DON ARTURO Y SU CAMIÓN

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DON ARTURO Y SU CAMION

El Sr. Echeverría, don Arturo como lo conocíamos, trabajó por muchos años como obrero y ahorrando fue como pudo conseguir su camión. Era un Rabón de 5 Toneladas, muy grande y muy ruidoso, lo pintó de color rojo y le puso una simpática leyenda en la parte trasera, para que cualquiera la leyera: “Todos los que me miran, me tienen envidia”… este camión era todo su orgullo y su alegría.

Con él pudo ofrecer sus servicios de flete de mercancías a toda la República y dado que otra de sus más grandes pasiones era conocer nuestro bello país, pudo aprovechar y hacer muchos viajes al interior.

Lo conocimos en la empresa en donde trabajo, precisamente para hacer un flete de mercancías y por azares del destino, se completó esta curiosa historia, en la que protagonizaron el camión y Don Arturo en el papel principal.

Era 1998 y en Teziutlán, en la Sierra Norte de Puebla, ocurrió una lamentable tragedia. Un cerro se desgajó completamente sobre el poblado, matando a muchos de los habitantes y dejando sin hogar a muchos más. Por todos lados se pedía ayuda y apoyo para los damnificados y nuestra empresa participó en una colecta.

Don Arturo, que conocía muy bien esta zona del País, inmediatamente y sin preguntar se puso manos a la obra, solicitando en todas las empresas en donde prestaba sus servicios, una ayuda humanitaria en especie para estas personas, ofreciéndose como recolector y como transporte hasta la zona damnificada.

Muchas personas inmediatamente comenzaron con la colecta y pronto, antes de lo pensado, se llenó el camión completamente con una gran cantidad de objetos, desde cobijas y trastos, hasta alimentos enlatados y ropa.

Don Arturo, vio el esfuerzo que hacían todos y con mucho entusiasmo, tomó la responsabilidad y saliendo rumbo a Teziutlán, se encaminó, pero desde antes de llegar a su destino, pudo observar la magnitud de la tragedia. Era terrible y el daño tan grande había desmembrado buena parte de la carretera, por lo que era imposible llegar hasta el lugar, pero Don Arturo no se desanimó por eso. Forzando su camión, lo metió por caminos aledaños y corriendo un gran peligro, finalmente llegó al centro del pueblo.

Pudo ver que ya habían llegado los elementos de socorro, el ejército, la cruz roja y varias instituciones más que apoyaban a los damnificados. También se encontraban allí varios grupos sociales y religiosos con el mismo fin. En cuanto el llegó con su camión, de inmediato se le acercaron tanto el sacerdote del pueblo, como el comisario y enseguida le mostraron que tenía que desviarse y llevar el material al centro de acopio que habían instalado más adelante.

Pero Don Arturo, conociendo a su gente y a sus líderes y conociendo también la imperiosa necesidad de ayuda, como así también de pronto algunos abusivos que se aprovechan de ello, no se dejó intimidar por las autoridades y aunque lo amenazaron, esto no impidió que continuara adelante con su camión. Su intensión era llegar al corazón mismo de la tragedia, acercarse a la gente que en verdad necesitaba ayuda y entregarles lo que traía específicamente.

Tanto el sacerdote, como el comisario hicieron hasta lo impensable por detenerlo, lo amenazaron, le gritaron y en fin, estorbaron como mejor pudieron con tal de que llevara el material a “su” centro de acopio, a lo que Don Arturo solo les contestó, que esto no era para “ellos”, sino para los que él sabía que realmente lo necesitaban.

Después de mucho forcejeo y grandes palabrotas, Don Arturo logró zafarse de estos y avanzó hasta más arriba de la Sierra. Una vez allí, encontró a un muchachito y le pidió que avisara a todos los vecinos que traía despensa y materiales para ellos.

El jovencito de inmediato, con los ojillos brillantes por la emoción, se lanzó con su burrito a la carrera para avisar enseguida. En poco tiempo, el camión estaba rodeado de varios pobladores con sus respectivos burros. Don Arturo abrió el camión y ya se iba a subir para bajar las cosas, cuando lo detuvo uno de ellos y le pidió que no se molestara, que cada uno subiría por lo que necesitaba y así no tendría que cansarse.

De manera muy ordenada, cada uno subía específicamente por lo que requería, sin tomar de más o de menos y dejando lo que no necesitaba y así se fue desalojando el material poco a poco. Era impresionante ver lo limpios y cuidadosos que actuaban ellos, tomando una cobija, tal vez una olla, unas latas de alimentos, pero sin arrebatarse y sin carreras o gritos, todo bajo un tranquilo espíritu de amistad, entre risas y comentarios.

Mientras desalojaban el camión, Don Arturo andaba por acá y por allá, ayudando a amarrar, acomodando un poco o simplemente observando, en uno de esos paseos también se le ocurrió por allá darle una palmadita a un burrito, platicar con un pequeñuelo y bueno, se entretuvo como mejor pudo.

Todo transcurrió en calma y entre risas y bromas, con comentarios amables y alegres.

Cuando finalizaron de descarga y Don Arturo ya lo iba a cerrar vio para su gran sorpresa que dentro del camión estaba el burrito, ese, al que le dio unas palmaditas. Alguien había observado que a Don Arturo le había gustado el animalito y lo subieron.

Hay que tomar en cuenta que para estas personas, el burro es mucho más que un animal de carga, es para ellos su medio de transporte y su comercio, buena parte de su vida la transcurren en burro y lo necesitan de manera absoluta para su modo de vida, diríamos que es como si un taxista obsequiara su taxi y de esta forma, ellos le estaban regalando el burrito en señal de agradecimiento por lo que había hecho.

A Don Arturo, quien conocía el corazón de estas almas generosas que en su pobreza eran la forma misma del dolor y la tragedia, este obsequio le arrancó lágrimas a sus ojos y no sabiendo si reír o llorar, no sabía que decir. No podía aceptar el magnífico regalo, ¿qué iba a hacer con un burrito en la ciudad? pero tampoco iba a ofenderlos, negándose a aceptarlo, por lo que volviéndose a un jovencito le pidió que se lo “guardara” y que lo “cuidara” hasta que el volviera.

Don Arturo hizo varios viajes más a las comunidades más apartadas de la Sierra, siguió recolectando y apoyando a todas las personas que podía y los materiales y productos que recolectaba, también llegaban con seguridad a las manos que verdaderamente lo necesitaban y cada año, sigue con esta bondadosa labor, de manera individual y sin obtener más que el íntegro agradecimiento de estas maravillosas personas, que ya lo esperan con gusto, como parte de su familia, con alegría y con reverencia, como lo que es..

FIN