AQUELARRE

Los ratones, muchos, demasiados, corriendo por todos lados, empujándose, brincando, chillando. Los bichos royendo la madera y el gorjeo de las palomas en sus nidos, en las altas trabes de la casona. Un hedor nauseabundo a humedad y a basura de muchos años acumulada. Un ambiente ideal para una reunión especial.

 

La muchacha muda estaba barriendo el patio, lentamente. La cabra negra y los dos gallos ya estaban encerrados en el cuartito. Unas latas de metal como de latón, la una con cal y la otra con sangre de toro, refulgían siniestramente por las flamas de las dos antorchas como luminarias, una al norte y otra al sur, como debían de estar dispuestas. Dos muñecos de paja, vestidos de novios de tamaño de una persona normal, estaban atados a un poste levantado exactamente al centro del patio, el cual, rodeado de altos muros y habitaciones semi derruidas no era visible desde el exterior.

 

Mariana seguía barriendo lentamente. De cuando en cuando alzaba la mirada y revisaba que todo estuviera en orden, como se lo habían enseñado desde pequeña, para eso le tenían, para recibir los productos y para ordenar y limpiar el lugar.  Una de las brujas la había encontrado en la calle y la había levantado por caridad, según ella y aparte de tenerla como criada en su casa, una vez al mes la traía a esta casona oscura a realizar las labores. Por suerte para ella, las brujas la consideraban demasiado estúpida y lenta, por lo que no se habían preocupado en enseñarle brujería, aunque después de tantos años de verlas trabajar, Mariana conocía perfectamente el ritual.

 

Su mudez era otra garantía para las brujas, de que la niña no le diría nada a nadie de sus trabajos, como ellas lo nombraban y así, una vez al mes, durante la luna llena, las cuatro brujas se reunían y realizaban ritos en nombre de su protector, el demonio mismo y le pedían favores, la mayoría de éstos eran tortuosas muertes y horrores para las víctimas de personas que las contrataban para dañar a alguien. Si, a ellas les pagaban para embrujar y lanzar demoníacos hechizos contra otras personas. Mariana se escondía en una de las habitaciones y desde allí las miraba.

 

Unos golpecitos en el portón, le indicaron que estaban llegando los invitados. Siete jóvenes, cuatro varones y tres mujeres de entre diez y nueve y veintitrés años entraron alborotados y nerviosos, parloteando y entre risitas siguieron a Mariana al patio, donde ella los acomodó sentándolos alrededor del poste a una distancia prudente. Nuevamente se escucharon unos golpes en el portón y Mariana fue a abrir. Un grupo de cinco señoras, acompañadas de sus maridos, entraron ruidosamente, como si fueran las dueñas del lugar y miraron a Mariana despectivamente, una de ellas a la que accidentalmente le tocó en un brazo, se sacudió frenéticamente. Un poco después llegó un alto y delgado joven, aunque mayor que los muchachos que habían llegado primero, entró y miró cuidadosamente a su alrededor. Sus profundos ojos se posaron un segundo sobre Mariana y ella sintió el impresionante peso de la revisión a la que estaba siendo sometida. No era la primera vez que la revisaban así y ella lo sabía, todos los que entraban en esta casa, sentían miedo y excitación, a todos les emocionaba participar en algo tan espectacular como este tipo de rituales, pues para todos era un enigma y una experiencia diferente, claro. A Mariana solo le asqueaba todo esto y reprimida por la obligación que tenía, la falta de educación y su propia impotencia, participaba de todo esto sin desearlo.

 

Pero este joven le llamó la atención. No sentía en él, el miedo y la excitación normal que siempre acompañaba a los invitados novatos. No, este señor ya conocía de esto o por lo menos ya sabía a lo que se iba a enfrentar. Ella así lo presintió, pero de cualquier forma lo condujo al patio con los otros y lo sentó, un poco más alejado de los muchachos inquietos, que seguían cuchicheando y riendo nerviosos.

 

A la media noche en punto se aparecieron las brujas. Mariana conocía el truco pues en una oportunidad las había visto llegar escondiéndose en el cuartito donde estaban los animales y las vio subir por la trampa que había debajo de las tablas del piso, pero a todos los demás les parecería que llegaban naciendo del suelo, entre humos azules.

 

Si el amor se viste de blanco, el odio se viste de negro. Las impresionantes brujas se vestían cuidadosamente como tal en estas oportunidades. Si las vieran en un día normal, en la calle, no pasarían de ser vecinas chismosas. Las clásicas amigas gordas y acomplejadas, que no paraban de platicar de sus maridos odiosos y de sus ingratos hijos, con cualquier persona que las quisiera escuchar. Durante la lavandería en los techos, se les veía reír y cantar a voz en cuello las canciones de moda que se escuchaban en la radio, demandando la atención de todos los vecinos en los edificios de departamentos en los que vivían en la unidad habitacional. Parecerían simples y hasta ridículas viejas choteras y nada más, pero en estas oportunidades todo cambiaba.

 

Sus largos vestidos negros, cubiertas desde el cuello hasta los pies con largos mantos, sus rostros pintados con polvos grises y sus ojos ensangrentados y sus labios igualmente negros destacaban unos dientes asquerosamente amarillos. Acá ya no eran las vecinas ridículas, sino unas criaturas siniestras que conocían a la perfección las debilidades humanas.

 

A Mariana siempre le impactaba esta imagen. Ellas, desde el centro mirando a sus invitados, circundándolos y obligándolos a callar con solo la mirada, obligándolos a quedarse quietos, bueno, hasta la cabra dejaba de balar y los gallos de aletear. Se hacía por unos instantes un silencio sepulcral. La bruja mayor con un ligero toque de su bastón de mando, iniciaba el ritual. Las otras tres, entonando canciones en un idioma extraño, suave pero consistente, comenzaron los hechizos.

 

Una, tomando la lata con la cal, comenzó a pintar en el suelo los símbolos del demonio, la otra, con la lata de sangre de toro, la iba siguiendo y marcando con más símbolos en el suelo, alrededor de los muñecos. La tercera ya tenía listos los vasos con la bebida preparada que compartiría con los invitados y se los distribuía.

 

Mariana no participaba del evento, se supone que ella debía retirarse y regresar a la mañana siguiente para limpiar todo y aunque al principio si se iba, en los últimos tiempos decidió esconderse en los cuartos y mirar. Las primeras veces el horror se apoderó de ella y no pudo dormir bien los días siguientes, pero poco a poco fue aprendiendo los ritos y revisando con cuidado los movimientos de las brujas. Poco a poco perdió el miedo y pudo mirar con mayor atención cada detalle, conociéndolo. Si, en principio el ritual era sencillo y se repetía en cada situación. Después ya se ponía más interesante, pues la hechicería principal era como seguir una receta de cocina, la misma cantidad de cal, la misma cantidad de sangre, los mismos cánticos y la bebida que embriagaba a los invitados, junto con el humo de los inciensos que quemaban en las luminarias. Una vez ya adelantado lo básico, vendría la verdadera magia. La bruja mayor, ayudada por una de sus hermanas, sacaban a los dos gallos negros. Los cánticos se hacían más fuertes, la efervescencia de la bebida y de los humos en los invitados ya los hacía sudar y moverse en forma circular. Las antorchas iluminaban los rostros de todos y desde donde Mariana los miraba, en verdad parecían demonios, estupidizados y embriagados.

 

Con una navaja muy afilada, la bruja mayor degolló al primer gallo lanzando la sangre sobre los invitados y siguió lo mismo con el segundo gallo. Los invitados gritaban alborozados. La bruja mayor con su bastón de mando, dando tres fuertes golpes en el suelo, demandó silencio. Ahora vendría la cabra negra, los cantos ahora eran diferentes, la solicitud en el idioma extraño pero mezclado en español solicitaba la presencia de su señor, el demonio en persona. Antes de matar la cabra, la bruja mayor se sometía a una especie de autohipnosis, cerraba los ojos y cuando los abría solo se veía la cuenca blanca y los ojos los había volteado hacia atrás, lo que la hacía verse terrible, lanzó una feroz carcajada como de loca y la posesión tuvo lugar. Mató a la cabra de un solo tajo y la sangre del animal se volcó sobre el patio inundándolo. Los invitados se lanzaron sobre el charco de sangre, bañándose en ella y lamiéndose las manos.

 

Era ahora el momento de hacer la petición. Mariana escuchó con mucha atención para conocer quien sería la víctima de este ritual. Una pareja de ancianos serían los eliminados por el demonio. Unos ancianos con mucho dinero y que habían molestado a un sobrino suyo a quien habían quitado de la herencia y quien en venganza, había solicitado la ayuda de las brujas. Mariana no conocía a las víctimas, pero sabiendo el poder de la magia de estas brujas y la forma en la que obtenían el favor del demonio, sabía que los días de estos ancianos estaban contados. La bruja mayor, tomando una de las luminarias, encendió con un grito los dos muñecos de paja atados al poste principal. El hechizo estaba completado y el ritual había terminado. Mariana sabía que en los próximos días aparecería en las noticias del periódico, la extraña y sospechosa muerte de dos ancianos.

 

Los invitados cayeron al suelo completamente embriagados. Los efectos se les pasarían en un rato más y las brujas se encargarían de sacarlos de la casa. Luego ellas, agotadas, regresarían a sus respectivos hogares a seguir su aburrida vida de personas normales. Mariana se quedaría allí y a la mañana, poco después del amanecer, tomando un balde con agua del sucio pozo de la esquina, comenzaría a limpiar todo. Los restos de la cabra y de los gallos los enterraría en la tierra suelta del otro lado de la casa. Limpiar era sencillo, olvidar, no.

 

Regresó a la casa de su ama, a seguir con sus labores cotidianas. Ya en la noche, cuando finalmente se pudo recostar a dormir, trató de recordar lo sucedido la noche anterior, no era un deseo en realidad, era más bien una necesidad si es que quería dormir. Recordó casi todo con detalle, excepto al extraño joven que había entrado hasta el último a la casa. ¿dónde se había sentado? No lo recordaba con claridad. Tampoco lo recordó durante el ritual, ni tampoco saliendo. ¿dónde habría quedado?. Por más que se esforzó, no lo recordó.

 

Su vida continuó como de costumbre. Desde levantarse temprano, preparar el desayuno para la familia, hacer unas cuantas compras en el mercado, regresar, limpiar todo, lavar trastes. Si, todo continuó como si nada hubiera pasado y como si no fuera a pasar nada. El esposo de doña Gracia, su ama, era un hombrecito condescendiente, amable y sumiso, trabajador y muy callado. Pareciera como si no supiera nada de lo que su mujer hacía y tampoco se atrevía a cuestionarle nada. No tenían hijos, así que el ambiente en el hogar era de independencia y concordancia. Los esposos casi no se hablaban, pero tampoco parecía haber algún problema, todo se veía en apariencia muy calmo y relajado. Mariana gustaba de vivir allí con ellos. En los tiempos normales su ama era hasta amable con ella y le hacía de cuando en cuando algún pequeño regalo y aunque la trataban como criada, no la ofendían ni la lastimaban.

 

El único temor de Mariana era la siguiente luna llena, pues ya sabía lo que iba a suceder.

 

Todo ya estaba listo y los invitados iban llegando, algunos en grupo, los otros solitarios. Siempre eran invitados diferentes, las brujas no permitían que algún invitado repitiera el rito, eso iba en contra de su política. No lo hubiera descubierto si no hubiera reconocido sus ojos, esos extraños ojos grises y fríos que bajo un disfraz de anciano debilucho y rengueante, vestido con una chamarra gris y unos pantalones vaqueros muy deslavados, llegó casi a la media noche, poco antes de que se aparecieran las brujas. Ella lo reconoció, pero trató de aparentar que no lo conocía a pesar de que sintió un vago rubor que cubrió su rostro cuando sintió la fuerte mirada revisándola nuevamente.

 

El petición ahora era para un joven que había engañado a su esposa y que ella lo quería desaparecer dolida por el engaño y buscando venganza. Todo el ritual era similar al anterior salvo al final, sin embargo Mariana se concentró en el anciano y notó que él no bebió del vaso que le daba la bruja, sino que con disimulo vertió el contenido al suelo. También notó que no sufrió de la euforia que embargaba a los demás asistentes, aunque gritaba y se movía como los demás, sus movimientos eran finamente fingidos y ella también notó que de cuando en cuando, el anciano metía sus manos a los bolsos laterales de su chamarra. Ella no tenía ni idea de quien era, ni de qué hacía allí.

 

Cuando todos se fueron y se quedó sola, Mariana revisó el lugar en donde había estado sentado el anciano y aunque no había nada extraño allí, ella comenzó a sospechar de este personaje.

 

La siguiente luna llena se acercaba y Mariana recordó al anciano de la reunión anterior y se preguntó en secreto si se aparecería por allí en esta ocasión. Vigiló a todos los invitados conforme iban llegando y de momento no lo vio. Se sintió ligeramente decepcionada. Esperaba de todo corazón que él apareciera. Soñaba que era alguien que iba a ayudarla, que la iba a rescatar de este infierno y la iba a salvar de esta locura en la que se veía sumergida cada mes. Al no verlo, se desmoronó su sueño y con ello también sus esperanzas de que esto terminara de alguna forma. En realidad reconoció en el fondo, que todo este tema del ritual y de las brujas la tenía harta y asqueada, que estaba inconscientemente buscando ayuda. Pero no tenía a nadie en quien confiar. Doña Gracia era demasiado inteligente y siempre la estaba vigilando, además de que su mudez era un gran impedimento y ella no sabía escribir, así que la comunicación con alguna persona para ella era prácticamente imposible.

 

Dejó a todos los invitados en su lugar y de pronto, más por instinto que por razón, miró a una señora alta y delgada acompañada de un muchacho desgarbado y medio tonto. La miró de nuevo, con mayor atención y desde la distancia distinguió los peculiares ojos grises. Si, allí estaba, pero tan diferente, ¿verdaderamente sería él ahora disfrazado de mujer? Sabía que las brujas revisaban con mucho cuidado a sus invitados y que era casi imposible que alguno lograra entrar a dos rituales. No estaba segura, pero tenía toda la esperanza que este personaje fuera su héroe con el que soñaba, con el que deseaba tanto que la rescatara. Casi hasta se avergonzó de lo que estaba pensando. Siguió vigilando, pero en esta oportunidad no vio nada diferente ni extraño, la señora se bebió el vaso entero y terminó tumbada en el suelo, babeante y con la mirada perdida, junto con los demás.

 

Una sombra de melancolía acompañó a Mariana durante el resto del mes, sombra que no pasó desapercibida a Doña Gracia y cuando la cuestionó sobre su tristeza, Mariana entre gruñidos y muecas trató de hacerle entender que no era nada. Doña Gracia la vigiló más que de costumbre, pero no descubrió nada extraño en las actividades cotidianas, salvo que en las noches Mariana lloraba quedo, suavemente. Ella pensó que serían solo cosas de adolescente y la dejó tranquila.

 

Pasarían un par de rituales más. El hedor y la sangre de los animales, las mezclas de la bebida y los asquerosos humos embriagantes, los invitados eufóricos y las brujas, las espantosas brujas atronando con sus cantos y con sus gruñidos en idiomas extraños. Mariana conociendo todo esto ya de memoria y no habiendo visto a su personaje de ojos grises de nuevo, entró en una especie de sopor, de resignación silenciosa y de gran depresión. Nada cambiaría, nada detendría este horror, nadie la salvaría.

 

Así pasarían algunos días y cuando Doña Gracia le pidió que fuera a hacer unas compras al mercado, Mariana tomó el dinero que le extendió, agarró la bolsa de mandado y alisándose un poco los delgados cabellos amarrados en una trenza, salió a la calle y se encaminó caminando distraída. Seguía pensando en su héroe y en eso estaba cuando un joven se tropezó con ella al doblar la esquina, casi tirándola al suelo. El la agarró firmemente y evitó la caída. Cuando Mariana lo miró de frente y descubrió el rostro de su héroe, no pudo más y sin ningún recato se abrazó a el fuertemente, estremeciéndose por el llanto. El muchacho, disfrazado de beisbolista aficionado, con su gorro al revés y una cinta amarilla amarrada en la frente, hasta parecía más gordito enfundado en su traje a rayas. La miró con mucha curiosidad, nunca había oído llorar a una muda y trató de consolarla como mejor pudo, le pidió perdón por haberla asustado y tal vez hasta lastimado. No sabía que hacer.

 

Mariana por el contrario, le sonreía entre lágrimas y no dejaba de mirarlo. Si, si era su héroe con sus extraños y profundos ojos grises, aunque estuviera así disfrazado ella nunca confundiría esos ojos en ningún lado. Estaba muy convencida que era él y aunque no conocía a todos los vecinos y había muchos muchachos vestidos así, estaba convencida que éste era su héroe y no lo soltaría esta vez. Con sus gruñidos característicos y moviendo sus manitas por todas las formas para ella conocidas, trató de expresarle tantas cosas a la vez. El muchacho sonreía y la miraba curioso, no entendía nada de lo que la linda muchachita estaba intentando decirle y la soltó con suavidad, diciéndole que lamentaba profundamente el haberla asustado.

 

Finalmente el muchacho logró soltarse y dando unos pasos hacia atrás, ligeramente espantado por los aspavientos de la muchacha, se movió un poco hacia un lado y sin más, se echó a correr alejándose de ella. Mariana lo miró alejarse, se lamentó que el muchacho no la hubiera comprendido, pero algo le dijo que él no estaba allí por simple casualidad y que tampoco se había tropezado con ella casualmente, algo muy dentro de su corazón le indicó que el muchacho la estaba siguiendo y que estaba vigilando. Simplemente lo imaginó, pero sus esperanzas se renovaron y siguió con las compras con el corazón más ligero.

 

Cuando llegó a la casa Doña Gracia no notó el color en el rostro de la muchacha y sus ojitos brillantes, tampoco notó la enorme sonrisa que ahora cubría su lindo rostro. Por suerte para Mariana, Doña Gracia estaba demasiado concentrada en la nueva lista de invitados y en la preparación del próximo ritual que sería la semana siguiente.

 

Como de costumbre, Mariana preparó todo para el ritual. Estaba segura que su héroe no faltaría esta vez al evento y si se ponía lista, lo iba a descubrir en su disfraz. Tuvo mucho cuidado que Doña Gracia no sospechara nada de ella, lo que sería para el muchacho fatal, así que en cuanto llegaron los invitados ella los miraba de lado, con suspicacia. No podía saber si alguna de las brujas estaba escondida vigilándola a ella, pero lo sospechaba, no sería tampoco la primera vez que alguna de ellas revisara a los invitados al llegar, para evitar sorpresas desagradables.

 

Por increíble que pareciera, Mariana descubrió a su héroe quien de manera ahora inconfundible, la miró directamente a los ojos y le guiño cerrando muy ligeramente el ojo izquierdo, sin tocarla y sin volverla a mirar, siguió su camino al patio dejándose guiar por Mariana como si fuera la primera vez que entraba a ese lugar, mirando sorprendido todo a su alrededor. Definitivamente era un gran actor y su disfraz ahora lo hacía pasar como un abogado cuarentón o algo así, con gruesos lentes y labios muy delgados, se agarraba las manos nervioso, simulando una gran timidez. Una de las brujas estaba al otro lado de una de las bardas, escondida y lo miró también, revisó su lista y pareció satisfecha. Mariana la vio allí escondida y sintió un vuelco en el corazón estuvo a punto de girarse y advertir a su héroe, pero no lo hizo.

 

El ritual comenzó y Mariana pudo ver al abogado tirando distraídamente el líquido del vaso que la bruja le extendió, se movió, gritó y todo, se tumbó como si estuviera ebrio y en ningún momento miró a Mariana. Se levantó como todos los demás y arrastrando los pies, como si estuviera muy débil, se dejó llevar por la bruja mayor a la salida.

 

Mariana no lo volvería a ver. La vida transcurrió como de costumbre, nada parecía haber cambiado pero Doña Gracia comenzó a ponerse nerviosa. Le comentó a su marido que se sentía mal y que no quería salir esa noche aunque tenía un trabajo muy importante de un personaje de gran poder que les había hecho una encomienda muy difícil. El marido la interrumpió y le dijo que no quería saber, que este tema no era de su incumbencia y que si ella no quería ir, bueno, que no fuera, pero que no lo tratara de involucrar en sus cosas. Doña Gracia se molestó con él y se levantó furiosa. Iría a ver a su comadre al otro edificio, tal vez ella pudiera hacerle alguna sugerencia.

 

Mariana sospechó que algo no andaba bien y decidió seguirla y si era posible escuchar la conversación con la comadre, quien no era otra cosa que la bruja mayor. Así lo hizo y le sorprendió mucho lo que escuchó.

 

Doña Gracia había descubierto, por boca de uno de sus sobrinos que era muy chismoso y siempre andaba indagando por todos lados posibles clientes, que uno de ellos estaba investigando la casa en donde hacían los rituales y que sabía mucho más de ellas y de sus trabajos de lo que consideraban una simple curiosidad. Había estado haciendo preguntas y obteniendo información de ellas y de sus antecedentes. Doña Gracia le confió a su comadre que sentía temor, pero esta le contestó que estaban muy bien protegidas, que su amo era por mucho más poderoso que cualquiera y que no tenían porqué sentir temor, eran brujas y sabían como protegerse de sus enemigos. En este ritual harían una excepción y buscarían la protección de su amo y que este atacaría de manera inmediata a esta persona que las estaba indagando e inmiscuyéndose en sus trabajos.

 

Doña Gracia se retiró más tranquila a su casa y Mariana después de lo que escuchó, pensó en su héroe y en lo que le harían a través del siguiente ritual. Pensaba que la hechicería de estas brujas si funcionaba y que su héroe corría un inminente peligro, pero no supo como alertarlo y mucho menos como ayudarlo. Se sintió aterrada y trató de pensar que es lo que podría hacer para evitar que el mal dañara a su amado héroe.

 

Cuando se puso a preparar todo para el ritual de esa noche, decidió con harto riesgo para su propia persona, de cambiar la sangre de toro por pintura roja. Consiguió una latita y en cuanto llegó la lata correspondiente, vació la sangre y la cambió por la pintura, tratando que con agua se pareciera lo más posible al viscoso líquido. Pensó en toda su ingenuidad, que si modificaba alguno de los ingredientes propios del ritual, el amo no se aparecería y tampoco ayudaría a las brujas. Eso era por lo menos lo que la criatura intentaría para evitar el daño inminente. Por supuesto, no sabía si iba a funcionar, pero por lo menos lo intentaría.

 

El ritual comenzó como de costumbre. El héroe de Mariana no llegó, o por lo menos ella no lo reconoció en ninguno de los invitados que esta vez llegaron todos juntos en un nutrido grupo de unas quince personas, todos vestidos elegantemente y en finas camionetas. Se notaba a leguas que eran personajes de la alta sociedad. Mariana le sorprendió que este tipo de personas, a quienes ella siempre había considerado más inteligentes, se animaran a participar en este tipo de rituales. Cuando conoció la encomienda tan importante que había mencionado Doña Gracia, supo entonces que estos invitados, al igual que todos lo que habían venido antes, solo esperaban obtener un beneficio harto sustentable económicamente, aprovechando todos los recursos de la maldad para desaparecer a alguien quien por algún oscuro motivo, no pensaba en darles su parte proporcional. Todos estos eran posibles herederos de una cuantiosa herencia a la que el dueño del dinero los había mandado a freír espárragos y decidió a último momento modificar su testamento, regalando toda su herencia a una obra de caridad. La intención de este ritual era obligarlo a modificar el testamento en favor de estos interesados y después morir con harto sufrimiento. Mariana no pudo hacer otra cosa más que negar con la cabeza, ¿cómo era posible tanta miseria en el alma humana? ¿cómo era posible utilizar como recurso esta porquería, para obtener algo tan sucio y ridículo? Simplemente no lo entendía. Un gran porcentaje de rituales eran para esto, para pedir por la muerte un beneficio de dinero, o por venganza para eliminar un enemigo. Que sucia se sintió por un momento.

 

Al comenzar el ritual, Doña Gracia se detuvo un momento y mirando a Mariana directamente, pues ella eligió ya no esconderse más y mantenerse de frente mirando el ritual, comentó en voz baja a otra de las brujas que algo andaba mal, muy mal y pidió que detuvieran el evento. La bruja mayor la fulminó con la mirada por un momento, pero no se detuvo. Cuando llegó el momento de vaciar la sangre de toro, no notaron nada extraño en la lata y continuaron con su acostumbrado cántico. Mariana se sintió ligeramente aliviada y a Doña Gracia no le pasó desapercibido el cambio en el rostro de la muchacha, pero aunque no le quitó la mirada de encima, nunca supo que fue lo que la muchacha había modificado.

 

Cuando la bruja repartió los vasos de latón con el líquido embriagador, se escucharon fuertes golpes en el portón. Mariana se levantó a abrir pero Doña Gracia la detuvo enseguida tomándola fuertemente del brazo y sentándola de un empellón. Los invitados se aterraron y comenzaron a gritar, pero la bruja mayor los contuvo y los mandó callar. Todos se quedaron quietos. Los golpes en el portón se repitieron más fuerte y unos gritos afuera les exigieron abrir. La bruja mayor se acercó y preguntó quienes osaban interrumpir su sueño, pues según les dijo ella vivía allí y la habían despertado con su escándalo. Le contestaron desde afuera que el verdadero dueño de la casa estaba presente y traía los documentos correspondientes y a la policía consigo.

 

Las otras tres brujas se miraron, los invitados comenzaron a susurrar aterrados, si alguien los descubría allí y con todos los elementos de brujería, la cabra, los gallos, el fardo de paja amarrado al poste, esto sería un escándalo social, todos ellos eran personajes de alcurnia en la sociedad y esto sería fatal para su dignidad.

 

La bruja mayor le habló a Doña Gracia y le dio unas instrucciones. Todos saldrían sigilosamente por las tablas del cuartito en la parte trasera de la casa, así saldrían al traspatio en donde no habría ningún peligro. Cada uno se llevaría los más de los elementos de brujería posible, la cabra y los gallos, también el muñeco de paja al que ya una de las brujas había desatado del poste. A Mariana le apresuraron a barrer todos los símbolos de cal y pintura roja que estaban en el suelo del patio. La cal se pudo barrer, pero la pintura roja no, esta se quedó firmemente impregnada en el suelo.

 

Entre tanto la bruja mayor entre gritos y amenazas hacía todo el tiempo posible para que los demás se pudieran ir. Mariana miró la pintura roja en el suelo y se sonrió. Tal vez su truco no sirvió para modificar el ritual, pero sí para descubrir a las brujas y sus hechicerías o por lo menos así lo pensó. La bruja mayor ya no tuvo más remedio que abrir el portón, los golpes y las amenazas de los policías afuera ya eran muy demandantes y amenazaban con tirar el portón si la señora no abría de inmediato. En cuanto abrieron, entró un grupo de policías armados y al frente de los mismos, el héroe de Mariana mirándola directamente.

 

Mariana supo entonces que las brujas estaban perdidas. Los policías se repartieron enseguida por todas partes y descubrieron los símbolos en el piso del patio y casi enseguida la trampa en el cuartito, se apresuraron a entrar y llegar al traspatio en donde encontraron a todos los participantes y a las otras tres brujas, junto con todos los utensilios que llevaban cargando. Los detuvieron a todos, incluyendo a la bruja mayor que iba despotricando una barbaridad de amenazas. También se llevaron a Mariana pero la iba acompañando su héroe, quien la tomó de la mano todo el camino a la comisaría, sonriéndole amigablemente.

 

El llegar a la comisaría, repartir a todos los detenidos en diferentes cuartos, consignar todos los aparatos y equipos de hechicería, incluyendo a la cabra y los dos gallos, junto con el muñeco de paja, todo fue muy impactante para Mariana. Su héroe a quien ahora ya conocía ella de nombre, la ayudó mucho para soportar todo el caos a su alrededor, el explicó al comandante en jefe, que ella era testigo y víctima de las brujas, que por ser muda y no saber escribir le era imposible hacer una declaración, sin embargo una persona se acercó y le indicó como ir contestando con señas. Mariana era muy inteligente y pronto aprendió lo básico para con las manos ir respondiendo algunas de las preguntas y también para conocer lo que realmente había sucedido.

 

Su héroe y ahora amigo le platicó con detalle todo lo que había sucedido desde hacía más de seis meses atrás.

 

Uno de los participantes en un ritual por algún motivo enfermó de gravedad, seguramente por el brebaje que le habían proporcionado que le había hecho mucho daño,  poco antes de morir le confesó a su médico lo que había hecho. El médico era padre de nuestro héroe, quien aunque muy joven, había terminado sus estudios como investigador privado y con la historia que le contó su padre, decidió investigar a fondo a estas brujas y lo que descubrió fue demasiado terrible para manejarlo solo, así que con el apoyo de un equipo de investigadores que incluía a su maestro y a otros importantes personajes, fueron poco a poco desentrañando el misterio y el horror que se escondía detrás de estas personas y de sus víctimas.

 

La bruja mayor, que en su vida normal se desempeñaba como una simple lavandera, se fue relacionando en su juventud con peligrosos asesinos y gracias a una extremada inteligencia táctica, los fue envolviendo en sus redes. Conociendo el gran poder de la sugestión y de la superstición, se llamó a sí misma bruja herética y satánica que tenía grandes poderes y dominio sobre la muerte y amenazando a estos peligrosos delincuentes, fue elaborando un efectivo sistema de homicidios y fraudes, de intimidación y amenazas, con los asesinos bajo su mando. Organizó junto con sus comadres, las otras tres brujas, todo un teatro para atraer posibles clientes que pagaban grandes sumas de dinero para participar y eventualmente solicitar favores al demonio y la bruja mayor utilizaba a sus asesinos para alcanzar los deseos de sus clientes y así cumplir con lo que habían pactado. Este cliente satisfecho, a su vez le sugería el servicio a otro que requiriera algún favor del demonio.

 

El dinero obtenido de esta forma era administrado por Doña Gracia, quien abrió una cuenta en el banco a favor de Mariana y que ya tenía en la misma varios millones en resguardo. Mientras Mariana fuera menor de edad, Doña Gracia era la albacea de la cuenta y podía depositar o retirar lo que necesitaran las brujas para sus rituales y pagos a los asesinos y demás personas que ilícitamente las ayudaban y Doña Gracia confesó que cuando Mariana cumpliera la mayoría de edad, lo que sería en los próximos meses, la engañaría para que firmara a su favor un poder amplio y así Doña Gracia continuaría con la administración de esta cuenta. En otras palabras, Mariana era millonaria.

 

En cuanto Mariana supo esto, le pidió a su amigo que la ayudara a encontrar a todas las víctimas de estas brujas y que de alguna forma se le fuera devolviendo un poco de lo que les habían sustraído por medio de engaños y a los que habían solicitado los favores, tratar de atraparlos.

 

Desentrañar la red fue muy complicado, pero pudieron atrapar a los asesinos a sueldo de las brujas, ya que las otras dos que no estaban tan involucradas y para salvarse, cantaron a diestra y siniestra todo lo que sabían de la bruja mayor y de algunos de sus clientes, lo que era bastante y suficiente para encarcelarla a ella por el resto de su vida y para localizar a algunos de los peticionarios. La misma bruja mayor, después de amenazar a nuestro héroe y a Mariana, trató de zafarse un poco solicitando apoyo a uno de sus amigos, abogado él de oficio, pero al ser investigado el tipo de persona que era, cayó en una gran serie de contradicciones y terminó preso, al igual que su cliente.

 

En cuanto al esposo de Doña Gracia, al enterarse que habían atrapado a su esposa en fragante, salió de su case y nadie lo volvió a ver.

 

Cuando Mariana cumplió la mayoría de edad, tomó un poco del dinero de la cuenta y se dejó operar la garganta, recobró la voz y pudo hablar por primera vez, dándole el sí a su héroe, ahora novio y aceptando casarse con él. Juntos durante los siguientes años, fueron desmembrando poco a poco la espantosa red de homicidios y engaños, atrapando a todos los involucrados de la bruja mayor, de quien se sabe que murió de manera muy extraña en el interior de la cárcel de mujeres.

 

 

FIN

 

 

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