Desde pequeño lo que más disfrutaba era abrir regalos. Las cajas de los regalos, no el contenido.
No sé porque, pero mi fascinación era abrir las cajas, desde desamarrar el moño cuidadosamente, quitar lentamente las cintas adhesivas y finalmente, quitar la tapa.
En realidad eso era lo más emocionante para mí y gritaba de alegría con solo tener la tapa en la mano.
Así se fue forjando mi gusto por abrir cosas.
Me intrigaban los mecanismos y las formas en las que las tapas, ventanas y un sinfín de cosas, se cierran. Puertas atoradas, cajones complicados, cajitas de sorpresas descompuestas, cajitas de música.
Mis vecinos y amigos me traían de todo. Cualquier cosa que estuviera atorada y no se pudiera abrir se convertía automáticamente un reto para mí y para mi paciencia.
Y paciencia era de lo que más gozaba.
Esa calma que se requiere para poder realizar un trabajo tan aparentemente simple, pero en verdad complicado.
Conforme iba dejando la niñez, también crecían los retos. Abrir, sin destruir, cerraduras completas o cambiar combinaciones de cajas pequeñas de uno o dos pasos.
En mi adolescencia me presentaron una caja fuerte, la primera que había visto en mi vida.
Era de medianas dimensiones pero obviamente muy sólida y pesada, cuya combinación numérica para abrirla la habían perdido hace muchos años y estaban muy intrigados por saber el contenido de la misma, siendo que el propietario, un ancianito muy avaro, había muerto hace algunos meses y entre sus pertenencias estaba la misma, esperando ser abierta y con ello sorprender a sus herederos con alguna ganancia extra.
Pero a mi lo que me impactó fue el simple hecho de tratar de abrirla.
Estaba equipada con pasadores de acero de 1” de diámetro, por el frente la puerta y la barra de contramarco que embonaba en el marco de la caja, no permitiría abrirla ni aun cortando las bisagras, tenia doble placa anti-brocas de acero blindado con plomo, lo que haría definitivamente imposible tratar de romperla ni con explosivos y tampoco perforar para poder verla por dentro.
En ese entonces aún no contaba con la experiencia suficiente y menos con los equipos que eventualmente se requerirían para abrir semejante caja.
Así que ya se imaginarán la ansiedad y la alegría que me ocasionó dicho reto. Yo suponía poder abrirla bastante rápido y mi joven entusiasmo no se vio comprometido con mi gran determinación, así que me confiaron la caja fuerte y se fueron con muchas ilusiones y esperanzas.
Tardé cuatro años en abrirla y eso que utilizaba todo mi tiempo libre.
Cualquier momento disponible lo dedicaba seriamente a tratar de abrirla. En lo que los otros muchachos se iban de fiesta o de campamento, yo me encerraba con la maldita caja y seguía intentando abrirla con los medios más arcaicos y simples que tenia a la mano.
Por supuesto al principio los dueños venían a verme trabajando cada tercer día, después cada semana, cada quincena, cada mes y finalmente perdieron el interés por completo y me dejaron únicamente un mensaje, en cuanto pudiera yo abrirla que les avisara enseguida.
Me sentí gravemente decepcionado y triste, no podía entender lo complicado que esta caja me hacia ver la vida.
No solo era tratar de abrirla, era tratar de demostrar y demostrarme que yo si podía, que si tenía el “don”, que si estaba elegido para hacerlo.
Todo se fue derrumbando poco a poco. Mi paciencia, mi ánimo, mis energías. La estúpida caja se estaba llevando lo mejor de mi vida, mi tiempo para vivirla, pero no podía dejarla, era ya una obsesión y aunque me volviera loco, tenía que abrirla como fuera.
Lo intenté en serio todo, martillazos, hablarle bonito, rogar y llorar, maldecirla, girar y girar la combinación hasta que por “casualidad” cayera completa.
En fin, el único que estuvo siempre a mi lado, animándome y ayudándome a perseverar fue mi dulce abuelo.
Era el único que si entendió mi obsesión y me apoyó con toda clase de sugerencias, hasta que un día, finalmente, algo sucedió.
Mi abuelo consiguió de quien sabe donde, un estetoscopio médico muy fino y sensible. Buscando el profundo silencio de la noche, cuando todos estaban dormidos, juntos mi abuelo y yo, logramos escuchar como caían las combinaciones y después de un par de intentos más, la combinación final cedió permitiéndonos abrir un poco la puerta.
En ese preciso instante mi abuelo me detuvo. No debíamos abrir completamente la caja sin que estuvieran presentes los dueños.
Esto debía ser por siempre una primicia, un juramento, jamás y bajo ninguna circunstancia, debía ser yo el primero en ver lo que había dentro de las cajas.
Esto no me estaba permitido por cuestiones de honor y de orgullo, de disciplina, de integridad.
No sé porque, pero siempre conservé este juramento hasta ahora. Tal vez solo por honrar a mi abuelo. Nunca he abierto nada por completo, hasta que las personas que me han encargado el trabajo estén presentes y sean los primeros en ver el interior.
Cuando notifiqué a los dueños que finalmente había logrado abrir la caja, solamente uno se presentó, el más joven.
Los demás estaban demasiado ocupados y decepcionados como para interesarse de nuevo en el tema.
Cuando el muchacho abrió totalmente la caja, pudimos constatar que contenía una cajita pequeña de madera muy aromática y dentro de ella había una hermosa medalla, algunos sobres con documentos y un par de monedas antiguas.
No era ni remotamente lo que esperaba el joven, quien seguramente se imaginaba una cantidad enorme de joyas y dinero, pero en fin, la caja por fin fue abierta y por fin se había terminado el misterio.
Yo me sentí muy feliz. De allí en adelante me especializaría únicamente en cerrajería de alta seguridad. Si, buscaría la máxima especialización posible y esta sería mi profesión.
Mis padres, por supuesto, me tildaron de loco y de despilfarrador, no podían comprender como era posible que con la oportunidad, pues mi padre podía ofrecérmelo, de estudiar una licenciatura o una carrera completa de ingeniería en algo, me fuera a “desperdiciar” en algo tan simple como ser un cerrajero común y corriente.
Hoy les puedo asegurar que fue la mejor decisión de mi vida y no me arrepiento.
No fue fácil encontrar el camino correcto. No quería ser un simple cerrajero de puertas y autos.
Yo quería ser el mejor y para ello, lo ideal sería presentarme como aprendiz en lugar en donde se fabrican las cajas fuertes.
Esa fue idea de mi abuelo. Solo sabiendo como se construye una caja fuerte, sabría también como manipularla.
En fin, buscando finalmente encontré una pequeña fábrica que se especializaba en cajas fuertes y me presenté con todos mis honores y calificaciones escolares, que para mi alegría y confianza, eran muy buenos y mas que suficientes para entrar en esta empresa.
El dueño, un gordito muy gritón y regañón, le caí bien desde el principio y aunque me encomendaba tareas muy simples, desde limpiar la oficina y traer café hasta las compras mínimas, poco a poco fue tomándome más confianza y me permitía ver como se elaboraba una caja fuerte desde sus comienzos.
Las especificaciones de tamaño y forma las ponía el cliente, pero el tema de la seguridad, en ese entonces y particularmente en esta pequeña fábrica, se orientaba específicamente en cerraduras mecánicas.
Todavía no existían como es hoy en día, las cerraduras digitales, computarizadas y de reconocimiento de voz e imagen visual.
Eran cerraduras redondas, mecánicas, de varias combinaciones, de tres pasos, o movimientos.
Entre mayor fuera la cantidad de pasos, mayor la cantidad de combinaciones posibles. Algunas de esas cerraduras eran tan precisas, que un pequeñísimo error en la colocación podía desnivelar los pasos y con ello volver totalmente inservible toda la caja.
La protección exterior era imponente.
Estaban equipadas con aproximadamente dieciocho pasadores internos de acero templado de 1“ a 2” de diámetro, perfectamente bien distribuidos alrededor de la puerta, lo que impedía que la misma fuera violada.
Doble capa anti-brocas para reforzar el sistema de combinación. Equipada con cuatro bisagras de acero de alta resistencia, soldadas a placas de grueso calibre y preparadas para resistir hasta dos horas de fuego a 1200*C.
Imposible abrirlas con explosivos o corrosivos, o con cualquier otro método agresivo.
Y la correspondiente jaladora de barra o de volante.
Todas eran básicamente iguales en su construcción, pero teóricamente todas eras diferentes en su combinación.
Trabajé en esta pequeña fábrica por un tiempo y finalmente comprendí la forma y uso de las cerraduras de alta precisión, comprendí como se hacen y como se pueden descomponer. Esto es lo más importante que uno debe aprender, ya que cuando se descomponen uno comprende como evitarlo y con ello puede corregirlo.
En realidad una cerradura trabada, no es otra cosa que una cerradura descompuesta y si sabes como funciona, es mucho más fácil comprender como corregirla.
Al renunciar a mi trabajo en la fábrica, cosa que me dolió mucho pero era necesario para seguir mi camino hacia la especialización, continué buscando hasta conseguir un puesto importante en el área de desarrollo de otra fábrica especializada en cerraduras de alta precisión.
Esta importante compañía desarrollaba toda clase de cerraduras, desde las más simples para puertas de casas, hasta bastiones para bóvedas y en el área de desarrollo aprendí muchísimo sobre la necesidad de la gente de salvaguardar sus pertenencias y en algunos casos, los personajes importantes o de gobierno, lo requerían para guardar sus secretos.
Entendí bien la necesidad de esconder y guardar, como un asunto de gravedad y mucha importancia.
Debido a mi necedad en la profesión que había elegido, mi padre sabiamente decidió ya no apoyarme más económicamente, por lo que aprendí a subsistir con mi magro salario.
En este laboratorio conocería a Clarita, quien posteriormente fue mi esposa por muchos años y madre de mis cuatro hijos.
El camino se había abierto para mí y yo ya estaba encaminado hacia mi profesión y mi vida.
Hasta aquí todo se veía muy estable y predecible.
Yo convertido en un desarrollador de una fábrica de cerraduras, no demasiado importante como para deslumbrar, tampoco demasiado invisible como para desaparecer.
Padre de cuatro hijos, esposa, casa propia, todo perfecto.
Sin embargo, nada en la vida es perfecto y cuando intempestivamente y por un mal manejo de fondos, la fábrica de cerraduras se fue a la quiebra, nos mandaron a todos a casa con las manos vacías y un terrible sentimiento de inquietud e inseguridad y ni todas las cerraduras podían quitar este sentimiento.
Mi esposa Clarita me apoyó como mejor pudo en esta crisis.
Abrimos un pequeño negocio propio de cerrajería y aunque al principio no funcionó como esperábamos, los clientes solo querían apertura de chapas de casa, de autos o de simples cajitas de música, poco a poco encontré un nuevo camino y con la ayuda de un amigo, que posteriormente se convertiría en mi socio, empezamos a buscar cajas fuertes descompuestas y a ofrecer mis servicios para abrirlas.
En una fiesta a la que fuimos por casualidad, uno de los invitados comentó tenía una caja pequeña en su casa, en la que había guardado algo muy importante para él, pero debido a un error involuntario, ya no recordaba la combinación numérica y se daba de topes contra la pared tratando de recordarla.
Al escuchar a mi amigo que yo podría eventualmente abrirla, me pidió con el corazón en la mano que lo hiciera, así que acudí con mucha alegría.
La caja era pequeña, pero muy sólida, estaba empotrada en la pared por lo que intentar romperla era imposible y la intensión era abrirla sin dañarla.
Recordé a mi abuelo y su estetoscopio. No funcionó, había demasiado ruido en la casa y la cerradura era tan pequeñita, que resultó absolutamente imposible escuchar la caída de los engranes.
Tendría que encontrar otra forma.
No quiso el dueño que la perforara para poder ver la cerradura desde adentro, por lo que se nos complicó enormemente hacer el trabajo.
En eso recordé un sistema de rayos X que había utilizado en su oportunidad en el laboratorio, para revisar la correcta nivelación de una cerradura de una bóveda bancaria. Decidí ir por un equipo portátil que había comprado y logramos, después de un poco de emoción, abrir la cajita frente al dueño, quien no daba de sí por el gusto de poder recuperar sus bienes.
Le programé una nueva combinación y le mostré como podía modificarla de inmediato, para que yo no tuviera ni remotamente acceso a la misma.
Nos pagó generosamente el trabajo y de inmediato se ofreció a promocionarnos.
Casi enseguida conseguimos un nuevo trabajo con un millonario que tenía una gran caja de caudales en su sótano, misma que por falta de uso o por años de humedad, según nos dijo, se había trabado y era imposible abrirla.
Desde que la revisé, noté algo extraño, pero no quise comentar nada hasta estar seguro.
Esta bóveda había sido violada anteriormente y aunque no se notaba a primera vista, era un hecho que ya alguien había intentado abrirla a la fuerza.
Se lo comenté a mi socio y compañero, pero me dijo que no lo pronunciara todavía hasta no tener más evidencias.
Me quedé callado y esto nos costó muy caro.
Después de unos días de engrasar, reforzar, re-engrasar, modificar presiones y usando gatos hidráulicos, logramos finalmente abrir la bóveda y como siempre, no sin antes avisar al dueño para que él fuera el primero en ver lo que había en el interior y cual fue nuestra terrible sorpresa, que cuando se abrió la compuerta completamente, cayó a nuestros pies un cuerpo humano momificado.
La impresión fue tan fuerte que todos salimos corriendo despavoridos hasta que nos detuvo el vigilante de la casa y al averiguar de qué se trataba nuestro espanto, el personalmente fue a revisar y regresó ordenándonos que nadie podía salir de la casa hasta que llegara la policía.
Apenas y tuve un momento para hablarle a Clarita y explicarle con cortas líneas el problema.
Dos días estuvimos sentados frente a unos agentes, que nos preguntaban y repreguntaban un montón de cosas que ni entendíamos.
Era para nosotros absolutamente imposible saber quien era el pobre tipo difunto que apareció en la bóveda, yo mismo presenté como sugerencia que posiblemente era el ladrón que habría abierto la bóveda años antes y que se le cerró la misma trabando la cerradura por dentro, por lo que ya no fue posible abrirla y murió allí asfixiado y así fue como lo encontramos.
Pero por algún desconocido motivo, los agentes no nos creyeron y mientras pasaríamos bastante tiempo encerrados mientras se hacían las investigaciones y diligencias correspondientes.
Nunca se supo quien fue el difunto, pero nosotros no teníamos vela en el entierro, así que sin mayores consecuencias, nos soltaron.
Finalmente salimos libres y pudimos retornar a nuestros hogares.
El susto había pasado, pero el millonario no nos quiso pagar por la apertura de su bóveda y nosotros tampoco teníamos mucho entusiasmo de retornar a ese lugar de espanto.
Sin embargo, poco tiempo después se nos presentó una nueva oportunidad de ganar buen dinero.
Una caja de valores en un banco importante al sur del país se había descompuesto, seguramente por un movimiento telúrico sufrido unos días antes.
Nos ofrecieron venir por nosotros y llevarnos hasta el lugar, pagarnos la estancia sin importar cuanto durara y todos los viáticos, tanto a mi socio como a mi.
Era imprescindible abrir la caja lo más pronto posible, porque los clientes estaban reclamando sus pertenencias, así que sin poder pensarlo demasiado, aceptamos y nos fuimos.
Efectivamente la caja de caudales estaba dentro del banco, el movimiento telúrico había derrumbado parte del techo sobre la misma y en consecuencia la gran puerta, aunque una de las más fortificadas que había yo visto hasta entonces, se había doblado seriamente y esto impedía definitivamente la apertura.
La única forma para abrir esta caja de caudales, era quitar el techo y por ende, derrumbar casi toda la construcción del banco, dejar la caja a la intemperie y utilizar dinamita para terminar de derrumbar el bastión o en su defecto, deteriorar una de las paredes de acero y tratar de abrir un boquete por ahí.
Ni pensar en tratar de recuperar la cerradura o algo, ya era demasiado tarde y el daño muy grave.
Una vez dictada la sugerencia, los dueños del banco que ya habían buscado otras opiniones, decidieron por nosotros y por nuestras credenciales.
Seguramente porque también éramos los más baratos, así que comenzamos a trabajar.
Trajimos maquinaria pesada y derrumbamos casi todo el banco, se dinamitó una de las paredes de acero, lo que laceró el metal y permitió abrir el boquete por el que se fueron metiendo los agentes del banco y fueron poco a poco sacando todos los valores de la bóveda.
La misma quedó vacía un par de días después y nos fue pagado lo prometido.
Se dice muy rápido, pero la verdad es que con lo que nos pagaron, pudimos vivir muy cómodamente por casi un año.
En el ínterin un joyero de mucho prestigio nos buscó para que abriéramos una caja de medianas dimensiones que se había desnivelado y por ende la combinación numérica se había modificado.
Para entonces yo ya contaba con equipo de vanguardia en el tema y llevé mis micro-ondas entre otros accesorios impresionantes a la vista, para poder eventualmente pedirle un poco más de gastos al dueño de la joyería.
Nuestros honorarios eran más que sustanciosos, por recomendación de mi socio, así que fuimos a ver el trabajo.
Valoramos tiempo y costo y el dueño acordó con nosotros.
El trabajo fue relativamente sencillo y al abrir la caja, como siempre, nos retiramos para que el dueño pudiera revisar sus pertenencias, una vez terminada la revisión, le sugerimos una nueva combinación, le mostramos como modificarla y nos fuimos.
Cual sería nuestra sorpresa, una semana más tarde se presentaron en la casa cuatro agentes armados hasta los dientes, me amenazaron y me consignaron a las autoridades por robo de joyas.
Por supuesto que yo no tenía ni idea de qué se trataba, hasta que me leyeron todo el contenido completo del reclamo.
El joyero nos acusaba del robo de un extraordinario diamante de gran tamaño, aludiendo a que nosotros fuimos los que le dimos la combinación nueva de la caja y que seguramente nosotros volvimos unos días más tarde al local y abrimos la caja, al amparo de la noche.
Aun cuando aludimos a nuestros métodos, informamos como modificar la combinación y mostramos toda clase de evidencias de nuestra inocencia, el acusador no retiró su demanda y fuimos encarcelados.
Nuestro abogado defensor tampoco parecía demasiado convencido de lo que nosotros le decíamos y por más que argumentamos que el dueño debió haber cambiado la combinación inmediatamente después de que nos fuimos, como se lo habíamos sugerido, éste hizo caso omiso y no podíamos nosotros acusarlo de tal omisión, si finalmente era su decisión hacer el cambio o no, a su elección.
El problema no se resolvía con este tema, el diamante seguía desaparecido y nosotros encarcelados.
Entre dimes y diretes y ya estábamos casi al borde de la histeria cuando de repente, el mismo joyero retiró la demanda de improviso.
El diamante había aparecido, como por encanto, en la casa de la amante.
Como fue a parar allí, no nos incumbía, que si queríamos contra demandar por difamación, tampoco nos parecía, ya saben, solo sería engordar abogados de ambos lados.
Así que con un tremendo susto, una gran experiencia y mucho más avisados, regresamos a nuestro trabajo y lo primero que hicimos fue contratar una agencia de seguros que nos apoyaría en todo caso a cubrir los gastos de abogados de primera línea para que nos defendieran de futuros reclamos.
Esto no nos volvería a pasar.
El tiempo nos fue dando la razón.
Los trabajos se fueron sucediendo uno tras otro y el dinero fluía con facilidad.
Así pasarían los años. Mis hijos crecieron y pude ofrecerles buenas carreras. Lamentablemente mi esposa murió y me quedé solo.
Las cerraduras se fueron complicando cada vez más.
Ahora con sistemas digitales, computarizados, con reconocimiento de voz, de imagen de retina, ya no se descomponían para nada y mis imponentes equipos que en su momento habían sido tan útiles, se fueron obsoletando, igual que yo.
Hoy en día sigo obsesionado con abrir cajas.
De cartón, de metal, de juguete, de plástico.
De vez en cuando todavía algún cliente con una caja fuerte antigua me pide que lo ayude, voy con mucho gusto y entusiasmo.
De mis hijos, ninguno se interesó por mi profesión, solo veo en uno de mis nietecitos esa misma alegría de abrir cajas, ustedes saben, esos pequeños que prefieren meterse dentro de la caja y no les interesa el contenido de la misma en lo más mínimo.
Esto ha sido mi vida y puedo defenderme diciendo que tal vez sólo fui un simple cerrajero, como me dijo mi padre, pero eso sí, estoy convencido de que fui el mejor y me divertí muchísimo.
FIN.