CORRESPONDENCIA CON UN AMIGO DIFUNTO

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CORRESPONDENCIA CON UN AMIGO DIFUNTO

La distancia entre la piedra y el encino, se recorre a pasos cortos. El verde musgo recubre sus llagas por donde suda agua pura y cristalina el impresionante peñasco, mismo que desde antaño ha sido el sustento del frondoso encino.

El delicioso aroma a humedad y la voluptuosidad del vaho que recubre el musgo, dando al lugar un recodo del paraíso y ella solía sentarse, bajo la sombra un largo rato, soñando despierta, escuchando hasta lo más íntimo de su corazón, el suave susurro del viento.

La piedra le hablaba dulcemente al oído, cuando ella se recargaba y mirando el cielo azul, seguía soñando, mirando sin mirar y volando en su imaginación, lo más lejos posible de la realidad que la ataba a la tierra, al mundo y sus crueldades, a la gente y sus barbaridades. Volaba feliz, alejándose lo más posible.

– ¡Emma, Emma!… – escuchó el grito de su madre, pero no quiso hacer caso
– ¡Emma! – se repitió el grito y ahora más cerca. Se tuvo que levantar y romper el encanto
– ¿Qué haces malcriada?, siempre durmiendo y haciéndote la tonta!!
– Perdón mamá.. lo siento, ya voy –
– Esta criatura. Me vas a matar de un coraje! –
– Ya voy, si.. ya voy –
– ¿Por qué estás allí sin hacer nada? ¿no ves que tengo prisa y un montón de cosas? Pero niña… ¿no ves que necesito que me ayudes?
– ¿En que te ayudo?
– Empieza por barrer la entrada, arregla tu cuarto, levanta la ropa del tendedero, hay tanto que hacer…

Emma se arrancó a correr para ya no tener que escuchar más. Siempre era lo mismo, desde que su padre… en fin, lo mejor era poner cara de preocupación, de prisas y carreras. Total la madre igualmente no le hacía ni el menor caso, solo se entretenía en pedir y pedir.

Su hermanita Sandra de seis años, ya la estaba esperando en la puerta.

– ¿Emmita? ¿me ayudas con mi tarea?
– No puedo Sandy, ahora mamá quiere que haga mil cosas
– Pero es que necesito que me ayudes
– Bueno Sandy, más al ratito, ¿o.k.?
– Nooo.. ahora!!
– Sandy.. no puedo ahora
– Mamá!.. Emma no me quiere ayudar con mi tarea!
– Sandy, por favor.. deja a mamá tranquila, que está de malas
– Mamá!…

La niña salió al patio a buscar a la madre y Emma buscó refugio en su habitación. Ya sabía lo que venía ahora. La madre le gritaría que porqué no quiere ayudar a su hermana, que era una desobligada, que nunca la apoyaba en nada y solo causaba problemas, en fin, la cantaleta diaria y continua, que ya la tenía más que aburrida. Se puso los audífonos y aumentó el volumen para no escuchar.

Las noticias en la televisión eran como siempre, un asco. Muertos, accidentes, dramas. Cada noticia era peor que la primera.

¿Cuándo habría alguna noticia buena? ¿Las buenas noticias no se venden? Pensó Emma, mientras planchaba las camisas frente al televisor junto con su madre.

¿Cómo podía ella ver las noticias con tanta calma? – siguió pensando ensimismada. En su lugar, ella debería de estar exclamando como siempre, la larga letanía de barbaridades contra el gobierno, contra la gente, contra todos. En verdad no la entendía. Era más fácil para su madre regañarla todo el tiempo, que eventualmente darse cuenta de que ella, como hija de su propia madre, también existía y sentía la falta de cariño y de ternura, de una plática suave y confiada. En fin, mejor seguir planchando.

– Ah.. Emma, mira, te trajo el cartero este sobre, está bien raro, se ve como si estuviera algo viejo.
– ¿a mi?
– Pues si, dice que para Emma Arelles y no conozco otra Emma Arelles en esta casa.
– Bueno, gracias. Luego lo abro.

Intrigada se quedó mirando el sobre. Si, se veía raro, sucio y arrugado. Estos señores de correos que no respetan la correspondencia y la tratan como si la misma fuera basura.

Terminó de planchar, se sirvió un vaso de leche y subió a su habitación. Tenía mucha curiosidad por abrir ese extraño sobre.

Mientras su mamá se entretenía viendo sus aburridas telenovelas y la pequeña Sandy ya estaba acostada en su cama, ella podía disfrutar un ratito de soledad en su cuarto.

Abrió el sobre y de él cayó un pedazo de papel amarillento, mal doblado y arrugado. Lo desdobló con cuidado y vio una hermosa letra en tinta azul, que comenzaba escribiendo:

“.. Hola, me llamo Alan,

Se que te caerá de extraño que te escriba y más aún si te enteras que te estoy escribiendo desde el pasado. Un largo pasado, porque según mis cuentas, esta carta deberá llegarte unos diez años más tarde de cuando yo la escribí. Hoy es para mi Marzo 8 de 1997 y creo que para ti es Marzo 8 del 2007.

Te explico: Tengo 16 años y trabajo junto con mi papá en la oficina de correos de ciudad central. Tengo ya tiempo ayudando a mi papá en las tardes (porque en las mañanas voy al colegio) con su empleo de administrador y a mi me toca repartir la correspondencia de acuerdo a las zonas de distribución. Existe un apartado en la correspondencia, para las personas que desean enviar su paquetería o sus cartas, con fechas posfechadas, es decir, que no las quieren enviar en ese momento pero sí para una fecha determinada. Algunos lo hacen para que el sobre o paquete le llegue al destinatario, por ejemplo, para el día de su cumpleaños exactamente. Claro, nadie es tan tonto como para posfechar una carta por diez años, pero bueno, aprovechando que estoy trabajando aquí, he dejado las instrucciones precisas para que te llegue mi carta exactamente en la fecha que he dispuesto.

¿Cómo te conocí? Bueno, por casualidad. Leí en el periódico de ayer que en tu escuela estaban rifando una bicicleta y que tú te la ganaste y que estabas muy feliz. Por la foto que imprimieron, pude ver que eres una niña bonita y chistosa (sin dientes) y me dio risa y como informaban de tu domicilio y de tu nombre completo, bueno, te escogí para este experimento.

Espero no haberte molestado con esta broma y no se si te siga escribiendo, pero si no te gusta recibir mis cartas, puedes tirarlas a la basura.

Cordialmente,

Alan Ortega .. “

Así estaba escrita esta carta, así de simple. Por supuesto, Emma se sintió muy extraña y tomó la misma como una broma cualquiera de alguno de sus amigos, pero no conocía a nadie con este nombre. Bueno, ya averiguaría después.

Se acostó más temprano, pero no pudo dormir bien, soñó con el encino, recostada en la piedra susurrante.

El edificio del colegio era enorme, antiquísimo, horrible, de piedra gris y grises eran los uniformes, los maestros y los alumnos. Grises eran también las clases y los cursos y grises los sentimientos más profundos. Que raro que todos fueran pesimistas y ensimismados, que aprendieran con piedra de las paredes y las piedras redondas de los patios.

Mariana era la mejor amiga de Emma, por no decir la única. La timidez de su espíritu se reflejaba en unos hermosos ojos soñadores. Su rostro redondo y su cuerpo regordete la hacía parecer una pelotita y toda ella, risueña y positiva, asemejaba una bolita humana. Emma la estimaba mucho y sentía confianza, por lo que se motivó para enseñarle la carta de Alan.

– Esto es seguramente una broma de algún compañero, ¿no crees? – opinó Mariana
– Estaba casi segura de eso, pero lo viejo del papel y lo arrugado y además no conocemos a nadie con este nombre, es extraño

Volvieron a leer la carta varias veces y fuera de tratarse de una carta aparentemente común, salvo la fecha de la misma, no se veía nada diferente a una carta normal.

Pablo, el novio de Emma, leyó la misiva y tampoco encontró nada peligroso o atrevido, solo se rió de la broma.

Las clases transcurrieron igualmente aburridas, como siempre. Emma soñando y volando a través del ventanal de su salón de clases, no pudo evitar sentir un temblor extraño, cuando vio al cartero a lo lejos.

Al volver a la casa al mediodía, se sentó a comer con su madre y con su hermanita y ambas platicaron las novedades del día. Emma se mantuvo callada y pensativa.

– ¿Por qué no te comes la ensalada Emma? – le dijo su madre
– No me gusta, ya lo sabes
– Mira niña, debes alimentarte bien, así no te vas a desarrollar correctamente
– Mamá, si Emma no se come las verduras yo tampoco – replicó Sandy
– ¿Ves lo que provocas? Por favor ayúdame hija

Emma le miró con rabia, ya estaba cansada de esto todos los días. Se levantó de golpe y se retiró a su cuarto.

La madre y la niña solo la siguieron con la mirada.

– Son los clásicos berrinches de adolescente – explicó la madre

Emma se sentó frustrada en su banquito y notó un sobre de correos sobre el tocador. El remitente la hizo temblar. Era otra carta de Alan:

“Hola,

Odio la escuela, tanto más porque mis maestros son todos unos estúpidos. No puedo creer que me enseñen tantas tonterías que no me van a servir de nada, nunca. Me imagino que tú también vas al colegio, al nivel medio igual que yo ahora. Sé que me entenderás a lo que me refiero.

Estoy más bien solo, nadie me entiende y ni siquiera mis amigos comprenden mi soledad. También me gusta estar solo de cuando en cuando, pero a veces quisiera algún amigo real o amiga. Por eso te escogí a ti. Creo que ahora que tienes mi edad, seguramente podrás ser mi amiga a la distancia, sin compromisos, sin reclamos o sin problemas, ya sabes a que me refiero. El “que dirán”… tan molesto y tan indiscreto.

¿Puedo contarte mis secretos? ¿Puedes entenderme? Sé que no me contestarás, en primer lugar porque no pongo mi dirección para que me regreses las cartas y en segundo lugar porque no quisiera recibir algún reclamo tuyo de porque te escribo. Creo que también por eso mandé las cartas así, posfechadas. En fin. Me atrevo a pensar que serás así, una amiga invisible pero que existe en el futuro. Se siente muy raro escribirle a alguien en el futuro. Es divertido. Espero que las cartas te lleguen, eso es algo en lo que no pensé antes, no importa. Igual te escribiré.”

Y eso fue todo. Emma hizo un gesto de extrañeza, esto se estaba poniendo interesante y si la primera carta fue rara, pues esta fue más rara todavía.

Transcurrirían unas semanas antes de recibir la siguiente carta, que tomó a Emma por sorpresa, porque trataba de olvidar las dos primeras y justo cuando ya lo estaba logrando, cayó la tercera.

“Hola de nuevo,

Mi padre murió la semana pasada de una congestión alcohólica. Tomaba mucho y el doctor ya le había advertido que de seguir así, eso es lo que le pasaría. Nunca escuchó al doctor y si bien nunca escuchó a nadie, ahora me supongo que lo lamenta, pero ya para que, ya se murió.

Debería sentirme triste o acongojado, pero la verdad, ya esperaba que esto sucediera y no puedo decir que me alegro (bueno, la verdad si, me alegro) porque creo que ahora mi madre por fin se fijará un poco más en mi. ¿Sabes? Ella también toma mucho y le gusta inyectarse algo en las venas. Después de eso se queda dormida y ni se entera si vengo o si me voy.

Bueno, ahora estoy en el trabajo y el jefe de mi papá me dijo que seguiré apoyando a Pedro, el ayudante, que supongo que ahora ocupará el lugar de mi papá. No creo que haya muchos cambios, aunque me parece que deberé dejar la escuela, ya no entrará el salario de mi padre, que aunque se gastaba la mayoría en bebida, como quiera alcanzaba para mi colegiatura. Ahora ya no hay esa plata y tendré que dejar de estudiar. Ni modo.

Mi madre creo que ni siquiera sabe que su marido murió. Está completamente ausente y sigue tomando e inyectándose.

Bueno, creo que ya te platiqué lo que pasó en las últimas semanas. Te escribiré después.”

Emma notó que esta carta, a diferencia de las otras dos, era más personal, más íntima y sintió un poco de pena por el desconocido Alan. Sintió la tristeza que se leía entre líneas y el dolor que él quería esconder, pero resaltaba a la fuerza. Ella decidió no mostrarle a Mariana esta carta, no sabía porqué, pero entendía que a partir de aquí la comunicación con Alan sería más personal y secreta. Era más bien un sentimiento que una razón lo que la hacía actuar así y guardó esta carta junto con las otras dos, en su lugar secreto, detrás del espejo del tocador, donde sabía que Sandy no se acercaría y esperaba que su mamá tampoco.

Pablo le estaba diciendo algo, pero ella estaba en las nubes, como siempre:

– Emmi ¿Qué te pasa?, hoy no me haces caso
– Ah.. perdón amor, es que .. bueno, no me siento bien
– No es cierto, lo que pasa es que ya estás soñando de nuevo
– Si.. lo lamento
– ¿Por qué no me cuentas en lo que estás soñando?
– No.. no.. no hace falta cariño, perdóname, vamos por el café ¿si?

Caminaron un rato en silencio por la avenida hasta el parquecito y se sentaron en un banco. Pablo la miraba, pero también ya se estaba cansando del eterno escape de su novia. No la entendía tampoco y se estaba aburriendo. El le platicaba y platicaba y ella en las nubes, ni siquiera lo escuchaba.

– Mejor te llevo a tu casa – le comentó él algo decepcionado
– Bueno, como tu quieras – le respondió fríamente

En verdad Emma estaba actuando más raro que de costumbre – pensó Pablo – tal vez… si le traigo algún regalo mañana – suspiró, no. Estoy quebrado ahora, que se aguante y yo me aguantaré también.

Cuando Emma subió a su cuarto ya estaba el siguiente sobre esperándola sobre el tocador. Palideció. Ya presentía la carta y algo le decía que sería más fuerte que la anterior. No sabía porqué, pero empezaba a entender en su corazón el sentir de Alan y lo estaba absorbiendo íntegramente.

No quiso abrir esta carta enseguida. La tuvo en sus manos un largo rato y decidió dejarla sobre el tocador. Ya la abriría después. No, ya tenía curiosidad por leerla, pero al mismo tiempo rechazaba el sentimiento de intriga y de rareza que la invadía. No sabía que hacer.

– Emma, baja ahora a cenar – le gritó su madre justo a tiempo
– Voy, mamá solo me lavo y bajo ahora – le contestó

En esta oportunidad la cena fue más ligera y entretenida. Emma, nerviosa reía por cualquier cara y gesto que hacía Sandy y la madre, notando el buen humor aparente de sus dos hijas, quiso guardarse un momento sus recriminaciones y terminó por reír también de las caras graciosas que estaba haciendo la pequeña.

Cuando finalmente Emma subió a su cuarto, ya no se encontró ninguna disculpa para ella misma y se obligó a abrir el sobre. Leyó la carta con cuidado y concentración:

“Hola,

Mi madre no me reconoció hoy, creía que era mi padre. Me siento muy mal por ella, pero no puedo ayudarla. Unos amigos me invitaron ayer a tomar unas cervezas después del trabajo y me dieron un cigarro de mariguana. Me sentí mejor y más alivianado. Sé que estoy haciendo mal y no me importa.”

Eso fue todo. Emma se sintió decepcionada. Tal vez esperaba algo mejor, más optimista, más claro. Pero sintió miedo y frialdad en esta carta. Alan estaba mucho peor ahora que en la carta anterior.

Cuando le comentó a Mariana el desarrollo de las últimas cartas, Mariana no supo que decirle y Pablo también quedó confundido. Emma ya no insistió con ellos, sabía que igualmente no podían hacer nada, ni por ella, ni por Alan.

Emma ya no soñaba tan ilusoriamente como antes. Las cartas de Alan la estaban confundiendo y se estaba desterrando la inocencia de los sueños fantásticos en los que antes solía esconderse para sustituirse por el problema que estaba viviendo su amigo, a diez años de distancia era lo mismo que ella había visto en otros jóvenes de su edad. Comenzaba a comprender que la adolescencia, aunada a los problemas familiares, se conformaban en un gran obstáculo para una vida normal y un terrible sentimiento de abandono la invadió.

La siguiente carta tardó un poco más de dos meses en llegar. Emma ya estaba impaciente y quería conocer el desarrollo de su amigo. En cuanto llegó la misiva, corrió a su cuarto a abrirla:

“Hola,

Tengo mucho miedo, mis amigos ya no son mis amigos, me han traicionado, se han alejado de mí y no quieren más ayudarme. He estado inyectándome lo mismo que se inyecta mi madre, esperando así poder acercarme más a ella. Es heroína, ya lo sabía, pero ahora …no sé. Tengo más miedo que antes.

Mi madre se está muriendo y me parece que ni ella misma lo sabe. Yo también me siento morir si no me pongo otra inyección. Ya casi no voy al trabajo, estoy sucio y no he comido en días. El proveedor de mi madre, sabiendo que ella ya no puede pagarle, viene conmigo y si no le doy dinero, me pega hasta hartarse y me amenaza.

Tengo miedo, mucho miedo”

A Emma se le cayó la carta de las manos temblorosas. Era terrible, monstruoso.. podía ver a Alan sufriendo, podía sentirlo hasta lo más profundo de su alma. El dolor la traspasó íntegramente y no sabiendo más que hacer, rompió a llorar desconsoladamente.

En el colegio, Emma trataba de concentrarse en los estudios y alejarse del problema de Alan. Era muy difícil hacerlo. Las voces en su mente eran amenazadoras, dolorosas, continuas y dentro de esa confusión de pensamientos, fue cuando descubrió a Pablo y a Mariana besándose.

– ¿Mariana, Pablo? – los miró confundida
– Esteee.. Emma, yo, bueno, mira – titubeó Pablo
– ¿Mariana? – volvió a preguntar Emma mirando a su amiga y ella solo bajó la mirada
– Esperen.. no entiendo, Pablo, tu eres mi novio, ¿o ya no?, no entiendo
– Emma, lo lamento, tu siempre tan alejada de mi, yo comencé a salir con Mariana desde hace una semana y tu ni siquiera te diste cuenta
– ¿Una semana? ¿estás loco? Nos vimos ayer y tu me besaste y me tomaste las manos y me regalaste chocolates
– Eso fue hace una semana Emma, de veras, pero es que siempre estás en la luna – contestó Mariana – Tu misma me regalaste uno de los chocolates y me dijiste que no te gustan, ¿te acuerdas?
– Yo te dije que mejor terminábamos – comentó Pablo bajando la voz – y tu me dijiste que si, que no importa, eso fue lo que dijiste –

Emma los miró confundida y dolida por el descubrimiento, no, claro que no era como ellos decían, recién ayer… ¿o fue anteayer?… abrió la boca para decir algo, pero un nudo le atoró la voz.

Se giró completamente y trató de correr, aunque sus piernas difícilmente la sostenían. – La dignidad ante todo – recordó la cita de su Abuela – nunca demuestres tu debilidad ante los demás – Así que sin otro movimiento, se retiró de allí lo más rígidamente posible.

Al llegar a casa, su madre trató de detenerla, pero al verla tan triste y desorientada, se quitó de inmediato y la dejo subir las escaleras corriendo.

– ¿Qué tienes Emma?
– Nada mamá, nada, déjame sola por favor –
– Está bien, pero al rato bajas para que hablemos
– No mamá, todo está bien, por favor
– Hija, quiero saber que te pasa
– No mamá, no insistas
– Bueno, si no me quieres contar …

Emma ya no le contestó y cerró la puerta de golpe. Otra carta estaba ya esperándola sobre el tocador.

La miró y en esta oportunidad se animó a abrirla enseguida, después del terrible descubrimiento de la traición de Pablo y Mariana, estaba segura que nada podría conmoverla aún más y con los ojos aún llorosos, leyó:

“Hola,

Mi invisible amiga, creo que esta es la última carta que te mando. Ya no me permiten entrar a trabajar. Mi jefe me odia, mi compañero me teme y yo mismo me desconozco. Se ha terminado todo para mí. Estoy débil y muy enfermo.

Señor, dame otros diez minutos para buscar ser feliz, le dije… y escuché Su voz que me contestaba: te di 17 años.

Viví sin saber vivir y muero sin saber porqué. Ahora te escribo amiga, esperando que tu si lo descubras.

En mis manos esta ahora todo lo que poseo, esta carta que he posfechado a diez años de distancia, con la esperanza que te llegue a ti y que puedas leerla.

Te deseo amiga que te regales, antes de que se te agote el tiempo, la oportunidad de ser feliz.”

Emma se quedó petrificada. Al tomar el sobre, notó un peso extraño y el movimiento de algo dentro. Lo sacó, era un pedazo delgado de metal un poco corroído pero se veía con claridad algo inscrito a mano y unas hermosas y detalladas flores rodeando el texto, seguramente impresos con un clavo y mucha paciencia:

– La felicidad está solo dentro de ti – leyó

A Emma le tomó un buen tiempo digerir todo lo que le había pasado en los últimos meses. Las cartas de Alan la habían derrotado y la pérdida de su novio y de su mejor amiga, había sido demasiado. Sin embargo, justo debajo del encino, donde siempre huía desde pequeña, cuando se sentía triste, comprendió el mensaje oculto en las líneas de las cartas.

Esta tarde era especial, se cumpliría el año de haber recibido la primera carta de Alan. Emma la tenía en sus manos hasta arriba, junto con las demás atadas con un listón.

Se recargó, como siempre lo había hecho en la enorme piedra, dejando que la humedad del musgo la perfumara. El encino se mecía suavemente al son del viento y la piedra le susurraba suavemente pequeños cantos de agua.

En una forma de homenaje, Emma enterró las cartas de Alan lo más profundamente posible, debajo del encino y se despidió de su amigo.

Comprendió que la vida de Alan, fue desafortunada y tal vez no tuvo todo el sentido esperado, pero su muerte le dejó un mensaje de vida, es un regalo de una sola oportunidad y ser feliz depende únicamente de ti. Este mismo mensaje lo retransmitiría de ahora en adelante, a cuanta persona se cruzara en su camino, en honor a Alan y a quien quisiera entenderlo.

FIN