El mar, como el padre en su eterno vaivén rompe la piedra y la cresta espumosa, como el hijo, lleva por delante el fondo de su historia.
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LA HERMOSA MANSION SEÑORIAL
I. (PROLOGO)
La comenzaron a construir a finales del siglo pasado. Fue una de las primeras casas que conformarían la famosa colonia Española. Los artesanos, los obreros, los ingenieros, todos se abocaron a la tarea de construir una gran mansión señorial para sus nuevos patrones, venidos de España, de esa lejana Europa considerada por muchos, muy superior a cualquier otra cultura, especialmente por los lugareños que consideraban a los europeos, como personas educadas, finas y a lo más elegantes. Es por ello, que desde que pusieron manos a la obra, la vista fija en los planos enviados de antemano y con los mejores materiales que pudieron encontrar, pusieron la primera piedra y de allí en adelante y por mucho tiempo, que después fueron años, se fueron levantando, poco a poco desde sus cimientos, los impresionantes paredones, las piezas, las lajas, los rudimentos y finalmente, la finura del trabajo artesanal realizado por manos expertas y sensibles, que le fueron puliendo, creando y revocando magias y colores, dolores, accidentes y sinsabores, grandes triunfos y sobre todo, dignidad en todos sus rincones.
Se levantaba lozana, esbelta, gigantesca con sus tres plantas a desnivel y sus techos de dos aguas con brillantes lozas rojas, distribuidos a todo lo largo y ancho de su patio principal. Pintada y repintada en su exterior con cal y algunos retoques de sus azulejos de la renombrada talavera Poblana, ya entonces muy famosa, siendo éstos horneados en hogares puntuales y especialmente construidos únicamente para esta casa, alrededor de un sinfín de ventanas, como si tuviera un sinfín de ojos, que miraban al visitante, revisando, juzgando, analizando.
Un espléndido y vasto jardín la rodeaba, senderos cubiertos de piedras pequeñas y redondas de suaves colores naturales, desde un rosado tenue, a un azul tintado y un suave verde caprichoso, con hermosos y frondosos árboles a cada lado del camino y por aquí y por allá, distribuidos de cualquier manera, preciosos redondeles con arbustos y rosales de castilla, que cuando floreaban, más parecían ramos de tan cargados que estaban. Los pájaros hacían sus nidos en los aleros de las ventanas y cantaban por la mañana y por la tarde, en un alegre coro en conjunto con las tres fuentes, siempre funcionando, humedeciendo con sus suaves vapores, las pequeñas florecillas blancas y amarillas, que crecían en los alrededores y que se repartían gustosas el rocío.
Si desde el exterior, la impresionante construcción ya era majestuosa, el interior tampoco reducía en lo más mínimo su esplendor. Desde un pórtico techado, protegido por un grueso portón de madera de roble, de más de tres metros de alto, oscuro y perfumado, labrado a mano, con máscaras, rostros y figuras aterradoras circundadas por algo así como flores y hojas. Una gran aldaba de hierro fundido golpeaba sin piedad, una piedra de río profundamente empotrada en el centro haciendo retumbar el eco al interior.
Adentrándose a la profunda sombra, recogiendo el frío y la humedad, así traspasando el pesado portón, un pasillo guiaba al primer patio, siendo éste el patio principal techado, de donde surgían de manera sorpresiva, dos juegos de escaleras, uno a la izquierda y otro a la derecha, en un semicírculo para acceder al primer piso en donde se encontraban los salones principales, un gigantesco comedor, varias salas pequeñas, un salón de baile y música, una vasta y bien dotada biblioteca y otros espacios específicos para las visitas, ya que en la planta baja de este mismo patio, normalmente se ocupaba la servidumbre para sus quehaceres y estaban también las cocinas y otros departamentos de limpieza y vigilancia.
Para acceder al siguiente piso, en donde estaban las alcobas o dormitorios de los amos y dueños, se subía por una discreta y angosta escalerilla ubicada a un paso lateral, que terminaba en un largo pasillo circundante, en donde se podían ver las puertas de acceso a las habitaciones, finamente labradas y con vidrios biselados de colores y figuras llamativas. Y ya, muy al fondo, se encontraban los baños, las tinas de lavado y los vestidores.
Desde el primer patio, pasando por un arco monumental y bellamente ornamentado, se accedía al segundo patio, en donde se encontraban al centro una hermosa y gran fuente de cantera labrada a mano y a cielo abierto, unos árboles frondosos de donde colgaban varias jaulas con diferentes y coloridos pájaros cantores. En derredor de este patio, se encontraban las habitaciones de entretenimiento, el saloncito de damas para el bordado y la educación, el cuarto de juegos de los niños, el cuarto de herramientas, entre otros.
Y hasta el final, por una pequeña puerta de madera sencilla, sin más adorno que una aldaba de hierro oxidado, con cara de león, sostenida por unos goznes enormes, podía uno pasar al tercer patio, mucho más pequeño y sencillo, en donde de manera sistemática, en derredor, estaban los gallineros y el chiquero, también un potrero para los caballos y unos espacios techados, para acomodar los carromatos, entre otros. También allí se encontraban las habitaciones de los jornaleros que se encargaban de los trabajos más pesados, desde el mantenimiento de los jardines, hasta del cuidado de los animales.
Nada se podía escuchar de un patio a otro, o de una habitación a la otra. Las bardas que separaban eran enormes y muy gruesas, de adobe recubierto con cal y cemento y los techos eran altísimos, lo que mantenía las habitaciones en verano frescas y cálidas en invierno.
Los pisos, sobre todo los de alto impacto eran de cemento pulido, perfectamente pulido y sin resquicios o grietas, tan así se pulía, que parecían de espejo negro. Las escaleras también eran de cemento, pero recubiertos con piedra laja negra, cortada a pico para hacer los bordes irregulares y evitar resbalar. Sin embargo, en los salones de la planta superior, sobre la base de cemento, se podían ver hermosos y bien elaborados pisos de baldosas recubiertas con esmaltes, algunos hasta con figuras que simulaban desde el centro hasta el alrededor de la habitación un diseño artístico y elegante, que le daba a la habitación un aspecto fino y cálido y a pesar de su tamaño, las mismas parecían más pequeñas por este raro artilugio.
Las bardas, como mencionado, eran muy gruesas, hechas de poderosos adobes elaborados a mano y llegaban hasta muy alto, más de cuatro metros a veces. En los pisos bajos y en los patios, estas bardas solo se blanqueaban con cal, pero las del segundo piso, en donde se lucía todo el esplendor y la belleza, en la coronilla que colindaba con el techo, se le preparaba una masa de diferentes materiales y con ella se moldeaban figuras de alabastro, entre rostros, ángeles, flores, diademas, etc., dando a la habitación, en conjunto con el piso, la impresión de estar hecha de pastel de dulce.
El mobiliario para las zonas comunes, era de pino simple pero muy cómodo, no así para los salones de arriba. Los muebles eran muy pesados, oscuros, con terciopelo de color ya sea rojo vino o de un profundo azul turquesa, en algunas de las salas, los sillones más parecían potros de tortura de tan incómodos y duros, pero eso sí, finamente labrados a mano, con patas de león al frente, de maderas exóticas y perfumadas, con asientos finamente tapizados con suaves sedas o hilaza de colores pastel, para contrarrestar la seriedad del resto del mobiliario y siempre había un piano de cola, enorme, que raramente era tocado por la dueña, o por alguna de sus hijas.
Ya estaba todo construido, ya estaba todo listo, los muebles, las cortinas, todo. También ya estaba listo el personal para mantenimiento, las lavanderas, las cocineras, los jardineros, los cocheros. Todo a punto y cuando llegaron los nuevos dueños, con un sinfín de maletas y carruajes llenos de objetos personales, empezó la vida en la casa, el ruido y trajín, las risas y los cantos, el ladrido de los perros, los caballos relinchando. Todo en movimiento, en la nueva creación de ilusiones y de vida para muchos años, cuya esperanza era mantener, cuidar, disfrutar de esta hermosa mansión que ya rezumaba elegancia, dignidad y hogar.
La familia se instaló perfectamente, los esposos agradeciendo la infinita labor y paciencia de todos los trabajadores, los fueron despidiendo poco a poco, con las gratificaciones y premios por el éxito final, que ciertamente se demostraba a la vista y desde ese momento se formó la rutina, las nuevas costumbres y los nuevos ritos, desde los paseos en el jardín, recortando las rosas para los floreros, hasta los paseos nocturnos a la luz de la luna, admirando los bosques, los árboles y en todo sentido, la suavidad del clima y la amabilidad del ambiente.
Con sus grandes exigencias, la mansión mantenía a todos en movimiento, trabajando en una u otra tarea, de una forma u otra y nadie podría permanecer ocioso por más de media hora, pues la misma reclamaba la atención necesaria y pertinente.
También fueron comenzando las fiestas, las grandes ocasiones, desde la inauguración oficial de la mansión a donde invitaron a los más importantes personajes de la región, como también a visitantes extranjeros y familiares de su tierra. Hermosos ojos azules, verdes, marrón claro, tez blanca, o moteada de pecas, cabelleras abundantes de diferentes tonalidades desde amarillos claros, casi blancos, a intensos rojos, o negros profundos, principescos vestuarios de largos faldones para los caballeros, e inmensos vestidos de tafetán, de sedas, listones, colores y más colores, perfumes embriagantes. Grandes fiestas en honor a los dueños, a otros invitados, a cualquier motivo que diera rienda a la creatividad y a la imaginación.
La música, el vino, las risas, los comentarios, las grandes voces dando instrucciones y órdenes a todo un ejército de ayudantes, sirvientes, maestros de cocina. Las grandes orquestas que se instalaban en el salón de baile, de donde se escurrían algunos invitados imprudentes, hacia las otras salas, sabe Dios para qué y así, toda la casa se llenaba de gente, de algarabía y escándalo, de grandes carcajadas a profundos llantos, pues en estas fiestas había de todo, desde ilusiones amorosas hasta desilusiones sensibles, desde grandes reconciliaciones, a cruentos pleitos familiares y no tan familiares.
La mansión fue testigo mudo y discreto, de muchas historias que se fueron forjando con los años, poco a poco, igual que los grandes bloques con los que fue construida desde sus cimientos, anécdotas que fueron olvidadas o nunca jamás contadas y otras, que por su relevancia o tal vez por simple curiosidad, se mantuvieron en el recuerdo de los habitantes que por las noches cuchicheaban en sus respectivas alcobas, comentando, cortando y rezurciendo los dichos de los vecinos, de los familiares y de los amigos, que siempre se enredaban en líos de amores y desamores, de tremendos escándalos y murmuraciones.
En ese entonces, la mansión se encontraba instalada en las afueras del pueblo, en un suburbio muy exclusivo, de extranjeros casi todos, de aquellos venidos de España, cerrando un círculo social muy apretado, en donde difícilmente permitían la entrada a extraños o a alguien que no formara parte de este mismo círculo. Se conocía como la colonia Española e indistintamente, si alguien quería llegar a un domicilio específico, con solo decir que necesitaba llegar a la colonia Española, todo portero y caballerango conocía inmediatamente la dirección y daba las indicaciones pertinentes. No había forma de perderse y si ese visitante necesitaba llegar a la mansión señorial, bastaba con mencionar el rango y apellido del dueño, para dar inmediatamente con la misma, que desde lejos ya era inconfundible.
Fue conocida como la Villa España de Villarygoitia y así se le quedó el nombre por mucho tiempo y durante esta época, la familia fue creciendo, llegaron los hijos, además de los primos, tíos y parientes de España, allegados, conocidos, en fin. La mansión fue ampliamente reconocida por la sociedad y su principal atractivo fue, no solo su impactante tamaño, sino la extrema belleza que sus dueños le iban imprimiendo con el paso del tiempo, engrandeciéndola y embelleciéndola, año con año.
Muchos años se sucedieron consecutivos, la mansión se sostenía fuerte y sólida, pero ya con grietas por aquí y por allá, algunos de los grandiosos árboles mostraban los signos de los años y de las bellas fuentes, apenas quedaban dos y una de ellas ya no funcionaba, las demás fueron desmanteladas y usaron sus piedras para la construcción de los cimientos de una barda que ahora rodeaba los jardines, antes ilimitados y ahora recortados en un espacio más pequeño, lo que hacía parecer a la casa aún más grande. El pesado portón de la entrada, con el ataque de las polillas, sufría los embates del tiempo y era muy difícil abrirlo completo, en su parte inferior la madera corrompida tenía jirones y roturas, como una falda de mujer y sus goznes rechinaban dolorosamente, anunciando su cansancio y pesantez. Los cambios eran obligados por los años y así fueron pasando también los recuerdos.
Más años pasaron y ya no había tantas fiestas, es más, ya no se recordaba siquiera cuando había sido la última grandiosa fiesta a la que habían asistido lo más sonado de la sociedad Española. La misma colonia Española había cambiado y los nuevos habitantes se confundieron entre otros vecinos, otras culturas y otras costumbres y la mansión pasó de ser de lo más elegante y fino en su época, a una casa vieja y obsoleta, demasiado grande y complicada, cuyo mantenimiento sólo ya era demasiado caro y requería mucha atención y cuidados. Los antiguos dueños se fueron yendo de la casa poco a poco y la familia se fue desintegrando, hasta quedar solo una viuda y su hijo.
Se fue derruyendo el tercer patio, antes tan lleno de animales de granja, fue sustituido por un taller mecánico donde de los más jóvenes que se divertían armando y desarmando. El segundo patio, donde antes trinaban un sinfín de pájaros en sus jaulas, ahora era el hogar de alimañas, basura y descuido total. A nadie parecía importarle que la hierba se estrujara entre las grietas, destruyendo todo a su paso. Las antiguas y bonitas habitaciones para la familia, fueron sustituidas por muebles arrumbados y apolillados, suciedad y polvo, basura en general y ratas, muchas ratas, que se repartían gustosas los restos de lo que hubiera comestible todavía.
El primer patio, el techado, que antes era el espacio principal de la casa, ahora lo ocupaban varias familias a discreción. Pero todavía quedaban de la antigua familia propietaria, la bisnieta y su hijo, únicos y verdaderos dueños de la mansión, pero estando ya tan solos y sin ningún apoyo familiar, no pudieron mantenerla y cuidarla como debido, por lo que aun viviendo allí, tuvieron que ver como se iba demoliendo a pedazos.
Las sombras en derredor, la tristeza por la pérdida poco a poco de su magnífico esplendor antiguo, lo llamado clásico y majestuoso, ahora pasó a obsoleto y de lo obsoleto a lo inútil, perdiéndose o destruyéndose de la que fue antaño fuera la más hermosa villa, pero increíblemente, conservó su nombre: Villa España de Villarygoitia, o comúnmente conocida como Villa España simplemente y aunque cambiaron el nombre de la colonia y le pusieron un número exterior, ajustaron sus límites y propiedades, arrinconando su linaje, la gran mansión conservó como sus cimientos, su linaje.
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II.
Las dulces notas de algunos acordes en un piano desafinado y una suave voz de anciana que recorrían los pasillos, como caricias dulces y amables, cuando por allí se escuchaba a alguien estornudar, algunos pasos y golpes, esta música resaltaba amigable y deseable, entre las paredes agrietadas y sucias.
Doña Esmeralda, la última y única descendiente de aquellos Villarygoitia, se encontraba muy a gusto platicando con su hijo en el salón, ahora mucho más pequeño, en donde apenas y cabía el enorme piano de cola que conservó, una sillita de madera de pata coja, un anaquel de pino viejo y apolillado, una bonita mesita de té entre dos o tres recuerdos entrelazados en encajes deslucidos.
Porque Doña Esmeralda se empeñaba en conservar lo más posible de la vieja mansión, los recuerdos y la vida de antaño que se agolpaban en sus hermosos ojos azules, mismos que aún conservaban aquel linaje y finura de aquellos viejos tiempos. No se rendiría jamás y mientras tuviera vida, trataría hasta lo imposible, de guardar, mantener, resguardar y cuidar la herencia. Así se lo dejó claro a los prestamistas y a los abusivos que siempre la rondaron, tratando de quitarle hasta el último de los alientos, tratando de arrebatarle cualquier aparente valor que aún tuviera entre sus manos, algún anillo, alguna piedra, cualquier cosa que fuera valiosa y ahora intentaban, por todos los medios, de quitarle el piano, último de los recuerdos de su infancia y de su juventud.
– Deberías volver a pensar en la oferta – argumentó Agustín, su hijo.
Agustín ya no se apellidaba Villarygoitia de padre, pero sí de madre, era un Villarygoitia y eso quedaba evidente desde el color de sus ojos, heredado por su madre y la gallardía con la que caminaba, su estatura y la finura con la que sonreía y Doña Esmeralda estaba muy orgullosa de su hijo, lo constataba por los esfuerzos que había hecho, desde su viudez temprana, en darle educación y buena posición social, misma que el joven supo aprovechar y actualmente ejercía con entusiasmo y fuerza, la misma que otorga la juventud.
– De verdad mamá, deberías volver a pensar en la oferta que te están haciendo por este viejo piano, no entiendo por qué lo conservas, te hacen falta muchas cosas y deberías disfrutar más de la vida, viajar, salir, reunirte con tus amigas, estás demasiado encerrada –
Doña Esmeralda le devolvió la mirada con un aire de sincera ira, sin contestar, tocó un par de acordes más y cerró el piano de golpe.
– No, definitivamente no venderé este piano, ni ningún otro mueble más, ningún cuadro, nada, ya no voy a venderles nada más a esos canallas que solo me rondan, como buitres ¿qué más pueden quitarme? estoy harta –
– Mamá, no te enojes, solo creo que ya deberías … –
– Mira, tu no lo entiendes porque estás joven, pero … –
– Ya sé, ya sé… los abuelos, la familia, España, los esfuerzos, mira, ya me lo has contado todo mamá, entiendo que estés fuertemente atada a esta casa, pero yo creo que deberías pensar que nada es eterno, que debes dejar ir …
– ¿ir? ¿qué? ¿mis sueños, mis esfuerzos y los de mi familia? ¿quieres que deje ir más de cien años de linaje, de orgullo, de raíces invisibles, pero tangibles aún hoy en día? ¿qué es lo que quieres? ¿qué deje ir lo que queda de mi vida? –
El exabrupto fue acompañado por un llanto profundo y desgarrador, que agitó el frágil cuerpo de la anciana.
– Mamá, perdón, perdón, cálmate, por favor – Dijo Agustín, con preocupación en su rostro
– No debes pedirme que me vaya, ni que me deshaga de lo que más he amado en mi vida, mi piano, mi casa, esto tal vez ya no lo valores, pero para mí es … es …
– Ya mamá, perdóname, entiendo y no lo volveré a mencionar –
– Deberías tú, más que nadie, no solo entenderme, sino ayudarme, defenderme, cuidar junto conmigo esto, esto que es lo más valioso que hemos tenido, que perteneció a nuestra familia ¿entiendes?, que significa más que lo que mis pobres palabras pueden expresar –
Agustín solo se inclinó un poco, abrazó a su madre con ternura, la miró y con un beso en la frente, se retiró. Anduvo unos pasos rumbo al pasillo, hacia la salida y giró de pronto. Desde donde se encontraba en ese punto, pudo observar buena parte del patio principal, las escaleras a ambos lados y lo sucio que ya estaban las paredes. Cada sala había sido remodelada y convertida en departamentos, las habitaciones en el piso superior, también eran habitables y estaban completas, con familias de bajos recursos que se habían instalado allí. Aun se conservaba el arco monumental que accedía al segundo patio. Agustín ya no quiso mirar más, el deterioro y el abandono le dolían, pero tampoco podía hacer nada al respecto, o por lo menos nada de lo que él pudiera hacer ahora, podría retornar el pasado. Pero en algo sí tenía razón su madre, a pesar de lo sucio, resquebrajado y dañado del entorno, aún se percibía una extraña belleza, algo raro que subía suavemente por las escaleras, que se acomodaba en cada espacio a la vista, algo que perturbaba por lo intenso, que se metía en los ojos, como el mismo polvo, que dominaba el ambiente, como un zumbido, como un sonido inaudible pero perceptible en la piel.
Desde afuera, la casa parecía empequeñecida por los edificios vecinos. Unos edificios modernos, despachos de abogados, consultorios de médicos y dentistas, negocios varios, distribuidores, todos amontonados en algarabía, música, ruidos y gritos pregonando sus mercancías, olores de cocinas, comidas, viandas rápidas, todo en movimiento continuo, incansable.
– Pobre de mi madre – Pensó. – Tan apegada a sus cosas, si tan solo quisiera vender la casa, sería rica, casi millonaria, la casa ahora tiene un gran valor económico por su ubicación, pero claro, la demolerían completa, ya casi no hay nada útil … – siguió caminando cabizbajo, pensando.
– No, nada podrá hacerla cambiar de idea y también tiene razón, la casa tiene un “algo”, no sé, tal vez sea mi imaginación –
Pasarían de nuevo algunas semanas antes de que Agustín recorriera de nuevo el céntrico vecindario, rumbo a la casa de su madre, pero esta vez algo le llamó la atención. Frente al portón extrañamente abierto de par en par, una ambulancia, muchas personas cuchicheando y la calle, normalmente ruidosa, estaba silenciosa, a la expectativa. Solo se escuchaba en suave canto, un ave muy en lo alto de un gigantesco pino ancestral que rebasaba por su tamaño, los tres pisos de la casa y se podía ver desde afuera, ese pino muy viejo que aún estaba en el segundo patio, desafiando con toda entereza, el escombro y la basura.
– ¿Qué pasó?, ¿Qué sucede? – preguntó a uno de los vecinos que lo conocía.
– Ay Don Agustín, pues no quiero ser yo quien le dé la mala noticia, pero su madre … pues, ¿qué quiere que le diga? Doña Esmeralda … se la van a llevar ahora, ya está en la ambulancia.
– Mi madre!.. ¿qué tiene, qué le pasó? –
– Tranquilo joven – le dijo una de las vecinas del piso superior – Doña Esmeralda ya no está con nosotros, parece que murió hace un par de días, nosotros tuvimos que avisar, porque ya olía mal y no la habíamos visto y .. –
– Pero, ¿Cómo, de qué, por qué? – Agustín estaba perplejo, espantado, la noticia le había caído como balde de agua helada
Uno de los rescatistas se acercó
– ¿Usted es pariente de la señora?
– Sí , soy su hijo – contestó titubeando
– Necesitamos que nos acompañe, por favor, venga con nosotros, ¿tiene alguna identificación o documento consigo que lo acredite?
– Si, traigo mi identificación, pero ¿qué es lo que sucedió?
– Parece que la señora ya tenía algunos días de fallecida, por lo que pudimos ver a primera vista, es que se trata de una muerte natural, seguramente por su edad…
– ¿Su edad? ¿Qué quiere decir? –
– Bueno, usted entiende, la señora ya era mayor, no sé, la van a llevar al anfiteatro para la autopsia de ley y así determinar las causas, pero necesitamos que usted nos acompañe, tanto para confirmar que se trata de la Sra. Esmeralda Villarygoitia, como para firmar los documentos pertinentes, la entrega del cuerpo, etc.
– Bueno, sí, está bien, voy con ustedes, pero debo primero … debo entrar a la casa, quisiera ver… no, está bien, voy – Agustín se dejó llevar casi automáticamente, tomado por el brazo por el rescatista, que resultó ser también el supervisor encargado.
Todo procedió en una rapidísima sucesión de eventos. Estaba bajo un extraño sopor, como en una neblina azulada, casi no entendía lo que le decían y actuaba como autómata, sin expresar con ningún gesto o palabra, algún sentimiento. Miraba sin poder mirar nada, escuchaba, sin poder entender palabra, aunque la gente se le acercaba y le palmeaba la espalda expresándole sus condolencias, Agustín no reaccionaba, tal vez con una leve sonrisa, una mirada triste, un gesto ambiguo.
– ¿Cómo es que se fue así? Sola, nadie estaba con ella, nadie la acompañó en sus últimos momentos, nadie estuvo con ella reconfortándola, ayudándola, nadie – Se recriminaba Agustín
– Me siento tan mal y tan culpable, tan triste, tan solo – cabizbajo, se lamentaba, pero no podía llorar.
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III.
Hubo muchas personas en el sepelio, durante y después del entierro, muchas personas que Agustín conocía y muchas otras que no había visto en muchísimo tiempo, incluso algunas a las que no conocía en absoluto, pero todos estaban allí, acompañándolo en su dolor y en su pena.
-¿Qué vas a hacer ahora Agustín? – preguntó una antigua amiga de su madre ¿vas a conservar la casa? ¿la vas a vender?
Agustín solo la miró, y de pronto escuchó con gran claridad la voz de su madre: – Nunca voy a vender esta casa y menos a esos canallas que solo me rondan, como buitres – La voz fue tan clara, transparente, interna, pero potente, que se espantó.
– No, no sé, bueno, no… – contestó titubeante – no tengo idea aún –
– Pero claro, claro, es demasiado pronto, entiendo, bueno, si acaso estás interesado, te dejo mi tarjeta, ya sabes, yo conocí a tu madre y siempre quise esa casa – contestó
Pero algo en esa mirada obligó a Agustín a echarse para atrás, algo monstruoso y asqueroso en la forma de mirarlo, de escrutarlo, sin saber por qué, pero Agustín tuvo ganas por un momento de darle un buen golpe en ese rostro redondo y sudoroso, pero se abstuvo a tiempo, retirándose de inmediato.
Esta experiencia por su intensidad, no fue olvidada por Agustín durante todo el tiempo de luto. Algunos días después, tuvo que regresar a la casa a revisar algunos documentos que allí se encontraban, ver a los vecinos y cobrar las rentas pendientes, entre otros asuntos.
Entró, el portón medio abierto, gruñendo como siempre cuando lo forzó para abrirlo un poco más, el frío del pasillo y la luz filtrada entre las nubes de polvo fino, tan fino que lo hizo estornudar. Subió por las escaleras de un jalón, sin pensar, automáticamente y abrió la puerta del departamento de su madre.
Fue para él un gran impacto entrar en la habitación donde solía encontrar a su madre sentada en su sillita, cociendo algo, tejiendo, o simplemente leyendo algún libro, recordó su aroma, la mirada enternecida cuando lo veía y la enorme sonrisa con la que siempre lo recibía. El aroma ahí estaba, la sensación de su presencia se hizo muy intensa, no podía verla, pero si sentirla, no podía oírla, pero sí escucharla. Era terriblemente extraño, se espantó mucho y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no caer y se sostuvo, como pudo, del anaquel de madera. No era posible, si su madre había fallecido, si se había ido, tenía que repetirlo para comprender cómo era posible que ella estuviera así, intensa, imprecisa, pero clara y transparente, su olor, su sensación.
– No, mi madre murió, no está aquí, no está, lo sé – se repitió, una y otra vez, temblando
– ¿qué murmuras hijo? – escuchó con claridad como un eco, en alguna parte de la habitación
-¿madre? – preguntó
No hubo repuesta, Agustín buscó por todos lados de donde había salido esa voz y no encontró a nadie.
-¿madre? – volvió a preguntar
Igualmente no hubo respuesta, pero el aroma del perfume que solía usar ella, se expandió por todo el cuarto, causándole un poco de mareo. Sintió de pronto algo en el brazo, como una caricia casi imperceptible, se le erizó el cabello en la nuca, palideció terriblemente y si no hubiera escuchado los fuertes golpes en la puerta, se hubiera desmayado seguramente.
– ¿Quién es? – preguntó en un grito destemplado
– Soy la vecina del número siete Don Agustín, ¿puedo pasar? –
– Esteee… un momento por favor – contestó titubeante, abrió la puerta de golpe y allí, frente a él, se encontraba una imponente señora de mediana edad, con una mirada intensa y profunda. Lo primero que notó Agustín de ella, era su boca, de labios delgados, finamente delineados y unos dientes blanquísimos en un rostro moreno, enmarcado por una suave y abundante melena negra, fuertemente apretada con un listón marrón en una coleta.
– Buenas tardes Doña Leonor – le dijo, ya un poco más repuesto del susto
– Buenas tardes joven Agustín, mire.. yo, bueno yo no ando por las ramas – le dijo de sopetón
Agustín pensó que el nombre le quedaba muy bien, Leonor, por leona, definitivamente. Era conocida en todo el vecindario como la más aguerrida y siempre suspicaz vecina y defendiendo lo que ella decía, eran sus derechos.
– Bueno, como le dije, no me ando por las ramas y aunque todavía no se cumple ni el primer mes del fallecimiento de su señora madre, debo decirle… – se interrumpió para tomar un gran sorbo de aire
Agustín la miraba de modo curioso ¿que sería lo que quería?
– Que creemos, bueno, yo me supongo que Doña Esmeralda no dejó testamento, casi nunca lo hacen y luego por la forma tan súbita de morir, en fin, yo creo que debemos reunirnos todos los vecinos, bueno la verdad, ya nos reunimos y ya hablamos, ayer sí y coincidimos en que yo, pues como soy la que tiene más tiempo viviendo aquí y también más conocimientos, pues… – nuevamente tuvo que tomar aire
– ¿Usted cree que mi madre murió intestada, doña Leonor? – preguntó Agustín interesado
– Pues sí, eso supongo, ¿no?, lo que pasa es que sabemos que por ley, ya no tenemos que pagarle a usted la renta, pues la dueña era ella y si ya se murió, bueno, no hay a quien pagarle y se detienen los pagos, por lo que … –
– Permítame aclararle doña Leonor, que mi madre dejó un testamento debidamente acreditado y yo soy su albacea universal y no es que quiera interrumpirla, pero entenderá que esta plática está fuera de contexto – le comentó, guardando para sí una leve sonrisa al ver su cara de sorpresa y el súbito enrojecimiento de sus mejillas
– No señor, yo no le creo, Doña Esmeralda no dejó testamento, me aseguró la señorita Gertrudis, la del 9 que, que ella conocía de plano a doña Esmeralda como buena católica y que nunca hubiera hecho un testamento sin avisarle, siquiera al Padre –
Aquí Agustín ya no pudo aguantar más la risa, ¿qué tenían que ver la religión y la buena viejita, doña Gertrudis, en el tema del testamento de su madre? La risa de Agustín solo prendió más la mecha y Doña Leonor, casi fuera de sí, le gritó que era un malvado, que tendría que vérselas con el Padre Ramírez del Campo quien era el sacerdote de la iglesia cercana y que seguramente lo pondría en su lugar ¿cómo se atrevía a siquiera insinuar que Doña Esmeralda había hecho testamento?, eso era inmoral, contra las leyes católicas, contra toda la iglesia, según ella.
Agustín no podía entender el coraje de la señora Leonor, ni tampoco comprendía del todo sus argumentos para el no pago de renta, o lo que sea que ella estaba pretendiendo con esta plática.
– Doña Leonor, no entiendo ¿qué es lo que quiere? –
– Insisto en que me enseñe precisamente el testamento de su señora madre, insisto porque no le creo, porque …
– Usted debe entender que eso no es de su incumbencia, además yo era y sigo siendo el heredero y si siempre me pagaban la renta a mí ¿por qué ahora se complica usted?
– Es que su señora madre nos ayudaba, era amable con nosotros, nos perdonaba si nos atrasábamos y a veces hasta ni nos cobraba, entendía nuestras necesidades, pero siempre que venía usted cobrar, teníamos que tener el pago listo, ni siquiera nos daba usted oportunidad de explicar nada, cobraba y se iba, así, nada más
– Bueno Doña Leonor, usted comprenda, soy abogado, por lo que no tengo necesidad de estar recibiendo explicaciones, ni haciendo concesiones. Si mi madre las hacía en su tiempo, era por su buen corazón y nada más, pero yo no soy así, comprenda, debo…
– Está bien entonces, quiero entender que no habrá ninguna plática con los vecinos de su parte ¿verdad? nada que nos pueda ayudar en este problema ¿cierto?
-¿Cuál es el problema Doña Leonor?, no entiendo a qué se refiere – Le contestó Agustín ya un poco molesto por la insistencia de la señora
– ¿Pero qué es lo que no entiende? Ya se murió la dueña, ángeles al cielo y chocolate a la barriga, necesitamos saber si vamos a seguir como siempre, o qué y sobre todo, si tenemos que seguir pagando la renta – dijo en un tono agresivo, que ya no permitía dudas
– Ah, entiendo Doña Leonor, usted lo que quiere es aprovechar del fallecimiento de mi madre, para poder seguir viviendo aquí y tal vez hasta congelar las rentas para quedarse indefinidamente y al final, según usted, quedarse con la casa ¿no?, que bien – le contestó Agustín con sarcasmo – ahora la entiendo mi buena señora – la miró con profunda ira
– Bueno, don Agustín, tantos años de conocernos, pero perdóneme yo tengo que velar por mis intereses y sabrá que he escuchado otros casos como éste en los que los inquilinos viven muy bien y muy contentos, sin pagar rentas y demás y usted comprenderá – titubeó
-Doña Leonor, márchese de mi casa, márchese de inmediato si no quiere que la aviente por las escaleras – le gritó Agustín ya enfurecido realmente
Doña Leonor quiso decir algo más, pero al ver la furia en los ojos de Agustín, mejor cerró la boca, palideció y presta salió a toda prisa, murmurando algunas palabras ininteligibles.
– No puedo creerlo – pensó Agustín para sus adentros, – es inconcebible, conozco a esta vieja espantosa desde toda mi vida y aunque de niño me daba miedo, nunca creí que fuera tan rastrera – pensó perturbado
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IV.
El hecho de que Agustín hubiera escogido la carrera Abogacía, ahora era un privilegio y muy útil para poder poner a Doña Leonor en su lugar, estamparla contra el pavimento en realidad era lo que quería, pero bueno, eso no es posible francamente, pero por lo menos ahora tenía todo el poder en sus manos para sacarla de la casa y revisar, caso por caso, a todos los vecinos. Ahora le tocaba a él, analizar quien se quedaría y quien se iría y por supuesto, la primera en la lista era Doña Leonor.
Continuó farfullando su enojo y molestia por un rato, hasta que se percató del perfume que comenzaba a inundar el ambiente, ese perfume tan dulzón y a la vez agrio que tanto le gustaba a su madre. Un perfume que en realidad a Agustín lo aturdía y no le gustaba en lo más mínimo, hasta lo hacía estornudar involuntariamente, pero ahora, que su madre había partido, de alguna forma le hacía recordarla, sentirla incluso aún más cerca. Comenzó desde un sentimiento muy adentro, su imagen, su persona y hasta su voz.
Sentado frente al viejo piano, lo abrió y tocó un par de acordes, las lágrimas rodaron simples y suaves, mojando su rostro y sus manos. Fue en ese instante en que volvió a sentir una caricia en el antebrazo y la clara voz de su madre preguntando:
– ¿qué murmuras hijo? –
Esta vez, trató de conservar la calma, intentando descifrar de dónde venía esa voz y tuvo que reconocer que venía desde adentro, desde su pensamiento, desde ese mismo deseo de escucharla y de sentirla de nuevo y estando en las habitaciones que eran de ella, tan de ella como puede ser una presencia en las viejas fotografías, era inconmutable el hecho de que el escucharla, formaba parte del mismo ambiente en el que se encontraba. Esta era su casa y todo en ella, era ella, por supuesto.
Esto pudo momentáneamente aclarar el misterio de la voz y tal vez hasta de la caricia en el antebrazo, pero era imposible explicar cómo es que se escuchaba, estando parado en el pasillo, los acordes del viejo piano, tocando la pieza favorita de Doña Esmeralda. Claro, se escuchaba muy tenue y quedo, pero cuando se entraba al departamento, de inmediato se hacía el silencio.
Agustín encontró un viejo legajo de documentos que necesitaba para llevarle al Notario, entre otros más que de momento no eran tan importantes, pero que ya los revisaría más tarde y se retiró enseguida, no sin antes dar una vuelta con la mirada a la pequeña estancia, el enigmático piano, la sillita, la mesa de te. Todo estaba en su lugar, como si nada hubiera cambiado, como si su madre siguiera allí, ahora y siempre. Se le agrietó un poco el corazón y sintió un hueco en el estómago. Ya regresaría pronto, muy pronto.
La entrevista al día siguiente, con el apoderado de Doña Esmeralda, un caballero muy delgado y achicado por una espalda doblada hacia adelante, portador de gafas de fondo de botella, en donde se escondían unos ojillos enigmáticos y quisquillosos, que miraban con demasiada curiosidad todo, una sonrisa simple de dientes amarillentos y manos nerviosas, muy nerviosas, cuando se trataba de una herencia.
– Y vaya qué herencia! – pensó Don Justino Escobar – este muchacho no sabe ni en lo que está metido, pero bueno, haremos de esto lo mejor posible para todos –
Agustín llegó un poco más temprano, se acomodó en los amplios y frescos sillones de piel sintética equidistantemente distribuidos en la recepción. El lugar en sí, olía a lavanda y a viejo. Los muebles tintados de color rojizo oscuro, presumiblemente de caoba y bueno, tal vez algún que otro mueble sí podría ser de caoba auténtica, pero era dudoso, pensó Agustín.
No había tenido tiempo de revisar el pesado legajo de documentos que sacó del departamento de su madre el día anterior, por lo que no sabía de cierta la información que contenían, pero tenía alguna leve idea que eran, pues su madre en alguna muy lejana oportunidad le había comentado de los mismos y de lo importante que era conservarlos. Ahora tendría oportunidad de saber un poco más de la historia de la vieja mansión y tal vez entender algunas de las leyendas, propias de las casas antiguas y poder discernir cuales eran reales y cuales solo fantasías y cuentos, o solo murmuraciones de los chismosos.
Don Justino hizo entrar a Agustín a su despacho y le permitió sentarse frente al amplio escritorio y mirándolo fijamente le pidió los documentos, mismos que el muchacho le extendió sin más.
– ¿Tienes alguna idea de que son estos papeles?- le preguntó directamente
– Bueno, mi madre me comentó algo, pero la verdad no recuerdo ni la mitad de todo lo que me dijo en ese entonces – le contestó Agustín inocentemente
– Entonces, – le confirmó con una mirada directa – entonces tendré que comenzar desde el principio, desde el inicio hasta llegar a la última historia de esa única y verdadera, la última representante directa de la familia, tu madre, que guardó celosamente el orgulloso linaje de los Villarygoitia y de los títulos nobiliarios correspondientes, éstos – dijo, señalando el legajo – que a estas alturas ya tienen más de doscientos años y puede que más, desde tu tatarabuelo. Pero los títulos son lo de menos mi buen amigo, no, estos no son lo importante, lo verdaderamente importante se encuentra detrás de ellos, en estos otros – comentó señalando una serie de papeles amarillentos y arrugados – Siéntate cómodo mi joven amigo, que esto va para largo -.
– Todo comenzó hace muchos años atrás, tu sabes que desde siempre, desde mi bisabuelo, mi abuelo, mi padre y ahora yo y posiblemente mi hijo, sigamos administrando los bienes de la gran familia Villarygoitia. Un tío abuelo mío, incluso, es pariente lejano tuyo. En fin, estos son minucias de la historia, pero tal vez sea bueno empezar desde el principio, mira – y le mostró a Agustín un documento amarillento, atado con una cinta de seda, casi un pergamino y tan viejo y descolorido, que casi no se podía leer lo que tenía escrito, con una letra menuda, manuscrita hermosa y muy ribeteada, lo único que se podía distinguir un poco, era hasta el final, una fecha impresionante: 06 de Enero de 1893.
– Es increíble esta fecha Don Justino, no entiendo, ¿qué es este documento? – intentó Agustín descifrar entre las extrañas letras
– Este casi pergamino, que ha conservado tu madre y antes de ella, su padre, tan primorosamente escrito, es uno de los muchos títulos de la finca en España, propiedad de la familia, ahora tuya, por herencia –
-¿Una finca en España?, pero mi madre jamás me habló de ella, no, no recuerdo –
– Es comprensible, ella consideraba que no era buena idea que supieras de la misma, está condenada a una terrible maldición, según cuenta la historia, surgió cuando tu bisabuelo, siendo padre por segunda ocasión de una hermosísima pequeña de piel muy blanca, cabellos rojizos y profundos ojos azules como el mar, la asesinó con sus propias manos, temiendo que esta bella criatura, según las malas lenguas, fuera una horripilante bruja debido a su extraña belleza. Tu bisabuela, desesperada al ver a su pequeña muerta, se suicidó poco tiempo después y tu bisabuelo se quedó solo, sin su esposa y con el único hijo que tuvo con ella, tu abuelo. Posteriormente a esta tragedia, se sucedieron varios eventos, entre ellos la extraña muerte de tu bisabuelo, de donde nació la leyenda del maleficio sobre la finca y que posteriormente dejó a tu abuelo huérfano – Don Justino se tomó un momento para servirse un poco más de vino y le ofreció otra copa a Agustín.
– Mi bisabuelo entonces, ya era escribano, ahora conocidos como notarios y desde entonces llevaba en sus manos la responsabilidad de los bienes de los Villarygoitia, que en ese entonces, por cierto, el apellido no estaba unido y contenía un título nobiliario, era nada más y nada menos que Duque de Villar y Goitia, posteriormente se juntó el apellido de la forma que lo conoces, para tratar de evitar la desgracia que había perseguido al buen Duque y salvar a la familia, según ellos.
Agustín meneó la cabeza, siempre las antiguas creencias y sus consecuencias, de eso sí sabía por su madre, a quien también le perseguían las habladurías.
Don Justino continuó al confirmar la atención de Agustín en su relato – En fin, el Duque, tu bisabuelo, después de sentirse perseguido por la maldición de las brujas y de tener en las manos la dolorosa sangre de su pequeña hija, producto de sus temores, aparentemente fue asesinado por algún desconocido y por causas hasta hoy inconclusas, quedándose tu abuelo huérfano a tan corta edad. Mi bisabuelo se encargó de cuidarlo y dado que él era el único heredero conocido del Duque, percibió una renta mensual hasta la edad adulta, misma que le fue administrada por mi bisabuelo, pero seguían sucediendo cosas extrañas en la finca, se dice que por las noches se escuchaban lamentos, gritos, muebles y cortinas rotas, inexplicablemente y esto ponía a cualquiera que estuviera allí, con los pelos de punta, por lo que pronto la finca completa fue abandonada a su suerte y tu abuelo se quedó sin techo.
Mi abuelo, tomó a tu abuelo bajo su tutela y dado que ya nada lo retenía en España, decidió traerlo consigo a México, en donde ya había encontrado una oportunidad de trabajo y de cambio de ambiente, tan necesario para el pequeño.
– Por cierto – comentó sorpresivamente Don Justino, espantando un poco a Agustín y rompiendo el ritmo de la historia – Por cierto, que yo estuve en esa finca hace unos años atrás, en un viaje que hice a España y puedo decirte que hoy en día, la finca sigue abandonada, de los edificios ya no queda casi nada, salvo algunos ladrillos y una que otra barda semi-derruida y se siente un ambiente muy lúgubre y tenebroso, yo mismo estuve tentado a salir corriendo de allí – se sonrió un poco por la ocurrencia y continuó su relato.
Se establecieron entonces en la ciudad de México, siendo una linda familia, en la que tu abuelo no fue excluido, pero siempre se sintió incómodo, así que juntando un poco de dinero de su sencillo trabajo como aprendiz, tu abuelo en la juventud temprana, pero ya con la mayoría de edad, decidió regresar a España a reclamar su herencia completa y a reedificar la finca. Pero en cuanto llegó, descubrió su error. La finca era espantosa y no había forma ni siquiera de venderla, o tratar de sacarle algún provecho, por lo que se rindió y la volvió a abandonar, pero dado que el Ducado que le había heredado su padre, ya había acumulado algunas rentas, tomó buena parte de las mismas para la construcción de la hermosa villa España de Villarygoitia acá en México, mandando los planos, solicitados a un gran arquitecto español, por anticipado. Se trajo a su esposa y a sus dos hijos varones. Las demás hijas ya nacieron en México y de aquí en adelante, todo parecía ir viento en popa.
Nuevamente Don Justino hizo una pausa aquí, encendiéndose un oloroso habano y ofreciéndole uno a Agustín, que lo declinó.
– Continúo, ¿en qué me quedé? Ah, sí, en la venida de la familia a México y bueno, mi bisabuelo lo recibió con los brazos abiertos, ya entonces tu abuelo, aún bastante joven pero siendo padre de dos hijos varones y ¿te acuerdas de tus tíos Eduardo y Ernesto? – Agustín negó con la cabeza.
– No, ya lo creo que no, por supuesto – dijo Don Justino, pensativamente. – no lo sé, en fin, mira estos otros documentos, comentó, extendiéndole otro fajo de papeles amarillentos, esta vez engarzados en una carpeta de piel. – Creo que estos mejor te los dejo para que los leas en casa –
Agustín miró la carpeta, también parecían muy antiguos y delicados, por lo que los tomó con delicadeza, se levantó extendiendo la mano a Don Justino y agradeciéndole su atención, se despidió.
– Muchas gracias y espero no haberle quitado mucho de su valioso tiempo – le dijo Agustín
– No muchacho, para nada, te espero entonces el próximo Jueves, para continuar con este tema, que estoy convencido que después de que leas esa carpeta completa, te dará una vista un poco más extendida de la historia de tu familia y de lo que ahora te representa y la razón por la cual no puedo explicar de un solo golpe y a la primera, esta herencia que te pertenece, sin que antes conozcas todos los antecedentes y puedas tomar las decisiones correctas –
– ¿La herencia, decisiones?, ¿a qué se refiere Don Justino? –
– Existe una herencia abundante, pero resentida por muchas calumnias, esto lo irás dilucidando poco a poco, querido muchacho, poco a poco –
Agustín salió del despacho algo mareado de tanta información, o tal vez por las copas del buen vino y bastante sorprendido por lo que le había comentado Don Justino, ¿qué sería lo que le habían heredado sus parientes, a qué decisiones se refería?
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V.
Casi corrió para llegar a su departamento con el fin de poder abrir la carpeta y comenzar a leer su contenido, la curiosidad lo embargaba. Anita, su pareja y compañera, ya lo estaba esperando con una rica cena puesta en la mesa.
Agustín conoció a Anita desde la universidad, desde inicio se habían simpatizado y el amor fue creciendo poco a poco, ambos cursaron la licenciatura y juntos hicieron todos los exámenes. Se conocían muy bien y desde algún tiempo atrás, Anita había decidido mudarse con Agustín a su departamento.
– Cuéntamelo todo – le pidió enseguida que pudo él sentarse a la mesa – ¿qué es esa carpeta?
– Pues me la dio Don Justino, ¿lo conoces?, es el albacea de mi mamá y … –
– Si, sí ya me lo habías dicho, pero que te dijo él –
– Me contó una larga historia, casi desde los inicios de mi familia y resulta que tengo una finca en España, ¿cómo ves? –
– ¿Una finca? ¿En serio? – su ojos brillaron intensos y miraba a Agustín con mucho interés
– Pues sí, es lo que dijo, pero resulta que esta maldita –
– No, ¿en serio? Ay por favor, cuéntamelo todo, me muero de curiosidad –
Agustín se rio de su curiosidad y de la franca inocencia con que lo miraba extasiada. Le fue contando lo que había aprendido esa tarde y después de la cena, ya sentados en la sala cómodamente, abrieron la carpeta y comenzaron a leer su contenido.
La lectura se dificultaba al principio, ya que estaba manuscrita y la tinta en algunas partes se había casi diluido y era difícil adivinar el texto, pero entre los dos fueron entendiendo y combinando, hasta lograr una lectura completa. Las primeras hojas eran partidas de nacimiento de los dos hijos varones del entonces José del Ángel, Esteban, Armando Villarygoitia y Ruiz de González, Duque de Villarygoitia y otros títulos adjuntos, como Su Señoría, Don, Su Realeza, etc. Los dos muchachos los llamaron Eduardo y Esteban y por lo que se pudo constatar del libro de actas, nacieron en la finca. Aparentemente su infancia transcurrió tranquila y salvo uno que otro accidente, esto se pudo observar por los diferentes tratamientos médicos que también estaban integrados en el expediente, desde un brazo roto por una caída de caballo, hasta un diente perdido en una pelea de muchachos, o las enfermedades propias de la infancia, no parecía haber nada importante, pero algo le llamó la atención a Agustín.
En esas mismas partidas médicas, había varias recetas para los nervios, entre tés y pócimas preparadas especialmente, mismas que se las administraban a la abuela y los comentarios debajo de cada una, eran interesantes: “Doña Eugenia no ha podido dormir por los aullidos de los perros”, “Doña Eugenia menciona que no puede sostener una taza por el temblor nervioso, debido a los gritos desaforados de las ánimas nocturnas”, “Doña Eugenia refiere no poder tomar alimentos, por el olor penetrante a muerto que se puede detectar en las habitaciones”. Cada receta que le extendían a la abuela, llevaba una leyenda semejante.
Anita releyó otro texto, en el que se mencionaba que el brazo partido del hijo, por la caída del caballo, se debió a que el animal se espantó con una sombra que salió de pronto desde el potrero, tirando al muchacho.
Agustín y Anita se miraron y comenzaron a reír.
– Esto parece más una historia de espantos que otra cosa – comentó Anita
– Bueno, piensa que en esa época, todo eran fantasmas, espantos y cosas raras e inexplicables, pobre abuela –
– ¿Tú la conociste Agustín?, me refiero a tu abuelita, no a los espantos – dijo Anita riendo
– No, en realidad no, murió cuando mi madre era adolescente, antes de que se casara con mi papá, creo que ni mi papá la conoció tampoco, pero creo que en la casa de mi mamá hay un retrato pintado de ella, si quieres mañana lo vamos a ver –
– Sí, fantástico, pero hay que seguir leyendo esto – propuso Anita
Después de las partidas médicas, comenzó lo verdaderamente intenso de la lectura. Acá ya se explicaba de una manera más detallada, en forma de diario o de narrativa escrita a mano por el abuelo personalmente, lo que sucedía en la finca, particularmente después del ocaso y por las salidas nocturnas del bisabuelo. El se percató que había mucho más de lo que realmente le había contado el bisabuelo de Don Justino en su tiempo en México.
Cuando el abuelo regresó de México a España, con el fin de reclamar la finca de su propiedad, ya el abuelo de Don Justino le había advertido de los mezquinos intereses de familiares lejanos, que querían obtener a toda costa los títulos, ya que la finca colindaba con algunas de las fincas más prometedoras de la villa y además contaba con agua dulce y corriente por el nacimiento de un pequeño pero vasto manantial, que resultaba en un tranquilo riachuelo que la atravesaba de extremo a extremo y lo que la hacía muy atractiva para el cultivo o para la crianza de animales.
Llegando conoció a un tío político y a unos primos que lo recibieron apenas llegó, pero algo en su forma de atenderlo y de saludarlo, lo puso en alerta, su mirada era esquiva y rara y desde su forma de sonreírle y de hablarle melosamente, ya suponía lo que había detrás. Conoció de ellos la triste historia de la muerte de su hermana y del suicidio de su madre, como también del asesinato de su padre en circunstancias aún más extrañas, también supo de las reuniones que se hacían por vecinos del pueblo y que se hablaba, o más bien, que se susurraba entre los chismosos, la existencia de demonios y brujas en la finca, de seres extraños que atacaban a los animales y a los jornaleros y que por eso ya no querían más trabajar allí.
Al abuelo le costó mucho esfuerzo conseguir personal para que lo ayudara a levantar nuevamente la finca, pero en el ínterin, conoció a Eugenia, hija del Juez de Paz, una hermosa muchacha que lo atrapó con sus encantos y a la que después de hacerle la corte por varios meses, logró conquistarla y posteriormente se casaron.
El abuelo tenía carácter fuerte y formal y no creía en espantos ni cosas así, siempre fue muy suspicaz y no había nadie que le hiciera frente, sin encontrarse con una fuerte reprimenda como mínimo, si acaso incluso hasta un par de buenos moquetes. El abuelo era alto y macizo, lo que le ayudó mucho para defenderse de sus parientes que no dejaban de acosarlo, tratando de que les diera su parte, según ellos, que les correspondía. El abuelo, por supuesto, no les dio nada y eso solo le generó una fuerte enemistad con ellos.
Para entonces, la abuela Eugenia y él se mudaron a la casa principal y desde allí tenían el control de la finca. Nacieron los muchachos y poco después comenzaron los problemas. En el diario se detallaba pero de una forma muy explícita, como aparecía de pronto una vaca muerta y descuartizada, como los perros aullaban por las noches y en sus recorridos por la finca, el abuelo apuntó los ruidos raros que escuchaba, como tronidos y cosas que jalaban, extraños zumbidos y susurros lejanos, como de voces en las paredes. Aunque el abuelo era escéptico, no pudo dejar de escribir y detallar lo que veía.
Pero para la abuela, conocedora de los chismes del pueblo, aunado a lo que ella misma sufría en la casa y su propia y acentuada superstición, la situación se volvió insoportable y fue presionando al abuelo hasta convencerlo de irse de allí.
Hasta acá todo parecía un poco extraño, pero podría decirse normal en una antigua historia de familia.
– ¿No te parece extraño que tu abuelo regresara a México, solo por los chismes? – preguntó Anita
– Bueno, no fueron solo los chismes, como se puede leer, también hubo una fuerte influencia de la abuela y sus nervios, supongo – le contestó Agustín
– También me parece raro que tu abuelo, siendo tan escéptico, escribiera de una forma tan detallada los ruidos y las cosas extrañas que pasaban en la finca, no entiendo –
– Si, es raro, no conocí al abuelo, pero mi madre me comentó que ella le tenía miedo, que era muy estricto y firme con todos y con todo, desde su forma de vestir, luego te enseño una foto que tengo de él, ya viejito pero muy serio –
La carpeta contenía aún muchas hojas manuscritas, pero los muchachos ya estaban cansados y prefirieron dejar la lectura para el día siguiente y se retiraron a dormir.
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VI.
Agustín soñó con la finca, con las vacas, con los ruidos en las paredes, con su abuela y sus nervios. No pudo descansar bien y al día siguiente, todavía se sentía adormilado y soñoliento, pero Anita despertó muy animada y contenta y después de preparar el desayuno, aprovechando que no era necesario ir al despacho temprano, lo convenció de seguir leyendo más un poco de la carpeta.
Las siguientes hojas detallaban la venta de parte de la finca y la obtención de recursos propios por las rentas atrasadas correspondientes al título de Duque y la administración de los correspondientes acuerdos y en fin, como el abuelo mandó a hacer los planos de la nueva casa que quería construir en México y luego, con todo lujo de detalles, el desarmado del mobiliario, el empaque del vestuario, las cargas en el próximo barco y el largo suplicio por terrible viaje marítimo, con tormenta y oleaje violento, la llegada al puerto de Veracruz y de allí, a Puebla, la escogida para extender la familia Villarygoitia, en la recientemente fundada colonia Española en esta ciudad.
En hojas posteriores, se explicaba la vida de los muchachos Esteban y Eduardo, sus estudios y logros personales, sus respectivos matrimonios y los nietos, muchos. Anita encontró otro legajo de hojas con una letra manuscrita más suave y bella, seguramente eran parte de los escritos hechos por la abuela, en los que describía también con mucho detalle, su llegada a México y como se fue curando de los nervios poco a poco, lo mucho que disfrutó de la casa nueva y de la linda recepción que organizaron los vecinos.
Esta segunda lectura fue mucho más leve y amable que la primera parte, pero Agustín se sentía intrigado.
– Que extraña relación entre una historia y otra ¿verdad? – le comentó a Anita
– Si, considero que son como dos vidas diferentes, una en España y la otra en México, pero te noto extraño, ¿en qué piensas? –
– No sé, algo extraño pasó en España, algo que me está intrigando y que quiero saber, no sé por qué pero sospecho que aunque acá está todo muy claramente detallado, algo no está dicho, algo está escondido entre líneas – contestó Agustín pensativo
– ¿Te refieres al asesinato de tu bisabuelo? – preguntó Anita
– Creo que sí, desde allí hay algo, también esos “ruidos” y los animales muertos, no sé, acá hubo algo mucho más perturbador que solo fantasmas y chismes, tiene razón Don Justino cuando me dijo que esto abriría seguramente mi mente –
– Eres demasiado suspicaz Agustín, te conozco, creo que ya estás planeando algo ¿cierto? –
– Todavía no Anita, pero creo que debo hacer algo. Lo que en verdad no comprendo es porqué ninguno de mis parientes, de mis tíos, tías, primos, no sé, nadie hizo nada, nadie averiguó nada más y dejaron que la finca en España desapareciera en el silencio y la casa en México se fuera deteriorando hasta el estado en el que está ahora, casi derruida y a punto de ser solo escombros, no lo entiendo –
– Posiblemente nunca leyeron estos documentos, supongo – contestó Anita – recuerda que estos son originales y que estaban en poder de tu mamá, de nadie más –
– Eso es cierto, entonces ¿por qué mi mamá no los compartió con nadie más? ¿por qué no pidió ayuda a los parientes, para sostener la casa y que la apoyaran económicamente de alguna forma? Tampoco lo entiendo –
Ambos se quedaron pensando en silencio, dejaron la carpeta a un lado y después de un rato, Anita se levantó de pronto.
– No te preocupes Agustín, ya se nos ocurrirá algo y seguro Don Justino tiene más información y .. – le dijo conciliadora
– Es posible, pero bueno, tenemos que seguir adelante, veamos, ¿vamos al rato a la casa de mi mamá? Te enseño las fotos y los cuadros que allí están de mi familia y tal vez encontremos algo más, no sé –
La mañana pasó tranquila, el trabajo estaba relajado y la rutina los absorbió completamente. Ya por el mediodía, después del almuerzo, Anita y Agustín se prepararon para ir a la Villa España. Para Anita esto siempre la emocionaba mucho, le gustaba la casa a pesar de estar tan desvalijada y le encantaba ir, así que iba dando pequeños brinquitos y platicando mucho, mientras Agustín estaba cabizbajo y pensativo.
– Pero que hermosa tarde ¿te das cuenta Agustín?, el aire está templado y perfumado, es tan hermoso – comentó
Agustín miró un poco a su alrededor, efectivamente, el sol caía suavemente entre las ramas de los árboles añejos, el camino por el que transitaban, un pasaje calmo y tranquilo, estaba bajo su sombra y el suave canto de los pajarillos en las copas, hacían del recorrido un hermoso paseo. Pero él no se sentía con ánimos soñadores, más bien, estaba preocupado.
– ¿Qué es lo que te angustia cariño? – preguntó Anita al ver su semblante tan serio
– Sigo pensando en lo que leímos ayer y hoy por la mañana –
– Si, me lo supuse, yo también he estado pensando en ello y creo que ya sé que es lo que quieres hacer, pero prefiero que tú me lo digas – comentó con un guiño
Agustín se sonrió, ya estaban por llegar a la casa y prefirió cambiar el tema.
– Mira nada más, ya se lo están acabando las polillas – comentó con tristeza y empujó el pesado portón que gruñó enfadado por el movimiento.
Adentro, pasando el frescor del pasillo, se escuchaban las risas de unos pequeños jugando y se podía oler la comida que se estaba preparando en alguno de los departamentos, la música de algún radio, transmitiendo una canción muy popular. Anita miró a su alrededor. Qué hermoso sería este lugar si lo arreglaran un poco, si tan solo lo limpiaran de vez en cuando, pero nadie se hacía cargo, nadie quería tener el compromiso.
-No es mi casa – había dicho doña Gertrudis del 9.
-Pero usted vive aquí – le comentó Anita,
– sí señorita, pero no es mi casa – le había contestado
Agustín comenzó a subir las escaleras lentamente, pero Anita lo rebasó corriendo, incitándolo a seguirla como cuando eran pequeños y subían los escalones de dos en dos. El se sonrió y subió tras ella. En cuanto llegaron al departamento de su madre, Anita le comentó emocionada:
– Ya hace tanto que no venía, no recodaba lo hermosa que es esta casa y sobre todo, lo grande, enorme diría yo –
– No es tan grande – le rebatió Agustín
– Claro que sí, tu solo estás viendo de este lado, pero si miras hasta el segundo patio y yo me acuerdo que había un tercero ¿no? –
– Si, pero ambos ya están totalmente destruidos, ya solo quedan escombros y basura y ni se te ocurra ir para allá, podrías lastimarte –
Anita lo miró con preocupación.
– ¿Estás todavía triste amor?, ¿no quieres entrar, te sientes mal?
– No, todo está bien, espera un momento – Agustín batalló un poco con la vieja chapa de departamento. Entró primero Anita y ella enseguida se dio cuenta de algo que a Agustín se le había pasado.
– Qué limpio y ordenado se ve todo ¿te das cuenta? ¿alguien vino a limpiar la casa y a ordenar las cosas? ¿le diste a alguien instrucciones? –
– Este, no.. – miró Agustín a su alrededor y también se sorprendió, incluso el baúl, donde su madre guardaba las cosas importantes, de donde él había sacado los legajos para llevarlos al notario el día anterior, había sido cerrado y colocado nuevamente debajo de la cama, donde debía ir, pero él estaba seguro que no lo había hecho. Un escalofrío recorrió su cuerpo.
– Anita, aquí pasan cosas extrañas, de veras – le dijo palideciendo
– Oh vaya, tranquilízate, seguro habrá alguna aclaración – dijo riendo al ver su cara de espanto.
– Es que no te he dicho todo – le comentó Agustín entrecerrando un poco los ojos y le contó las sensaciones y las caricias que había tenido el día anterior y lo de los acordes de piano y todo lo demás que había experimentado.
– Es normal querido, tu mamá está muy reciente todavía y luego uno quiere sentir que aún está con nosotros, es psicológico, creo – le dijo tranquilizadora
Agustín la miró y se sintió un poco mejor, tenía razón. Ella era inteligente y valiente. Se abrazaron un instante y así un poco más tranquilo la condujo a las habitaciones interiores en donde pudieron admirar algunos cuadros y fotografías de Doña Esmeralda. Resaltaba en una de las paredes el famoso cuadro del abuelo Don Ernesto, el gran Duque de Villarygoitia, impresionante en su elegante traje azul, con las muchas condecoraciones obtenidas y portando con gallardía la espada, herencia de su propio abuelo que había participado en alguna batalla en España.
– Me encantaría ver esa espada Agustín, ¿aún la tienen? – le comentó Anita
– Creo que si la he visto en alguna parte, espera – y moviendo algunas cosas por aquí y por allá, encontró la hermosa caja de pino, ya muy desgastada y vieja, pero resistente todavía en donde bien guarnecida se encontraba recostada sobre un terciopelo rojo, muy descolorido por el tiempo, la famosa espada.
– Se ve que es muy antigua y pesada – comentó Anita sacándola de su estuche
– Si, todavía tiene mucho filo, ten cuidado – le comentó Agustín, quien por primera vez se sintió seguro al tomar la espada. Siempre su madre se había prohibido tomarla por lo peligroso que resultaba el solo cargarla, de tan pesada y por primera vez, Agustín se animó a blandirla de lado a lado, haciéndola sonar cortando contra el viento en un suave susurro.
– Tienes los mismos ojos de tu abuelo Agustín, no solo el color, sino también el contorno y la forma de la nariz – dijo Anita revisando de nuevo el cuadro
Agustín se rio un poco.
– Si, eso es lo que dicen mis primos, que soy el más parecido a mi abuelo de todos –
Continuaron revisando algunas fotografías colgadas de las paredes, de éstas Agustín le fue nombrando a Anita, algunos de sus parientes más sobresalientes. Sus tíos Ernesto y Eduardo, su padre en una foto de la boda con su madre, unos primos, sus otras dos tías, Eugenia y Elena, también le mostró un hermoso retrato de la abuela, entre otros.
– Qué gracioso que en tu familia, todos los hijos de tu abuelo llevaban nombre con E –
– Si – dijo riendo también – era una fijación de la abuela, no sé por qué pero todos sus hijos llevaron nombres con E, tal vez porque ella misma se llamaba Eugenia y al abuelo siempre le decía Ernesto, uno entre los muchos nombres que tenía –
Anita y Agustín pasaron el resto de la tarde entre las fotografías y los recuerdos, Agustín disfrutó mucho contándole a Anita varias anécdotas de su infancia y algunas pequeñas historias que le había contado su madre y el tiempo se les pasó volando, ya estaba oscureciendo cuando Anita recapacitando, le pidió a Agustín regresar a casa antes de que los atrapara la noche.
Esa noche, Agustín durmió tranquilo en brazos de Anita y mucho más sosegado que la noche anterior.
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VII.
– Espero no haber llegado tarde Don Justino – comentó Agustín llegando al despacho un poco después de la hora indicada
– No muchacho, no, todo está bien, pasa por favor y toma asiento ¿una copita? – le ofreció Don Justino
– No muchas gracias, prefiero estar muy sobrio y atento, Don Justino, la verdad es que la lectura de la carpeta que me entregó y luego con lo que me dijo, me quedé muy atontado y debo estar muy despierto, créame, veo mucho de interés en lo que usted me dijo y en lo que hemos leído Anita y yo –
– ¿Anita? Ah sí, la hermosa jovencita, si, recuerdo, es tu novia ¿verdad? –
– Si, algo así – le respondió Agustín, para no entrar en más detalles
– Está bien muchacho, ¿si terminaste de leer la carpeta? –
– Si señor, y tengo más preguntas que respuestas, pero ya veo un poco más claro el tema-
– Me lo imagino, ahora debemos entonces continuar con algo más terrenal, digamos, se trata de la documentación adjunta, de los papeles que certifican tu legítima herencia y el alcance de la misma, que espero confíes en que será lo más cuerda y completa posible, debido a lo extremadamente antiguo y además muy complejo –
– Entiendo – contestó Agustín, – algo he aprendido también en la universidad Don Justino, recuerde que yo terminé la carrera de Abogado y podré verificar la documentación que usted me entregue –
– Es cierto, es cierto, entonces te entregaré todo lo que ha estado en poder de nuestra familia, resguardando los intereses de la tuya, puedes estar seguro que me alegra muchísimo poder descargar la responsabilidad de tantos y tantos años y si quieres, después de platicar a fondo, podremos acordar las nuevas condiciones, si así lo deseas, para que continuemos vigilando tu patrimonio, o no, como tu decidas –
– Eso lo veremos un poco más adelante Don Justino, todo dependerá ahora de lo que me pueda usted entregar – le confió Agustín
– Gracias muchacho, veo que eres fino y educado, me alegra poder hablar así contigo –
Se acomodó en su asiento detrás del gran escritorio, encendió un habano y se sirvió una copa de vino, con todo ya estaba listo para comenzar. A su lado se encontraba una hermosa caja de madera labrada y finamente tallada, con una cerradura de seguridad.
– Aquí, en esta caja, está todo tu pasado – le dijo, señalando la caja con un dedo – y acá te entrego la llave que la abre –
Agustín miró la caja con interés y tomó la llave, abriéndola enseguida pudo observar que contenía, como era de esperarse, una gran cantidad de documentos, algunos sobres cerrados y algunas cajitas pequeñas. Todo estaba perfectamente acomodado por fechas y por integración de temas, algunos estaban perfectamente rotulados y otros más engarzados en carpetas, había algunos libros contables y otros expedientes.
Don Justino procedió a sacar los más antiguos primero, detallando en cada caso su contenido. Revisaron cuidadosamente todos y cada uno de los expedientes, la mayoría eran documentos contables, recibos y facturas, uno que otro contenía algunos datos interesantes sobre rentas y pagos de finiquitos, pero en general, solo trataban de asuntos generales. Aparentemente parte de la finca en España fue rentada y los pagos se estaban acumulando en una cuenta allá, también se continuaba con algunos pagos extraordinarios de comisiones y otros, todo esto en España y en México, había algunas inversiones y otros negocios aparentemente ocultos, que también generaban algunos ingresos, mismos que se estaban acumulando de manera informal en una cuenta bancaria, en fin, cuando terminaron de revisar estos documentos, Agustín constató que era propietario directos de varias cuentas bancarias y de bastante dinero.
– No lo entiendo Don Justino, ¿por qué mi madre jamás me dijo nada de esto? ¿por qué vivía de una forma casi indigente y permitió que toda la casa se viniera abajo, existiendo todo este capital?
– No lo sé muchacho, en más de una ocasión se lo comenté, que no era necesario que vendiera nada de sus propiedades personales, que solo tenía que pedirme lo que necesitara, pero nunca lo hizo. Yo le pasaba mensualmente una cantidad que ella me determinó y definitivamente era muy poco, pero eso era lo que ella quería y no me permitía discutirlo.
– Si la conozco – comentó Agustín con un dejo de amargura – siempre fue muy apretada en cuestiones de dinero, si yo quería algún regalo o algo extra, unos zapatos más finos o algo, me daba un sinfín de explicaciones sobre el dinero y la forma de gastarlo y era determinante en eso –
– En alguna ocasión – recordó de pronto Don Justino – tu madre me dijo que no quería saber nada de ese dinero, así me dijo, que no le interesaba nada de España y menos de los negocios turbios de su padre, aunque te diré, he revisado esos negocios que ella llamaba turbios y no lo son, son cuentas e inversiones en bienes raíces y otros, todos totalmente legales que no tienen ningún inconveniente y que nosotros hemos administrado cuidadosamente durante muchísimos años –
Agustín tomó algunas de las cajitas sueltas y las abrió, contenían pequeñas joyas y relojes, incluso dos o tres medallas y condecoraciones que reconoció en el traje del abuelo.
– Ah, aquí están estas cosas – comentó – ayer precisamente con Anita vimos el cuadro que le pintaron al abuelo hace muchos años atrás y vimos estas medallas –
– Sí, son muy antiguos también, algunos son de tu bisabuelo –
Continuaron revisando todo y la tarde se les pasó en eso, luego fueron guardando todo de nuevo en la caja y Don Justino comentó:
– Bueno muchacho, hoy hemos avanzado mucho con esto, quiero que vayas pensando que vas a hacer con todo este dinero y con las cuentas bancarias, yo tendré que comenzar por cambiar todo a tu nombre, ¿te parece bien? –
– Si Don Justino, sería bueno empezar con eso –
– Por otro lado, aún queda pendiente la lectura del título de herencia que te dejó tu madre, mismo que tomará también un rato, ¿te parece si nos vemos mañana para la lectura? –
– Si Don Justino, mañana a la misma hora vengo y lo revisamos, muchas gracias –
Agustín se retiró pensativo, extrañado por la nueva perspectiva que tenía de su pasado y ahora también de su futuro. Tendría que analizar que iba a hacer de ahora en adelante, porque su vida como la llevaba, ya no iba a ser la misma.
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VIII.
Esa noche, con Anita a su lado, le platicó con detalle lo que había aprendido ese día en el despacho de Don Justino.
– ¿Entonces eres millonario? – le preguntó sorprendida
– No, millonario no, pero si acomodado y bastante bien por lo que pude ver, pero ahora tengo que ir a España a reclamar lo que hay allá en las cuentas y revisar el tema de la finca entre otras cosas – le comentó
– España, que bonito, vas a disfrutarlo mucho –
– ¿No quieres venir conmigo? –
– Claro, sería bonito, pero alguien tiene que quedarse aquí a cuidar del despacho y mi trabajo no lo quiero perder, tú me entiendes cariño, yo sería feliz yendo contigo, pero no puedo ahora –
– Si, lo entiendo – contestó con tristeza – en verdad me gustaría que vinieras conmigo, pero lo entiendo, además, quiero pedirte un favor mientras esté de viaje, ¿podrás? –
– claro que sí, con mucho gusto, tú dime –
– Quiero que te hagas cargo de la casa de mi madre, ¿podrías? –
– Pero encantada, ya sabes cuánto me gusta esa casa y los muchos recuerdos que tengo en ella y lo mucho que quería a tu mamá, con mucho gusto, pero ¿qué quieres específicamente que haga? –
– Primero, me imagino que hay que sacar a todos los inquilinos, lo que seguramente te va a llevar un buen rato y muchas discusiones, lo siento –
– No, si para mi va a ser un placer, sobre todo sacar a la odiosa de Doña Leonor, tal vez Doña Gertrudis, siempre tan graciosa y la viejita de seis me van a dar mucha pena, pero, no sé, se me ocurre una idea, ¿no sé, podría tal vez con el dinero que tienes, comprar el edificio adjunto y pasar a los vecinos allí? Es una idea –
– Es muy buena idea Anita y tienes corazón de pollo, ocúpate entonces de ellos, te lo agradezco mucho, abriré una cuenta bancaria a tu nombre para que puedas hacerlo –
Anita se sonrió con el comentario y asintió contenta
– Puedes estar seguro que lo haré con mucho gusto y puedes confiar en mí –
– Claro que sí, cariño, confío mucho en ti – contesto Agustín más aliviado. Con la ayuda de Anita, todo era mucho más sencillo y ligero. – Definitivamente es una muchacha muy inteligente- pensó.
Se fueron a dormir temprano y al día siguiente, después del desayuno Agustín le comentó a Anita que iría al despacho un rato a revisar algunos documentos y posteriormente iría con Don Justino a la lectura final del testamento.
Se sintió nuevamente aliviado al ver el rostro alegre y positivo de Anita, quien después de un beso lo despidió contenta y renovada de entusiasmo.
– Hoy mismo voy a ver el edificio adjunto a la casa de tu mamá y veré que se requiere para poder adquirirlo, yo te informo lo que consiga –
Agustín pasó buena parte de la mañana revisando sus expedientes en el trabajo. Todavía estaba algo mareado por tantas cosas en la cabeza, pero ya se le estaba forjando una idea de su futuro próximo.
Cuando llegó al despacho de Don Justino, éste estaba ocupado con otra persona, pero le pidió que lo esperara un momento. Aprovechó entonces para sacar sus apuntes, revisar algunas preguntas que tenía para Don Justino y se preparó para otra tarde maratónica, con mucha información y más problemas.
La lectura del testamento de su madre, fue mucho más sencilla y dentro de lo esperado. Lo nombraba a él como su único heredero y albacea de todos los bienes a su nombre, así de simple y sin mayores inconvenientes.
– Esto nos facilita mucho la vida muchacho, pero no tanto así el testamento que le dejó tu abuelo a ella – continuó Don Justino
– ¿un testamento del abuelo? –
– Pues sí y este es mucho más complicado aún, pero tú formas parte del mismo también y más ahora, con el fallecimiento de tu madre –
Don Justino sacó entonces un nuevo expediente, más grueso y antiguo, con sellos y muchas firmas, entre ellas la más hermosa, la de su abuelo, con muchos rulos y vericuetos, grande y de trazos firmes y profundos, desde allí ya se notaba no solo su energía y fuerza de carácter, también su linaje y la ostentación de orgullo y dignidad. Ya había visto esta firma en otros documentos, en particular en alguna carta que le escribió él a su madre.
– No te voy a leer los pormenores, no vale la pena, pero debo informarte que no tiene inconsistencias y la validez de este documento es indiscutible, aunque más de un pariente tuyo ha querido refutarlo y pelear las cláusulas, no han llegado a nada, pues este documento ha sido validado por las leyes Mexicanas y Españolas por igual y está avalado por notarios de ambos países. No hay ley que pueda modificarlo –
– ¿por qué me dice eso, Don Justino, acaso alguno de mis primos o tíos ha tratado de modificarlo?
– Así es muchacho, han venido hasta mí, con la firme intención de casi hasta robarlo, con tal de obtener algún beneficio económico, hemos sido hasta amenazados por ellos, pero no han logrado nada, lo que les tocó de herencia y que tu abuelo quiso darles, ya fue otorgado en su momento y lo que hayan hecho de ello, ya es responsabilidad de cada uno –
– ¿es decir que mi abuelo les anticipó su herencia? –
– Así es, a cada uno de sus hijos les dejó su parte en tiempo y forma, pero por algún motivo desconocido, a tu madre, que era la más pequeña, le dejó la gran mayoría de sus propiedades y todos los títulos, como ya habrás visto. En una plática que tuve con ella, me confesó que le tenía mucho miedo a su padre, pero que lo quería mucho y al parecer él también a ella –
De la lectura de ese testamento, se desprendió que a sus hijos varones Esteban y Eduardo les había dejado algunos bienes inmuebles en la Ciudad de México y un negocio de talabartería, a sus hijas Eugenia y Elena les había dejado un pequeño capital en unas cuentas bancarias, pero a la más pequeña, Esmeralda, le dejaba todo lo demás, así y con esas simples letras, en el todo lo demás correspondía toda su fortuna, títulos y propiedades tanto nacionales como en el extranjero, a sabiendas y eso estaba bien constatado, que ella sabría hacer buen uso y administración de los mismos.
Agustín entonces comprendió, su madre sufría de avaricia, aunada al temor a su padre, continuó protegiendo esos bienes como si fueran de él todavía y no se atrevía a tomar ni una pequeña parte para sí misma, so pena de ser castigada de alguna forma por el difunto y dentro de sus supersticiones, aceptó el compromiso y no obtuvo ningún beneficio para sí misma ni para su hijo.
– Pobre madre mía, si lo hubiera sabido antes – comentó tristemente
– Si muchacho, nosotros hicimos lo que pudimos para ayudarla y tratar de convencerla que su padre estaba muerto y que todo esto era suyo, pero nunca nos permitió ni siquiera comentártelo, nos hizo jurar que no lo divulgaríamos a nadie, pero ahora ella ya no puede continuar, así que por sucesión te toca a ti y esperamos que sepas hacer buen uso de estos recursos –
– Si Don Justino, no tema por ello, ya estoy empezando poco a poco a comprender y organizaré mis ideas en las próximas semanas –
– Mientras yo estoy haciendo los cambios pertinentes y en cuanto todo ya esté listo, te avisaré –
Agustín se retiró y camino a su casa iba pensando, no sin cierta amargura, en lo bien que le hubiera ido si su madre hubiera pensado diferente, aunque tampoco estaba muy seguro de ello. Sus tíos Eduardo y Esteban habían malbaratado las dos casas en México y la talabartería la habían dejado caer en quiebra, de sus tías no sabía nada, pero pensó que seguramente también habrían tomado el dinero que heredaron para hacer alguna tontería, seguramente. Entonces agradeció a su madre el hecho de haber conservado todo tal cual, con ello ahora él podría asegurar un futuro promisorio y realizar muchos de sus sueños que antes estaban atrapados en la incapacidad económica.
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IX.
Anita se alegró muchísimo con las buenas noticias y compartió con Agustín la pena por su madre.
– Si, pobrecilla de Doña Esmeralda, pero si lo pensamos bien, ella trató de mantener todo como estaba, lo que no entiendo es por qué dejó que la casa, esa hermosísima casa puesta por su padre con tanto esfuerzo, se fuera deteriorando de tal manera, ahora está casi en ruinas – comentó Anita
– Así es, a mí también me cuesta trabajo entenderlo – le contestó Agustín
– Eso va a ser una labor titánica, pero muy divertida – comentó Anita entusiasmada
Ambos se miraron profundamente a los ojos, había una gran comprensión y dulzura en los ojos de Anita y Agustín se sintió satisfecho y confiado. Se venía un tiempo de mucha actividad, pero seguramente muy provechosa.
El tiempo pasó de prisa, papeles iban y venían, firmas, más documentos, más firmas, Agustín trabajó su gran capacidad administrativa e iba manejando el tema contable con gran destreza.
– De haber sabido que terminaría como contador, habría estudiado mejor eso – comentó riendo a la secretaria de Don Justino
– Si Licenciado, tiene razón, ya viene usted un día sí y otro también, si no para una firma, para un documento y otra firma y otro documento –
– Espero que no se haya usted cansado de verme – le dijo Agustín riendo
– No Licenciado, claro que no, es un placer atenderle –
Pasaron semanas antes de que Agustín y Anita tuvieran un poco de tiempo libre y pudieran sentarse a gusto en su salita, frente a un delicioso asado en salsa de champiñones que había preparado y una rica y aromática copa de vino tinto. La tarde afuera amenazaba lluvia, el fuerte viento azotaba las ventanas y un cielo gris acero con truenos retumbando a lo lejos, traía una tormenta atroz, de esas en las que mejor se queda uno en casa, así que aprovecharon y se sentaron cómodamente a disfrutar de la cena y a platicar.
– En resumen, querido Agustín, eres un genio – le dijo Anita para comenzar la plática
– ¿por qué? – preguntó sonriente
– Es que veo que ya llevas un buen de asuntos adelantados y ya no falta mucho para que seas todo un administrador o algo así – dijo riendo
– No, querida, todo es divertido y hasta ahora no ha habido mayores complicaciones –
– Cierto, ¿ves que estuve la semana pasada con los dueños del edificio? Me confirmaron su interés en vender. Salvo dos oficinas, el resto está desocupado y se puede utilizar para los departamentitos que me gustaría adaptar para los inquilinos de la casa, ¿te parece bien? Acá están unos planos del edificio y la sugerencia del arquitecto de cómo podemos acomodarlos. ¿Qué te parece?
Miraron juntos el proyecto y Agustín lo aprobó en todo, le gustaba la forma en que Anita se encargaba hasta de los más pequeños detalles.
– ¿Ya les avisaste a los inquilinos del cambio? ¿qué te dijeron? –
– Bueno, todavía no les digo en forma, pero ya están enterados más o menos, ves cómo funciona el chismófono, ni es necesario hacer mucho esfuerzo – se rio – pero igual debo hablar formalmente con ellos en cuanto tenga más avanzado el proyecto del edificio, tengo la idea que a algunos no les está gustando para nada la idea de mudarse, especialmente a los que tienen ya muchos años viviendo allí –
– Si, me lo imagino y supongo que Doña Leonor seguramente ya puso el grito en el cielo, particularmente en lo que respecta a sus intereses, como ella dice y a sus derechos, según ella, en fin, te deseo suerte –
– Pues más que suerte querido, voy a necesitar un poder de tu parte, porque la buena señora quiere interponer una demanda o algo así, por lo que me comentó Doña Gertrudis y no quisiera que te vieras envuelto en un chisme de vecindario –
– No te preocupes querida, en cuanto a eso, también puedo interceder directamente y ya veremos en lo que resulta, ves que tenemos a nuestro lado al Licenciado Honorio Pascual, quien seguramente nos podrá ayudar con ella y cualquiera de sus demandas –
– Pues sí, con esa ayuda, podremos liberarnos de ella fácilmente –
Guardaron silencio un rato, la lluvia caía a cántaros afuera y ya se podía sentir la humedad en el ambiente.
– Es hermoso cuando llueve – comentó Anita – regresa la vida y las plantas lo agradecen –
– Y también se calma el molesto polvo – contestó Agustín
Nuevamente se quedaron en silencio, pensativos.
– Debo empezar a preparar mi viaje a España – comentó Agustín
– Si, cariño, lo sé, pero te voy a extrañar mucho – dijo Anita con un dejo de tristeza
– Pero antes debo ir a la casa de mi madre, quiero ir un ratito, ¿me acompañas? –
– Si claro, pero hoy no, está horrible salir –
– Esta bien, mañana entonces –
La mañana siguiente amaneció hermosa, fresca y recién lavada. Los pajarillos cantaban alegremente y un viento sedoso los acarició en cuanto salieron. Era temprano, por lo que aún había muchos charcos de la lluvia nocturna y Anita no quiso despreciar ninguno, brincando en ellos y salpicando a Agustín.
– Ya, estate tranquila – protestó Agustín – me acabo de cambiar y este traje me gusta mucho y me estás empapando
– ¿por qué estás enojado? – preguntó Anita sonriendo levemente
– No estoy enojado – contesto molesto
– Ah, qué bueno, con esa cara que traes, no quiero saber cuándo estés enojado de verdad– le dijo Anita riendo
– No, en serio, no estoy enojado, pero si un poco irritable, no me gusta ir a la casa de mi madre, desde la última vez que fui, me deprimí y no sé – trató de justificar
– Lo entiendo querido, lo entiendo perfectamente y no te preocupes, que para eso estoy yo, para darte ánimo y es comprensible, pero recuerda que vamos a levantar esa casa como de lugar, he puesto en ello todo mi empeño, por cierto, estoy convencida que cuando regreses de España verás muchos cambios y te sentirás mucho más complacido – le confirmó Anita
– Gracias hermosa, gracias por tu apoyo incondicional y por tu gran ayuda y sí, estoy seguro que lo harás perfectamente bien todo – le contestó con una semi-sonrisa.
Agustín preparó todo para su viaje, sacó su pasaporte y fue a visitar a Don Justino, quien le entregó una serie de documentos con muchas rúbricas, sellos de lacre y apostilles también le indicó con santo y seña, a quien tenía que visitar allá y con quién comunicarse llegando, él ya había contactado a sus parientes y lo estaban esperando. Volvió a advertirle sobre la gente, que seguramente se enterarían de inmediato de su visita y lo atosigarían con mucha plática y chismes, debía tener mucho cuidado con ellos.
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X.
Llegó finalmente el día de salida y Anita lo acompañó todo el tiempo que pudo, en el aeropuerto los dos se despidieron con mucho cariño y Anita nuevamente le aseguró que todo iba a salir bien, estarían en contacto continuo y cualquier cosa, ella estaría al pendiente. Agustín la miró con mucha ternura, su gran amiga y confidente, su pareja incondicional. Lamentó de nuevo que no lo pudiera acompañar. Le haría mucha falta la enorme fortaleza de carácter de esta menuda, pero impresionante mujercita de grandes y dulces ojos, con tanta inteligencia y con tanto valor, que él reconocía, le hacía falta.
Era la primera vez que se subía a un avión y estaba francamente nervioso, se imaginó cualquier cosa, desde que el avión no iba a poder despegar, hasta que no iba a poder aterrizar. Iban a ser muchas horas de vuelo y pensó que dormiría todo el viaje, pero con tantos nervios, no pudo cerrar los ojos ni un momento. El despegue fue suave y tranquilo, a pesar de todos sus malos presentimientos y el vuelo transcurrió con calma. Hubo un pequeño tramo con algo de turbulencia que lo puso nuevamente nervioso, pero como los demás pasajeros estaban tan calmados, no tuvo alternativa y se controló como mejor pudo. Igual las horas pasaron muy rápido y cuando ya empezaba a sentirse cansado, el altoparlante avisó que estaban por aterrizar y el aterrizaje, a pesar de todos sus augurios, fue muy suave también.
Llegando y después de recoger su equipaje, vio a un caballero de mediana edad, muy alto y delgado, que lo buscaba con sus pálidos ojos semi-cerrados, traía en sus manos un cartelito con el nombre de Agustín y se reconocieron casi de inmediato, por la señas que les había dado Don Justino. Este era el escribano Español con quien Agustín tenía que tomar contacto y quien lo dirigiría en su empresa.
El Escribano se llamaba Pedro Escobar Rubalcaba y llevaba, junto con su padre y su hermana la escribanía oficial del pueblo y de inmediato hizo buenas migas con Agustín, a quien le divirtió mucho el acento con el que hablaba y lo mismo le sucedió a Don Pedro y juntos se rieron por su forma de hablar de cada uno. De inmediato subieron al auto que pertenecía a Don Pedro y entre plática y plática del viaje, de México y un poco de la vida de Don Justino, Agustín puso al tanto a Don Pedro de las novedades. Después de un corto viaje de media hora desde el aeropuerto, llegaron al pueblo y Don Pedro dejó a Agustín en la Hostería de Don Cuquillo, que así se llamaba el lugar y así se le decían al dueño del único local que daba hospedaje a los visitantes.
El pueblito era muy pequeño, tal vez con unos 20,000 habitantes cuando mucho y todos muy esparcidos en casitas blancas y uniformes, de techo rojo y chimeneas humeantes, acomodadas sin ton ni son, en un ancho y profundo valle rodeado de hermosas y altas cumbres oscuras.
Un curioso riachuelo serpenteaba por un lado del valle, dándole el toque de pintura artística a todo el tema del paisaje, Agustín se sorprendió mirando con mucho candor lo hermoso que resultaba ser el lugar y lo tranquilo que se veía todo, muy campirano y sencillo. Él se lo había imaginado de cualquier otra forma, excepto así, tan completamente rico en belleza y pureza.
La Hostería de Don Cuquillo se encontraba en la entrada al pueblo y era un edificio clásico antiguo, de ladrillo rojo por fuera, y maderos de travesaño por dentro, se veía austero y un poco cargado. La primera sala y recepción aunque oscura y llena de trastos y aparatos de labranza, junto con algunas cabezas de venado y una enorme chimenea, daban al ambiente general un agradable y muy amigable entorno. El fuerte olor a maderas, junto con un delicioso aroma a comida, le abrieron el apetito y se sintió de pronto muy contento y entusiasmado a pesar del largo viaje. Don Pedro le invitó una copita de vino tinto de la región, sabroso y fresco y junto con un entremés ligero, siguieron platicando hasta muy entrada la tarde, cuando Agustín se sintió terriblemente cansado, se retiró a sus habitaciones y después de tomar un delicioso baño de tina, se durmió profundamente, no sin antes enviarle un corto mensaje a Anita, avisándole de su llegada con bien a España.
Al día siguiente, después de un sueño reparador, Agustín se despertó con muchos ánimos, el día pintaba fresco y azul y los pajarillos ya estaban trinando contentos el nuevo día. Todo lo que él había pensado que sería, bajó de nivel hasta convertirse en un solo pensamiento, aventura. Lo tomaría todo por el plano deportivo y no se dejaría influenciar por sus malos pensamientos y todas las amenazas y augurios de Don Justino, que aunque lo habían preparado para lo peor, por ahora, nada de eso le preocupaba, el viaje era hasta ahora, algo arrebatador, nuevo y divertido. Bajó a tomar su desayuno y Don Cuquillo lo recibió con una enorme y feliz sonrisa, hablando como él decía, a dos carrillos y consumiendo al mismo tiempo, su enorme vaso de vino. Le sorprendió a Agustín que hablando y comiendo al mismo tiempo, no se atragantara con el vino, pero se veía que tenía mucha experiencia como gran platicador que era. De él supo un poco del pueblo y su distribución, desde la casa principal en el centro del pueblo, donde habitaba y gobernaba el presidente del consejo del pueblo, frente a esta casa se encontraba la plaza principal con una hermosa fuente de tres tiempos y una alta asta bandera, de la que pendía la bandera oficial de España y justo debajo, una pequeña banderita con el escudo oficial del pueblo. En los alrededores de la plaza principal había una legumbrería, una talabartería, dos farmacias, un pequeño hospital veterinario, una cocina popular y otros locales comerciales.
Había un hospital, si, aunque pequeño, pero muy completo, a las afueras del otro lado del pueblo y se podía ver desde allí, hacia donde le señaló Don Cuquillo. Aprovechó Agustín esta seña, para salir del edificio, con la excusa de dar un pequeño paseo por los alrededores antes de que llegara Don Pedro por él, se despidió.
El aire fresco de la mañana lo terminó de alentar a la aventura. Un ligero olor a vacas y ganado le recordó su paseo por el campo en México, hacía muchos años atrás, a la granja de un lejano pariente de su madre, a donde los habían invitado por motivo de una boda de una prima, o algo así. Recordó a su madre un instante, su bonito vestidito floreado, sus piernas y sus brazos tan blancos, con el cabello suelto y los ojos brillantes y su faz sonrosada, también recordó su risa cuando lo subieron a un burro y él estaba aferrado a las orejas del pobre animal, que pacientemente esperó a que se tranquilizara y se las soltara, antes de empezar a cabalgar. Sacudió la cabeza para quitarse la tristeza del recuerdo y continuó un poco camino abajo, hacia la plaza principal.
Llevaba ya algún tramo andado cuando escuchó:
– Hala con el señorito del bigotito – dijo una vocecita risueña
– Sí, el mexicanito – contestó otra voz juvenil aunada con muchas risitas
No podía ver de dónde venían esas vocecillas, pero se sonrió divertido
– ¿Quiénes son? – preguntó también
Salieron dos criaturas de detrás de un muro semi derruido y lo miraron con curiosidad.
– Me llamo Maritza – dijo una
– Y yo soy Lorenza – contestó la otra
– Yo soy Agustín – respondió sonriendo con amabilidad a las dos muchachas. Ambas eran muy jóvenes, tal vez entre trece y quince años, lindamente vestidas con vestidos ligeros, delantal y moños de cintas blancas, largas trenzas enmarcaban sus rostros llenos de pecas. Se veía que eran hermanas porque eran muy parecidas, salvo que una era más morena que la otra.
Las dos muchachas se acercaron a Agustín cautelosamente, sonriendo tímidamente le extendieron la mano para saludarlo.
– ¿Usted es el señor que viene de México? – preguntó la más joven llamada Maritza
– Si, vengo de México – contestó Agustín enseguida
– ¿Usted viene a lo de la finca de Villarygoitia? – preguntó Lorenza
– Pues sí, vengo a ver que hay allí –
– Pues de haber, haber, no hay nada allá, está muy feo y nos regañan si nos acercamos al terreno ese – contestó Lorenza con una risita – Pero, ¿no sabe llegar? Es que no está tan cerca, si quiere lo encaminamos – se ofreció
– Me gustaría mucho y lo agradezco, pero ahora no puedo, solo salí a dar un corto paseo y es que tengo cita con Don Pedro –
– ¿Con Don Pedro el escribano? – preguntó Maritza
– Así es, es más, debería ya regresar a la Hostería, tal vez ya haya llegado y me esté esperando – contestó Agustín mirando su reloj. Se retiró despidiéndose amablemente de las dos jovencitas, quienes continuaron su camino ofreciendo nuevamente su ayuda para ir a la finca al día siguiente, si es que así lo quería. Agustín confirmó su interés de que lo llevaran y así quedaron.
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XI.
Don Pedro efectivamente ya lo estaba esperando en una mesa, junto con un desayuno completo y muy sustancioso, aprovechando Agustín también pidió su desayuno y comenzaron a platicar enseguida.
– ¿Qué le parece el pueblo Don Agustín? – preguntó Don Pedro
– Es muy hermoso – contestó Agustín con entusiasmo – es pequeño pero hermoso en verdad, no he podido ver mucho, pero lo poco que pude constatar es que la gente es muy feliz aquí –
– Es cierto, somos muy felices y estamos orgullosos de nuestro pequeño pueblo, que será minúsculo en comparación con las grandes ciudades que nos circundan, pero está muy completo, hasta tenemos nuestro helipuerto y una estación de radio muy completa – comentó con orgullo
– Eso es muy bueno, Don Pedro y el pueblo es muy bonito –
– Bueno, Don Agustín, aprovechando que estamos aquí en el desayuno, quisiera comentarle algo antes de que se anime a ir a la finca, que me imagino es lo primero que quiere usted hacer, supongo –
– Si, me gustaría mucho ir a la finca, pero ya unas pequeñas guías se han ofrecido a llevarme mañana –
– ¿Pequeñas guías? – preguntó Don Pedro curioso
– Si, unas niñas que encontré hace rato en el paseo, Maritza y Lorenza, me parece que se llaman –
– Ah, las hijas de Don Rogelio Albores, simpáticas las dos chicas, son muy curiosas y siempre están haciendo bromas, solo no las tome demasiado en serio Don Agustín – advirtió – las dos son muy aventureras y juguetonas, siempre andan por todo el pueblo correteando por todos lados, a veces incluso van más allá, a la zona donde acampan los gitanos, aunque todos, incluyendo sus padres, les hemos advertido que no vayan y no nos hacen caso, a nadie en realidad, son independientes y muy voluntariosas – comentó con un guiño
– Pues ellas dicen que mañana me llevarán a la finca y bueno, creo que es una buena idea –
– Está muy bien Don Agustín, aunque hubiera preferido llevarlo yo mismo, pero precisamente mañana tengo un acuerdo y espero a firma a unos contrayentes, por lo que no podré acompañarlo y siento un poco de preocupación de que vaya con estas dos muchachitas –
– No debe preocuparse Don Pedro, estoy convencido que sabré defenderme de estas dos niñas – contestó riendo
– Es que no las conoce – protestó Don Pedro, pero también se rio
Salieron ambos rumbo al despacho de la Escribanía oficial a donde ya los esperaba Don Pedro padre y la hermana Doña Cristina, para revisar los documentos que había enviado con Agustín Don Justino y continuar las pláticas con una rica comida a la que estaba cordialmente invitado.
Los tres eran muy simpáticos y amables, pero se tomaron el tema de la finca muy en serio, revisaron cuidadosamente los documentos que les presentó Agustín y después de analizar con mucho detalle, sacaron ellos también otros documentos que compartieron con él, en todo esto se podía desprender que la propiedad era definitivamente de Agustín como único y último heredero directo del bisabuelo, también incluía algunos impuestos, que Don Pedro Papá ya había cubierto con una renta por el manantial de agua potable, también propiedad de Agustín y que resultaba muy productivo, ya que era utilizado por las fincas adjuntas, para su sembradíos y una parte también por el pueblo como así también para la crianza de los animales de las granjas cercanas.
Presentó también Don Pedro algunas ofertas que existían por la compra parcial o total de la finca, pero Agustín todavía no definía que haría con la misma, hasta no conocerla personalmente.
Después de la comida y ya sentados a la sobremesa, con sendas copas de vino, Don Pedro papá fue el primero en tocar el tema de la leyenda que pesaba sobre la finca.
– Seguramente Don Justino en México ya le habrá contado un poco sobre la maldición que pesa sobre la finca – comentó
Agustín asintió un poco y miró a Don Pedro especulativamente
– Es mi deber contarle hasta donde nosotros conocemos, la terrible historia que se cierne sobre este lugar y también que no vaya usted a escuchar los cuentos de los chismosos y de los supersticiosos, que hoy en día se siguen santiguando cuando pasan por esas tierras – dijo con un guiño, tratando de suavizar el tema
– Algo ya me contó Don Justino, como bien dice – le confirmó Agustín – pero usted comprenderá que me parece más bien cuentos de vecinas –
– Pero en todos los cuentos siempre hay algo de verdad – replicó Don Pedro hijo y su hermana Cristina asintió enseguida comentando ella también – es verdad Don Agustín, nosotros no le engañaremos y le contaremos como nos ha sido contada la historia, por parte de nuestro propio abuelo, que formó parte de la delegación que investigó el asunto –
– Entonces seguramente ustedes podrán abrirme más los ojos a este tema, que sinceramente me tiene muy intrigado, desde que me platicó Don Justino sobre la muerte de esa pequeña y el posterior asesinato de mi bisabuelo, que según sus palabras, fue de lo más extraño –
– Comencemos entonces con mostrarle este detallado manuscrito que resultó de la investigación que hizo mi abuelo – contestó Don Pedro papá, extendiéndole un documento amarillento y muy viejo.
– Debo comentarle, Don Agustín, que mi abuelo en ese entonces era un jovenzuelo que recién había dejado los pantalones cortos, pero ya podía escribir muy bien y para entonces, su propio padre fue el que le adoctrinó sobre el tema de la Escribanía, misma que ha sido para toda la familia desde entonces, nuestro sustento –
– Comprendo – contestó Agustín que ya estaba tratando de leer la letra de este manuscrito y difícilmente podía entenderla, pues a la antigua usanza, tenía tantas curvas y flores que solo se podían distinguir las letras capitales y apenas y se podía reconocer la letra a la que correspondía, pero como ya había visto de estos documentos en México, no le fue tan extraordinario el tema y con ayuda de Doña Cristina y de Don Pedro hijo, poco a poco fuero dilucidando el escrito.
Con fecha tal y tal siendo las horas, comenzaba el escrito, damos por contenido el explícito y detallado curso de la situación que impera en la finca conocida como la casa del Su Señoría el Duque de Villarygoitia quien estando… y así continuaba la historia que ya había escuchado de Don Justino.
Aparentemente el bisabuelo mató a su hijita siendo ésta aún muy pequeña, por algún motivo todavía no comprobado y el documento asentó como cierto que la niña estaba maldecida por unas brujas, según había declarado una vecina llamada María de la Concepción algo, cuyo apellido solo escrito ya era impronunciable de tan largo y complicado y varias hojas después de un largo artículo de detalles y nombres de testigo, apareció que la esposa sufría de los nervios a consecuencia de la muerte de su hijita y que murió a los pocos días después, víctima de un síncope, quedándose el Duque solo, con su único hijo y primogénito quien ostentaba a esa fecha la tierna edad de cuatro años, siendo que pocos meses después, el bisabuelo apareció una mañana en sus aposentos, asesinado de manera extraña y sin que hubiera testigos o algo que pudiera esclarecer el asesinato, siendo su muerte directamente una puñalada en el cuello que le desangró hasta morir, sin embargo, el arma en sí nunca fue encontrada, como tampoco huellas o pisadas o algo que pudiera inducir la aparición de un homicida y su entrada a los aposentos, que estaban bien resguardados y con puerta y ventanas cerradas y aunque se le conocían demasiados enemigos, siendo todos sospechosos, ninguno le fue encontrada prueba alguna de culpabilidad o probable responsabilidad en este asesinato, dejando la carpeta abierta para nuevas investigaciones.
-En otras palabras – comentó Agustín – nadie sabe nada de nada y todo se quedó así –
– Así es, aunque siguieron algunas pesquisas, pero no había ningún interés en realidad y luego con la sospecha de brujería de por medio, pues menos aún – comentó Doña Cristina
– Continúo con lo que sabemos – prosiguió Don Pedro papá – Mi bisabuelo, siendo el escribano oficial y por ende también el guarda de los documentos del Duque, escribió al entonces Rey de España, contándole todo y solicitándole la custodia de tu abuelo. El Rey no tuvo inconvenientes en la custodia, siempre y cuando se salvaguardara el apellido y los títulos para ser otorgados a la mayoría de edad del vástago y así mi bisabuelo te llevó a su casa y junto con mi abuelo, lo fueron criando y cuidando su educación, para que posteriormente fuera nombrado Duque y tomara posesión de sus heredades y mientras el bisabuelo mantuvo la finca en funciones, pese a los temores y supersticiones que ya pesaban en los jornaleros y que iban a trabajar con hartos temores. Lamentablemente pocos años después murió el bisabuelo, seguramente por su avanzada edad y para entonces mi abuelo ya era mayor de edad y tomó posesión de todo lo que correspondía a su padre, pero no pudo controlar más la finca. Todos los jornaleros la abandonaron aterrados por las supersticiones y las malas lenguas, decían escuchar ruidos extraños y llenos de temor, salieron corriendo para todos lados. Mi abuelo al ver esto, decidió, además de que tampoco era muy feliz en el pueblo, partir para América, específicamente a México, en donde conocía a unos amigos que se le habían anticipado y que le contaron muchas maravillas de este país y a donde se fue llevándose consigo a tu abuelo, para no dejarlo en España solo ya que todavía era muy joven. –
– El resto de la historia creo que lo conozco Don Pedro, por Don Justino – comentó Agustín – mi abuelo vivió con el suyo en México, por mucho tiempo pero al alcanzar la mayoría de edad, decidió regresar a España, recolectó lo que pudo y aun tratando de levantar la finca de nuevo, las malas lenguas fueron más poderosas y mi pobre abuela, siendo muy sensible a todo eso, se enfermó de los nervios, por lo que se regresaron a México, junto con mis tíos Esteban y Eduardo y mi madre y mis otras tías nacieron allá –
– Así es Don Agustín, veo que también conoce la historia, por lo pronto, lo único que puedo decirle es que de alguna forma, aunque no de sangre, somos por así decirlo, casi parientes – sonrió amablemente
– Si Don Pedro, casi parientes y me siento como parte de la familia, estoy muy contento de haberlos conocido – contestó Agustín – Sinceramente – reconfirmó con una amplia sonrisa.
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XII.
Esa noche la pasó en casa de Don Pedro y una vez en su habitación, recostado en una blanda y suave cama, se sintió mucho más reconfortado con la historia escuchada de Don Pedro, algo más detallada que la que le había escuchado a Don Justino, pero de igual forma, seguía intrigado con el asesinato de su bisabuelo y la muerte de la pequeña, siendo todo muy confuso y extraño. Decidió que no importando el tiempo que le tomara, debía conocer la historia real y si fuera posible, hasta dar con el asesino, aun cuando ya han pasado más de cien años, por lo menos, pensó, debería conocer la finca y hacer todo lo posible por redimir el nombre de la misma, por eliminar la maldición que pesaba sobre ella, hoy en día no era posible que continuaran pensando en brujas y brujerías y maldiciones y cosas así.
Esa noche, cuando contactó a Anita, le comentó lo que pensaba hacer y Anita lo apoyó entusiasmada.
– Pero claro cariño, has todo lo posible por eliminar la maldición de la finca, seguro será una labor titánica, pero también muy interesante, como juego de detectives, no sabes la envidia que me da el no poder estar allá contigo investigando, sabes lo mucho que me gusta hacer eso –
– Si, lo sé – le confirmó riendo – espero poder lograrlo, son muchísimos años, pero estoy convencido que encontraré algún hilo suelto y de allí para adelante, no lo sé, pero debo intentarlo, por mi bisabuelo, por mi madre, por mí también –
– Y por tus futuros hijos – reconfirmó Anita riendo
– Si, por mis hijos también – se rio – Solo que no sé cuánto tiempo me tomará esta investigación y la verdad es que ya te estoy echando mucho de menos amor y supongo que tú a mí también –
– Claro tontín, te extraño muchísimo, pero bueno, ya se verá, tú no te preocupes, acá todo está bien y andando. Vi a Doña Leonor ayer y casi se me viene encima con un montón de preguntas y de reclamos, pero ni caso le hice, me pasé derecho al edificio que vamos a comprar y no le contesté, bueno, casi ni el saludo y no es que sea yo grosera, ella es la grosera – estampó con energía
– Cuánto lamento que tengas que ver esto tu solita allá, debería hacerlo yo, es mi responsabilidad – le comentó contrito
– Ya te dije que no debes preocuparte, además, yo misma ofrecí hacerlo y estoy muy contenta de ayudarte en esto – le contestó con el mismo siempre excelente humor
Agustín pasó una noche tranquila, durmió muy bien. Se levantó temprano, aunque el sol ya había despuntado y el amanecer hacía rato que había pasado a ser una mañana llena de energía. Los Escobar ya se encontraban en el desayunador cuando bajó y le ofrecieron desayunar con ellos, entre risas y comentarios caseros. Del tema de la finca de momento no se comentó nada y Don Pedro papá, se veía muy animado.
– Espero muchacho, que encuentres tu estancia aquí muy placentera, que puedas pasear con gusto y con confianza – le dijo sonriente
– Si Don Pedro, estoy seguro que sí, ya me siento muy bien y estoy habituado a caminar mucho, así que no habrá problema –
– ¿Querrás regresar en la tarde con nosotros, o pasarás al Hostal? – Preguntó Doña Cristina ya tuteándolo con confianza
– Creo que prefiero ir al Hostal, para no causarles a ustedes muchas molestias – contestó
– Pero si no es ninguna molestia Agustín – dijo con énfasis Pedro hijo, también tuteándolo
– Les agradezco infinitamente, pero me siento mejor allá, un poco más independiente, como comprenderán y quiero hacer muchas cosas –
– Está bien muchacho, está bien, como tú quieras – contestó Don Pedro papá mirando a Cristina que ya había abierto la boca para protestar, pero la cerró de inmediato y asintiendo sonrió a Agustín.
Don Pedro papá y Cristina se levantaron para salir y Don Pedro hijo, se quedó un momento más con Agustín.
– Agustín, ¿me permites decirte de tú? – preguntó
– Claro Pedro con toda confianza, la diferencia de edades no es tan grande y podemos sentirnos más a gusto – contestó Agustín
– Mientras Cristina ya te está tuteando por su propia iniciativa, pero ella es así – le dijo sonriendo – ¿ya has decidido que vas a hacer? ¿te quedarás unos días? –
– Si, me voy a quedar bastante tiempo creo, he tomado la firme decisión de hacer averiguaciones pertinentes, con el fin de averiguar que pasó realmente, como fue asesinado mi bisabuelo y callar de una vez por todas, las maledicencias que han empañado el apellido de los Villarygoitia – contestó con firmeza
Pedro hijo se le quedó mirando un poco sorprendido, pero al ver el rostro decidido de Agustín, prefirió guardarse sus comentarios y asentir solemnemente.
– Seguro Agustín, estoy convencido que lo lograrás y si en algo te podemos ayudar, no dudes en avisarnos – Le comentó con sinceridad
– Perfecto, ya me haré cargo y en cuanto tenga alguna noticia o necesite algo, los contactaré de inmediato – Contestó Agustín levantándose y alistándose para salir.
Se despidieron y Pedro se le quedó mirando en cuanto salió de la casa y avanzaba por el camino hacia la plaza central. – Buen muchacho, si, es un buen muchacho – pensó seriamente.
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XIII.
La mañana lucía espléndida, aunque un par de pequeñas y blancas nubes en lo alto de las cumbres comenzaban a reunirse, los ladridos de los perros a lo lejos juntando a las ovejas y a las cabras, el mugir de los bovinos inquietos y listos para avanzar a los pastizales, el maravilloso aroma a campo y flores silvestres, envolvió a Agustín en una sensación de paz y armonía. Caminó a buen paso rumbo a la plaza central adonde esperaba encontrarse con las dos muchachitas, Maritza y Lorenza y aceptaría que lo condujeran a la finca.
Las chiquillas en cuanto lo vieron, le salieron al encuentro riendo y haciendo sonar sus carcajadas encendidas, dándole un especial encanto al encuentro, como si ya fueran grandes amigos.
– Bienvenido Señorito Mexicano – le dijo Lorenza en una gran carcajada
– Buenos días Don Agustín – replicó la más joven, Maritza
– Buenos días amigas, muy buenos días, está hermosa la mañana para un paseo, ¿no creen? –
– Si, mucho y aprovecharemos para llegar hasta la finca y luego regresar por el otro lado, para rodear el pueblo y que así conozca usted más – aseguró Lorenza
Se encaminaron enseguida, Maritza iba platicando y cantando al mismo tiempo, Agustín apenas y podía entender lo que ella decía. Lorenza le explicó que Maritza estaba cantando en un dialecto muy antiguo de la zona, algo parecido al español, pero combinado con otras lenguas, algunas muy viejas y en desuso. Le recriminó enseguida y le pidió que hablara en español normal, para no molestar a Agustín, pero él respondió que no era necesario, el dialecto sonaba muy hermoso y en perfecta armonía con el paisaje.
Caminaron muchísimo, ladera arriba y ladera abajo, dieron varias vueltas y en algunos lados parecían dar vueltas en círculo, Agustín ya se estaba cansando, el sol del mediodía caía a plomo sobre sus cabezas y el sudor ya cubría sus rostros, empapando las cejas y ardiendo en los ojos.
Cuando Agustín ya se preparaba para protestar, las muchachas señalaron a la distancia.
– Desde acá empieza la finca Don Agustín y se puede ver casi todo el terreno, ¿puede ver allí la construcción?, ya casi no queda nada levantado, pero se puede adivinar el tamaño de la casa por las piedras de los cimientos – comentó Lorenza
– Nuestro padre ya no nos dejaría pasar más allá – comentó Maritza, – pero estando con usted, seguramente no se va a enojar si le explicamos ¿verdad Lorenza? –
Agustín miró a su alrededor, la finca era en verdad enorme, unos postes con algo de alambrada todavía, delimitaban un gran terreno de cultivo, también pudo, como lo puntualizó Lorenza, adivinar el lugar y tamaño de la casa principal y los potreros. Mucho estaba derrumbado o a punto de derrumbarse. A lo lejos, a la izquierda, se podía ver el riachuelo que se formaba desde el nacimiento del manantial y una gran montaña detrás, que delimitaba la zona norte. Hacia el sur, a lo lejos, Agustín notó unas tiendas de colores, como motas estampadas sobre un mantel muy verde.
– Esas que ve usted allá, son las tiendas de los Gitanos, vienen cada año por esta época y se vuelven a ir, mi mamá les tiene miedo, dice que se roban el ganado y a los niños pequeños – comentó Lorenza con una carcajada. – Nosotras hemos ido a su campamento y siempre nos han recibido muy bien y se ponen muy contentos, no nos han hecho nunca nada y son muy amables, a veces, hasta nos convidan de sus alimentos y bailamos con ellos también –
– Si supiera mi papá lo que hacemos, seguro nos va a regañar y a castigar mucho – comentó Maritza algo preocupada por la confesión de su hermana, mirando a Agustín suspicaz.
– No se preocupen chicas, yo no voy a decir nada – contestó Agustín cómplice
Agustín volvió a mirar hacia la finca. Efectivamente, se veía muy amenazador, sobre todo los muros a punto de caer. Era demasiado peligroso acercarse allí en estas condiciones y no quiso arriesgar a las muchachas, pese a su gran entusiasmo, pero sintió que tenía la responsabilidad de ellas y no permitió que se acercaran. De cualquier forma, caminaron rodeando el edificio y continuaron hasta el manantial, el cual cantaba alegremente la frescura del rocío y salía con fuerza del vientre mismo de la montaña, con tanta claridad y limpieza, que era posible probarla directamente, sin ningún riesgo. El agua salía límpida y helada, con un sabor inigualable.
En lo alto de las montañas, las pequeñas nubecillas tempranas se habían convertido en un gran amasijo de grandes y acumuladas nubes grises aceradas y negras, amenazando con una fuerte tormenta lanzando de cuando en cuando rayos y luces, cuyo trueno llegaba de muy lejos todavía. La tarde también comenzaba y los paseantes ya tenían hambre, así que Agustín convenció a las muchachas, que un poco reticentes, aceptaron regresar al pueblo cuanto antes, pero no sin pasar un momento al campamento gitano, querían saludar a sus amigos.
Agustín no estaba demasiado de acuerdo, pero dado que dependía de las muchachas para retornar al pueblo sin perderse, decidió consentir con sus deseos.
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XIV.
En cuanto vieron los gitanos a las muchachas, dieron fuertes voces en un idioma desconocido para Agustín, pero que aparentemente ellas entendieron y les contestaron en el mismo tono, fueron rápidamente rodeados por un grupo muy alegre y entusiasta, que no dejaba de sonreírles y de brincar a su alrededor.
– Hola Pacho, hola Pijui – gritó Lorenza muy contenta y abrazó efusivamente a dos jóvenes atléticos y morenos, que la miraban con simpatía, también Maritza abrazo a una jovencita de grandes ojos moros y expresivos.
– Este es el señor del que les hablamos ¿recuerdan? El señor de México y que acaba de heredar la finca de Villarygoitia – les aclaró Lorenza, pues los gitanos ya miraban a Agustín con curiosidad y él sintió el peso de sus miradas.
Uno de los gitanos, el llamado Pacho, le extendió amigablemente la mano a Agustín y la estrechó fervorosamente, – bienvenido señor Mexicano – comentó en perfecto español, pero con un acento extraño
– Me llamo Agustín López de Villarygoitia – contestó él con seriedad
– Mucho gusto señor – le respondió el otro gitano
Maritza y Lorenza brincaban de gusto alrededor de los demás y sonreían alegres, haciendo miles de comentarios y expresiones, tanto en español como en el otro idioma.
Pacho le explicó a Agustín, que ellos eran gitanos del norte y que el idioma que manejaban de manera cotidiana era una mezcla de dialectos, lo que para el resto era incomprensible, pero conocían a estas muchachas desde que eran pequeñas y les habían enseñado a hablar así. Agustín asintió divertido mirando la forma en que las chicas se revolvían y brincaban, lo que denotaba mucho cariño por parte de los gitanos hacia ellas y viceversa.
– Estamos muy contentas de verlos otra vez y aprovechamos la visita de este señor para venir a saludarlos, saben que papá nos tiene prohibido venir, pero igual venimos – dijo Lorenza feliz
Un rato después de mucho brinco y algarabía, Maritza y Lorenza comenzaron a despedirse de sus amigos, pues ya venía la lluvia y querían adelantarse antes de que los atrapara en el camino.
– Chicos, ya nos vamos – comentó con algo de tristeza – debemos irnos ya, porque si no nos agarra la lluvia –
– Si niña, si, ya váyanse, pero sepan que mañana a la noche tenemos una gran fiesta, es el cumpleaños de nuestro jefe y líder y queremos que vengan ¿podrán?, por supuesto que el Sr. Agustín está cordialmente invitado también –
Maritza y Lorenza voltearon a ver a Agustín suplicantes. El las miró pensativo unos instantes y asintió aceptando. No tenía ni idea de cómo podría organizarlo y que las muchachas lo pudieran acompañar, pero ya encontrarían la forma.
Se despidieron de momento, asegurando que los acompañarían a la fiesta. Las nubes de tormenta se veían realmente amenazadoras, los rayos caían con más frecuencia y los truenos se escuchaban más cerca de lo que Agustín hubiera deseado.
– Debemos atravesar por este lado – comentó Lorenza – es más difícil la subida, pero cortamos mucho camino –
La subida a la que se refería Lorenza, resultó ser una escarpada ladera de la montaña, con un paso para cabras solamente. Estaba resbaladizo y era peligroso por lo alto y complicado para agarrarse de las piedras sueltas, pero Agustín lo intentó con todo su valentía y vigilante para que las muchachas no resbalaran, aunque en el fondo tuvo que reconocer que las chicas lo estaban haciendo mucho mejor que él.
Terminaron de subir la ladera y entraron a un pequeño bosque muy tupido de grandes y olorosas coníferas, los rayos se acercaban demasiado y a veces hasta parecían caer justo encima de ellos. Agustín comenzó a preocuparse, pero las chichas ya iban casi corriendo delante de él y no tuvo tiempo de analizar su situación, tuvo que apretar el paso para alcanzarlas.
– Espérenme – les gritó de pronto, pues ya se habían adelantado mucho
– Anda vejete, apresúrate – le recriminó Lorenza riendo – estás muy lento y nos va a coger la lluvia
Agustín apretó el paso aún más y las alcanzó con un último resuello, ya estaba muy cansado y le faltaba el aire, pero desde allí pudo ver el pueblo en el valle abajo, estaban comenzando a encender unas lámparas y unas gotas gruesas cayeron. Comenzó a llover a cántaros y los tres arrancaron a correr montaña abajo, resbalando de cuando en cuando con muchas risas y carcajadas.
Cuando finalmente llegaron al pueblo, Agustín acompañó a las muchachas a su casa. Don Rogelio ya las estaba esperando con el ceño fruncido. Agustín le explicó la situación como mejor pudo, tranquilizándolo y haciéndose él responsable por ellas, para que no las regañara demasiado.
– Yo les di permiso solo para que lo acercaran a la finca, saben que está prohibido que entre – dijo con voz muy ronca y profunda – es que es muy peligroso para unas niñas tan inquietas, como si no las conociera yo – dijo puntual mirando a sus hijas enfadado con ambas
– Yo estuve cerca de ellas todo el tiempo Don Rogelio y puedo decirle que son muy cuidadosas y obedientes – dijo conciliatorio, pero Don Rogelio no se dejó convencer y repitió:
– ajá, como si no las conociera yo, seguro que también bajaron a donde los gitanos ¿verdad? –
– bueno, sí papá, pero… – trató de explicar Lorenza, pero calló de inmediato al ver la mirada fulminante de su padre
– Don Rogelio – apuntó Agustín un poco preocupado – no debe molestarse con las muchachas, fui yo quien insistió en bajar con ellos y por otro lado… –
– Mire Don Agustín, le agradezco que trate de defender a mis hijas, pero créame que las conozco muy bien y siempre se salen con la suya, pero no se preocupe, no me las voy a comer vivas, solo les tengo que dar una reprimenda, usted comprenderá – le contestó tajante
– Pero papá … – trató de intervenir Maritza
– Nada, pero nada, adentro a la casa, ahora mismo – le contestó Don Rogelio – perdóneme Don Agustín, pero no puedo invitarlo ahora a pasar, eh, debo recriminar a estas niñas locas –
– Si señor, comprendo – le contestó y miró a las muchachas guiñándoles un ojo, cómplice de su travesura y pensando cómo pediría permiso para que las muchachas lo acompañaran al día siguiente a la fiesta de los gitanos, pues Don Rogelio se veía tan molesto, que en verdad hasta a él le había impuesto un cierto temor.
Las muchachas y Don Rogelio entraron a la casa y Agustín se quedó fuera, pensativo, ya había girado para ir rumbo a la Hostería de Don Cuquillo, cuando sintió unos pasitos detrás de él. Era Maritza
– Don Agustín – le llamó – me dice Lorenza que no se preocupe por el regaño, ya estamos acostumbradas al mal carácter de papá – le dijo con una sonrisita – además Lorenza me manda decirle que cuente con nosotras para mañana a la noche, para la fiesta gitana, estaremos puntuales en la fuente de la plaza esperándolo al atardecer –
– Está bien – contestó Agustín con una sonrisa y Maritza regresó corriendo a la casa.
Llegando a la Hostería, subió a su cuarto para cambiarse la ropa empapada, aprovechó para darse un buen baño de agua caliente y ya más repuesto, bajo a tomar sus alimentos. En ese momento recordó que aún no había comido y le dio mucha hambre, así que pidió un buen almuerzo y un gran vaso del rico vino local. La comida en la Hostería era riquísima, jamás había comido tanta carne y tan bien preparada, los embutidos, las salsas, las ensaladas y otros aditamentos muy bien preparados y condimentados de manera intensa, le daban a los platillos un sabor exquisito, pero robusto. De cualquier forma extrañó sus tortillas mexicanas y sus chiles picantes. – No sé por qué siempre pasa lo mismo con todos los mexicanos que viajamos al extranjero, extrañamos nuestros chiles y nuestras tortillas de maíz, como que la comida no nos sabe igual – pensó sonriendo y recordando su país. En eso sonó su celular y era Anita. El corazón le brincó de una manera muy especial y se alegró muchísimo de escuchar su voz.
– Anita querida, ¡qué gusto escucharte! – le dijo
– Hola Agustín, también a mí me alegra mucho escucharte, pero es un lío el tema de la diferencia horaria – le dijo – ¿sabías que acá acabo de levantarme y allá ya estás a punto de acostarte a dormir? –
– Bueno, no tanto – le contestó riendo – apenas estoy comiendo ¿Cómo ves? Y es que estuve todo el día fuera, ya visité la finca –
– ¿La finca? y ¿qué tal está? ¿es tan terrible como dicen? – preguntó
– peor, mucho peor de lo que dicen, no creo que tenga arreglo posible – le contestó
– vaya, que pena, eso es triste – le dijo Anita consternada – yo tenía la idea de la ibas a reconstruir o reparar, o lo que hiciera falta y que luego vivirías allí, no sé –
– No, es imposible, apenas hay dos o tres bardas de piedra aún de pie y lo demás son ruinas, no queda nada, pero el terreno es fabuloso y hay un manantial de agua riquísima y una zona con gitanos y… – comenzó Agustín a platicar muy entusiasmado. Anita lo escuchó atentamente por un buen rato, con algunos corto comentarios y exclamaciones. Agustín terminó la plática comentándole la fiesta a la que asistiría la noche siguiente.
– Me alegra muchísimo Agustín, que estés tan contento y entusiasmado, tenía mucho tiempo que no te escuchaba así – le confirmó Anita feliz – en verdad me alegra escucharte tan bien –
– Si querida Anita, estoy muy feliz en verdad, creo que será un viaje muy provechoso y sobre todo ahora que todavía tengo tan fresco el recuerdo de mi madre, me estoy sanando poco a poco, pero mucho mejor que si estuviera en México, son muchas las distracciones que tengo acá y me hacía mucha falta salir –
– Si querido, entiendo muy bien y me alegra mucho por ti –
– ¿Cómo vas tú? ¿Cómo va todo en México? – preguntó Agustín
– Pues va viento en popa, como te dije, cuando me propongo algo lo logro – le contestó riendo – soy muy terca, me conoces, pues te cuento que ya está muy avanzada la compra del edificio adjunto, de los vecinos ya nos reunimos y pude explicarles con punto y seña lo que queremos hacer, para mi gran sorpresa, no estuvo Doña Leonor en la reunión, porque tuvo no sé qué compromiso con su comadre o algo así, por lo que la junta fue mucho más ligera de lo que esperaba y la gran mayoría se alegraron mucho de poder mudarse al edificio cuando esté listo, solo algunos decidieron buscar otro lugar para irse a vivir, pero en general, todo transcurrió en paz y armonía, aunque claro, sigo esperando el ataque esperado de Doña Leonor y su escándalo al respecto, pero ya veremos qué hacer en ese caso cuando suceda, mientras Don Justino y yo ya somos grandes amigos –
– Eso es fantástico cariño, solo buenas noticias –
– Solo tengo un detallito más que comentarte y aunque tú sabes que no creo en ello, pero … – se interrumpió un momento, como pensando
– ¿qué pasa cariño, que es lo que te molesta? – quiso saber Agustín
– Pues es que por ratos, sobre todo en las tardes, hasta yo lo pude escuchar, el piano se toca solo, unas pocas notas, tal vez algunos cortos acordes ¿sabes? de una de las piezas que le gustaban mucho a tu mamá, se oye muy bajito y solo un ratito, pero espanta – comentó
– Que extraño – respondió Agustín – pero a mí también me pasó eso, justo antes de venir a España, ¿te acuerdas? Creo que te lo comenté aunque no me acuerdo
– No, no me habías comentado, pero seguro fue porque sabías que me iba a reír de ti – le contestó con suavidad – pero ahora no me río amor, es en serio, es muy raro eso –
– No te preocupes cariño, seguro es nuestra imaginación o tal vez algo con la humedad de la casa o qué sé yo, siempre hay una explicación – le contestó con la mayor seguridad, pero no estaba tampoco demasiado convencido.
Continuaron platicando un rato más y cuando finalizó la llamada, Agustín se dio cuenta que estaba muy cansado y le dolían las piernas de tanto andar, ese día había sido muy agitado y ahora necesitaba ir a la cama, dormiría como bebé seguramente. Se tomó el resto del vino que había en el vaso y subió a su habitación. El silencio nocturno, la suave brisa después de la tormenta y el cantar de unos grillos, lo fueron arrullando hasta que se quedó profundamente dormido.
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XV.
La noche pasó como un suspiro, seguía sintiéndose algo adolorido y cansado. En cuanto corrió las cortinas de su ventana, observó que la mañana estaba algo nublada, probablemente llovería temprano nuevamente. Los pajarillos cantaban entusiasmados y a lo lejos un suave viento húmedo y fresco lo motivó nuevamente a pasear y a disfrutar de la mañana. Se tomó un desayuno muy ligero y salió de la Hostería con rumbo indefinido.
Caminó por el empedrado un rato hasta llegar al pequeño hospital del otro lado del pueblo. Una guapa enfermera platicaba con un doctor algo mayor, que la miraba con suspicacia, mientras ella le devolvía coqueta algunas sonrisas. No parecía haber muchos enfermos en el hospital y todo se veía muy relajado. Se acercó a los dos para saludarlos y pedir unas señas. En cuanto le informaron en donde se encontraba el archivo general del pueblo, fue directamente a ese lugar, que también hacía las veces de biblioteca pública.
El edificio al que se dirigía, era un cubo enorme de piedra y salvo dos o tres ventanitas minúsculas, en la segunda planta y una puerta al frente, no había ningún otro aditamento que aligerara lo pesado del local. Desde lejos parecía más una cárcel que una biblioteca. Agustín titubeó un poco antes de entrar, pero se decidió finalmente y se acercó a un gran mueble que hacía de contra-barda y recepción. Una señorita de edad indefinida, muy delgada y amarillenta, con unos gruesos anteojos y un vestidito ajustado de color entre gris oscuro y negro, lo miró directamente a los ojos y casi le escupió:
– ¿Qué se le ofrece? – preguntó con voz aguda y estridente
– Buenos días señorita, perdone usted la molestia, pero ¿tienen algunos documentos muy antiguos, de antes de este siglo que quisiera revisar? –
– ¿Antes de este siglo? ¿se refiere a principios de este o a finales del anterior? Debo saber más o menos que fecha y que tipo de documento quiere. Si tenemos algunos registros así de antiguos, pero necesitaría saber qué es lo que busca en específico, para poder ayudarlo – le contestó
– Bueno, yo quisiera saber.. – titubeó, en realidad no tenía ni idea de que es lo que estaba buscando, – bueno, no sé la verdad, yo … –
– Usted es el señor que viene de México, ¿cierto? Es el heredero de la finca Villarygoitia supongo, y bueno, seguramente estará usted buscando los registros de esa época – le dijo tratando de alguna forma dirigirlo
– ¡Exactamente! – contestó Agustín aliviado
– Eh, bueno sí, tenemos algunas fichas por acá, los registros más antiguos están arriba – La señorita comenzó a buscar y a rascar por los cajones debajo de su escritorio y luego subió y bajó varias veces unas escaleras, trayendo consigo con unas cajas de cartón. Un poco después Agustín estaba cómodamente sentado en una salita, con varios expedientes de documentos enfrente. Lo primero que observó fue que la gran mayoría de los registros eran fotocopias y que seguramente los originales los tendrían bajo buen resguardo y así se lo comentó a la señorita, quien lo confirmó, aduciendo que sería una pena muy grande si los originales se dañaran por mal trato, por lo que ella misma se había dado a la tarea de fotocopiar toda la documentación antigua y resguardado bajo llave en caja fuerte, los originales.
Agustín agradeció que así fuera, pues efectivamente, por las fechas que pudo encontrar, había documentos desde 1693 y anteriores posiblemente. Lo curioso era que estaban muy bien organizados por tema y lo que la señorita le había traído eran extractos, incluso algunos mecanografiados, de documentos manuscritos y todo sobre el tema del Duque y la finca Villarygoitia. No le extrañó entonces, poder leer como si fuera una novela, toda la historia desde los tatarabuelos, procedentes del sur de Europa y como se hicieron de la finca, el tamaño real que tenía en ese entonces y como se fue partiendo en pedazos para ir abasteciendo a la familia de terrenos para construir o explotar en el ramo agrario. Como al finalizar el siglo XIX y al comenzar el siglo XX, con instrucciones precisas del Rey de España, fue enviado el bisabuelo a la guerra contra los enemigos del reino y al regresar como héroe, fue premiado con varias condecoraciones y algunas tierras más que aumentaron el poder del Duque sobre el pueblo. También pudo leer que al bisabuelo se le encontraron varias faltas debido a su extrema debilidad por la bebida y su muy mal temperamento.
Había un apartado en el que aparecían algunas demandas contra el Duque y su mal comportamiento, incluso hubo algunas por agresión física y otras por duelos, que ya estaban prohibidos por la ley de entonces, pero que el bisabuelo desatendía y participaba en los mismos de manera continua y exitosa, como extraordinario espadachín que era, obligando a sus adversarios, si es que sobrevivían, a irse del pueblo. Este tema iba aunado a una extraña demanda de parte de los gitanos, en la que explicaban su estancia en la finca desde tiempos inmemorables y aunque el Rey había otorgado este terreno para ser parte de la finca, ellos reclamaban para sí, el derecho por antigüedad de seguir usando durante el verano y por solo unas semanas, este lugar específico para colocar sus tiendas. Nunca hubo, o por lo menos Agustín no encontró por ninguna parte, respuesta del bisabuelo a esta demanda.
Le tomó buena parte de la mañana y un poco más del mediodía el revisar los registros. Le comenzó a doler la cabeza, seguramente por hambre, así que acomodó todo de nuevo en las cajas y le pidió a la señorita que los guardara en su lugar.
Salió del lóbrego edificio y el sol le pegó directamente en el rostro, cegándolo momentáneamente. No se había dado cuenta de lo oscuro que estaba dentro de la biblioteca, pero agradeció el aire fresco y se sintió un poco mejor. Caminó hacia la plaza principal y tomó asiento en el único restaurante, de donde ya salía un delicioso olor a comida y donde una ligera musiquilla le llegó a los oídos, se comenzó a sentir más animado en cuanto le sirvieron la acostumbrada copa de vino y una olorosa sopa de verduras.
Cuando terminó sus alimentos, revisó las notas que había hecho en la biblioteca y las comparó con las notas que había tomado durante la plática con Don Pedro en su casa. También apuntó un par más de detalles que iba hilando y con eso ya se estaba formando una idea bastante exacta de cómo era el bisabuelo. No era buena persona, por lo que pudo dilucidar, tampoco era demasiado querido en el pueblo y la gente le tenía mucho miedo, no tanto por respeto a su dignidad de Duque, sino a su mal genio, aunado a su vicio por el alcohol y ni dudar tampoco, por las mujeres. Algunas de las demandas que leyó Agustín, eran de maridos ofendidos y esposas agraviadas.
Tuvo que sonreír un poco, – vaya, un bisabuelito, parrandero, mujeriego y jugador – pensó –solo falta que fuera cantor – y soltó una carcajada
La hora para encontrarse con Maritza y Lorenza se acercaba, aún tendría que caminar hasta la fuente de la plaza principal. – ¿Será que consiguieron el permiso de su padre para ir a la fiesta gitana, o tal vez se escapen? – pensó con un poco de angustia. – Si se escaparon las obligaré a retornar a su casa, no quiero problemas con Don Rogelio, no es buena idea, aunque me pierda yo de la fiesta – pensó seriamente.
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XVI.
Las muchachas ya lo estaban esperando y se alegraron mucho de verlo.
– Don Agustín, acá – le gritó Lorenza en cuanto lo vio
– Hola chicas ¿cómo están? –
– Pues estamos como puede ver – contestó Maritza riendo y dando unos pasitos coquetos hacia él
– Estamos muy bien Don Agustín y listas para irnos cuanto antes – le confirmó Lorenza tomándolo de la mano apurándolo
– Hey chicas, esperen un momento – las detuvo – quiero saber si cuentan con el permiso de su papá para ir, no voy a ir si no lo tienen ¿entienden? – les dijo muy serio
Lorenza lo miró bajo sus hermosas y largas pestañas y le contestó – Don Agustín, ya escuchó a nuestro padre ayer, nunca nos dará permiso, pero nosotras igual hacemos lo que queramos –
– Pues no voy sin ese permiso niñas, de plano no voy, así que olvídenlo – les dijo tajantemente
Maritza estaba a punto de echarse a llorar, pero Lorenza se contuvo.
– Bueno, si es tan importante para usted, papá está ahora en la botica, si quiere lo alcanzamos y le pedimos el permiso que usted dice, pero no sé cómo vaya a reaccionar – le dijo tristemente
– No me importa, si no les da permiso no vamos y punto – les dijo con firmeza
Caminaron lentamente hacia la botica, que estaba a unos cuantos pasos de allí. Maritza iba murmurando y lamentándose tristemente. Lorenza miraba a Agustín con interés y suspicacia. Nunca había visto a un hombre tan valiente, pensó y se sintió orgullosa de ir con él.
En cuanto vieron a Don Rogelio, el propio Agustín se acercó y le extendió la mano para saludarlo. Don Rogelio la apretó con fuerza y le sonrió amablemente.
– ¿Qué lo trae por aquí Don Agustín, además de estas dos tórtolas? – preguntó acariciando la cabeza de Maritza
– Es que Don Rogelio, bueno, me estoy atreviendo a pedirle que les dé usted permiso para que me acompañen a una fiesta que han organizado los gitanos y que el día de ayer, cuando los vimos, nos han invitado muy cordialmente – Le informó Agustín con un nudo en la garganta.
Don Rogelio soltó una gran carcajada y sorprendiendo a las muchachas y a Agustín, les dijo:
– Pero si eso ya lo sabía, mentecatos, deberán creer que soy tonto o algo así – les dijo aun riendo – como si no conociera a este par de diablillas mías, está bien, está bien, que bueno que usted es todo un caballero y que ha tenido la presencia de venir hasta acá a avisarme, pero yo ya sabía lo que tenían planeado mis niñas y pensaba incluso ir con ellas –
– ¿Nos vas a acompañar papá? – preguntó Lorenza muy sorprendida y abriendo mucho los ojos
– Pero claro hija, ¿cómo piensas que las iba a dejar ir solas y más por la noche? además debo informarte que el gran jefe de la tribu, Don Jonás, ha venido personalmente a invitar a varios del pueblo a su convite con motivo de su aniversario –
– ¿Te invitó el propio Don Jonás? – dijo Maritza entusiasmada – eso sí que es noticia – gritó
– Así es pequeñuela y ya nos estamos alistando para ir, hemos preparado un carromato especialmente para el viajecito, que no está tan cerca como para ir andando e iremos unas diez personas, entre ellas el buen boticario acá presente – respondió dando unos golpes en el mostrador. El boticario, un gran y robusto hombre de cara redonda y colorada, no paraba de reír y dando un fuerte apretón de manos a Agustín, lo saludó.
– Así que todo arreglado – comentó Agustín más tranquilo, – así vamos varios y estas muchachas tienen permiso, que gran alegría, la verdad – suspiró aliviado.
Se subieron al carromato, jalado por dos enormes caballos y se encaminaron a las afueras del pueblo, recogiendo a su paso a los demás invitados. Todos iban platicando y comentando la fiesta de los gitanos. Por lo que pudo entender Agustín, esta sería una gran fiesta aunque el gran jefe de los gitanos ya había invitado a algunos antes a otras fiestas, ésta en particular era muy importante y por ello también estaban contentos de poder participar. Para gran alegría de Agustín, también Don Pedro papá y su hija Cristina los acompañaban. No participaría Don Pedro hijo, por no encontrarse en el pueblo, estaba en la ciudad atendiendo unos negocios.
Llegaron del mismo lado del que Agustín y las muchachas habían tomado el día anterior, pero Agustín no había notado que existía un camino, finamente espolvoreado con tierra amarillenta pero de base firme, por lo que el carromato pudo rodear la casa en ruinas y alcanzar la zona de los gitanos de manera más directa, pasando sobre un pequeño puente de maderos crujientes sobre el riachuelo formado por el manantial, que atravesaba el valle y que llegaba hasta el mismo pueblo.
La tarde se acababa y el ocaso anunciaba una noche templada. Los gitanos ya tenían preparada la fiesta, adornos luminosos de farolas de papel encendidas por doquier, varias fogatas estaban asando puerquillos adosados con hierbas aromáticas, la música y los bailes habían comenzado. Las muchachas apenas podían esperar a que se detuviera el carromato y se lanzaron en loca carrera hacia la fogata principal, Don Rogelio y los demás, incluyendo a Agustín, esperaron a ser llamados. Agustín reconoció a Pacho y Pijui inmediatamente y los dos se acercaron sonrientes, llamándolo para que fuera con ellos a la fogata, todos los demás también se encaminaron y se fueron sentando alrededor.
Las risas, los cantos y la algarabía propia y famosa de los gitanos en sus bailes no se hicieron esperar, Agustín estaba fascinado por todo lo que veía, tantos colores, olores y sonidos. Justo cuando la fiesta estaba en su apogeo, apareció Don Jonás, finamente vestido de traje, con corbata y chaleco y unos zapatos de charol brillante y un sombrerito de palma blanco, que desentonaba completamente contra los vistosos trajes gitanos, llenos de listones de colores, camisas abiertas hasta la cintura y pantalones sueltos y huangos. Pero allí estaba el principal, con una mirada profunda y sabia, mirando a su derredor, revisando, casi analíticamente a cada uno de sus invitados. Se hizo un profundo silencio, en cuanto la pesada mirada cayó sobre Agustín, él se ruborizó inconscientemente y le hizo una seña de que se sentara junto a él. Agustín se levantó y se acercó con humildad frente a este imponente personaje.
Cuando Don Jonás se sentó y Agustín también, regresó la algarabía a la fiesta. Algunas muchachas jóvenes y hermosas no dejaban de mirar a Agustín y él les sonreía con simpatía.
– Así que usted es el nuevo dueño de la finca Villarygoitia – escuchó decir al jerarca
– Este, si señor, soy el heredero – le contestó tímidamente
– Es usted muy joven mi buen amigo – le comentó con una amable sonrisa – quisiera me diera un poco de tiempo para hablarle de un tema importante para mi pueblo y para mi gente, si me lo permite –
– Por supuesto Don Jonás, es un hecho, usted dígame cuando – le contestó
– Espero que se pueda mañana mismo, después de la fiesta, pues creo que es muy importante –
– Si, Don Jonás, con mucho gusto estoy a su disposición – le contestó.
Supuso Agustín que el tema con Don Jonás sería el terreno que ocupaban los gitanos y que seguramente se lo iba a pedir para que lo ocuparan de manera permanente, de eso no había ninguna duda, pero algo en la mirada de Don Jonás lo hizo sentirse intranquilo, algo que parecía ser más una pregunta, que una solicitud. La mirada que encontró Agustín, era una súplica triste y sincera, una mirada de alguien que quiere pedir perdón.
Una hermosa muchacha se acercó a Agustín, lo tomó de las axilas y lo levantó casi en vilo, sorprendiéndolo y haciendo reír a Don Jonás. La muchacha se puso a bailar en derredor de Agustín, obligándolo a sacar pasos de baile al son del ritmo que tocaban los musicantes con sus tamboras, castañuelas y guitarras, aunadas a voces argentinas y vibrantes que retumbaban por el valle y rebotaban en las montañas en un eco atronador.
La comida, la bebida, el baile, la música, todo en movimiento continuo, al mismo tiempo juvenil y lleno de energía, comenzaron a marear a Agustín, quien feliz se dejaba llevar al ritmo y sabor de la fiesta, misma que duró hasta el amanecer. Ya agotados, varios de los invitados habían caído dormidos en diferentes lugares. Maritza y Lorenza hacía rato que las había visto profundamente dormidas y abrazadas a una gitana rolliza. Don Pedro y Don Rogelio seguían bebiendo y platicando cerca de una de las fogatas que aún permanecía encendida. Agustín pensó en juntarse con ellos, pero el cansancio hizo presa y sin más se desconectó allí mismo, durmiendo sobre el duro suelo del bosque.
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XVII.
Un ruidito lo despertó de pronto, abrió los ojos sorprendidos y sintió una punzada en la espalda. Se había dormido sobre una piedra y ésta se le estaba enterrando en las costillas. Ya había algunas personas levantadas, algunas seguían roncando y los más estaban acostados o apoyados en los codos. Varios jarrones con café recién hecho comenzaron a circular, aromatizando deliciosamente todo el ambiente, las gitanas iban de un lado a otro recogiendo, lavando y acomodando, otras alimentando las fogatas para avivarlas y recalentar los alimentos para el desayuno. La mañana estaba fría y húmeda, pero un tibio y tímido sol que se asomaba por entre las ramas de los grandes pinos, comenzaba a calentar y antes de que Agustín terminara de despertar, una hermosa muchacha se le acercó con un tazón de café muy caliente. Él le sonrió agradecido y tomó el café de sus manos, definitivamente era un lugar hermoso y la fiesta había sido muy divertida. Observó a los gitanos y a los invitados, todos iban poco a poco despertando en diferentes tonos, algunos muy alegres todavía, algunos molestos o enfermos por el exceso, los otros silenciosos y otros más platicadores. Había de todo y lo mejor que pudo observar Agustín, es que no había diferencias, los unos abrazaban a los otros, como hermanos.
Cuando ya la mayoría se había levantado, comenzó el trajín del desayuno y nuevamente se armó una pequeña fiesta, más música y plática, algunos comenzaron a cantar de nuevo pero algunos de los invitados prefirieron partir ya a sus casas en el pueblo, para terminar de recuperarse.
Don Rogelio se llevó a Maritza y a Lorenza, a pesar de sus negativas y súplicas, pero cuando le preguntó a Agustín, él recordó lo que había hablado con Don Jonás y la promesa para el día de hoy, después de la fiesta, así que denegó el ofrecimiento.
Poco a poco, todo regresó a su cauce y un par de horas después, estando Agustín ya bien despierto y alimentado, apareció Don Jonás saliendo de una de las tiendas. Miró al muchacho profundamente, poniéndolo algo nervioso con esa mirada tan pesada y lo llamó para que se acercara.
– Buenos días joven Agustín, espero que haya pasado una buena noche y se haya divertido en la fiesta –
– Fue una fiesta magnífica y me divertí muchísimo, de la noche no puedo decirle mucho – le comentó con una sonrisa – salvo que fue muy corta –
Don Jonás se rio de esta ocurrencia y lo invitó a entrar a su tienda. La misma era bastante amplia y cabían perfectamente parados, había una pequeña mesa y unos cojines en el suelo, se sentaron los dos en los cojines y aprovecharon la mesa para apoyar las tazas con más café. Una hermosa gitana, ya mayor de edad, que probablemente sería la esposa de Don Jonás, les sonrió a ambos y se retiró discretamente dejándolos solos.
– Bueno Don Agustín – comenzó Don Jonás – agradezco infinitamente a la suerte de haber podido conocerlo y más aún, de poder hablar con usted –
– Quiero decirle Don Jonás- dijo interrumpiéndolo – que sinceramente ya había pensado desde ayer, que conocí la tribu gitana, que este terreno que están ocupando no puede ser parte de la finca de mi bisabuelo y que … –
– Ah, Don Agustín, muchas gracias por tocar este tema, pero no es de eso de lo que quiero hablarle, este tema será para después, si así lo desea usted, pero yo tengo otra cosa que contarle, algo que lo pondrá seguramente en nuestra contra, algo que posiblemente lo haga odiarnos aún más de lo que su bisabuelo nos odió –
Agustín lo miró sorprendido, no comprendía de qué se trataba, pero por el rosto de Don Jonás, pudo asegurar que el hombre estaba sufriendo mucho y que el tema que iba a tocar, no era para nada de su agrado.
– No quisiera comenzar sin antes explicarle que esto nos compete únicamente por la historia que representa, no soy yo y no es usted, son aquellos que se vieron involucrados en un drama terrible que desencadenó en una tragedia, de la que hasta hoy en día, más de cien años después, yo me siento culpable y agradezco al destino el permitirme hoy, poder aclarar desde este sitio donde comenzó todo, una infamia que se cometió y el delito subsiguiente, en el cual usted y toda su familia se vieron envueltos – calló un momento, mirando a Agustín que lo escuchaba atentamente.
– Este lugar ha sido visitado por los gitanos, año con año, desde hace mucho, mucho tiempo, mucho antes de que el Rey mismo hubiera partido la tierra en parcelas y fincas y mucho antes de que nadie se hubiera adueñado de las mismas. Somos una raza nómada y como tal, no nos quedamos mucho tiempo en ninguna parte, pero hay algunos lugares que son para nosotros icónicos y muy importantes, pues representan lugares santos a los que tenemos que retornar cada tiempo, específicamente en verano y cuando alguno de nosotros muere, lo embalsamamos y conservamos su cuerpo desde el lugar del deceso, hasta llegar aquí, para rendirle tributo y santificar sus restos. Este lugar es nuestro santuario y nuestro panteón.
– Como usted comprenderá – continuó – para nuestro pueblo, este lugar tiene mucha importancia de tipo religioso, diferente al que los católicos conocen, pero cerca de lo que en calidad de creencias se tiene, pues los católicos también defienden sus lugares santos, igual que nosotros. Sin embargo, en la época de su bisabuelo de usted, Don José Angel, Esteban Villarygoitia y que sé yo más, que no recuerdo todo el nombre completo, el Duque como lo conocíamos, desde su primera visita a lo que sería su finca, heredada por su propio padre antes que él, cuando nos vio de inmediato se fue sobre nosotros con caballos y todo, la idea era espantarnos y que no regresáramos jamás, pero no podíamos hacer eso, esta tierra guardaba los restos de nuestros antepasados. Por más que mi bisabuelo el entonces jefe de la tribu, llamado Ramiro Aramburu, trató de explicarle, el bisabuelo hizo oídos sordos y arremetió con más fuerza en contra nuestra.
– De cualquier forma – siguió Don Jonás – en una terrible borrachera un día, el Duque se acercó de más al campamento gitano y desde donde estaba, miró a la hermosa Alborada, la hija menor de Don Ramiro y la más linda criatura jamás vista y su corazón se llenó de capricho y lujuria, quería a esa doncella para él, aunque ya estaba casado y tenía un pequeño hijo y una bebé, nada le importó, tendría que conseguir a la gitana como sea.
– Pasaría algún tiempo y entre borrachera y borrachera, no se le quitó el deseo de poseer a la bella Alborada, así que fue tramando un plan terrible, en el cual uno de sus amigos también formaría parte – acá se interrumpió un momento, para mirar nuevamente a Agustín, quien se bebía sus palabras completamente concentrado – Bueno, ese amigo no era tan amigo, era un allegado que aprovechaba del Duque y vivía de ser su sombra – le comentó
– Si – contestó Agustín, – ya había leído en los registros de la biblioteca del pueblo, que mi bisabuelo tenía muchos vicios, entre ellos el alcohol y las mujeres y además poseía muy mal genio y era muy temido por muchos – confirmó
– El terrible plan era, atraer a la doncella con el llanto de la pequeña bebé, para eso hizo traer al amigo y le entregó a su propia hija, con el fin de que él se acercara al campamento y aprovechando el pequeño llanto, con mucho cuidado hiciera llegar a Alborada hasta donde estaba esperándola el Duque. Así se hizo y así funcionó como el Duque había planeado, en cuanto tuvo a Alborada al alcance, la sometió con mucha fuerza y abusó violentamente de ella tapándole la boca para que no pudiera gritar. En cuanto al amigo y la bebé, el miserable al ver lo que iba a suceder, salió corriendo con la bebé en brazos, pero se tropezó, cayendo sobre ella y matándola en el acto por su propio peso, rompiéndole la cabecita. La abandonó allí mismo y desapareció en la oscuridad. De ese amigo de tu bisabuelo, ya no se supo nada nunca más.
Don Jonás se interrumpió, sus ojos brillaban extrañamente, esta parte era la más dolorosa de la historia.
– El Duque terminó con Alborada y la abandonó a su suerte. Ella era una mujer fuerte y valiente, por lo que aunque no pudo evitar la violación, si tuvo la fuerza suficiente para resistirla y para, una vez que se fue el Duque dejándola sola, levantarse y regresar hasta el campamento gitano, donde una vez que su padre supo toda la verdad, el aullido de furia que dio él, se escuchó por todo el valle.
– Pero ¿qué sucedió después? Supe que el bisabuelo entró a la casa de la finca con la bebé en brazos – comentó Agustín
– Así fue, curiosamente el destino hizo que el Duque, con todo y su borrachera y después de la fatídica violación, tomara casualmente el mismo camino que el amigo había tomado para huir con la bebé y se encontró el cadáver de la pequeña, no quiero ni pensar que fue lo que sintió cuando vio a su hija así, aunque por otro lado, estando tan borracho como estaba, tal vez ni se enteró que la criatura estaba muerta, no lo sé –
– Que terrible historia Don Jonás – puntualizó Agustín horrorizado
– Esta no es toda la historia joven amigo, todavía falta una buena parte y esta es la que después quedó inconclusa hasta hoy día, que se me permitió ofrecerle a usted, un final. Si me lo permite, continuaré –
– Por favor Don Jonás, por favor, ya no lo interrumpiré más –
– Muy bien, continúo. Alborada le explicó a su padre la situación. El por supuesto se enfureció terriblemente, pero sabía que tratar de tocar al Duque era una sentencia de muerte para cualquiera, pues era un espadachín virtuoso y se le conocía como casi invencible. Uno de los gitanos, enamorado desde siempre de la hermosa Alborada, se ofreció para vengarla y devolver el honor a la doncella casándose con ella, el jerarca aceptó bajo la condición de que desapareciera junto con Alborada para nunca más saber de ellos, cosa que ambos aceptaron resignadamente, conociendo la desgracia que significa atentar contra un potentado como su bisabuelo de usted y el peligro de ser perseguidos por la justicia del Rey. Sin embargo, nuevamente el destino jugó a favor de los gitanos, apoyándolos de una manera inesperada. Cuando el Duque llegó intempestivamente con la bebé sangrante en los brazos, ya muerta, aunque el jerarca no conocía aún esa parte de la historia, supo por los jornaleros, algunos de los cuales eran amigos de los gitanos, que la Duquesa cayó presa de un gran dolor y murió poco después de un síncope. El Duque al despertar de su sopor de la borrachera y cuando le contaron todo lo que había sucedido, no creyó en nada de eso, ni en la muerte de la bebé, la repentina muerte de su esposa, bueno, no recordaba ni siquiera la violación de Alborada, lo que de alguna forma ayudó al jerarca a detener su venganza y espera un tiempo, hasta que fuera propicio y la venganza tuviera la fuerza que requería. Mi bisabuelo quería a su bisabuelo muerto, como se lo podrá imaginar.
– Yo habría deseado lo mismo, Don Jonás, no comprendo cómo pudo ser mi bisabuelo tan vil – confirmó Agustín horrorizado
– Gracias por comprender nuestro lado de la historia – le dijo Don Jonás ciertamente aliviado al ver el rostro sincero de Agustín y el horror visto en sus ojos.
– Por supuesto Don Jonás, el que haya sido mi bisabuelo, no quita que haya sido un canalla – le respondió con sinceridad
– Continúo la historia entonces, uno de los jornaleros que vio al Duque llegar con la bebé en brazos, comenzó con un murmullo a decir que el mismo Duque la había matado, usted sabe cómo vuelan las murmuraciones y la gente normalmente prefiere ver las cosas horribles, esto ayudó mucho a los gitanos a quitar el posible riesgo de que las miradas giraran hacia ellos, por lo que Don Ramiro pudo tramar con cuidado, como matar al Duque y aprovechar esta circunstancia. Aunque usted no lo crea Don Agustín, por lo que me contó mi abuelo, al Duque no le hizo mella alguna la muerte de su hija, ni la de su esposa, el siguió bebiendo, molestando a las mujeres, batiéndose en duelos y destruyendo familias y hogares a diestra y siniestra. El único que sí se preocupaba por el Duque era el entonces escribano del pueblo, pero ni a él lo escuchaba, seguía con su vida licenciosa y libertina, hasta que una noche, ya de regreso a su casa completamente ebrio, el Duque se acostó en su cama pero ya lo estaba esperando el valiente gitano, con la daga de la venganza, listo para decapitarlo –
– ¿y lo hizo?, ¿si lo decapitó? – preguntó Agustín ansioso
– Si- contestó Don Jonás – lo decapitó de un solo cuajo, con esa daga, misma que hoy le entregaré para que usted haga con ella lo que quiera, incluso decapitarme a mí ahora, si así es su deseo, yo no opondré resistencia – Le dijo suavemente, mirándolo directo a los ojos
– Pero, ¿por qué habría de herirlo a usted Don Jonás? ¿no dijo que usted que esto no nos compete, que es solo la historia y que no somos nosotros, que son ellos?, además estoy completamente de acuerdo con lo que el valiente gitano hizo al decapitar al maldito, lo siento si era mi bisabuelo, pero como dije antes, eso no quita que haya sido un canalla sin alma y finalmente la venganza se cumplió –
– Comprendo y me siento muy aliviado al ver que usted es muy centrado y maduro para su edad y que ha comprendido cabalmente de qué se trataba esta historia. Quiero que se quede usted con la daga de la venganza, es para usted un obsequio y para mí, una descarga de conciencia –
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XVIII.
Don Jonás le entregó la daga a Agustín, envuelta en un paño rojo dentro de una caja de madera labrada a mano con algunas inscripciones y una cerradura pequeña. La daga propiamente era de tamaño mediano y a pesar del tiempo estaba muy afilada todavía, como pudo constatar Agustín, pasando sobre el filo dañándose un poco el dedo, no había perdido en nada su fuerza y belleza, era muy ligera, hermosa y con una empuñadura en donde sobresalían algunas piedras preciosas. La inscripción, por lo que le dijo Don Jonás, era una pequeña oración que decía más o menos “Salve al poseedor de la daga de la venganza y le devuelva el honor a los despojados”.
– Se lo agradezco mucho Don Jonás y me la quedo con mucho gusto, pero, conociendo ahora esta parte de la historia, que me queda claro, no existe en ningún registro, tengo algunas dudas de lo que sucedió después. Usted sabe que posteriormente siguieron una serie de leyendas que terminaron por convertir la finca en un lugar maldito, algo sobre brujas, ruidos, animales muertos y qué sé yo, que me tiene ahora intrigado –
– Si – confirmó Don Jonás con una sonrisa – de eso también tengo la respuesta. El capataz en ese entonces, amigo nuestro, fue el que dejó entrar al gitano a las habitaciones del Duque a esperarlo, también fue el que le abrió nuevamente la puerta para que pudiera escapar amparado por la oscuridad de la noche. Aprovechando la circunstancia de que el Duque era una mala persona, instruyó a algunos de los jornaleros, para que fueran difundiendo el murmullo de que habían sido espantos, o los mismos muertos, los que habían tomado la casa, con el fin de evitar que la justicia volteara a mirar a los gitanos, que siempre fueron sospechosos de todo lo que ocurría, que si había un robo de animales, eran los gitanos, que si se rompía algo, los gitanos, que si desparecía una pareja de enamorados, bueno, hasta de eso la culpa la tenían los gitanos, siempre lo malo, lo la culpa la tenían ellos, hasta hoy en día sigue siendo así, pero la muerte de un Duque no era gallina para caldo, así que era muy importante manejarlo con cuidado y hacer de las murmuraciones un tema que distrajera la justicia y evitara que cayera la sospecha en los gitanos. Para entonces, la tribu ya había partido un tiempo atrás, pero se quedaron escondidos Alborada y su enamorado, para cumplir la venganza y luego desaparecer, como solicitado por Don Ramiro –
– Entiendo – contestó Agustín – entonces así fue como el gitano pudo entrar y salir de las habitaciones, matando al Duque sin que la justicia supiera como había sido, ya que las puertas y las ventanas seguían cerradas y no habían sido forzadas para nada –
– Exactamente joven Agustín, así fue y lo mejor de todo es que algunos de los jornaleros comenzaron a hacer ruidos en la noche, mataron algunos animales y siguieron difundiendo la historia de brujas y muertos aumentando cada vez más el terror en los demás habitantes de la casa, incluso continuaron largo tiempo después, cuando regresó su abuelo de usted y pusieron de nervios a su pobre y sensible abuela, hasta el grado que no tuvieron más remedio que irse para América –
Agustín sonrió un poco con esto, nunca lo hubiera adivinado si hubiera seguido la línea de investigación que había iniciado en la biblioteca, ni tampoco seguramente nada de esto le era conocido a Don Pedro y mucho menos a Don Justino en México. Ahora ya estaba todo aclarado, desde el asesinato del bisabuelo y la penosa muerte de la bebé, como así también la leyenda de las brujas y los ruidos, todo estaba ya en su lugar.
– Así es la historia Don Agustín y tuvieron que pasar tantos y tantos años, para que pudiera descargar mi conciencia –
– ¿Por qué se siente usted tan culpable Don Jonás? Nada tuvo que ver en todo esto, como yo tampoco, pero me parece muy bien que ahora sepa toda la verdad, pues precisamente hice el viaje a España, específicamente para resolver este misterio.
– Pues mi conciencia nunca estuvo tranquila sabiendo que pesaba una maldición sobre la finca, maldición que había afectado profundamente a su familia de usted y que de alguna de manera indirecta, era culpa nuestra – confesó Don Jonás
– Pues ya no debe preocuparse, pues ahora ya conociendo bien la historia, yo me encargaré de hacerla pública y romper con esa maldición – comentó Agustín
– ¿La hará pública? ¿quiere decir que todo el pueblo se enterará que un gitano fue el que mató al Duque? Esto hará mucho daño a mi tribu – comentó con ansiedad
– No Don Jonás, no, no me está usted entendiendo, la maldición que voy a romper, es el tema de las brujas y los muertos, que fueron los jornaleros los que se encargaron de difundir esta leyenda y que eran ellos los que hacían los destrozos, para espantar a los habitantes de la finca y hacerlos huir. Del tema del Duque, su aberración y del posterior asesinato, por supuesto que no diré nada, no me mal entienda por favor – contestó Agustín rápidamente, para tranquilizar a Don Jonás
– Eso se lo agradecería muchísimo, usted debe saber que hay crímenes que no caducan nunca y el asesinato de un Duque es uno de ellos – confesó
– Pero igual no fueron ustedes, fue el enamorado de ¿cómo se llamaba la muchacha?
– Alborada – contestó Don Jonás mirando a Agustín con cierta suspicacia
– Si, Alborada, exactamente, esa parte, de la violación y la venganza, será nuestro secreto Don Jonás, secreto que guardaremos usted y yo para siempre –
Don Jonás suspiró aliviado, por el rostro seguro y la voz tan firme de Agustín sabía que podía confiar en él.
– Muchas gracias Don Jonás por haberme platicado esta historia, terrible, pero al mismo tiempo siento yo también un gran alivio, ahora sé que la finca no está maldita y hablando de la finca, he decidido, como ya le había comentado, que la parte que les corresponde por el simple hecho de que ustedes la ocupan, todo ese terreno lo segregaré y será propiedad de los gitanos, especialmente ahora que sé que además es su santuario y lugar de reposo de sus muertos, con más razón debe pertenecer a su tribu – confirmó con una gran sonrisa
Don Jonás no tuvo más remedio que secar una pequeña lágrima que se escapó indiscreta de sus ojos.
– Se lo agradezco infinitamente Don Agustín y aunque no fuera usted el bisnieto del Duque de Villarygoitia, también se lo agradecería igual, pero más precisamente por ser quien es usted –
Ambos se levantaron y después de un fuerte apretón de manos, se dieron un cordial abrazo, felices de haber descargado tanta historia y tantas penas.
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XIX.
Agustín apenas tenía cabeza para llegar hasta la Hostería, lo acompañaron Pacho y Pijui para que no se perdiera por el camino e iban platicando de cualquier cosa, de la fiesta, de la comida, de los amigos, pero luego callaron al ver a Agustín tan silencioso y concentrado.
Lo dejaron en la puerta de la Hostería y él agradecido, subió corriendo a su habitación, tenía que hablarle a Anita, tenía que contarle todo.
Ni vio la hora que era y le marcó enseguida. En cuando escuchó su vocecita somnolienta, se dio cuenta que para ella era de madrugada y se disculpó enseguida
– Querida, perdón, no quería despertarte –
– ¿Qué hora es? – preguntó adormilada aún
– No lo sé, en España son las siete de la noche –
– Acá es la una de la mañana, malvado – le contestó con una pequeña risita – pero ¿todo bien cariño? ¿estás bien? Se te oye apurado, ansioso, ¿qué pasó? –
– Si cariño, sí, todo está bien, muy bien, pero debo contarte todo –
Agustín le platicó a Anita con todo detalle lo aprendido con los gitanos y no se detuvo ante ningún punto, sabiendo que podría confiar en ella totalmente. No ocultó ninguna parte de la historia y le contó todo el drama completo.
Anita se quedó callada un buen rato y cuando Agustín le preguntó qué opinaba, ella le dijo muy sinceramente
– No puedo opinar querido, solo te puedo decir que estás haciendo un trabajo magnífico allá y que estoy muy orgullosa de ti –
– ¿No te importa que mi bisabuelo haya sido tan miserable? –
– No cariño, por supuesto que no me importa, tu eres tú, tu bisabuelo habrá sido lo que era, además fue plenamente castigado en su momento y bueno, en ese tiempo las cosas eran así, seguramente el Duque, por muy Duque que haya sido, era tan normal como cualquier hombre de su tiempo y qué quieres que te diga, hoy en día hay un montón de igual a él, borrachos, mujeriegos, ya sabes –
– Eso es cierto, pero nunca pensé que tuviera uno de ese calibre en mi familia – comentó Agustín un poco acongojado
– No te angusties amor, para nada tiene que ver contigo y lo bueno y decente que eres en realidad, tú te vas a encargar de corregir buena parte del daño que él hizo, regalándoles a los gitanos su parte de la finca, que en realidad les pertenece – le contesto ella animándolo
– Sabía que podía contar contigo amor – le contestó Agustín mucho más tranquilo
– Cuando quieras cariño, pero por favor háblame a horas más razonables – le contestó riendo
– Si, perdóname de nuevo –
Ambos se despidieron cariñosamente y Agustín pudo dormir tranquilo esa noche, al día siguiente, le esperaba una labor titánica, convencer a todo el pueblo que la maldición de la finca había sido siempre un engaño y además debía pensar muy bien como decirlo, para evitar bajo cualquier circunstancia, que los gitanos se vieran involucrados.
A la mañana siguiente, en su habitación, Agustín revisó sus apuntes, la mayoría hechos un lío así que aprovechó para organizarlos, hizo nuevos apuntes adjuntos y preparó una especie de guion, con el fin de no equivocarse y convencer de manera plausible a los que debían ayudarlo a difundir la noticia.
Comenzaría con Don Pedro y su familia, convencido que si lograba que ellos creyeran la parte de la historia que a él le interesaba, seguramente ellos lo apoyarían con el resto del pueblo.
Estaba sumamente ocupado en este tema, cuando escuchó el motor de un automóvil frente a la Hostería, eso era extraño, no había muchos autos en el pueblo, tal vez un viejísimo camión que hacía las veces de transporte escolar, otro para el médico, una pequeña ambulancia, tal vez un carrito viejo y oxidado de algún vecino y el fabuloso BMW blanco, propiedad de Don Pedro Escobar hijo, que lo usaba con frecuencia para ir a la ciudad, por eso, cuando escuchó el motor, Agustín enseguida alzó la vista y miró por la ventana para averiguar quién había llegado, era un taxi y el pasajero, de momento de espaldas a él, le fue desconocido pero cuando se giró, lo reconoció enseguida, era Don Justino.
– ¡Pero que sorpresa Don Justino! – exclamó Agustín desde su ventana, sorprendiéndolo
– Muchacho, ¡que gusto verle! – le respondió – No pensé encontrarte tan pronto, ni bien acabo de llegar y ya le estoy viendo, está usted muy bien por lo que veo y presiento que tiene muchas cosas que contarme ¿cierto? –
– Si, cierto, cierto, estoy muy contento, el viaje hasta ahora ha sido muy provechoso, pero ¿Qué hace usted aquí? Me alegra sinceramente verlo –
Agustín bajó las escaleras de un tramo, corriendo y lo alcanzó en la recepción.
– pero cuénteme, ¿qué hace usted en España? – le dijo y al mismo tiempo le dio un fuerte abrazo
– Me tomé unos días de vacaciones y decidí venir a ver a la familia, además de saber de usted y sus progresos – le confió
– No sabe cuánto me alegra que haya venido – contestó Agustín entusiasmado
– Traté de convencer a Anita que me acompañara, pero no quiso, bueno, la verdad es que ha estado muy ocupada con los temas que le encargó, por cierto, lo del edificio ya está muy avanzado, creo que para la próxima semana ya se comenzarán a mudar algunos de los vecinos –
– Es una pena – contestó Agustín y a Don Justino no se le escapó la expresión de tristeza en el rostro del joven
– Usted la quiere mucho ¿verdad? –
– si Don Justino, no sabría que hacer sin ella y menos en estos momentos – le contestó
Siguieron platicando un momento. Don Justino se retiró para registrarse en la Hostería, subir a su habitación a refrescarse un poco y después volverse a reunir con Agustín y tomar juntos el desayuno y seguir platicando.
Don Justino se apuró bastante y antes de lo que Agustín había calculado, ya estaba bajando al comedor. Se sentaron, pidieron sus respectivos desayunos y comenzaron a platicar. Don Justino aprovechó para mandar todos los saludos de la gente de México, las muchas recomendaciones que Anita le había pedido extender y comentar otros temas, la compra del edificio, las remodelaciones pertinentes, una sencilla demanda de Doña Leonor, que no iba a causar conflicto alguno.
– Por mi parte Don Agustín, eso creo que fue todo – concluyó con una amplia sonrisa y sus ojillos detrás de los gruesos cristales, brillando, – pero ahora quiero saber todo lo que usted ha averiguado, algo ya me ha adelantado Anita, pero es muy discreta, por lo que realmente no sé casi nada, pero me corroe la curiosidad –
Agustín sonrió un poco, se reacomodó en la amplia silla y tomando un sorbito de café, comenzó a contarle a Don Justino sus aventuras. No omitió nada tampoco, sabía que Don Justino era muy inteligente y comprendería el punto con claridad. También le comentó su deseo de hacer público el desahogo de la maldición sobre la finca y su deseo de evitar involucrar a los gitanos. Don Justino estuvo de acuerdo con él y prometió no contar nada de esto a su primo.
– Hablando de ellos – contestó de pronto – me tengo que ir ya muchacho, mi primo y mis sobrinos me estarán esperando, supieron de mi llegada y me esperan para almorzar juntos –
Se despidieron de momento con otro abrazo y quedaron de verse a la noche.
– Le sugiero Don Agustín, que aproveche el día que está espléndido, para dar un paseo por los alrededores –
Agustín asintió feliz, ciertamente necesitaba salir y pensar en cosas diferentes, ya estaba bastante cansado del tema de la finca y quería relajarse un poco.
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XX.
Subió un momento a su habitación y se cambió los zapatos por un par tenis para estar más cómodo, también sacó un sweater ligero y consiguió una botella de agua.
Saliendo de la Hostería y no sabiendo para dónde tomar camino, vio a lo lejos a Maritza y Lorenza que llegaban corriendo hacia él.
– Don Agustín, don Agustín, acá estamos – gritaron contentas
– Así veo, ¿me están cazando, chamacas? –
– ¿Qué son chamacas? – preguntó Maritza
– Mocosas, niñas latosas – contestó Agustín riendo
– No somos, mocosas, ni latosas – contestó la muchachita con una mueca graciosa
– ¿Nos quiere acompañar Don Agustín?, nos hemos topado con Don Justino y nos ha dicho que quiere usted dar un paseo – le confió Lorenza – conocemos unos lugares muy bonitos para usted, las pozas, una caverna siniestra – dijo giñando un ojo – podríamos tal vez tomar un pequeño refrigerio en el bosquecillo al lado del río, es muy bonito –
– Suena muy atractivo muchacha, está bien, vamos, pero antes compremos unos sándwiches o algo para llevar – sugirió
Se pusieron en camino y las jovencitas iban brincando alrededor de él contentas, iban platicando sobre la fiesta de los gitanos y de algunos chismes que se habían enterado, uno que se había caído del caballo rompiéndose el brazo, otro que había sido sorprendido con la novia de otro, en fin, todas esas cosas que pasan en los pueblos chicos y de las que todo el mundo comenta. Se encontraron en el camino a Pacho, jalando con mucho esfuerzo un enorme borrego.
– ¿De dónde has sacada este animal tan gordo y grande? – preguntó Lorenza suspicaz – ¿no lo habrás robado, Pacho? –
– Pero como dice usted eso señorita Lorenza – contestó Pacho molesto, – si lo hubiera robado no vendría por el camino principal jalándolo – contestó riendo
– Eso es muy cierto – confirmó Agustín, también riendo
– Sucede señorita Lorenza, que ido a ver a viejo Robledo y le he sacado un diente que le dolía demasiado y por mi buena acción, él me ha pagado con este borrego – le explicó
– Seguramente lo dejó bien ebrio y ni se enteró de que Pacho se llevó el borrego – le susurró Maritza a Agustín al oído
Agustín y las muchachas se despidieron, dejaron a Pacho jalando su borrego y se dirigieron hacia el norte del pueblo, más allá del hospital. Avanzaron bastante, pero el camino era llano y cómodo y con la incesante plática de las muchachas, Agustín ni siquiera notó lo mucho que ya habían caminado, cuando de pronto, dando una vuelta a una gran piedra, pudieron escuchar una cascada y el frescor del rocío les mojó la cara. La cascada no era muy alta, pero sí muy abundante, el río bajaba ruidoso y con gran caudal, chocando con las enormes piedras que formaban parte de la ladera de la montaña, este río, más abajo, se juntaba con el riachuelo producto del manantial de la finca y juntos continuaban su paso hacia el mar, cruzando el pueblo por el lado oeste. El pequeño bosquecillo, resultado del abundante rocío, regalo de la cascada y al que se había referido Lorenza, era un lugar muy hermoso, lleno de bellas florecillas silvestres de muchos colores, grandes coníferas repartían su sombra elegante sobre un prado esponjoso y suave. Encontraron un recodo de arena cerca del río, relativamente seco y se acomodaron allí, extendiendo un mantel que había traído Maritza en su bolsa.
Se mojaron un poco los pies con el agua helada del río y comieron el refrigerio que habían llevado consigo, descansando acostados sobre la arena, Agustín pensó que precisamente esto era lo que le hacía falta para recuperar el ánimo y ya después tendría tiempo para preparar el discurso que iba a dar, pero ahora lo importante era disfrutar del paisaje y de la calma que se sentía en ese hermoso paraje.
Un rato después Lorenza invitó a Agustín a continuar el paseo, acercándose por un lado de la cascada, visitarían la cueva siniestra, como le había ya anunciado y estaba emocionada por ello.
Las piedras eran muy resbaladizas y estaban cubiertas de musgo, aunque Agustín trató por todos los medios no meter los pies al agua, no pudo evitarlo y terminó empapado de la cintura para abajo, las muchachas sin embargo, conociendo más de donde sostenerse, pasaron ágilmente por debajo de la cascada. Cuando finalmente Agustín las alcanzó, pudo ver un pequeño agujero, en donde apenas y cabía una persona en cuclillas, estaba algo profundo, pero nada que fuera particularmente peligroso y menos aún siniestro, como había dicho Lorenza. Lorenza entró primero, pero tuvo que salirse para que pudiera entrar Agustín, pues no cabían ambos. La sensación de estar allí en un agujero oscuro, detrás de la cortina de agua, la humedad, el escándalo del agua cayendo y tal vez las risas de las muchachas, invitaron a Agustín a sentirse por primera vez en mucho tiempo, joven y aventurero, estaba tan contento de estar allí, que si por él fuera, se quedaría así para siempre, pero no era posible, tenían que retornar al pueblo.
El regreso fue rápido y cómodo, las muchachas iban un poco más silenciosas, seguramente porque ya estaban cansadas y Agustín aprovechó este silencio, para sumirse en sus pensamientos. El único pensamiento que lo tenía ocupado en ese momento era Anita, recordó su sonrisa, sus labios, lo suave de su cabello ondulado, su pequeño rostro redondo y alegre, su positivismo e inteligencia, la extrañaba, definitivamente, la extrañaba y mucho.
Llegando a la Hostería, Agustín apenas tuvo tiempo para tomar un baño y cambiarse, cuando sintió unos golpecitos en la puerta de su habitación. Abrió enseguida y estaba Don Justino frente a él.
– Hala hombre, como tarda usted en arreglarse – le dijo con una gran sonrisa
– Ya se le pegó el acento español Don Justino y apenas tiene unas horas aquí – le comentó Agustín riendo y dándole unas palmadas en la espalda
– Si, por cierto, pero es que me he pasado platicando con mi familia tan a gusto y ellos me han pasado las novedades como acostumbran y bueno, con tanto español por todos lados, era lógico que se me pegara un poco el acento – trató de explicar
Se sentaron juntos a la mesa y pidieron la cena, muy abundante para Agustín, que después del paseo traía mucha hambre y algo ligero para Don Justino.
– Ya extrañaba mucho mi vaso de vino, ¿sabía usted que este vino es preparado localmente y es uno de los mejores de la zona? – comentó alzando el vaso con orgullo – Mi padre tenía un extenso terreno con plantíos de uvas y una gran barrica en la que lo añejaba, sabía delicioso, pero a ninguno de nosotros nos interesó continuar con la confección del vino y se lo dejamos todo a un buen amigo que se ha encargado del negocio y lo ha hecho florecer y gracias a él, podemos seguir disfrutando de esta bebida tan refrescante como deliciosa –
Se sentaron en la salita, la noche comenzaba a refrescar, por lo que pidieron que les encendieran la chimenea y frente al fuego, ya bien pertrechados con sus vasos de vino y Don Justino con su cigarro, continuaron con las pláticas que habían suspendido durante el desayuno. En esta oportunidad se centraron en el tema de la finca y lo que pensaba hacer Agustín con ella.
Don Justino lo escuchó atentamente, pues en este tema tenía más experiencia y Agustín confió en él para resolver sus dudas. Acordaron como ir segregando la propiedad, de forma que se obtuvieran beneficios para todos, desde la zona que se separaría para los gitanos, la parte correspondiente al manantial, que Agustín quería devolver al pueblo para que ya no tuvieran que estar pagando una renta por algo que por simple derecho les correspondía y el resto de la finca, que aún era mucho terreno, lo vendería. Don Justino incluso le mencionó uno o dos interesados en comprarla y que pagarían muy bien por ella.
Siguieron platicando hasta pasada la media noche y cuando finalmente se despidieron, Agustín se acostó en su cama, pensando profundamente en lo que había platicado con Don Justino, recordó de pronto marcarle a Anita, para platicarle la llegada de Don Justino a España y lo demás que habían acordado.
Platicaron largo rato al teléfono y Agustín ya se estaba cayendo de sueño, así que en cuanto terminó de hablar con Anita, se durmió profundamente.
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XXI.
Comenzó a tener una pesadilla y se agitaba inquieto en la cama, sudando en frío. Soñó que iba corriendo hacia la finca, se tropezaba constantemente, le sangraban las rodillas y sentía mucho dolor, trataba de gritar para pedir ayuda sin poder hacerlo. En la casa, a lo lejos, se veían unas luces que se movían, como si algunas personas, portando lámparas, estuvieran buscando algo. El seguía tratando de llegar a la casa, pero una gran zanja, llena de alimañas que se movían asquerosas, se lo impedía. La zanja atravesaba todo el patio delantero y la única forma de entrar era sumergiéndose en el río, a un costado. Se metió al río que en cuanto lo sintió, embraveció haciendo enormes olas y hundiéndolo hasta el fondo y cuando ya sentía que se ahogaba, logró salir un poco y dar un sorbo de aire. En ese instante despertó sobresaltado, sudando copiosamente y con un fuerte dolor de estómago. Seguramente le había caído muy mal la cena tan abundante, no acostumbraba a cenar tan pesado y se lamentó haberlo hecho.
Después de reposar un rato, estaba completamente despierto y alerta, por lo que decidió levantarse y tratar de preparar algún escrito, con el fin de que lo revisara Don Justino y con ello ir con Don Pedro. Eso era lo mejor que podía hacer.
Un fuerte viento azotaba las tejas y parecía aullar por entre las rendijas en un tono lúgubre y profundo. La oscuridad era total, ni una estrella se asomaba por entre gruesas nubes entre grises y blanquecinas, contra un fondo aterciopelado, difícilmente se podían ver las pequeñas lucecitas de las casitas continuas, que cintilaban nerviosas. Las ramas de los pinos se sacudían con violencia y la luna, que aparecía de cuando en cuando por entre alguna desgarradura de las nubes, extendía las sombras alargándolas.
– Es una noche fantástica para escribir una novela de terror – pensó – que bueno que solo tengo que hacer un resumen muy ligero, si no, me tentaría a ver una película o leer un libro de suspenso.
Extendió sobre la mesita sus apuntes y procedió a organizarlos.
– Esto corresponde a la plática con Don Justino, si, todavía en México, esto otro es de Don Pedro, ah sí, también esto, además hay que incluir los apuntes de la biblioteca, cierto, no debo olvidarlos y no he apuntado lo que me contó Don Jonás, que es lo más importante, lo demás de lo que escuché de Don Rogelio, a ver, listo, así está completo –
Cuando ya despuntaba el amanecer y los pajarillos comenzaban a desperezarse con sus alegres cantos, Agustín finalmente terminó su resumen, lo releyó y pulió un poco más y se levantó a tomar un baño y prepararse para el día, que ya pintaba como un día intenso y lleno de grandes emociones, o por lo menos es lo que él esperaba.
Bajó poco después para esperar a Don Justino, quería mostrarle el escrito y solicitarle definir si así estaba bien o habría que hacer algunas correcciones, no se sentía del todo seguro.
– Esto de matar maldiciones y convertir brujas y espantos en verdades a medias, es complicado – pensó –
Don Justino tardó un poco en bajar, pero se le veía fresco y contento.
– Muy buenos y hermosos días Don Agustín, espero haya pasado buena noche –
– La verdad Don Justino, no pude dormir muy bien que digamos, seguro me pasé con la cena y me desperté en la madrugada –
– Es una pena joven, pero se le ve fresco y contento, no se le nota para nada – le dijo animándolo – la juventud aguanta todo, hasta una noche completa de desvelo – le dijo sonriendo
Agustín le devolvió la sonrisa, se sentaron a la mesa y pidieron el desayuno.
Una vez que revisó Don Justino el escrito de Agustín, le hicieron algunas adecuaciones y se pusieron de acuerdo. Primeramente irían con Don Pedro y le platicarían el tema y la intensión de Agustín de publicar sus descubrimientos a todo el pueblo, Don Pedro se encargaría, aprovechando su posición como Escribano, de contactar con el Presidente Administrativo del pueblo y convocar a Asamblea. Allí Agustín tendría que presentarse a los líderes y leer su escrito, al terminar se vería la reacción de los asistentes y el resto caería por su propio peso.
Todo se realizó de tal forma que antes de que Agustín pudiera recuperarse, ya se había fijado una fecha para la Asamblea, misma que se realizaría el siguiente viernes por la mañana, temprano, esto era en dos días a partir de su plática con Don Pedro.
– Nunca hubiera pensado que se resolvería esto así, tan rápido – comentó Agustín a Don Justino en un momento que tuvieron libre y pudieron platicar.
– Así funciona en los pueblos pequeños muchacho y más en este pueblito en el que nunca pasa nada interesante y todos los habitantes están fastidiados de la rutina, cualquier cosa que pueda romper la misma, es más que bienvenida – le contestó riendo
En los dos días siguientes, antes de que se juntara la Asamblea, Don Justino y Agustín tuvieron oportunidad de conseguir los planos exactos de la finca, también contactaron a los interesados en comprarla y Don Justino, junto con Don Pedro, comenzaron con la documentación correspondiente a la segregación y partición de la finca. Todo parecía ir viento en popa.
Se llegó el día y la hora señalados, Agustín estaba nervioso. Nunca había tenido que hablar en público y mucho menos sobre un tema tan escabroso como el que el pretendía hacer público. Se arrepintió en más de una ocasión de su brillante idea, definitivamente se sentía como un conejo tratando de mover un peñasco.
– Ya no estoy tan convencido Don Justino – le confesó – ¿cree usted que sea buena idea? – volvió a preguntar por milésima vez
– Si muchacho, si, tranquilo, no te van a comer – le contestó apaciguador
– Espero que todo salga bien – suspiró
– Todo saldrá como planeado muchacho, tú tranquilo –
La Asamblea estaba reunida, todos los líderes de las diferentes ramas públicas y administrativas del pueblo se encontraban allí, junto con sus esposas y otras personas también importantes y cuya votación y respuesta, tenían peso sobre las decisiones que se tomarían ese día.
La agenda contemplaba varios temas, además del escrito de Agustín, así que tuvo que esperar a que se enunciaran todos los puntos, se revisara y autorizara la agenda y posteriormente le llamarían al estrado, para su presentación.
Algunos lo miraban con curiosidad, ya lo habían visto deambulando por el pueblo, pero no todos sabían quién era él y menos que es lo que quería de la asamblea, aunque algunos ya tenían un poco de idea de que se trataba, pues ni falta hace el teléfono para este tipo de asuntos, todo se comunica rápidamente y en baja voz.
Después de desahogar algunos puntos que tenían pendientes, la asamblea autorizó la agenda y se comenzó con los puntos corrientes. A Agustín se le hizo eterno el tiempo que tomaron para discutir tal o cual asunto, que por supuesto, para él no tenía ni la menor importancia. Que si la Señora Fulana de Tal pedía un préstamo para una reparación de su casa, que si el carnicero tenía un pleito con el zapatero por unas cuerdas curtidas y otros temas de ese estilo. Cuando finalmente le tocó a Agustín su presentación, él ya estaba hecho un hilacho de tantos nervios. Don Justino tuvo que darle un pequeño empujón para que se animara.
Ya en el estrado, Agustín trató de no trastabillar y poniendo su escrito en el atril, ajustó el micrófono y con todo el valor que pudo, comenzó su discurso:
– Estimadas señoras, estimados caballeros, dignos asistentes a esta Asamblea, me permito presentarme ante ustedes. Mi nombre es Agustín López de Villarygotia y soy el bisnieto del Duque Esteban de Villarygoitia, quien fuera en su tiempo, un personaje de linaje e importancia en este pueblo. – dio un respiro y continuó – No es mi intensión abrumarlos con datos y detalles insignificantes, pero agradezco infinitamente su paciencia. Es de ustedes conocido que el Duque, mi bisabuelo, era propietario de la finca que lleva hoy en día su nombre, esa finca me ha sido entregada por herencia, misma de la que he dispuesto y más adelante les informaré como procederé en el futuro con ella. – se soltaron algunas cortas murmuraciones y Agustín notó que lo miraban con simpatía.
– Antes de continuar, quisiera hacer un breve comentario. En cuanto llegué me fue informada una historia que pesa sobre la finca, en la cual mi bisabuelo ha sido partícipe y quien fuera posteriormente asesinado en circunstancias hasta hoy en día no aclaradas, pero que han dado lugar a una leyenda que afecta directamente y de manera importante mi propia reputación – acá alzó la vista para conocer la reacción de los asistentes y pudo observar que lo miraban con mucha atención y curiosidad, uno que otro incluso asintió confirmando – Es de mi interés personal que ustedes estén en conocimiento de que he logrado aclarar algunos asuntos que fueran en su tiempo muy oscuros, tal como la historia de brujas y encantos que aparentemente afectaron la vida normal en la finca, posterior a la muerte de mi bisabuelo, en fin, no será necesario expresar ante esta fina audiencia todos los detalles que he logrado descubrir, pero puedo asegurarles que por una declaración recibida y la lectura de documentos y registros de esa época, se puede desprender que el asesinato del Duque de Villarygoitia se debió a un ajuste de cuentas por la muerte de varios contrincantes en duelos ilegales. Era conocido mi bisabuelo como una persona de muy mal carácter y adicto al alcohol, lo que lo hacía muy explosivo. Uno de los jornaleros que trabajaba en ese entonces con él, por circunstancias desconocidas, pero seguramente con algún soborno, abrió las habitaciones al asesino y después de realizado el acto, lo dejó salir por la misma puerta por la que entró, circunstancia que a los investigadores los intrigó, pues no había señales de forzamiento de las chapas y el Duque fue muerto de un solo tajo con una espada o un cuchillo, arma que nunca se encontró por ningún lado. – a esta declaración Agustín volvió a alzar la mirada y pudo observar que sus oyentes estaban muy interesados en lo que estaba contando
– ¿y de la pequeña niña? – preguntó una de las señoras asistentes
– De ella no tengo más información que la que todos conocen, sin embargo, parece que la pequeña murió de un golpe muy fuerte en la cabeza, por el documento extendido del doctor que la revisó en su momento, de lo que se deduce que cayó de cierta altura, pudiendo ser que el mismo Duque la tirara estando ebrio – Contestó Agustín.
Varios asintieron confirmando lo que él decía.
– Pero entonces ¿quién fue el asesino del Duque? – preguntó un caballero de grandes patillas
– Eso no lo pude descubrir, pero les puedo asegurar y lo lamento mucho, que mi bisabuelo tenía muchos enemigos y la gran mayoría querían verlo muerto, así que pudo haber sido cualquiera de ellos –
– Pero el tema de las brujas y los ruidos, si no mal me acuerdo que me contó mi abuela que trabajó en la finca un tiempo, continuó mucho después de la muerte del Duque – confirmó otra señora
– Así es – contestó Agustín – pero por las declaraciones recibidas y por la información que pude sacar, la razón por la cual se difundió la maldición, aunada a diferentes acciones por parte del jornalero que había abierto la puerta al asesino, él fue precisamente quien empezó con todo el trajín, quien mató a los animales y por las noches hacía ruidos extraños, arrastrando muebles y rasgando cortinas con el fin de distraer la atención y que nadie pensara en el asesino, que estuvieran más preocupados por las brujas y los espantos y después el mismo jornalero, debido a su promesa al asesino, dejó instrucciones pertinentes a sus allegados y parientes, para que ellos continuaran con lo mismo, así que la famosa maldición continuó por mucho tiempo –
– ¿Esa es toda la historia?, ¡pero qué chasco! – comentó uno de los jóvenes asistentes – nosotros que esperábamos más brujas y más espantos y solo fue un simple labrador escandaloso – dijo comenzando a reír y haciendo reír a todos los demás.
– Quisiera terminar comentándoles que era de mi más sincero interés que tuvieran ustedes conocimiento de estos descubrimientos y que con esto, la famosa y bastante antigua maldición que pesa sobre la finca, sea olvidada para siempre, o solo recordada como un evento histórico y nada más – continuó Agustín
Uno de los asistentes se levantó y comenzó a aplaudirle, después de este se levantó otro y otro más y al final toda la audiencia estaba de pie sonriendo y aplaudiendo. Agustín se ruborizó un poco y agradeció la ovación, ya se iba a retirar del estrado cuando recordó el último punto de su escrito. El tema de la entrega del manantial al pueblo, esto era también muy importante, por lo que interrumpió alzando los brazos
– Estimados todos, mil gracias por sus amables aplausos, pero todavía tengo un tema importante, por favor, escuchen –
Se fueron calmando poco a poco y cesaron los aplausos, esperando el comentario adicional de Agustín.
– Por favor perdonen la interrupción y nuevamente les agradezco su atención. Tengo pensado hacer una partición importante de la finca y analizando la situación, he decidido que el manantial que se encuentra dentro de la propiedad, sea entregado formalmente para uso y servicio del pueblo, sin que por ello se tengan que seguir realizando pagos de arrendamiento, pues el agua de un recurso vital y no debe ser propiedad privada – dijo de un jalón
Hubo un corto periodo de silencio, un poco de murmuraciones y luego el presidente de la asamblea se levantó detrás de Agustín y tomó el micrófono
– Este muchacho es extraordinario – comentó y los asistentes confirmaron asintiendo y aplaudiendo – con esto nos ha quedado confirmada su gentileza y gran nobleza, aceptamos gustosos el traslado de la responsabilidad y nos haremos cargo con mucho gusto, del mantenimiento y buen uso del manantial que nos ha encomendado, se lo agradecemos a nombre de todos los habitantes –
Agustín bajó del podio como mejor pudo entre tantos abrazos y apretones de manos, que se sintió muy apabullado, pero feliz de haber tomado esa decisión.
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XXII.
Después de que Agustín habló con Anita ese día, se sintió muchísimo más aliviado. Se había quitado un gran peso de encima y Don Justino lo felicitó por el éxito obtenido. La gente en el pueblo ahora lo miraba con agradecimiento y lo saludaban cordialmente por donde pasaba, hasta incluso uno que otro lo invitaba a pasar a su casa a tomarse con ellos una copita de vino y charlar. Agustín se sintió de pronto como en casa, feliz y apreciado por todos.
Los días pasaron y Don Pedro ya tenía listos los documentos para las particiones, los dos posibles compradores de la finca se habían apersonado en el despacho del escribano y habían dejado sus documentos y ofertas con él.
Llamaron a Agustín por teléfono a la Hostería y Cristina, la hija de Don Pedro le confirmó
– Hemos revisado la documentación Don Agustín y todo está en regla, lo esperamos para que proceda usted a firmar y con eso finiquitamos el asunto, cuando usted nos lo ordene –
– Está bien, iré entonces por la tarde, ¿le parece bien a las cuatro? – contestó
– Sí, claro, entonces lo esperamos a las cuatro –
En cuanto colgó, sintió una mirada a su espalda y volteó a ver, era un caballero de mediana edad, con un traje elegante de corte inglés, muy fino y se veía interesante, lo acompañaba una señora muy hermosa, vestida igualmente elegante, con guantes blancos y un bolsito de piel en la mano.
– ¿Es usted el señor Agustín de Villarygoitia? – preguntó el caballero directamente
– Para servirle – contestó
– Mi nombre es Santiago Urrutia y aunque mi apellido no le dirá nada, quisiera comentarle que somos primos lejanos, mi tío era un Villarygoitia y acá, mi prima, puede constatarlo, pues ella sí lleva el apellido – dijo mirándolo con cierta altivez y un algo en su mirada, no le gustó a Agustín
– Pues, mucho gusto – comentó – ¿en qué puedo servirles?
– Sabemos que está usted haciendo cosas con la finca Villarygoitia, algo como repartiendo o algo así, pero usted debe saber que ese terreno no es suyo propiamente y que nosotros hemos estado detrás de ella siempre y que … –
– Algo así ya me habían contado mis apoderados, pero también sé que no pueden hacer nada –
– ¿nada? – le contestó altanero -¿nada señor? Permítame mostrarle unos documentos y ya verá – le dijo extendiendo la mano hacia la dama acompañante, quien ya tenía en su mano unos expedientes.
– No me sirve a mí de nada ver sus documentos, caballero – le contestó – si usted así lo desea vamos donde mi escribano, a quien seguramente le van a interesar mucho –
– No nos interesa su escribano – contestó la dama encopetada, ya algo molesta
– Pues a mí no me interesa lo que me tengan que decir, además por el tono ya me suena a amenaza – respondió Agustín igualmente molesto
– Pues le advertimos que lo que está haciendo es contra la ley – le respondió rudamente
– Eso lo tenemos que verificar legalmente y para eso necesitamos abogados y yo soy abogado y no me pueden amenazar así nada más – le contestó ya seriamente enojado
– ¿Qué pasa Don Agustín? – Preguntó Don Justino que iba llegando
– Llega usted justo a tiempo, estas personas que dicen ser parientes, me están amenazando y dicen que traen unos papeles – le informó Agustín
– Ay, pero si en el buen Señor Urrutia y Doña Ursula, si, si, ya me acuerdo de ustedes dos – contestó mirándolos y sin saludarlos, tomó a Agustín por el brazo y lo fue sacando del salón – pero venga Don Agustín, venga conmigo que quiero mostrarle algo –
Lo sacó como mejor pudo de allí y llevándolo a un saloncito privado, cerró la puerta detrás de ellos para que no los pudieran escuchar.
– Estos son precisamente los parientes de los que le advertí Don Agustín, se sienten dueños de la finca y han dado lata por muchos años, persiguiendo al buen Don Pedro con sus documentos y argumentos inválidos, pero siempre molestando y ofendiendo, no te preocupes, nada de lo que tienen o traen les sirve –
– Pero la señora dice apellidarse Villarygoitia ¿es cierto? –
– Si, eso dice, es su segundo apellido y además los Villarygoitia se repartieron en varias ramas, no tienen nada que ver con el Duque y menos todavía con sus pertenencias, pero estos insisten y debieron pensar que siendo usted tan joven y recién llegado, tal vez le iban a poder estafar con sus artimañas, pero acá estoy yo precisamente, para evitarlo –
– No sabe cuánto le agradezco su intervención Don Justino, me está salvando el cuello, en realidad no conozco nada de las leyes en España, en México sería otra cosa, allá me los comería del plato, pero acá … –
– Así es, pero no se apure, yo ahora mismo los despacho y se verá libre de ellos enseguida, por el momento espere aquí y yo regresaré por usted enseguida –
Así se hizo y Don Justino regresó al poco rato, después de algunos ruiditos extraños y algunos golpes afuera del saloncito, que Agustín supuso eran resultado de la discusión subsiguiente.
– Listo – le informó con una gran sonrisa Don Justino, al poco rato regresando al saloncito – los despaché fácilmente y de los documentos, bueno, se los restregué en la cara, son unos abusivos y groseros –
– Es usted genial Don Justino, se lo agradezco mucho – le dijo Agustín dándole un fuerte abrazo
– Calma, calma muchacho, al rato nos vemos en casa de Don Pedro y de estos parientes suyos, dudo mucho que volvamos a saber nada, ya les dije que cualquier cosa se dirijan con Don Pedro, que lo dejen a usted en paz y que no lo molesten porque se las iban a ver conmigo y si yo fui algo rudo, créame, Don Pedro será aún más rudo, así que no van a ir, seguro que no –
– Seguro ¿verdad?, además – confirmó Agustín – además si en verdad tuvieran algún derecho sobre algo, hubieran venido con sus abogados y no así, solo amenazadores, son unos tontos, lástima que digan ser parientes míos –
Los dos rieron un poco y Agustín se relajó bastante.
Más tarde, Don Justino y él salieron al despacho de Don Pedro que ya los estaba esperando.
– Supe de la visita de sus parientes Don Agustín – comentó – me lo dijo Don Cuquillo de la Hostería, me llamó enseguida que los vio, pues temía que le fueran a hacer algún daño físico a usted, o tal vez usted a ellos – dijo riendo
– Pobre Don Cuquillo, seguro se espantó – le contestó Agustín
– Pues no era para menos, esos dos pajarracos amedrentan a cualquiera – le confirmó Don Justino – pero mientras ya me los puse en su lugar y no creo que molesten más –
– Estuvieron aquí – confirmó Don Pedro – pero efectivamente, los papeles que según decían que traían, eran menos que un papel de periódico, inútiles del todo y con sus afirmaciones, solo terminaron hundiéndose más, yo también los terminé pronto –
Se sentaron todos alrededor de la gran mesa de acuerdos, los documentos que tenía que firmar Agustín estaban listos, se procedió a la lectura correspondiente y una vez firmados, todo estaba concluido, con los sellos y demás, solo faltaría llevarlos al registro en la ciudad y ya se podrían entregar a los nuevos dueños.
Con este acto, Agustín ya estaba terminando su visita a España y sus trabajos estaban concluidos. Esperaría a recibir los documentos del registro y personalmente quería llevarles a los gitanos su título.
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XXIII.
Agustín se fue despidiendo poco a poco, de todos sus buenos amigos en España, le costó mucho trabajo deshacerse de las abundantes lágrimas de Maritza y de Lorenza, que tardaron mucho en consolarse y solo se conformaron un poco, cuando Agustín les prometió volver a España pronto.
Don Jonás, el gran jefe de la tribu gitana, le agradeció de manera muy efusiva el extraordinario obsequio de las tierras que conformaban su zona y más aún, al ver que le había adicionado un tramo adicional, para que tuvieran mucho espacio en el futuro. Ahora esta tierra les pertenecía y se sintieron más tranquilos de poder continuar con sus tradiciones, sin molestar o ser molestados.
Don Jonás le hizo una rica comida gitana, con una gran fiesta y baile en honor a su gentileza y además le regalaron entre otras cosas, una hermosa guitarra hecha a mano por Pacho y Pijui, los artesanos gitanos.
Don Pedro papá, Don Pedro hijo y Cristina, también se sintieron tristes al conocer la próxima partida de Agustín y lo despidieron no sin antes asegurarle que ellos continuarían con la vigilancia de los bienes recién repartidos y que todo siguiera su curso con el respeto debido y bajo las condiciones acordadas. Los nuevos dueños de la finca, uno se dedicaría a la agricultura, sembrando uva y frijol y el otro dedicaría una parte del terreno a la construcción de una pequeña casa para habitarla y una granja con borregos, para continuar su propia tradición familiar.
Don Justino partiría con Agustín, para regresar juntos a México, por lo que solo era cuestión de esperar el taxi que los llevaría al aeropuerto.
Anita estaba muy ansiosa y feliz de ver a Agustín de nuevo, ya le tenía un montón de novedades y estaba muy excitada. Ella personalmente iría por ellos al aeropuerto de México.
El viaje de resultó muy cómodo y mucho menos emocionante que la venida, seguramente porque iban acompañados y con tanta plática, se les fueron las horas también volando. Don Justino estaba muy contento de haber ayudado y haber tenido la oportunidad de saludar a sus primos. Agustín estaba solo un poco preocupado. La venta de la finca había generado bastante dinero, mucho más del que él había pensado y aunque ya lo habían transferido a la cuenta en México, la sola suma le daba mareos.
– ¡Cuánto dinero Don Justino! ¿qué voy a hacer con tanto? –
– No se preocupe muchacho, estoy convencido que ya sabrá cómo invertirlo inteligentemente y si no, bueno, seguramente la señorita Anita lo va a ayudar – le contestó riendo
– Anita, si, ya lo creo, es muy inteligente y estoy convencido que me sabrá orientar –
– Una hermosa muchacha Don Agustín, ¿ya ha pensado en casarse con ella? – Le preguntó de sopetón
Agustín lo miró sorprendido
– Bueno, sí, no, no concretamente – titubeó
– Pues yo creo que sería muy bueno que ya lo vaya pensando, antes de que llegue otro más avispado y se la quite Don Agustín, usted no sabe cómo son las mujeres, yo por eso nunca me casé – Le confesó – no creo en ellas –
– Ah, entiendo, bueno, lo pensaré entonces, pero ¿cree usted que ella quiera casarse conmigo? –
– Pues no sé si quiera casarse con usted, pero de que quiere casarse es seguro, todas las mujeres quieren casarse – contestó riendo
– Eso no es tan cierto Don Justino, sé de grandiosas mujeres que no se casaron y supieron vivir muy bien su soltería – le contestó debatiendo
– Bueno, bueno, no discutamos sobre ese tema, yo no sé mucho de mujeres y por lo que creo, usted tampoco, así que mejor lo dejamos así, pero sigo pensando que usted sí ama a Anita y por lo que pude ver, es correspondido –
– ¿usted cree? – contestó Agustín emocionado
– Si lo creo – le confirmó
Siguieron platicando de un sinfín de temas, de lo que pensaba hacer Agustín en México, de lo que había resultado de la venta de la finca y cómo la explotarían los nuevos dueños, en fin, el viaje se les hizo cortísimo ya cuando ya estaban aterrizando en México, Agustín se sintió de nuevo ansioso.
En cuanto Anita los vio por el gran ventanal de la salida de vuelos internacionales, nada la pudo detener y corriendo los alcanzó, abrazando a Agustín efusivamente, quien le devolvió el abrazo con mucho cariño.
– Anita, cariño, ¡que gusto verte! – le dijo Agustín y ella le contestó atropelladamente lo mismo
– ¡Que gusto, amor, que gusto! Te extrañé muchísimo y que guapo te ves, hasta parece que engordaste un poco ¿eh?, ¿muchas butifarras? – los tres se rieron
– Vamos, vamos, tengo el auto afuera ¿quieren comer algo? ¿quieren pasar a refrescarse a algún lugar? Ustedes digan –
– No, Anita, creo que lo mejor es continuar de una vez y llegar hasta Puebla, creo que sería lo mejor, ¿qué opina Don Justino? –
– Me parece bien muchacho, es buena idea, pero quisiera pasar un momento a refrescarme y tal vez tomar un café o algo, ¿les parece bien? –
– Si Don Justino, muy bien y me parece que conozco el lugar perfecto – contestó Anita
Cuando finalmente llegaron a Puebla, la ciudad los recibió de malos modos, una gran tormenta arreciaba y la lluvia difícilmente permitía ver más allá de unos metros al frente, aunado a una poderosa ventisca que nublaba aún más la vista. El profundo gris de las nubes advertía que la lluvia iba a continuar por largo rato y las avenidas estaban fuertemente inundadas, haciendo el paso muy lento y peligroso, pero Anita era una experta automovilista y sabía muy bien sortear los obstáculos, así que tanto Don Justino como Agustín se sentían tranquilos con ella.
Finalmente arribaron a la casa de Don Justino, quien los invitó a pasar, pero ambos denegaron amablemente.
– Yo creo que mejor ya nos vamos al departamento, quiero descansar un poco – contestó Agustín
– Si, muchacho, lo entiendo, yo también estoy cansado, bastante, ¿nos podemos ver pasado mañana o después, en algún momento? Necesito ver algunos temas que se me quedaron pendientes a mi partida y luego con gusto vemos lo de ustedes, ¿está bien? – le comentó a Agustín guiñándole un ojo, lo que no pasó desapercibido por Anita y los miró extrañada.
– ¿a qué se refería Don Justino con eso de “ver lo de ustedes”? – preguntó Anita suspicaz, cuando ya estaban de regreso en el auto
– No lo sé – contestó Agustín riendo – seguro son cosas de viejo, yo que sé –
– No está tan viejo – volvió a comentar Anita
Al día siguiente, estando Agustín bastante más repuesto del viaje y de tantas emociones, se sentó a desayunar con Anita y le platicó largo y tendido, todo lo que había pasado en España, sin omitir nada.
Anita entre tanto, también ya le había anticipado algunas novedades de lo que ella iba haciendo y como estaban resultando las cosas acá, así que a media mañana, Anita y Agustín se hicieron camino hacia la vieja mansión.
– Ya extrañaba estos paseos – le confesó Agustín – no sé, siento algo extraño en el hecho de que regresé y con tantas cosas nuevas en la cabeza.
– Yo simplemente estoy feliz de que estés de regreso – comentó Anita recargándose de su brazo
Cuando llegaron al edificio colindante a la casa, se veía muy claro todos los cambios realizados. El edificio hasta se veía bonito con una nueva fachada y pintura, grandes ventanas y todo nuevo y bien distribuido.
Anita y Agustín entraron y Anita le iba mencionando como se habían hecho las remodelaciones y de despachos, se habían ido convirtiendo poco a poco en lindos y acogedores departamentos, algunos de los cuales incluso ya estaban habitados por los vecinos de la casa. Se respiraba un ambiente de cordial familiaridad. En cuanto los vecinos vieron a Anita, la saludaron con gran alegría y al ver a Don Agustín, lo saludaron respetuosamente.
– ¿Cuántos vecinos faltan de mudarse? ¿hubo algún problema con alguno de ellos? ¿Qué pasó con Doña Leonor finalmente? –
– A ver, espérame tantito – Anita se despidió de uno de los vecinos que le había comentado algo del agua de la cisterna y le contestó de inmediato
– Faltan solo tres familias, que se van a cambiar en estos días, seguro antes del fin de semana, de Doña Leonor ya no se nada, hizo una corta demanda, pero sin fundamentos, así que ni modo, cuando quiso entonces obtener uno de los departamentos del edificio, el mismo abogado que ella contrató le dijo que ya no se podía, nos deshicimos de ella de la manera más sencilla que te puedas imaginar y aunque hizo mucho berrinche, se fue –
– Que bueno, porque la verdad era una señora muy latosa – le confirmó Agustín – me encantaron los departamentitos, están muy cómodos y el arquitecto hizo un buen trabajo –
– Si ¿verdad?, a mí también me gustaron mucho, hasta estoy pensando que el día que me corras de tu departamento, me gustaría mucho venirme a vivir a uno de estos – le dijo cándidamente y mirándolo debajo de sus largas pestañas
– ¿correrte? No, querida, ¿cómo puedes siquiera pensar en algo así? –
– no lo sé, la vida da muchas vueltas cariño y tú lo sabes, por tu propia experiencia, ¿quién lo hubiera pensado que en tan corto tiempo ibas a irte a España, la ibas a hacer de detective forense y que ibas a regresar multi-millonario? Tú dime si no da vueltas la vida –
– Bueno, sí, tienes razón, pero ¿eso que tiene que ver con que te corra del departamento? –
– Nada tontín, nada, ya déjalo así, vamos a la casa de tu mamá, quiero que mires algo de lo que ya estamos haciendo allí y eso que no sé si te va a gustar, pero espero que sí – le dijo rápidamente para distraerlo
Este comentario distrajo tanto a Agustín, que ni se fijó que ya habían reparado el gran portón de la entrada, restaurándolo completamente y ni siquiera se dio cuenta que el mismo abría con gran ligereza y sin rechinar, como lo hacía antes. Avanzaron por el pasillo y Agustín se llevó una gran sorpresa, el patio techado estaba muy iluminado con luz natural, habían cambiado el techo por un gigantesco tragaluz casi transparente, lo que hacía ver todo el derredor muy brillante y vivo, habían repintado buena parte de la segunda planta y los trabajadores estaban afanados en diferentes áreas de la mansión, se había también reconstruido la bella fuente central y con su alegre canto de agua, resurgía en un hermoso chorro de agua que subía y bajaba. Las impresionantes escaleras habían sido limpiadas y barnizadas, como así también los barandales de ambos lados.
– Pero esto no es todo Agustín, mira, ven – lo llevó hacia el centro del primer patio y desde allí pudo observar que ya habían limpiado y arreglado buena parte del segundo patio. Atravesando el arco monumental, debidamente restaurado también y con mejor pasta que la que tenía, nuevamente pintado con cal, se veía impresionante. El segundo patio había sido removido toda la basura y el escombro, por lo que ahora se podía apreciar también el hermoso pino gigantesco al centro y algunos de los pequeños frutales alrededor, mismos que ya estaban cargados de fruta.
– ¿Cómo puedo creer que estos hermosos arbolitos no hayan sucumbido a todo el ese basurero alrededor? – preguntó Anita
– Si y yo nunca los había visto, jamás supe que teníamos frutales, pero mira que ricos y llenos están, cuantas manzanas y duraznos – comentó Agustín sorprendido también, arrancando un durazno para él y otro para Anita.
Los obreros estaban dando martillazos y jalando cuerdas y cubetas, la reconstrucción de los cuartos de antaño, era difícil, pues los techos se habían caído.
– Y no has visto todo – le comentó Anita
– ¿No? ¿todavía hay más? – preguntó sorprendido Agustín
– Seguro que ya no te acuerdas del tercer patio –
– ¿Un tercer patio?, no, definitivamente no me acuerdo –
– Pues hay un tercer patio y da hasta la otra calle, con una entrada y todo – le dijo Anita entusiasmada – yo tampoco lo sabía, pero cuando tiramos esta barda falsa, que la construyeron unos tipos que se habían apoderado del terreno de atrás, nos dimos cuenta que también forma parte de la mansión, ¿puedes creerlo? –
– Ni idea de su existencia, en verdad Anita, que trabajo tan estupendo están haciendo, estoy muy sorprendido de verdad y muy contento, es fantástico – le dijo
– Sacar a estos tipos fue más complicado, tuvimos que traer incluso unos policías, porque ya estaban bien instalados, con su taller mecánico y toda la cosa, pero nada, como no pudieron demostrar la legalidad de su propiedad, con eso, pues van para afuera –
– No sabes cuánto te lo agradezco, pero seguro hasta te arriesgaste –
– No, tranquilo, me encantó, estoy tan feliz de haber estudiado para Abogado y aquí tuve que aplicarme en serio, saberme un montón de leyes y leer un montón de librotes gigantescos, no sabes – le dijo sonriendo satisfecha
– Estoy muy orgulloso de ti, cariño, muy orgulloso en verdad, has hecho una labor increíble –
– Pero hay algo – le dijo de pronto en casi un susurro y mirándolo con ansiedad le dijo – es que se me está acabando el dinero Agustín y sería una pena muy grande detener la obra, ¿sabes? Yo quisiera restaurarla completa, como estaba, como era, así enorme y magnífica, la más hermosa casa de toda la colonia Española, la más grande y bella, quiero devolverle su esplendor –
– ¿Sí Anita, así lo deseas tanto? – le preguntó tomándole la mano
– Sí Agustín, tanto así – le confirmó
– Entonces no te preocupes más, invertiremos todo lo necesario para devolverla a su antiguo estado, ya verás, será una bellísima casa para ti y para mí – contestó sin pensar en lo que había dicho, pero a Anita no se le escaparon sus palabras y se sonrojó profundamente, aunque Agustín no lo notó.
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XXIV.
Las semanas se pasaron en un santiamén y pronto se convirtieron en meses, la correspondencia con España y los amigos era fluida y divertida. Maritza y Lorenza le escribían con frecuencia a Agustín, contándole cuanta cosa sucedía en el pueblo y Don Pedro hijo, le platicaba de las novedades de la finca, ya habían terminado de construir la nueva casa y aunque pequeña, era acogedora y los nuevos dueños estaban felices, el manantial había sido entubado para evitar que se contaminara con los animales y el agua llegaba límpida y clara al pueblo, que lo aprovechaba con mesura y gran alegría. Los gitanos habían continuado su viaje, no sin antes despedir con gran reverencia a su jefe Don Jonás, que había muerto tranquilamente una noche, quedándose dormido.
Agustín estaba satisfecho con estas noticias y con la reconstrucción de la casa de su madre, la cual iba viento en popa y poco a poco iba surgiendo del escombro la grandiosa mansión que había sido antaño.
– ¿Qué vamos a hacer con tamaña casota querido? – le preguntó un día Anita – la verdad es que es enorme, tiene un sinfín de habitaciones, escaleras, salones, saloncitos, los tres patios, es terrible – le comentó con angustia
– Pero, ¿no eras tú la que quería restaurarla completa?, ¿ya te estás arrepintiendo? –
– No, no, en verdad no me estoy arrepintiendo, lo que pasa es que una vez terminada la restauración, pues, no sé qué vamos a hacer, vivir allí será absolutamente imposible, se sentiría como alverjón en olla, demasiado grande y solitario, ahora no se nota por la gran cantidad de obreros que van y vienen, pero estando uno solo allí, la verdad es que da miedo, el eco … – confirmó titiritando un poco
– Cierto cariño, tienes razón, pero ¿a que no sabes qué?, ya he pensado en algo y creo que te va a gustar – le comentó
Ella lo miró con curiosidad.
– Vamos dime, que es lo que piensas, dime, anda – le insistió
– No te lo diré ahora querida, todavía no, pero pronto, muy pronto chiquilla –
– Eres horrible, malo y feo – le dijo sonriendo coqueta, simulando estar molesta
Agustín se rio al ver su rostro tan hermoso y coqueto y dándole un corto abrazo, la dejó pensando.
Unos pocos días después, reunido con Anita y los arquitectos, Agustín la atrajo hacia sí y le confesó su secreto.
– Querida, vamos a remodelar la casa –
– Bueno, eso ya lo hemos estado haciendo por mucho tiempo, ya es una eternidad, me muero porque ya terminen – contestó con un mohín de disgusto
– Bueno, pues van a seguir remodelando un ratito más, mira – y le mostró unos planos extendidos
– Pero, ¿qué es esto?, no entiendo, ¿una alberca? –
– Así parece ¿verdad? y qué te parece el gimnasio acá –
– Pero, pero.. esto más parece un ¿hotel? – preguntó arrebolada
– Así es cariño, remodelaremos con tablaroca y será sencillo, será un hermoso y brillante hotel, me dejaste pensando el otro día sobre eso de vivir aquí como garbanzo en olla, o algo así dijiste tu –
– Alverjón en olla, ja, ja, sí, eso fue lo que te dije, pero no era mi intensión… –
– ¿pero qué te parece la idea? –
– Es genial, será un hermoso hotel de cinco no, de diez estrellas – contestó emocionada
– No hay hoteles de diez estrellas cariño – le recriminó Agustín, sonriendo al ver su carita sonrojada –está muy bien ubicado, céntrico y muy grande, lo suficiente para varias habitaciones elegantes y cómodas, en los tres salones distribuiremos diferentes restaurantes de comida típica e internacional, estaba pensando incluso un bar con especialidades, habrá alberca con agua templada como ya lo viste, gimnasio, unas tiendas de artesanías y un salón de belleza –
– ¿y el estacionamiento? – preguntó Anita curiosa
– Usaremos el tercer patio para eso, es bastante amplio y además será un estacionamiento semi-techado –
Continuaron revisando los planos y Anita esta extasiada, era una gran idea y con eso se recuperaría la inversión.
– No sabes lo feliz que me hace esta idea Agustín, la casa recuperará su estilo y volverá a recibir la crema y nata de la sociedad, será magnífica – y dándole un cariñoso abrazo, continuó revisando los planos en lo que Agustín iba a ver al Arquitecto en jefe para darle algunos comentarios
Poco a poco se fueron haciendo las mejoras y la remodelación. Desde la fachada nuevamente las ventanas, parecían mirar a los transeúntes con serenidad, revisando, juzgando, analizando. El enorme portón de madera, totalmente restaurado y abierto de par en par, iba recibiendo poco a poco a los visitantes y a los curiosos, que revisaban las modificaciones y daban a diestra y siniestra sus comentarios.
Dentro, la mansión ya rezumaba su extraordinaria belleza, los paredones pintados a cal y con nuevos y más hermosos azulejos de talavera, grandes candelabros y hermosos ornamentos en las paredes, los dos juegos de escaleras, perfectamente remozados y las piedras de laja de cantera nuevamente pulidas y barnizadas, le daban la elegancia y finura que el espacio abierto del primer patio, requería.
En la planta baja se habían adecuado la recepción del hotel y otros departamentos correspondientes a la administración del hotel, de ahí en adelante, esta zona con pisos de mármol negros y blancos, largas y elegantes alfombras y hermosos arreglos florales, le darían ese toque de elegancia.
En la primera planta, en donde se encontraban antes los grandes salones de baile, ahora había restaurantes, el espacio que ocupaba el departamento de la madre de Agustín, ahora era una pequeña pero bien surtida biblioteca y el gran piano, también reparado y afinado, se encontraba de nuevo en el salón de bailes y fiestas, listo para volver a interpretar las obras musicales de diferentes autores en las manos pianistas virtuosos.
Las habitaciones de los huéspedes se encontraban en el segundo patio, el cual ya restablecido el orden y la limpieza, brillaba por la hermosura de su pequeño bosque de frutales, el gran pino rebosante de nidos y de pájaros cantores y muchos redondeles de rosas y geranios, en donde la gran fuente de aguas saltarinas, cantaba al conjunto del color y la alegría.
Al finalizar la obra, Anita y Agustín se miraron satisfechos, habían sido dos largos años para que la mansión recuperara su antiguo esplendor y ahora, más que nunca, sería la crema y nata de la sociedad la que daría el visto bueno en la gran inauguración.
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XXV.
Aún no habían fijado la fecha para la inauguración del hotel, que se llamaría por obvias razones, Hotel España.
– Ya está casi listo cariño – Le comentó Anita a Agustín
– Sí, pero falta algo – contestó pensativo
– ¿Qué falta? ¿más jarrones? ¿otro candil en la entrada? Yo no estoy convencida del que tiene ahora, le falta más luz a la entrada – comentó sin mirar el pensativo rostro de Agustín
– No querida, le falta algo mucho más importante aún, pero … –
– ¿a qué te refieres Agustín? Estás muy raro hoy, ¿qué te pasa? –
– Nada, nada, tranquila, yo me entiendo, pero ya hablaremos de esto después –
– Está bien, como tú digas, pero ya tenemos que ir pensando en la fecha, no quisiera que todo el hotel se nos empolvara de puro viejo otra vez, esperando a ser inaugurado – le comentó con una sonrisa
– No cariño, claro que no, solo espérame unos días por favor, ya tengo algo en mente –
– Te conozco y la verdad me espantas cuando tienes “alto en mente”, eres espantosamente sospechoso y cuando se te mete algo en la cabeza… –
– No, tranquila, espera, será pronto – le comentó
Don Justino era el único que conocía los planes de Agustín y lo miró sonriente.
– ¿Ya consiguió usted lo que buscaba, Don Agustín?
– Aún no, estoy entre dos piezas muy hermosas, pero no me decido – le confesó
– ¿y cuándo piensa usted hacerlo? –
– Pronto, claro, muy pronto, pero … –
– Ya vaya usted tomando una decisión Don Agustín, ella puede enterarse de la sorpresa de otra forma y se le echaría a perder la alegría, es muy inteligente y hasta ahora no ha sospechado nada, creo, pero en cualquier momento puede empezar a sospechar y … –
– Si, lo sé, tiene razón, pero usted no dirá nada ¿verdad? Confío en usted – le dijo mirándolo fijamente
– No Don Agustín, puede confiar en mí, yo no le diré absolutamente nada – le contestó riendo
La tarde caía ya poco a poco, el dorado sol del ocaso pintaba las paredes y los árboles y un suave vientecillo del norte, tibio y amable, le acarició el rostro. Estaba muy pensativo e iba caminando casi sin ver por dónde iba. Llegó hasta el hotel, uno de los vigilantes estaba por cerrar el portón cuando lo vio.
– Don Agustín, ¿viene de visita? Ya iba a cerrar –
– Buenas tardes amigo ¿puedo entrar todavía? –
– Claro que sí señor, a la hora que usted guste, estamos aquí para servirle y solo avíseme cuando quiera usted salir – le confirmó
Agustín entró lentamente, miró a su alrededor, todo olía a pintura fresca, a maderas pulidas y a líquidos limpiadores, un pesado silencio se fue adueñando del lugar en cuanto se fueron alejando las pisadas de los vigilantes, solo se escuchó el gracioso trinar de los pájaros, alistándose a dormir, Agustín sonrió.
– Si mi madre pudiera ver su casa ahora, creo que nunca la vio así, grande, limpia, hermosa – se le apretó el corazón en un puño y sintió un momento de tristeza. En ese preciso instante pudo escuchar los acordes del viejo piano, era la canción de su madre, esa pieza que tanto le gustaba.
Subió corriendo las escaleras y se dirigió directamente al salón de fiestas, a donde estaba el piano ahora y allí podían escucharse las notas con más claridad, definitivamente había alguien tocando, tal vez alguno de los pianistas que estaría practicando antes de la inauguración, pensó, pero al entrar al salón, este estaba vacío, sin embargo el seguía escuchando la pieza musical, se acercó lenta y tímidamente, vio abierta la tapa y aunque nadie tocaba las teclas, del mismo salía el sonido que tanto lo estaba atemorizando. Sintió la necesidad de salir corriendo, pero se contuvo.
– ¿Quién está tocando el piano? –preguntó con voz lo más firme que pudo
– ¿qué murmuras hijo? – escuchó con gran claridad dentro de su mente
– ¿madre? ¿estás aquí? –
– Veo lo que has hecho hijo – volvió a escuchar desde su interior, en el piano seguía sonando los acordes suavemente, sin ninguna distorsión – Agradezco lo que estás haciendo – escuchó de nuevo
– Madre – dijo en voz alta pero pensó, – debo ser sensato, esto seguro es solo mi imaginación, estoy alucinando o algo así – se consoló, pero con poco convencimiento.
El piano cesó de pronto de sonar, sintió una suave caricia o algo así en el rostro, que luego determinó que había sido una corriente de aire del ventanal abierto, pero se alegró de haber sentido esa caricia.
– Madre, no sé si estás aquí o no – dijo en voz alta – no lo sé y tampoco me importa, pero si estás aquí, quiero que sepas que tu casa ha vuelto a ser lo de antes, ha recuperado su belleza y quiero que sepas que ha sido por amor a ti y a la familia que yo represento, por tu constancia y por la educación que me diste, he alcanzado rescatar lo que parecía perdido –
Supo, más por intuición que por algún evento en concreto, que su madre lo había escuchado y lo había aprobado, estaba contenta y así lo sintió en su corazón. Ya no sentía esa horrible opresión que lo ahogaba cada vez que pensaba en ella, ahora podía imaginarla andando por los pasillos del hotel, disfrutando el nuevo lugar, su nuevo hogar y se sintió aligerado, feliz.
Se sentó frente al piano y comenzó a tocar algunas piezas, disfrutó muchísimo el tocarlas y un rato más tarde, se retiró contento a su departamento a reunirse con Anita, para llevarla a cenar, ya tenía todo listo y preparado, esa noche le pediría a Anita que fuera su esposa.
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XXVI – (EPILOGO)
La petición fue una sorpresa para Anita, quien ya lo sospechaba, pues había descubierto a Agustín mirándola varias veces con gran ternura, pero no tenía ni idea para cuando sería el gran día, sabía que Agustín la quería, no había duda y ella no podría vivir con nadie más, lo conocía y lo amaba desde siempre, así que cuando dio el sí, Agustín de rodillas le puso un hermoso anillo de compromiso en su dedo anular y ella lo presumió instantáneamente, haciéndolo brillar en mil resplandores de colores.
– Ya esperaba esto Agustín, me siento muy orgullosa y feliz – le dijo Anita con gran alegría – por supuesto que sí me quiero casar contigo, desde hace mucho tiempo –
– Yo también amor mío, yo también, pero estaba esperando al momento perfecto y estoy seguro que ahora lo es – le contestó dándole un tierno abrazo
– Ahora viene lo mejor – sentenció Anita – ¿Cuándo nos casamos? –
– Cuanto antes –
– Pero mira al muchacho insensato – le guiñó un ojo – ahora tiene prisa el señor –
– Pues claro, ahora tengo mucha prisa – le contestó riendo
La fecha de la boda sería en conjunto con la fecha de la inauguración, la recepción y fiesta serían en el gran salón del hotel y habría, mucha comida, música y vino. Muchísimos invitados ya habían confirmado su asistencia y muchos más esperaban ser invitados.
Don Justino fue escogido como padrino de bodas y Agustín pagó el boleto de avión de la familia de Don Pedro Escobar, como así también de Maritza y Lorenza y de Don Rogelio. Personalmente Agustín mismo fue a recogerlos a todos al aeropuerto y se llenó de abrazos y de besos de las dos, ahora hermosas jovencitas, que sin dejar de parlotear lo colmaron de gran alegría.
La víspera de la boda, Agustín atrajo a Anita hacia sí.
– Amor mío, ya se ha llegado la fecha para nuestro compromiso y deseo de todo corazón que seamos muy felices – Le confesó mirándola a los ojos
– Estate tranquilo cariño, ya somos muy felices y lo hemos sido por muchos años, este compromiso solo sellará nuestra felicidad – le contestó Anita
– Quiero que sepas ante todo, que es mi mayor deseo que seas muy feliz
– Ya lo soy amor mío, ya lo soy desde siempre –
Agustín le tendió un sobre lindamente empacado y atado con una cinta de seda de color rojo.
– ¿Qué es esto? –
– En principio es un regalo, me parece – le contestó Agustín con un guiño
– Bueno, sí, así parece pero ¿qué es? –
– Es algo que ya era tuyo desde que fue tu idea – le contestó, – pero para no dejar hilos sueltos y malos entendidos, ahora ya está a tu nombre –
– ¿a mi nombre? –
– Sí, son las escrituras del edificio, ahora ya es todo tuyo –
– Nuestro, dirás, nuestro, porque aunque esté a mi nombre, de ahora en adelante tendrás que acostumbrarte a que todo será nuestro, tuyo y mío –
– Bueno, pero así no hay ninguna duda, es tuyo y mío y de nuestros hijos –
– De nuestros hijos, si de muchos hijos, porque vamos a tener muchos, muchos hijos – le contestó riendo al ver la cara de sorpresa de Agustín
Todo salió más o menos como planeado, Anita se le hizo un poco tarde y con muchas prisas finalmente terminó su tocado, acompañada de sus amigas y damas de honor, llegó a la iglesia en donde Agustín la esperaba ansioso. Don Justino acompañó a la novia al altar y la entregó con gran dignidad y entereza. La ceremonia fue solemne y los novios finalmente salieron tomados de la mano, sonrientes.
De allí, directo al hotel, en donde ya los aguardaba el comité de inauguración, la famosa cinta que sería cortada por el gobernador en persona y los invitados, junto con los periodistas y fotos, miles de fotos y fotógrafos por todos lados, cubriendo el evento en todos sus ángulos.
La gran fiesta comenzó enseguida, dieron un recorrido por toda la mansión, que lucía esplendida y magnífica, docenas de camareros, meseros y empleados se afanaban en sonreír y servir y ya se respiraba un ambiente, no solo festivo, sino elegante, alegre, como antaño, los bailes y la música, no faltaron las risas discretas, las miradas suspicaces y los chismes de varios tonos y colores.
Agustín se tomó un momento a solas, logró zafarse de los amigos y de las felicitaciones y salió un momento del hotel, cruzó la avenida y lo miró desde afuera, brillante, gigante, hermoso.
– Así era antes, estoy seguro, así se veía cuando comenzó, hace más de cien años, hermosa mansión ancestral, merecías renacer y triunfar sobre el tiempo, merecías esto madre, lo que tú misma te negaste, ahora te lo puedo devolver –
FIN
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PERSONAJES:
– SU SEÑORÍA DON JOSE DEL ANGEL, ESTEBAN, ARMANDO DUQUE DE VILLARYGOITIA Y RUIZ DE GONZALEZ – MÁS TODOS LOS TÍTULOS ADJUNTOS DEL BISABUELO DE AGUSTIN
– DON ESTEBAN DUQUE DE VILLARYGOITIA (ABUELO)
– DOÑA EUGENIA, ESPOSA DEL DUQUE (ABUELA)
– DOÑA ESMERALDA – MAMÁ DE AGUSTIN
– AGUSTIN LOPEZ DE VILLARYGOITIA – PROTAGONISTA
– ANITA VIDAL – PAREJA DE AGUSTÍN
– ESTEBAN, EDUARDO, EUGENIA Y ELENA – TIOS DE AGUSTIN
– DON JUSTINO ESCOBAR – NOTARIO Y APODERADO DE LOS BIENES DE VILLARYGOITIA EN MEXICO
– DOÑA LEONOR – VECINA DEL No. 7
– DOÑA GERTRUDIS – VECINA DEL No. 9
– DON CUQUILLO – DUEÑO DE LA HOSTERIA EN ESPAÑA
– MARITZA Y LORENZA – HERMANAS Y GUIAS DE AGUSTÍN
– DON ROGELIO ALBORES – PAPÁ DE LAS HERMANAS MARITZA Y LORENZA
– DON PEDRO ESCOBAR PAPA, DON PEDRO ESCOBAR RUBALCABA HIJO Y DOÑA CRISTINA ESCOBAR RUBALCABA, ESCRIBANOS Y APODERADOS DE LOS BIENES DE VILLARYGOITIA EN ESPAÑA Y PARIENTES DE DON JUSTINO ESCOBAR EN MEXICO
– PACHO Y PIJUI – GITANOS
– ALBORADA – HIJA DE RAMIRO ARAMBURU
– JONÁS ARAMBURU –JEFE DE LA TRIBU GITANA
– SANTIAGO URRUTIA – PRIMO LEJANO DE AGUSTIN
– URSULA DE VILLARYGOITIA – PRIMA DE AGUSTIN