su lado parecía dormitar.
Hola pequeña – dijo Osvaldo todavía débil
Mi amor, ¿ya te sientes mejor? –
Si, ya estoy mejor, me salvé apenas ¿verdad?
Si, el doctor me dijo que estás muy delicado, pero que sobrevivirás, eres muy fuerte y además, aunque mi padre era muy diestro con el cuchillo, parece que algo logró que desviara el golpe fatal – comentó Mónica con un temblor en la voz
Me pareció ver una nube rosada, justo cuando brinqué para evitar que alcanzara a Marina – contestó Osvaldo
Sigo sin entender por qué te arriesgaste de esa manera por mi hermana
Yo tampoco lo sé de manera concreta, pero te puedo asegurar que en el momento que vi a tu padre que te iba a matar y noté el movimiento que hizo tu hermana para tratar de salvarte, algo muy dentro de mí me ordenó que evitara la fatalidad, que exactamente a esto vine aquí, no fue por el cofre, ni su contenido, ni para entregárselo a la señora, era para salvarte a ti y a Marina, ¿ahora entiendes? –
Me parece que si Osvaldo – toda esta magia fue para que salvaras a tu abuela, mi hermana y no es que sea mala, es que estaba solamente envenenada por mi padre y por su ambición, igual que mi madre
así es – confirmó Osvaldo
Marina y la madre entraron al cuarto donde estaban Osvaldo y Mónica y después de besar cariñosamente a Mónica, la madre se acercó a Osvaldo con una mirada de arrepentimiento
Estimado joven, quisiera disculparme … – comenzó
No se preocupe señora, yo entiendo perfectamente lo que pasó y no fue su culpa para nada – contestó Osvaldo sonriéndole
Perdóneme a mí también – se apuntó Marina – yo no quería ofenderlo
También comprendo su situación señorita Marina, – contestó Osvaldo guiñándole el ojo a Mónica. Ella comprendió enseguida que no era buena idea que Marina supiera que este muchacho sería posiblemente su nieto en el futuro y soltando una risita, apretó la mano de Osvaldo.
En cuanto Osvaldo se recuperó del todo, pudo ir a ver a la señora de la casa y cargando el cofre, con todo su contenido se lo entregó solemnemente.
Este cofre, estimada señora, perteneció a su madre y aunque se lo encargó a su mayordomo antes de morir, con la encomienda de dárselo a usted cuando fuera mayor, el, con el tiempo, se dejó llevar por la ambición y hurtando las joyas quiso quitárselo a usted –
Eso es terrible, por eso trató de asesinarme, me exigió que le devolviera el cofre creyendo que ustedes ya me lo habían dado, ahora entiendo – contestó
Cuando la señora recibió el cofre y lo abrió, una hermosa nube rosada salió de el y posándose un segundo sobre Osvaldo y luego sobre la señora, salió por la ventana abierta y desapareció en el cielo. La madre de la señora había sido liberada de su condenación.
La señora tomó las joyas y las puso a un lado, al ver los documentos sus ojos brillaron de manera extraña. Ella podía leerlos y entenderlos.
Es la historia de mi madre – dijo emocionada – es toda la historia de dónde provino ella y porqué emigró a este pueblo, como se construyó esta casa y porqué, es toda la historia de mi familia, tengo familia – y unas lágrimas corrieron por sus mejillas, – ahora podré buscarlos y encontrar mis raíces y así sabré quien soy, sin más miedo – gracias joven Osvaldo, millones de gracias, ¿cómo puedo agradecerle este inmenso regalo?
Mónica y Osvaldo se miraron profundamente a los ojos. Estaba decidido, el no volvería nunca a su época, se quedaría aquí con Mónica, pero había hecho una promesa, de avisar a Paola que estaba bien y ya sabía cómo hacerlo.
Señora, necesitaremos del cofre una vez más – dijo Osvaldo, – escribiré una nota a mi hermana y a mi madre, les contaré todo lo que he vivido, lo feliz que soy y mi decisión de casarme con Mónica. Se lo enviaré por medio del cofre
Espero que funcione – comentó Mónica
yo también – se aunó la señora – por supuesto que puede quedarse con el cofre y usarlo para este extraño fin, que no comprendo del todo – dijo y para reafirmar su oferta, le acercó el cofre a Osvaldo.
Esa misma noche, Osvaldo y Mónica escribieron la larga carta a Paola y el cofre no dejaba de vibrar suavemente y de soltar esa hermosa música con el aroma a maderas.
Parece que el cofre es feliz también – contestó Mónica
Así parece – contestó Osvaldo riendo, – en verdad dijo Paola, más parece un perrito que un cofre –
Cuando todo estuvo listo, Osvaldo abrió el cofre y cual no fue su sorpresa de ver al gatito blanco maullando dentro, el animalito saltó de pronto y en su lugar apareció su abuela sonriéndole.
Abuelita!! – gritó emocionado. Mónica la miró con sorpresa y alegría también
Hola mi pequeñito, – le contestó abrazándolo con cariño
¿sigues con eso de “pequeñito”? – preguntó con lágrimas en los ojos
si mi hijito, aunque midas cuatro metros – le confirmó
querida Abuelita, que alegría verte! – volvió a decir Osvaldo
Debo irme ahora yo también, pero estoy muy orgullosa de ti, de las decisiones que has tomado y por lo pronto puedo decirte que corregiste muchos errores que cometí en el pasado, te lo agradezco también de todo corazón.
No abuelita, es a usted a quien debemos agradecer – confirmo Mónica, – Osvaldo ya me contó mucho de usted y … – la abuelita se acercó y con un cariñoso abrazo le pidió que callara.
Osvaldito, mi niño, me parece muy bien que te quedes aquí y te deseo que seas muy feliz. No te preocupes por tu mamá o por Paola, yo me encargaré de hacerles llegar tu cartita por medio del cofre y también veré que ellas estén bien.
Muchas gracias abuelita, te quiero mucho ¿lo sabes? – contestó Osvaldo muy emocionado y agradecido
Si mi niño, me voy ya y sean muy felices –
Abrazando a Mónica primero y a Osvaldo después, se convirtió nuevamente en el gatito blanco y entró en el cofre, este se cerró inmediatamente y desapareció, dejando tras de sí el magnífico y siempre especial aroma a maderas que lo caracterizaba.
Voy a extrañar ese cofre latoso – comentó con una leve sonrisa Osvaldo y abrazando a Mónica, se fueron hacia la casa de azúcar, caminando lentamente.
FIN